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Sobre dorado

Los días fueron tranquilos, sin jefes a los que conocer teníamos la tarde libre, así que mi hermano y yo nos íbamos a disfrutar de las canchas  hasta que Cristina y Marcelo nos empezaron a presionar por estudiar y hacer las tareas en equipo. 

Creo que a Cristina le encanta estudiar, cada vez que llegábamos a la biblioteca corría a buscar su sitio de estudio favorito y sacaba una gran cantidad de cosas: libretas, marca textos, hojas para notas de diferentes figuritas, colores y estampitas. Nos organizaba para que cada uno leyera un párrafo y  nos hacía preguntas, creo que si ella fuera maestra tendría a los alumnos en un buen nivel. 

—¿Emocionada?  —Cristina me dice sonriendo y yo ladeo la cabeza—. Hoy darán las calificaciones.

La maestra entró antes de contestarle que se me hacía extraña su emoción. 

La maestra no nos saluda como de costumbre, empieza a sacar los sobres que contienen nuestras calificaciones, sus manos muestran nerviosismo, se ve como tiemblan cuando sostiene los sobres y su rostro está pálido como si hubiera visto un fantasma. 

En un descuido tira con su codo su porta lápices de cristal que al caer se rompe en diferentes pedazos, el sonido hace eco en el salón, todos podemos notar que algo pasa. Gira su rostro y se agacha a recoger los cristales, estos parecen filosos y lo comprueba ella misma. La sangre de su herida no la saca de ese estado en que está, solo observa el brillo de su vida. Se lleva la mano al pecho y se cubre con la otra, se sienta en su silla y mira al salón hasta detenerse en mi hermano y luego en mí. 

Lástima. 

Puedo saberlo, durante mi vida hemos recibido esa clase de miradas. Los policías, médicos y enfermeros fueron los primeros en reflejar pena en sus ojos, no había nada que pudieran hacer ... fue tarde.  La realidad era dura: nuestros padres habían muerto y no había familiares a los que recurrir. 

—Necesito ir a la enfermería —dice con la voz un poco cortada y sale rápido. 

El salón queda en silencio, pero después empiezan a pararse y reunirse para hablar del extraño comportamiento de la maestra. Yo no la conozco, que por un día se vea triste no creo que sea algo tan importante de resaltar, cualquiera puede tener un mal día y desconcentrarse por ello. 

—¡Miren! —una compañera alza un sobre dorado—, son dos —los mira por todos lados—. Alán y Zoé —nos mira con sorpresa y nos los da. 

—¡Seguro tienen las mejores calificaciones! —Cristina quita a la chica—. Desde luego, yo misma los preparé —dice contenta—. Ábranlos —nos anima entusiasmada. 

—Mejor después —mi hermano toma el sobre y lo va a guardar en su mochila.

—No puedo esperar —Cristina se lo quita y lo abre, conforme lee la sonrisa desaparece—. No es posible —me quita el mío y lo lee—. ¿Qué es esto? —nos señala las cartas. 

Marcelo mira detrás de Cristina, sus ojos grises tiemblan y se aleja a su lugar. 

—¿Qué decías? —se acerca Leticia, la que será secretaria de Lorena—. Será mejor que se despidan —sonríe de forma burlona y se va. 

—Todo lo vimos —dice Cristina molesta—. los ejercicios los resolvían en un buen tiempo, ¿por qué? —sus ojos se ven llorosos. 

Dejo de mirarla, los demás se secretean y nos miran un tanto tensos. 

—Zoé y Alán Alvarado, acompáñenme —la prefecta nos llama desde la puerta—. No pueden traer cosas —dice al ver que estábamos por guardar las libretas—. Solo con sus sobres.

Cristina me abraza demasiado fuerte antes de salir. 

—Esta no era la salida para alejarte de Alejandro y Ana —me susurra cerca del oído. 

No hay otra forma, aunque no sean nuestros jefes nos tenían como una opción por si se desocupaba un puesto o llegara un nuevo riquillo, no nos dieron la opción de salir de aquí. Así que en algún momento nos encontraríamos con ellos, sé que hay alianzas desde ahora entre los puntos azules, así que no quiero exponernos a eso. No quiero nada que tenga que ver con Alejandro y Ana. El solo pensar en ellos hace que me duele el estómago. Sus caras de inocentes vienen a mi mente, sus ojos tristes me dan una rabia, como si lo que estuvimos viviendo no fuera su culpa. Por eso recurrí a Leticia para que le hiciera llegar a Lorena una carta pidiéndole ayuda para desaparecer de la vida de Alejandro. 

Lorena dijo que la solución era obtener una nota especial reprobando todos los exámenes. A la residencia no le gusta mantener a personas de malos promedios y cuando las hay las expulsan lejos, de forma que nadie sepa que estudiaron en sus salones, por lo que los llevan a otros países y ese es el plan. 

—Adiós —la aparto con brusquedad. 

Cristina se muerde el labio intentando no llorar pero al no lograrlo se cubre con sus manos y Marcelo la abraza, recarga la cabeza de ella en su pecho. La mirada que nos lanza es de rendición, ha estado intentado que veamos las cosas diferente, que el pasado ya no se puede modificar pero que podríamos aprovechar la culpa de Alejandro y tener una vida de lujos. Pero sé que no podría hacer eso, no sirve de nada, no podremos tener a nuestros padres por su culpa y con nada lo podrá corregir. 

—Dense prisa, tengo cosas que hacer —dice la mujer fastidiada. 

