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Firmas

El dolor desaparece poco a poco, permitiéndome enfocarme en lo que pasa a mi alrededor. Muevo los brazos, pongo los codos en el piso y me preparo para sentarme. Los gritos pararon de forma repentina, detecto expresiones de admiración sin apartar la atención de la pelea.

—No te muevas —una chica pelirroja de uniforme azul como el rubio, con esos horrendos lentes de contacto pero rojos me vuelve a colocar en el piso, me mira preocupada—. Ponlo donde te duela —me da un pañuelo con hielos en su interior, lo sujeto en mi cabeza y el frío me provoca un escalofrío.

—Quiero ver —me esfuerzo por sentarme y esta vez la chica me ayuda designada.

Trato de distinguir a mi hermano, pero solo veo la espalda del chico de saco azul golpeando sin parar a mi hermano. Ni logro ver si Alán trata de defenderse, mi vista empieza a volverse borrosa, empiezo a respirar por la boca para tratar de tranquilizarme y poder hacer algo, ¿pero que puedo hacer?, ese tipo me dejó en el piso sin problema. Vuelvo a sujetar mi cabeza con ansiedad, mi imaginación empieza a mostrarme a mi hermano sin probabilidades de sobrevivir.

—Estoy aquí —Alán dice con voz ronca y toma mi mano con fuerza—. Mírame.

Se sienta a mi lado y el alivio de verlo me permite retomar la respiración por la nariz y poco a poco puedo ver con claridad. Parte de la ropa de Alán está rasgada y las manchas de sangre decoran la ropa clara. Su ojo está hinchado, el labio inferior lo tiene partido, su nariz sangra poco.

—Alán —digo entre sollozos y lo abrazo.

Su aspecto actual me duele, se ve agotado, recibió todo ese daño solo por defender a otro, porque aquí parece que cada uno debe cuidarse solo.

El sonido de un cuerpo azotando a nuestro lado me hace ver que sucede.

—Pide disculpas —una voz de autoridad llama mi atención—. ¿Qué esperas? —suena fastidiado.

Veo como un chico de ojos azules oscuros y cabello negro sujeta por el cuello al rubio hincado a nuestro lado. El sujeto tiene un rostro de pocos amigos, tiene los labios fruncidos y mira al piso, también tiene sangre visible en su camisa blanca.

—Que sean tus futuros trabajadores no los mantendrá a salvo —escupe sangre que por poco cae en mi rodilla—. En especial la chica —levanta el rostro y me mira de forma peligrosa—, la tendré.

El chico no lo dejó continuar con sus tonta palabras, lo toma del cabello y el pelinegro se acerca a su rostro. Con una energía amenazante que a mí me asusta.

—Te atreves a tocarlos de nuevo y verás de que soy capaz —le dice con una intensa mirada fría.

—Eso suena interesante —responde retándolo con la mirada brillante, parece que su amenaza le parece más un chiste, distorsiona el rostro cuando el agarre aumenta.

—¡Alejandro! —la pelirroja toma al chico por los hombros—. Solo quiere que pierdas el control —le soba el hombro—. Es mejor llevar a Zoé y Alán a la enfermería.

No necesitó más palabras para dejar al rubio y enfocarse en nosotros.

—¿Puedes caminar? —inspecciona con la mirada a mi hermano con el rostro serio.

—Sí —mi hermano responde extrañado por su pregunta.

—¿Y tú? —su mirada y rostro se transforman al verme, hasta su voz me pareció relajada y me quedé analizando sus ojos que parecen cálidos—. Supongo que no —dice y sonríe con ternura.

Sin previo aviso me levanta en sus brazos y al sentirme lejos del piso por reflejo rodeo su cuello con fuerza. Su sonrisa se ensancha más y empieza a caminar. Miro por su hombro a mi hermano que está con una ceja levantada y con la boca abierta, la pelirroja lo ayuda a levantarse.

Conforme avanza el pelinegro noto como los demás nos miran con un rostro similar al de Alán. Sin embargo, el rubio no parece sorprendido, es más me guiña un ojo y su mirada intensa me hace sentir inquietud.

—Estarás segura de ahora en adelante —me dice cerca del oído con un tono profundo y la sensación que recorre en mi cuerpo es parecida a la que me produce el rubio.

