Deambulaba algo borracho de la mano con el odio buscando fantasmas perdidos en el cual hallarme, lo veía en sus ojos clamantes de un karma no merecido y en su sonrisa tallada de alientos en vano a las fauces de su propio abismo, podria jurar ver plasmada la sonrisa más hermosa del jodido infierno el cual ardía como mil dagas directo al pecho.

¿Podría acaso el diablo darle nombre a todos mis miedos? Me preguntaste expectante buscando respuestas en mi inexperto ser, con tu aire misterioso que se alojaba en mi, deseoso de saber. Casualmente no te vi en aquel sanatorio, pero escuchaba el compaz de tu cadera danzante haciendo ecos en mis sienes, tal vez estaba medicado o tal vez volvía a estar ebrio.

Sea producto del alcohol o mi imaginación llegabas a doler sin dopamina, no había placebo tan grande para mi como tu presencia latente en mí, aún así, compartía una botella de vino con mi insomnio mientras me abrigaba con el frío de febrero en Boston y tu recuerdo constante resultaba cegador.

Era irónico, me perdía buscándote como si en tu esencia se encontrara la cura del odio que me abrumaba de aquella misera existencia, cuando fue tu presencia misma la que inyectó sin preguntar aquel odio en mi, llegando a la decadencia entendí que ni vomitando todas mis deudas en esta vida con esta fuerte resaca llegaría a sacar aquel veneno que llevaba tu sonrisa y de sello tu mirada de mí ser, y que la sobriedad del alma escaseaba cual lujo de pocos.

— Andy
21/01/21