Espera
Alejandro
Ahora mismo me encuentro sentado ante el director que me habla con furia, puedo ver como su ceño fruncido y sus labios se mueven, hasta se ha levantado de su lugar para tratar de verse con poder. No le presto total atención, su voz es solo un ruido molesto. Creo que ha mencionado algo sobre una sanción económica y donarles una propiedad por golpear a Marcos, en fin, no me importa, ya le regalé la casa de mi madre a cambio de que detuviera la bienvenida de Zoé y su hermano, cualquier otra cosa ya no me lastima.
Espero que con lo de hoy Zoé pase por alto que no pude ayudarlos ayer. Su recibimiento fue horrible, sé que fue Lorena quien planeó todo, es la única con tanto poder como para intimidar a los demás. No creí que fuera capaz de eso, bueno, si lo pienso bien no debería sorprenderme, desde niña ha mostrado ese lado monstruoso de jugar con las debilidades de los demás.
—Puede irse —se sienta mientras se soba las sienes.
—Gracias —digo entre dientes.
—Si de verdad la quieres prepárate a perderlo todo —me dice antes de que abra la puerta.
—Al contrario, con ella lo tendré todo —volteo y le sonrío.
El hombre me mira con desacuerdo y vuelve a prestar atención a los papeles que tiene en su escritorio. Hace años lo veía con admiración por su desempeño empresarial y sobre todo creía que era el mejor padre que uno pudiera desear, pero después me di cuenta de que era un hombre más que compensaba su falta de interés en la familia con regalos a manos llenas y cumpliendo caprichos sin parar.
—¿Cómo te fue? —esa voz como me fastidia—. ¿Papá fue muy duro?, hablaré con él si es necesario —Lorena aparece al lado de la puerta y trata de seguirme el paso.
—Has hecho suficiente —la esquivo y sigo caminando.
—Alejandro —se aferra a mi brazo y me detengo—. Escuché que donaste la casa de tu mami —dice en voz baja—. ¿Por qué? —su voz chillona suena confundida—, ¿son ellos tan importantes para ti como para dejar cosas tan valiosas?
—Nada es más importante que ellos —me libero de su agarre.
—No te entiendo —se para frente a mí—. Son mentalmente débiles, no soportaron una simple bromita —dice sin ningún rastro de arrepentimiento—. No son dignos de ti —extiende su mano para tratar de llegar a mi corbata.
—No te metas con ellos —sujeto su muñeca y la aparto—. No creas que por ser la hija del director puedes hacer lo que quieras —la miro con frialdad.
—Te equivocas —deja salir unas risitas—. Puedo hacer todo lo que quiera —me sonríe con arrogancia y pasa a mi lado dándome una palmada en el hombro—. Adiós, querido —escucho como se aleja por medio del eco de sus zapatos.
Sigo caminando, quiero ir a cambiarme, tener manchas de sangre en la ropa me ponen nervioso y me asquea que sea de ese idiota. Pensar en como Marcos miró a Zoé me inquieta, tendré que estar al pendiente, me pegaré a ellos con la justificación de ayudarlos a estudiar. No quiero que tengan malas notas y no es por el dinero que tendría que pagar por ello, sólo deseo que no se preocupen por ello, que nos llevemos bien y poder compensar algunas cosas.
Llego a mi dormitorio y me quito el uniforme, pero verlo en el piso no me agrada, hace que me sienta sucio, así que me quito todo y lo arrojo a una bolsa negra, la amarro y la tiro en la basura, no quiero tener que usar ropa que estuvo ensangrentada, me trae malos recuerdos. Empiezo a frotarme la cara con mis manos para recordarme que no murió nadie, sólo fue para darle una lección a Marcos. No creí que lo hiriera de esa forma, pero por la situación de ver que Zoé y Alán estaban siendo lastimados por Marcos perdí el control, olvidé por un momento el repulso que me causa esa cosa roja. De solo recordar me dan nauseas, me sostengo de la pared, noto como mis extremidades empiezan a temblar.
—Zoé está bien, Zoé está bien —cierro los ojos y repito de forma que me pueda escuchar—. La viste hoy, la llevaste en brazos, la verás mañana —poco a poco mis músculos se relajan—. Estará a tu lado —su sonrisa aparece en mi mente.
El recuerdo de cómo me miraba con sus ojos llenos de chispa hace que mi conciencia deje de molestarme lo suficiente como para volver a la realidad. Tengo mucho trabajo por hacer, quiero que confíe en mí, que hablemos todos los días y que tome mi mano como lo hacía cuando tenía miedo. Quiero verla feliz, quiero darle todo lo que tengo y que despertemos juntos para ver los colores anaranjados de un hermoso amanecer tras expresarnos amor. He esperado años por tenerla cerca.
—¡Alejandro! —abro los ojos de golpe, veo a Ana cubrirse los ojos—. ¡Esa horrible imagen estará en mi mente! —se sonroja.
—Lo siento —me cubro rápido con una toalla—. ¿Qué haces aquí?
—Alisté la tina para que te bañes, supuse que te querrías duchar por la sangre de Marcos —camina guiándose con la pared.
—Ya puedes mirar —le digo apenado.
—Eres un tonto —me arroja la ropa que traía en su brazo—. ¿Es Zoé la razón por tu sonrisa? —sus ojos curiosos esperan mi respuesta.
—Así es, ¿no te pareció lo más divino que has visto?
—Ha decir verdad —baja la mirada y se va a la ventana—. Los ojos de ambos están apagados, con miedo —lo dice triste—, sus pieles pálidas, los labios secos y agrietados —suspira—, en especial los de ella.
Tiene razón, los labios de Zoé se veían sin brillo, algunas fisuras los adornaban y tenía piel seca levantada. No sé si se los muerde frecuentemente.
—¿Crees que te perdone? —me mira con preocupación.
—Debo primero ganarme su corazón y después decirle como fueron las cosas —digo con la voz apagada.
—¿No sería mejor lo más antes posible? —su mirada me ruega que la escuche.
—No puedo, no estoy listo —huyo y me voy directo al baño.
Me sumerjo en el agua, trato de no pensar en la apariencia de Zoé, pero Ana tiene razón, el aspecto de ambos se ve decaído, sus ojos no tenían brillo. Sé que perder a sus padres siendo tan pequeños les debió afectar, pero todo el dinero que mi madre me dejó lo invertí en mantenerlos seguros estos años, no debió faltarles nada y el orfanato que elegí era de buen renombre: jardines con juegos, canchas de deportes y el personal capacitado.
Sé que debo confesarles la razón por la que sus padres murieron, pero antes quiero compensarlos para que no vean tan terrible ... pero viéndolo desde donde sea el impacto no será nada fácil de manejar. Recuerdo al señor Joaquín con sus cabellos grises y la sonrisa grande, siempre tan atento con sus hijos, jugaba con Zoé a tomar el té en el pequeño jardín y apoyaba en casa sin queja.
Lamento tanto haberlos elegido, seguro su padre estaría vivo, les hubiese dado ese cariño tan cálido que se reflejaba en los rostros, sin mencionar que no hubieran vivido ese suceso sangriento que fue noticia nacional por el nivel de crueldad. Empiezo a golpear el agua con los puños mientras trato de contener este dolor en el pecho al recordar como ocurrió todo, pero es difícil.
El sonido de los disparos, los gritos de Zoé pidiéndole a su madre que abriera los ojos y el llanto desgarrador de Alán mientras trataba de levantar a su padre. Sus rostros asustados y como temblaban al notar la sangre de sus padres en sus ropas... son cosas que no me dejan de torturar.
—¡Alejandro! —Ana entra y se apresura a tomar mis manos para que pare de golpearme el pecho—. Lo siento —dice con los ojos llorosos—. No debí recordarte ese día —su voz se corta más—. Te conozco bien —acaricia mi mejilla—, sé que si hubiéramos sabido que implicaba nunca los hubiéramos seleccionado.
—No quiero que me odie —digo entre sollozos.
Ana llora conmigo, se acerca y me apoyo en su hombro. Me siento culpable de que ella también se sienta responsable del asesinato, yo la convencí de elegir a Zoé y hasta planeábamos en nuestros ratos libres la forma en que llegaría al corazón de mi preciosa chica. Veíamos películas románticas para aprender de ellas, hacíamos apuntes en nuestros cuadernos y ella recortaba vestidos de novia que encontraba en revistas.
Me repitieron que no podría ser ya que tenían padres y yo hasta les dije que cuanto dinero requerían para solucionar eso, no en el sentido de que se deshicieran de los adultos, sólo quería que lo pasaran por alto. Cuando me di cuenta de la solución que encontraron fue tarde, fue en ese preciso día, en ese lugar bajo el puente donde apagaron esas dos vidas a cambio de cumplir con mi petición. Llamar a una ambulancia no ayudó a regresar el tiempo, sólo a rescatar a esos dos niños paralizados por lo que vivieron.
Mi llamada perjudicó un poco, los policías encontraron cosas que no debían como los lentes de contacto, el maquillaje y algunas muestras de ropa rasgada de los asesinos. Mi padre tuvo que pagar para que no salieran más cosas a la luz y se molestó conmigo, desde entonces no he hablado con él, sólo me manda correos.
Para ser sincero los asesinos exageraron, pero creo fue el resultado del gas que inhalaron antes de empezar con el asesinato. La vestimenta era exagerada, nunca entendí el motivo.
—¡Alejandroooo! —gritan y golpean a mi puerta con furia.
—Iré a ver —Ana se seca las lágrimas y se apresura.
Miro al techo y respiro profundo. No puedo cambiar nada del pasado, solo puedo enfocarme en el futuro, en darle a Zoé y su hermano lo necesario para que sigan superándose y apoyarlos.
—¿Estás cómodo? —esos ojos grises parecen querer ahorcarme, así que cierro los ojos—. ¡Qué poca vergüenza! —me dice con la mandíbula tensa—. Te encargaste de arruinarles la vida a esos niños y los dejas en las manos de Marcos.
Me levanto rápido y me seco mientras voy al ropero por otro uniforme. ¡Maldición!, bajé demasiado la guardia, les permití acercarse a ellos, no sé qué quieran hacerles, pero pensar en la mirada de deseo de Marcos me hace enloquecer.
—¿No piensas hacerte responsable? —me empuja mientras me visto—. Creí que la historia del Alejandro enamorado era cierta, pero ahora creo que es mentira —me sigue recriminando con las venas exaltadas.
—¿Dónde están? —lo hago a un lado y voy a una caja fuerte.
—¡Sólo vi que se los llevaron!, sus amigos no dejaban seguirlos —dice con los puños.
—Revisaré las cámaras y te aviso —Ana sale corriendo del cuarto.
—Toma —le digo mientras tiemblan mis manos.
—¿Estás loco? —me mira con seriedad mientras ve el objeto en sus manos.
—Me sorprende que lo preguntes.
Salgo del cuarto corriendo y llamo al elevador. Pero ante su tardanza la desesperación me gana, empiezo a buscar las escaleras y bajar lo más rápido que puedo. Sólo escucho a mi corazón latir con miedo, el aire no me es suficiente, pero eso no me detiene. Empujo la puerta y salgo al pacífico exterior.
Tomo el celular que vibra en mi pantalón y veo los mensajes de Ana. Veo la ubicación y empiezo a correr. El chico me sigue un poco atrás, no tengo tiempo de detenerme a explicar nada.
El calor que corre por mi cuerpo me motiva a no detenerme a respirar correctamente, sólo pienso en ella, no quiero que Marcos le ponga sus asquerosas manos encima y por donde están temo lo peor.
¡Dios!, sé que me equivoqué, pero ya no quiero que sufran por mi culpa, ¡están aquí por mí!
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