Camino
Hugo sigue atento al camino, la neblina es densa y las luces apenas permiten distinguir el camino. Se ve algo nervioso, ha puesto música para distraerse.
El camino por el que vamos no me trae buenos recuerdos y ver la vegetación muerta no ayuda a sentirme cómoda. Dejo de mirar por la ventana ante los ronquidos de mi hermano, lo miro y sonrío, me alegra que este camino no lo este torturando como a mí.
Veo por el espejo como Hugo empieza a cabecear.
—¿Podríamos parar? —le muevo el hombro.
—Vamos algo retrasados —se pasa una mano por la cara.
—Es mejor que duermas, queremos llegar vivos —le digo seria.
—Lo siento —dice bostezando.
Se orilla y para el vehículo, reclina su asiento, en poco tiempo se queda dormido.
Me recargo en el hombro de mi hermano, veo como algunos autos pasan con lentitud, las luces muestran las sombras del exterior, lo que me asusta un poco. Cierro los ojos para tratar de dormir, para apagar la imaginación antes de que me empiece a torturar.
Me concentro para imaginar algo agradable, respiro lento y profundo. Veo un jardín con flores, los colores son alegres, atraen a las mariposas y a los colibríes, puedo hasta escuchar los aleteos, el viento moviendo las hojas.
—Zoé, dejen de jugar —escucho a mi madre un poco molesta—. Debemos irnos ya antes de que se haga tarde —giro y la miro junto a mi padre levantando las cosas del picnic.
—Es un día despejado, dales un poco más de tiempo —mi padre le sonríe—. Deja que los pequeños se diviertan —le toma la mano y le besa el dorso.
Camino hasta ellos, conversan resignados a dejar a sus hijos disfrutar un rato más del día tan esplendido. Me siento, quiero abrazarlos pero sé que no podré, estiro mi mano para tocar el hombro de mi madre y me detengo. Si lo hago la imagen siguiente me destrozará, los veré como la última vez.
Me alejo un poco, quiero verlos.
Están felices.
Están vivos.
—Zoé, es hora de desayunar —la voz de mi hermano me despierta.
Me siento y me estiro, noto que ya estamos en movimiento, el camino ya está despejado, de hecho el sol parece bastante agresivo hoy, todas las ventanas están abiertas y siento el aire caliente. Lo malo del auto es que no tiene aire acondicionado, así que tendremos que aguantar un rato el sentirnos en un horno.
—Ten —me dice mientras mastica una torta de milanesa.
Tomo la bolsa de plástico y empiezo a morder mi torta de atún, me encanta encontrarme con los trozos de lechuga y amo la cebolla, además la bañé en jugo de limón.
—Cierto, toma —me da unos chicles.
Mi hermano es un pequeño de 16 años, tiene los ojos café claro de mi madre y el cabello castaño oscuro de mi padre, es la combinación equilibrada de nuestros padres, me alegra tenerlo cerca.
Ha tenido la oportunidad de ser adoptado, hasta pasó algunos días con diferentes parejas pero siempre se portó mal para que lo devuelvan. Le dije que no había problema, que debía aprovechar y crecer con una familia que lo quiera mucho, que le de lo necesario, sin embargo no funcionó.
—Esto es perfecto —Hugo golpea el volante molesto.
Frente a nosotros hay una fila de autos detenidos, parece que ya llevan un buen rato, algunas personas están al lado de la carretera comiendo o moviendo las piernas.
—En un momento vuelvo —Hugo baja y azota a puerta.
Nosotros seguimos comiendo.
Los minutos pasan y Hugo no regresa, el tráfico no disminuye y el sol no cede. En si no hay árboles alrededor de la carretera, así que los rayos del sol llegan de forma directa, reflejándose en los autos y siendo absorbidos por el pavimento.
Mi hermano mira el techo mientras se abanica con una libreta, pues se ha quedado sin batería en el celular.
—Ocurrió un accidente, un tráiler venía en sentido contrario y sin frenos, los autos están muy mal y bueno, habrá que esperar Hugo sigue atento al camino, la neblina es densa y las luces apenas permiten distinguir el camino. Se ve algo nervioso, ha puesto música para distraerse.
El camino por el que vamos no me trae buenos recuerdos y ver la vegetación muerta no ayuda a sentirme cómoda. Dejo de mirar por la ventana ante los ronquidos de mi hermano, lo miro y sonrío, me alegra que este camino no lo este torturando como a mí.
Veo por el espejo como Hugo empieza a cabecear.
—¿Podríamos parar? —le muevo el hombro.
—Vamos algo retrasados —se pasa una mano por la cara.
—Es mejor que duermas, queremos llegar vivos —le digo seria.
—Lo siento —dice bostezando.
Se orilla y para el vehículo, reclina su asiento, en poco tiempo se queda dormido.
Me recargo en el hombro de mi hermano, veo como algunos autos pasan con lentitud, las luces muestran las sombras del exterior, lo que me asusta un poco. Cierro los ojos para tratar de dormir, para apagar la imaginación antes de que me empiece a torturar.
Me concentro para imaginar algo agradable, respiro lento y profundo. Veo un jardín con flores, los colores son alegres, atraen a las mariposas y a los colibríes, puedo hasta escuchar los aleteos, el viento moviendo las hojas.
—Zoé, dejen de jugar —escucho a mi madre un poco molesta—. Debemos irnos ya antes de que se haga tarde —giro y la miro junto a mi padre levantando las cosas del picnic.
—Es un día despejado, dales un poco más de tiempo —mi padre le sonríe—. Deja que los pequeños se diviertan —le toma la mano y le besa el dorso.
