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Sorpresa

Las luces y sonidos siguen mareándome, me recuesto en el piso y sujeto a mi hermano de la muñeca. Cierro los ojos y me concentro en mi respiración.

—¿Qué sucede? —una voz masculina resuena en el lugar.

La música y las risas paran. Abro los ojos poco a poco y noto a un hombre parado a mi lado.

—Sólo le damos la bienvenida a estos chicos, papá —la chica que se enojó al principio dice con pucheros.

El hombre truena sus dedos y unas personas de blanco se acercan a nosotros, veo como empiezan a inspeccionar a mi hermano y me tranquilizo al notar que no se ven preocupados. Un hombre me levanta y me coloca sobre una camilla.

Me siento tan cansada, no puedo mantener mis parpados abiertos, una pesadez me rodea.

—Lo siento —escucho una voz débil y lejana—, no quería que pasara esto.

Esas palabras recuerdo haberlas escuchado antes, cuando estaba en el hospital tras la muerte de mis padres.

Me levanto rápido y el olor a enfermería me saluda, sostengo mi cabeza ante el ligero mareo y miro que estoy en un cuarto blanco, hay una ventana por la que entra el sol, al lado está mi hermano durmiendo pacíficamente vestido de blanco.

Me acerco hasta él, me siento a su lado y veo como su pecho se mueve con cada respiración. Tiene unas ojeras profundas, además de la huella del camino que recorrieron sus lágrimas. 

Dejo salir un suspiro, me en foco en el exterior, la vista de la ventana es relajante, veo como los geranios se mueven elegantemente con el aire, además las gotas de rocío brillan y puedo ver algunas hormiguitas organizadas que están entre las plantas.

Las palabras "lo siento" resuenan en mi mente, no las había soñado en mucho tiempo, no cabe duda que lo de ayer ha estado liberando recuerdos que creí eliminados.

—Que bueno que despertaste —una mujer mayor entra con una cálida sonrisa y coloca unos platos de comida en una mesita.

—Alán —lo muevo para que se levante—. Alán —no me hace caso.

—Le dieron un sedante, despertó mientras te atendían y pensó que habías muerto por la sangre falsa.

Miro de nuevo a mi hermano y despejo su rostro de algunos cabellos. Ayer fue un día demasiado devastador, las emociones que ha estado tratando de dominar en estos años salieron sin control desde muy temprano en la carretera, al pasar por donde murieron nuestros padres y el extraño recibimiento que tuvimos lo terminaron por colapsar.

Cierro mis manos en puños al recordar como disfrutaron de vernos perder el control. Parece que investigaron bien nuestros antecedentes y los usaron para divertirse con nuestro sufrimiento. En definitiva no es un buen lugar para vivir, lo peor es que me siento culpable, mi hermano sufrió todo esto por mantenerlo a mi lado.

Al cumplir mis 18 años me dijeron que debía dejar el orfanato, que podría visitar a mi hermano seguido sin problema. La idea de estar lejos de mi única familia me cegó y cuando me dieron otra opción acepté sin pensar. Por medio de contactos lograron que fuéramos aceptados en este lugar, me dijeron que no me preocupara, que era un lugar donde nos educarían por tres años y después nos incorporarían a una empresa socia.

—Ven siéntate, debes comer —la mujer me toma de la muñeca y me acerca una silla a la mesa.

Frente a mí hay un plato con sopa de fideos, un huevo frito con la yema semicocida, arroz y un vaso de leche. Tomo un poco de la bebida, necesito refrescar mi garganta. Empiezo a comer lentamente, rompo el huevo y miro como el líquido amarillo corre por el arroz. La verdad no está mal, el sabor es un abrazo a mi roto corazón, pero no lo suficiente como para sentirme feliz.

—Escuché que vienen de un orfanato —la mujer se sienta frente a mí—. ¿Qué pasó con sus padres? —sus ojos curiosos se fijan en mí. 

—No quiero hablar de eso —digo de forma cortante, aparto la mirada y sigo comiendo.

—¿Por qué fueron a ese lugar ayer?, hay límites que no deben cruzar —me dice con tristeza.

No respondo nada, no sé como es la organización de aquí y al ver a esa mujer vestida tan formal creí que era quien debía recibirnos. 

—¿Qué zona era esa? —le pregunto con precaución, no sé si sea alguien confiable.

—Es el salón de reuniones de los punto azul, solo para los hijos de los empresarios socios. Está prohibido para los puntos amarrillos como ustedes —me dice con calma—. Ustedes sólo preocúpense por estudiar y tener buenas calificaciones, ya que los alimentos y vestimenta les serán dados, su única obligación es dar buenas notas.

—¿Qué pasa si tengo malas notas?

—Este lugar es conocido por su excelencia académica. Dan tres oportunidades y la cuarta es mortal, si no pasan los expulsan de la residencia —suspira—. Muy pocos recapacitan a tiempo y se juegan su vida en el último examen, pero muy pocos logran pasarlo.

—Buenos días —la voz del hombre de ayer—. Veo que ya están despiertos.

Volteo a ver a mi hermano y lo veo sentado recargado en la pared, sus ojos se ven decaídos. Al verme sonríe brevemente, se apoya con la orilla para levantarse. 

—En unos minutos vendrán a darles sus uniformes y después presentarse a clases —habla rápido y voltea a ver a una joven que entra—. Ella es la Prefecta Sofía, les explicará lo más elemental —mira su reloj—. Bienvenidos a la residencia —dice sin mirarnos y sale rápido. 

La mujer nos barre con la mirada y tuerce la boca. Le da a la mujer mayor unos porta trajes color crema. 

—Tienen cinco minutos, los espero afuera —la mujer nos da la espalda.

—Quisiera que nos permitan no empezar hoy —le digo antes de que salga.

—Denegado, lo que el recibimiento de ayer desencadenara en ustedes no es pretexto para abrir paso a la holgazanería —me mira fijamente. 

—Necesitamos tiempo para asimilar las cosas —le sostengo la mirada.

—Entonces sus mentes no son lo suficientemente adecuadas para formar parte de nuestra residencia —dice de forma burlesca y sonriendo—. Anímense, lo de ayer fue insignificante. 

Sale antes de que pueda decir algo más. Empiezo a creer que este lugar será un lugar desagradable, los adultos saben por lo que pasamos y no les importa. Mi mente empieza a volar, ante sus últimas palabras, si lo de ayer no fue nada a sus ojos, ¿qué otras cosas pasarán? 

—Rápido, deben estar listos —la señora nos da las bolsas—. No querrán meterse en problemas —dice mientras corre las cortinas para que nos cambiemos. 

Abro el porta traje, el uniforme es un poco más claro que la bolsa. La blusa es blanca, con detalles al frente, el saco crema, la falda café claro y las calcetas blancas, hay un listón negro con un broche. 

—Queda un minuto —la señora nos apresura y me da una caja. 

Los zapatos dentro son elegantes: café claro con partes crema. Son de tacón bajo, me quedan algo justos, siempre calzaba medio centímetro más grande al que soy pero no se sienten incómodos. 

—Ya —la señora quita las cortinas—. Dejen esto aquí, después vendrán por las bolsas —nos toma de las muñecas y nos lleva a la puerta.

La mujer está mirando su reloj con un rostro desfigurado. Nos vuelve a analizar y por lo menos ya no movió sus labios con desagrado. 

—Bueno, están mejor —dice y empieza a caminar.

Mi hermano y yo la seguimos. Me quedo mirando sus tacones altos, no parece que la inquieten al caminar, mueve todo su cuerpo con elegancia y seguridad. Por otro lado yo me sostengo del brazo de Alán, siento el piso resbaladizo. 