—¿A dónde vamos? —alejo mi rostro y cambio el tema.

—La enfermería.

Me enfoco en mirar hacia adelante, aunque las ojos curiosos me hacen sentir incomoda. Creo que el chico lo sabe, empieza acelerar el paso, entra en el edificio y camina por el pasillo hasta la enfermería. Dentro veo a la anciana atendiendo a Marcelo con la ropa repleta de manchas.

—Linda, que alivio que te encuentres bien —me dice con una agradable sonrisa.

Cristina también está aquí, sostiene una bolsa de hielos en la ceja de Marcelo y al verme su rostro se relaja, me da una sonrisa pero al ver al chico que me trae aparta la mirada, vuelve a concentrarse en su amigo.

El chico me deja en la camilla y corre la cortina para que no me vean mis compañeros. Parece un poco molesto. Se apresura a buscar cosas en la mesita, toma un estetoscopio y se acerca a mí, coloca la campana sobre mi pecho, cierra los ojos y yo me sorprendo del silencio que nos rodea.

—Lindo sonido —dice con alivio—, lup, lup —abre sus ojos, la paz que reflejan sus ojos es contagiosa—. Ahora cierra los ojos y respira profundo.

Le hago caso, me concentro para empezar a respirar con lentitud y dejar salir el aire poco a poco. Repito varias veces hasta que recuerdo donde me encuentro. Levanto los parpados y me inclino hacia atrás al notar que el rostro del chico está demasiado cerca, con sus ojos fijos en mis labios. Al verse descubierto no se aleja, acaricia mi mejilla y sigue sonriendo. Mi corazón se acelera, está situación dos veces seguidas es demasiado para mí. Una lágrima cae y él la atrapa con su pulgar.

—Traje las mochilas —mi hermano corre la cortina—. ¿Qué hace? —lo aparta de mí.

—Sólo revisaba su mejilla—el pelinegro retrocede sin poner resistencia y levanta las manos en el aire.

—¿Te hizo algo? —Alán se inclina frente a mí y lo abrazo.

—Gracias —le digo entre sollozos.

Siento quiere ir a enfrentarlo, pero mi agarre lo hace desistir y empieza a consolarme con palmaditas en la espalda.

—¿Qué sucede? —la chica pelirroja llega con la caja rota y el broche de rosa.

Me queda mirando y luego se gira a ver al chico con furia. Deja las cosas en la mesa, toma al sujeto del brazo, lo saca del lugar. Cierra la puerta con violencia, escuché como el vidrio retumbó.

—Lo siento, me tardé en encontrar a sus jefes —dice Marcelo con pesar.

—¿Qué te pasó a ti? —cuestiona mi hermano sorprendido.

—Fui a pedir ayuda con un profesor pero me dijo que no era su problema, así que entré a la zona de los azules gritando el nombre que leí en la tarjeta y se molestaron así que me empezaron a golpear —se rasca la cabeza—. Lo bueno es que el alboroto llamó la atención de todos y Alejandro detuvo las agresiones.

—Que detestable lugar —dice Alán entre dientes.

—Lo siento —la pelirroja pone el broche en mi cabello—. Tuvimos que asistir a un discurso y por eso no estuvimos cuando sus clases terminaron —toma mi mano—. Pero ahora ya todos saben que están bajo nuestra protección, nadie les hará daño.

—Pues ese rubio no retrocedió al verlos —Alán, molesto arremete contra sus palabras.

—El sabía que no los habíamos visto, así que como no han firmado el contrato no tendrá consecuencias que afrontar.

—¿De qué contrato habla? —le digo con voz baja.

—Que torpe —se pega con su palma en la frente y mira nuestras mochilas, busca algo—. Aquí explican todo —nos da unos folletos, me aparto de mi hermano para verlos—. Yo soy Ana Blanco, Zoé, serás mi secretaría de confianza cuando termines la carrera —me extiende un papel—. Este contrato me compromete a cuidar de ti mientras estés en la residencia, así no te molestarán.

Tomo el papel, menciona el puesto que tendré y la cantidad de dinero, ver estos ceros me hacen sospechar del negocio, no había escuchado que alguien ganara tanto. También dice que todos los días debo reunirme con ella para adaptarme y conocernos. En cuanto a seguridad, asegura que cualquier ataque que reciba ella se encargará de mi bienestar emocional y físico, lo que me alarma, ¿hasta que punto puede protegernos?.