Camino hasta ellos, conversan resignados a dejar a sus hijos disfrutar un rato más del día tan esplendido. Me siento, quiero abrazarlos pero sé que no podré, estiro mi mano para tocar el hombro de mi madre y me detengo. Si lo hago la imagen siguiente me destrozará, los veré como la última vez.
Me alejo un poco, quiero verlos.
Están felices.
Están vivos.
—Zoé, es hora de desayunar —la voz de mi hermano me despierta.
Me siento y me estiro, noto que ya estamos en movimiento, el camino ya está despejado, de hecho el sol parece bastante agresivo hoy, todas las ventanas están abiertas.
—Ten —me dice mientras mastica una torta de milanesa.
Tomo la bolsa de plástico y empiezo a morder mi torta de atún.
—Cierto, toma —me da unos chicles.
Mi hermano es un pequeño de 16 años, tiene los ojos café claro de mi madre y el cabello castaño oscuro de mi padre, es la combinación equilibrada de nuestros padres, me alegra tenerlo cerca. Ha tenido la oportunidad de ser adoptado, hasta pasó algunos días con diferentes parejas pero siempre se portó mal para que lo devuelvan. Le dije que no había problema, que debía aprovechar y crecer con una familia que lo quiera mucho, que le de lo necesario, sin embargo no funcionó.
—Esto es perfecto —Hugo golpea el volante molesto.
Frente a nosotros hay una fila de autos detenidos, parece que ya llevan un buen rato, algunas personas están al lado de la carretera comiendo o moviendo las piernas.
—En un momento vuelvo —Hugo baja y azota a puerta.
Nosotros seguimos comiendo.
Los minutos pasan y no regresa, mi hermano mira el techo mientras se abanica con una libreta, pues se ha quedado sin batería en el celular. Yo miro el alrededor, me alegra ver menos árboles que la última vez que pasamos por aquí.
—Ocurrió un accidente, habrá que esperar —lo dice fastidiado, está su rostro completamente rojo por el sol.
Mi hermano me toma de la mano y trata de respirar con normalidad. Siento como su agarre se hace más fuerte ante los sonidos de las motos de policía que van esquivando los carros y las luces intermitentes entre azul y rojo traen recuerdos a nuestras mentes.
—No había visto tanta sangre en mi vida —pasan unos hombres—. No creo que sobrevivan algunos —van con una botella de refresco y un agua.
—Sí, es una escena horrible.
Mi hermano me suelta y trata de abrir la puerta del coche con desesperación, su respiración se vuelve muy rápida, sus pupilas están dilatadas.
Lo tomo del brazo para evitar que salga.
—¡Lárguense a hablar a otra parte! —Hugo los aleja.
—Respira conmigo —le digo con calma—, inhala y exhala despacio.
Mi hermano mira a todos lados y tiembla.
—Mírame —sostengo su rostro—, estamos bien, repítelo.
—Es... ta —le cuesta hablar.
Sigo mostrándole como respirar para que me imite.
—Escúchame —Hugo se sienta a su lado—, yo estuve ahí, esos hombres solo exageran. Nadie morirá.
Los ojos de mi hermano empiezan a humedecerse y las lágrimas corren libres por sus mejillas, su rostro empieza a mostrar más dolor, los sollozos ya no los contiene, su memoria lo ha destrozado.
Hugo no ha estado tanto con nosotros, sus palabras tienen buenas intenciones pero no sabe que esa última es especialmente dolorosa.
—Hay ambulancias, hay policías —trato de decir algo que lo tranquilice—. Es de día, el hospital está cerca y no están solos, los atenderán y se recuperarán.
Mi hermano me mira con angustia, trata de sofocar su llanto, pero su cuerpo no le obedece. Lo abrazo y le digo que estamos bien, estamos sanos, sin heridas.
—No es-ta-mos ... en ese mo-men-to —empieza a hablar con dificultad—, es-ta-mos ... bien —su llanto empieza a disminuir—, estamos juntos —lo dice con todas sus fuerzas y me abraza más fuerte—. Estamos vivos.
Sigo mostrando como respirar y poco a poco me imita, se seca las lágrimas con su manga, concentra su vista en mi para que las sirenas no lo vuelvan a derrumbar y se tapa las orejas con sus manos.
—No podremos llegar hoy, ocurrió un accidente en la carretera —Hugo habla por teléfono—. Claro, le enviaré mi ubicación —cuelga y vuelve a entrar al auto—. Lo siento —dice de forma cortante mirando a mi hermano por el retrovisor.
—Ten cuidado, si decides seguir apoyando en el orfanato debes pensar bien antes de hablar —trato de no sonar molesta.
Deja de mirarnos y vuelve a su celular tras la notificación, noto una sonrisa de alivio.
—Me enviaron una ruta —empieza a ver el mapa en su GPS—, llegaremos hoy.
Pone seguro a las puertas y enciende el auto. Mira a la izquierda y se adentra a un prado hasta llegar a un camino de piedra. La vegetación abunda, las ramas de los árboles están caídas, creo que este camino no se ocupa muy seguido. Noto que conforme avanzamos los terrenos están delimitados por rejas, hay algunas enredaderas secas en los metales, en especial las ipomeas están abiertas al percatarse de que el atardecer empieza a caer y el clima ya no es agresivo.
—Zoé —la voz de mi hermano tiembla.
Miro al frente y entiendo la razón.
Este camino es el mismo de aquel día, donde nuestros padres murieron, el que marcó nuestras vidas con recuerdos angustiosos ... donde tuvimos que escondernos para sobrevivir.
—El puente nos saluda —dice mi hermano con el rostro endurecido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro