Él no me importa
Zoé
El rubio le acerca una silla a la chica que ha dejado de llorar, ella se sienta y me mira.
—Déjenos ir —le digo al notar sus ojos envueltos en un odio incomprensible para mí—, sácanos de este lugar y desapareceremos —le digo tratando de que mi voz no se rompa tanto—, a mí ni me importa tu Alejandro.
—Que lindo suena eso —aplaude—. Qué bueno que aceptas que es mío —se ve animada—. Pero debo hacer algo más para mantenerte lejos de él —se levanta y empieza a caminar de un lado al otro—, convencerlo de que no eres tan linda e inocente como cree —una sonrisa retorcida aparece—. Marcos, ¿te gustaría que esta chica te haga compañía esta noche?
—Por supuesto —me mira y se relame los labios.
Lo miro con miedo, lo veo buscar algo entre las botellas de los estantes, al encontrar una la inclina y humedece un trapo. Me levanto para tratar de correr, pero azoto al no ver que la chica había puesto un cable para hacerme caer. La chica se acerca y me sujeta contra el piso.
—Tranquila, te hará sentir en las nubes —empieza a reírse y sigue sometiéndome con fuerza.
El rubio se sienta a mi lado y acaricia mi mejilla, yo trato de alejar mi rostro, pero no puedo. Ante mi lucha la chica se sienta sobre mí, respirar se vuelve cansado, sólo puedo llorar.
—Es poca, despertarás cuando tu cuerpo disfrute lo que hago.
Cierro los ojos y lo primero que veo en mi mente es a ese Alejandro, sus ojos azules que reflejaban cariño me daban una sensación extraña de miedo ... ahora lo entiendo. Sólo puedo odiarlo, por su culpa estamos aquí en las manos de estos locos, ni siquiera sé que le harán a mi hermano cuando pierda la conciencia.
Crash.
Abro los ojos y veo al rubio tambaleándose, sosteniéndose la cabeza, en el piso hay pedazos de madera astillosos.
—¡Aléjate de ella! —mi hermano grita tan fuerte que parece que su garganta se desgarrará.
Lo empieza a empujar y entonces entran varios chicos de ese horrible azul y con lentes de contacto rojos. Someten a mi hermano y empiezan a turnarse para golpearlo.
—¡Alán! —grito entre lágrimas.
Son cuatro tipos, no puede contra ellos, pero intenta dar patadas y cabezazos. El rubio se equilibra y dirige su mirada a mi hermano, se acerca a él y le da un puñetazo en la cara, se aleja y cierra sus manos en puños.
—Son unos malditos monstruos —mi hermano dice mirando fijamente al rubio.
—Niño, la verdadera bestia es Alejandro que los condenó a estar aquí —empieza a reírse—. Deberé agradecerle, por él tendré un saco de boxeo y a una linda acompañante de cama.
—¡Cállate! —mi hermano patea una lata de pintura vacía.
El rubio no la esquiva y el filo de la tapa le rasga en la mejilla, un camino de sangre se desliza por su piel. El sujeto se limpia con su brazo y mira a mi hermano fijamente.
—Sujétenlo bien —dice con frialdad.
Los sujetos lo obligan a ponerse de rodillas, le toman del cabello para enderezar su rostro para que vea al rubio. Alán no parece asustado, le sostiene la mirada.
Mi corazón se rompe, el aire parece ya no ser necesario, no sé si estoy respirando, sólo estoy concentrada en Alán, en cómo está de nuevo ensangrentado por un tipo tan desagradable.
—Ya llegará tu turno —dice la chica mientras sigo intentando quitármela de encima.
—Deja de mirarme —me dice Alán—, es mejor si cierras los ojos —dice serio.
No puedo obedecer, mis parpados no responden a mi orden, sólo puedo sentir como mi cuerpo tiembla ante la impotencia. ¡Es sólo un niño!, mientras que esos sujetos son mayores de dieciocho años y tienen sus cuerpos fornidos.
El rubio golpea a mi hermano sin compasión, mi hermano no quiere darle el gusto de verlo por vencido, entre los sonidos de dolor que reprime deja salir algunas risas, claro que eso solo hace enojar más al sujeto.
Trato de pensar en la forma de ayudarlo, pero mientras esta chica siga sobre mí no puedo hacer nada. Sólo tengo la boca para hablar, pedir piedad no servirá, pero tal vez otra cosa sí.
—¡Déjalo ya! —le grito con desesperación, pero no me hace caso—. Sí lo dejas me entregaré a ti sin resistencia.
El rubio se detiene antes de darle otro golpe a mi hermano y voltea a verme.
—No lo hagas —Alán, me dice con la voz rasposa y la mirada aterrorizada.
—No hay otra salida —digo con miedo.
—Está bien —el rubio le hace señas a la chica.
Me da la mano para ayudarme a levantarme y me hace retroceder hasta que toco la pared, pone sus manos alrededor de mis mejillas y sus ojos llenos de deseo se fijan en mis labios. Se acerca y siento su aliento, la piel se me pone de gallina y cierro los ojos como si así pudiera evitar lo que está por pasar.
—¡Zoé! —mi hermano me llama desde lo más profundo de su ser.
Logro escuchar como empiezan a golpearlo para silenciarlo, pero él sigue gritando, su garganta se esfuerza por expresar el dolor y la angustia, pide socorro, algo que nadie nos brindará.
¡Bang!, ¡bang!
El sonido de unas balas distrae a todos y tras ello la puerta se abre con violencia.
—¡Suéltala! —la voz profunda y resonante se hace presente desde la oscuridad.
—No lo haré —el rubio pasa su dedo por mi labio y se lo lleva a su labio
¡Bang!
—¡Ahhhhhh! —grita al ver sangre de su dedo.
Yo me asombro, la bala pasó rosando su dedo, por poco pudo haberle dado en el rostro. Me quedo inmóvil, pero siento como me quitan de enfrente.
—Te advertí —Alejandro se acerca a él con una expresión fría y tensa.
—Tiene una piel muy áspera —el rubio le dice sin miedo y Alejandro lo va encarcelando contra una esquina—. Hasta sus labios raspan —sonríe de forma maliciosa.
—¿Estás herida? —Marcelo se para frente a mí y me mira rápidamente el rostro.
Los quejidos de dolor me llaman la atención y miro a Alejandro golpeando de forma constante al rubio. Los otros chicos sueltan a mi hermano y se apresuran a apoyarlo.
Yo me voy a ver a mi hermano que está tirado en el piso. Marcelo lo ayuda a sentarlo en una silla y sonríe aliviado. Vuelvo a mirar al pelinegro que ha dejado en el piso a los demás chicos y sigue golpeando al rubio.
—¿Estás loco? —le dice el rubio mientras Alejandro recupera el aire.
—Comprobémoslo —le dice con una voz extraña.
El rubio ya tiene sangre en la ropa y el rostro todo enrojecido, los moretones se vuelven más visibles, parece que ya no tiene fuerzas para defenderse, parece un muñeco de práctica.
—¡Maldición! —Marcelo se alborota el cabello.
—¡Suéltalo! —dice la chica entre lágrimas, se muerde las uñas mientras ve la golpiza.
Marcelo saca un arma y apunta con nerviosismo hacia ellos.
¡Bang!
La bala le roza la espalda, Alejandro pasa su mano por la herida y observa la sangre. Suelta al rubio y se levanta rápido, camina con unos ojos feroces en dirección de Marcelo. Sus manos se ven temblorosas.
Mientras la chica aprovecha y va a ver al chico rubio.
—¡Hey!, no soy tu enemigo, sólo que estás perdiendo el control —Marcelo suelta el arma y levanta las manos al aire.
Alejandro lo sujeta del cuello de la camisa y lo levanta, sus ojos centellantes y la vibra que libera me hacen tenerle miedo.
—Alejandro —lo tomo del brazo—. Por favor, no le hagas nada —se gira y sus ojos chocan con los míos, se ven oscuros y profundos así que aparto la mirada—. Por favor, lleva a mi hermano a la enfermería —le suplico.
—Gracias —dice Marcelo con la voz asustada.
Alejandro mira a mi hermano y se apresura a cargarlo en sus brazos. Sin decir nada sale caminando rápido. Yo trato de seguirle el paso, pero mis piernas temblorosas no me permiten mucho. Marcelo me mira y se inclina frente a mí para que suba a su espalda, es algo vergonzoso, pero no tengo de otra.
Llegamos hasta la zona azul y Alejandro no se dirige a la enfermería de mi zona. Entramos a un edificio azul, al final del pasillo hay un elevador, Alejandro ya lo ha llamado y nos espera. Cuando entramos la musiquita es el único sonido que nos envuelve en la incomodidad. Me asomo por la cabeza de Marcelo y miro a hermano se ha quedado dormido, su rostro muestra dolor. Subo la mirada, los ojos de Alejandro están fijos en mí, su mandíbula se ve tensa.
—Yo —dice con la voz temblorosa.
—Tienes la culpa —le digo molesta.
Podría decir que los ojos de Alejandro temblaron al escucharme y aparta su rostro de mi vista, se enfoca en frente. Las puertas se abren antes de que pudiera decir algo más. Algunos chicos se quedaron mirándonos con sorpresa, se quitaban del camino conforme avanzábamos. Noté que uno quiso decirle algo al pelinegro, pero ante su mirada mejor se alejó.
Alejandro pone la clave del cuarto y entramos. Deja a mi hermano con cuidado en la cama y Marcelo me deja cerca. Miro como el pelinegro saca una bolsa negra del basurero, la abre y empieza a desvestirse por completo, desecha las prendas y vuelve a poner la basura en su lugar. Luego se va por otra puerta y a los pocos minutos escucho el sonido del agua.
—Adelante —Ana entra, nos mira preocupada.
Ana mira todo el cuarto y se apresura a la puerta donde entró Alejandro. Tras ella varias personas vestidas de blanco entran con sus maletines y equipos médicos. Despiertan a mi hermano para revisarlo.
—¿Te duele algo? —me dice una mujer y el olor a medicinas me invade.
Esas palabras fueron las mismas que me dijo un enfermero cuando llegaron al lugar del asesinato de mis padres. Y a decir verdad me dolía demasiado todo, las cosas cambiaron tan repentinamente y ahora me encuentro en el cuarto del que causó toda nuestra desgracia. Esta vez es diferente a esa situación, mi hermano está vivo, pero si no hubiera llegado el pelinegro Alán estaría en ese cuarto sin atención y yo en la cama de ese rubio.
Abro los labios, pero no expreso nada, me llevo las manos al cuello y me sobo el pecho, las lágrimas empiezan a salir sin control y mis manos empiezan a temblar.
—¡Abran las ventanas! —dice la mujer y me toma las manos—. Estoy aquí contigo —me sonríe tan amablemente—. Toma tu tiempo para procesar las cosas.
Las lágrimas y los sollozos empiezan a invadirme, me suelto de ella y me sujeto la cabeza. Me levanto y empiezo a caminar de un lado a otro hasta que mis piernas me defraudan, caigo al piso frío y me acurruco.
—¿Es demasiado para ti? —se acuesta a mi lado.
Yo solo muevo la cabeza y golpeo con mis puños el piso.
—Te suministraré un tranquilizante —me toma el brazo y busca mi vena.
Sentí la aguja pasar mi piel y como el líquido entro. La mujer me toma entre sus brazos y coloca mi cabeza en su pecho, el sonido de su corazón es relajante, poco a poco lo escucho menos, dejo de temblar y una paz me invade.
Otro enfermero me levanta y me coloca en la cama. Veo de forma borrosa a mi hermano siendo inspeccionado y vendado. Me mira y se fuerza a sonreírme. Los parpados se vuelven pesados, pero estoy bien, ambos estamos bien.
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