—Este será su  grupo —se para frente a una puerta de madera dorada con un letrero en letras negras que dice "Administración"—. En sus asientos encontraran una mochila con todo lo que necesitan saber. Bienvenidos —se da la vuelta y nos deja ahí. 

Alán estira su mano hasta la manija y antes de girarla me mira para ver si estoy preparada. Muevo mi cabeza en afirmación. Este lugar no nos dio una buena bienvenida, ni los encargados se ven confiables, no sé que nos espere pero estamos juntos, es lo más importante. 

—¡Bienvenidoooos! —rostros sonrientes y ojos amables nos reciben con su grito de sorpresa. 

Un cañón de confeti nos hace brincar para posteriormente bañarnos con esos papelitos coloridos. Mi hermano está sin palabras ante el cambio repentino de ambiente, pues hay globos en las paredes, serpentina sobre el pizarrón, un pastel en el escritorio y un cartel que nos da la bienvenida sujeto en la gran ventana que permite la entrada de la luz natural al salón. 

—Pasen, adelante, corten el pastel —una mujer de traje café oscuro nos empuja suavemente por la espalda—. Yo quiero una rebanada grande —dice entre sonrisas, de forma cariñosa—. ¿Y el cuchillo? —dice mientras busca en el escritorio. 

—Aquí está —una chica de ojos ámbar y hoyuelos me da un cuchillo de plástico. 

Tomo el objeto y se lo doy a mi hermano que sigue paralizado, sólo mira a todos lados sin decir nada. Pero hábilmente empieza a cortar rebanadas proporcionadas a la cantidad de los presentes, así que se ven grandes, sólo estamos quince personas.

—Gracias —dicen cada uno al pasar por su rebanada. 

—Sus lugares son atrás, pero si quieren cambiar sólo díganlo —nos dice la señora. 

Mientras comemos me doy cuenta que uno que otro nos observa con curiosidad. La profesora pasa de lugar en lugar para hacer algún chiste y reírse, los compañeros se ven felices, tranquilos. Ninguno se ha acercado a preguntarnos cosas ni nos miran con desaprobación. Es un sitio acogedor, sólo que después de ayer estamos muy alerta como para acercarnos a los demás a platicar, pero a como pintan las cosas yo creo que nos llevaremos bien con todos aquí. 

Tocan la puerta y la profesora se apresura. Su rostro cambia, se vuelve serio y su mirada parece acuchillar. Recibe unas cajas de madera pequeñas y cierra la puerta con prisa. Respira profundo, en un segundo vuelve la sonrisa cariñosa y nos mira. Se acerca a nosotros de forma lenta, pareciera dudar en si venir o darse la vuelta, pues tras unos pasos se queda parada revisando los objetos. Sin embargo sigue avanzando hasta nosotros. 

—Este es un regalo de sus futuros jefes —se queda parada frente a nosotros. 

—¡Qué lo abran!, ¡qué lo abran! —corean, ahora todos nos prestan atención. 

Mi hermano quita el listón azul oscuro con bordes dorados y abre la caja, saca un broche con forma de rosa dorada para solapa de saco. Yo me apresuro con mi caja, saco un broque para cabello con una rosa del tamaño de mi palma con listón a los lados de un color hueso. 

—Que lindos obsequios —dice otra compañera de cabello rubio. 

—¿Quién se los envió? —un chico toma la tarjeta. 

La sonrisa del compañero desaparece poco a poco. Su compañera de a lado al leer sus ojos se agrandan y se lleva una mano a la boca. 

—¿Por qué esas caras? —mi hermano pregunta serio, ha detectado el cambio drástico del ánimo. 

Nadie responde, sólo se van pasando la nota entre ellos y los rostros se ven preocupados. Miro a la profesora quien tiene la atención puesta en la ventana. Así que me giro en su dirección, distingo una figura de uniforme parecido al nuestro pero azul oscuro, con detalles dorados brillantes y a su lado una chica con el mismo diseño de vestimenta. 

 









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