Empezamos a seguir a la prefecta hasta que salimos de los edificios de clase hasta llegar a las oficinas principales de la institución: tienen grandes ventanales y colores algo fríos. Las personas tras sus computadoras se ven ocupadas, pero al vernos pasar dejan sus tareas y nos examinan. 

—Pasen —la prefecta abre una puerta y entramos. 

La oficina es diferente a las demás, aquí las ventanas son pequeñas con vidrios reflectores, las paredes están pintadas de negro y los muebles son rojos. Hay cuadros que retratan arañas al cazar o atrapar a sus presas en telarañas, el nivel de detalle es asombroso, las fibras naturales se ven flexibles y brillantes, al igual que los ojos de los arácnidos. 

—¡Holaaa! —una mujer de cabello rojo gira sobre su silla y nos mira con una sonrisa retorcida—. Entonces no les gusta estudiar y prefieren un futuro incierto, donde cada uno tendrá que esforzarse por no morir —mira su terrario con arañas que tiene en su escritorio. 

—Queremos ser libres —dice mi hermano con seriedad. 

La mujer empieza a reírse, se cubre la boca con una mano. 

—Bueno, en cierto modo lo van a lograr —recarga su mentón en su palma—. Pero antes deben hacer un último examen —nos mira de reojo. 

—Somos pésimos estudiantes, no hay necesidad de gastar en tinta y hojas —le digo seria, me sostengo el brazo, este lugar me da escalofríos. 

—Son las reglas —abre el terrario y mete su mano—. Una última oportunidad para reconsiderar el paraíso en el que están —lentamente la araña empieza a subir por su brazo y la mujer se retuerce de fascinación al sentirla en su piel. 

—No pedimos venir a este lugar —mi hermano le dice mirando fijamente al animal. 

—Es parte de la vida —dice en voz baja—ocurren cosas fuera de nuestro control y sólo queda enfrentarlas —levanta la mirada y me ve—, huir no resuelve nada y puede que todo empeore —sonríe—. Dentro de poco entenderán a que me refiero —toma a la araña y la guarda—. La prefecta los llevará a sus cuartos —nos da unas tarjetas—. Prepárense, mañana será difícil —nos da la espalda con su silla. 

Nos levantamos al escuchar la puerta abrirse y vemos a la mujer indicándonos que salgamos. 

Subimos a un auto y salimos del territorio de la residencia hasta llegar a una casa algo deteriorada de cinco pisos pero muy grande. Las paredes tienen pintura desprendida, las ventanas tienen los vidrios rotos. Parece algo terrorífica, en el transcurso del camino no identifiqué ninguna otra casa cerca y hay unas cercas con perros babeantes que cuidan los límites. 

—Las tarjetas les permitirán entrar a sus cuartos —la mujer quita los seguros y nos mira por el retrovisor. 

Caminamos hasta estar en la entrada y la puerta es abierta por el guardia que conocimos cuando llegamos a la residencia. 

—Seré breve, no hay agua ni comida —cierra con llave—. Pero eso no les debe importar, después de todo prefirieron esto a esforzarse en sus estudios —nos señala unas escaleras—. En el segundo piso están sus habitaciones. 

Mi hermano me toma de la muñeca y subimos. Hay varios cuartos, pero las puertas están destrozadas, no hay necesidad de usar la tarjeta. Miro a Alán, él entiende que no quiero estar sola y me indica que entre en su habitación. El lugar no cuenta con cama, el piso está partido, las cortinas descoloridas. 

Voy al baño y por lo menos hay agua, aunque todo está oxidado. El espejo está roto, hay partes filosas que quieren desprenderse de la base, la imagen que muestra no es completa, pero si es correcta: muestra a una chica en un lugar descuidado, con un futuro incierto y miedosa. 

Afuera escuchamos a los perros ladrar y parece que se pelean entre ellos. No me gustan los perros agresivos y menos las rejas que los contienen, parecen que se pueden caer y los dejarían estar en el patio sin dificultad, puede que puedan entrar por las ventanas rotas y atacarnos.

—No me gusta este lugar —dice mi hermano algo tenso. 

—Solo quieren debilitarnos para que queramos volver a la residencia —le digo sin ganas.

—No lo sé —se sienta y recarga en la pared—, las palabras de la mujer y el lugar me ponen nervioso —se pasa la mano por la cara—. No sé si hicimos lo correcto al confiaren Lorena. 

—Tranquilo, ¿qué es lo peor que podría pasar? —me siento a su lado y palmeo su mano.

Trato de concentrarme en que esto es solo un truco para hacernos regresar, pero no caeré, estamos cerca, después de reprobar este examen seremos libres.

Un crujir nos hace mirar la pared detrás de nosotros, sentimos que se mueve lentamente, así que nos levantamos y notamos que empieza a partirse revelando un espacio hueco. Parpadeo para confirmar que pasa y me acerco a mirar. Por dentro hay algunos mecanismos oxidados y parece haber un pasillo angosto. Mi hermano me aparta y entra de lado, quita las telarañas y empieza a adentrarse en ese pequeño pasillo. 

—Sal de ahí —le digo al ver que el mecanismo empieza a funcionar lentamente.

—Solo quiero ver que hay —me dice.

—¡Sal! —me estiro para alcanzarlo y jalarlo.

Regresa de mala gana. Una vez que sale la pared vuelve a moverse, haciendo que el pasillo sea imposible de andar, apenas deja lugar para los aparatos. Nos miramos confundidos, ¿qué pasa en este lugar?

—Hola —una voz nos hace brincar—. Soy Oscar —entra con paso lento un chico como de 24 años con el cabello castaño largo—, bienvenidos a su última noche con vida. 

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El final se aproxima, ¿realmente huir les saldrá caro a Zoé y a su hermano?

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