—Entonces, ¿el Alejandro que menciona mi contrato es el sujeto que está afuera? —dice mi hermano mordiendo el lapicero.

—Sí, es él.

—¿No puedo cambiar de jefe? —empieza a golpear la mesa con el lapicero mientras piensa.

—No, son asignados desde antes de entrar en la residencia —le responde con sonrisas amables.

—Dice que si pierde el control pagará mi recuperación —la mira serio.

—No lo perderá contigo, no le conviene —dice mientras enreda un mechón de su cabello en su dedo.

—¿Por qué no? —no aparta la mirada de ella—. ¿Qué podría perder él que yo le pueda brindar?

—Bueno —me mira brevemente y luego se enfoca en la puerta—. Con el tiempo lo sabrás —lo ve y noto que se sonroja, así que baja la mirada.

—Espero no sea lo que estoy pensando —su mirada fría hace que la chica se quede sin habla.

—¿Qué pasa si no firmamos en este momento? —interrumpo su pelea de miradas.

—No te recomiendo eso —dice Cristina desde el lado de Marcelo—. Podrían aprovechar tu falta de protección y hacerte daño sin que reciban un castigo.

—¿Cuál es el castigo que pueden recibir? —mi hermano no cree que algo pueda dolerles.

—Tener que dar dinero en efectivo, reducir sus acciones, quitarles propiedades en ubicaciones estratégicas y dar a conocer alguna noticia que los exponga para darles mala fama —Marcelo se une a la conversación.

—Claro, debí imaginar que sólo el dinero les importa —dice molesto mi hermano—. Marcelo, ¿dónde está tu jefe?

—De viaje, pero ya le avisaron, los que se divirtieron han de estar golpeándose la cabeza —dice sonriendo.

—Entiendo, es vender mis habilidades laborales a ese sujeto o ser un blanco fácil —vuelve a morder el lapicero—. Está bien —empieza a firmar todas las hojas.

—Perfecto, ahora tú —la pelirroja me da un lapicero.

No hay otra opción, parece que de esa forma podremos estar más tranquilos. Lo único que debo hacer es estudiar, pasar todas las materias y reunirme con esta chica todos los días. En realidad no se ve desagradable, no nos ha mirado con superioridad ni hablado con desprecio. Así que empiezo a firmar hasta la última hoja.

—Sólo falta tu firma —le entrego el contrato.

—Okay —toma el lapicero y hace su firma.

—¿A ver? —mi hermano le arrebata el contrato tras firmar.

—Alán, no seas grosero, devuélvelo —le digo sorprendida.

—Su firma es interesante —acerca más el papel a su rostro—. ¿Desde cuando la decidiste hacer así? —su rostro se endurece cada segundo más.

—Uff —la chica pone su mentón sobre su mano—. Desde los tres años la empecé hacer y la perfeccioné con el tiempo —dice orgullosa de su logro.

—¿Tan joven?, yo empecé a pensar en una a mis catorce años y hasta el mes pasado me decidí —le cuento recordando mis garabatos, a veces me encantaba una firma pero olvidaba como rehacerla y tenía que hacer otra.

—Sí, desde pequeña mis padres me enseñaron sobre hacer tratos y firmarlos, así que cualquier compromiso lo firmaba —dice entre risas de alegría.

—¿Cuántos años tienes? —Alán pregunta serio, no entiendo porque tiene esa reacción ante una firma.

—Alán, no se pregunta eso —le regaño apenada.

—Está bien, no te preocupes —lo mira, ese sonrojo incrementa—. Diecisiete años.

Alán abre los ojos con sorpresa, traga en seco y vuelve a ver la firma. Deja salir un suspiro y se aclara la garganta.

—Entonces no puedes protegerla —mi hermano le regresa el contrato—. Eres sólo una niña, tu firma no vale en este lugar —dice con dureza—. Tus buenas intenciones no le brindarán a mi hermana estar a salvo de nadie —la mira con frialdad—. Y creo que está en la mira de alguien poderoso —su tono se vuelve desagradable—. ¿Me equivoco?

La chica no dice nada, sólo mira con ojos temblorosos a mi hermano.

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