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Bienvenida

El puente de madera se ve abandonado pero decorado con vida. Alán tiene razón, el viento mueve las flores que se enredan entre las columnas como si nos estuviera saludando con burla, como si en este lugar nunca hubiera pasado nada malo. Es comprensible, aquí hay varios campos para sembradíos y en ese día como ahora no había nadie que nos ayudara. 

—Necesito dormir un rato —Hugo frena justo debajo del puente—. Sólo unos minutos, por favor bajen un rato —quita los seguros y nos mira con tranquilidad. 

Mi hermano abre la puerta lentamente, baja y observa el alrededor con desconfianza. Yo camino hasta su lado, el lugar no está como esa vez, sin embargo la sensación de peligro nos mantiene alerta. Por mi cabeza pasan las imágenes de mis padres muriendo, sus ultimas palabras y los gritos que suplicaban piedad por nosotros. 

—Vamos —dice con tristeza y camina hasta el puente. 

La madera se ve resistente, todavía tiene atado una cinta deteriorada con las palabras: "no pasar". Alán la quita y sigue caminando, el rechinar de cada paso me pone nerviosa, solo lo veo hasta llegar al punto medio, se recarga y mira hacia abajo con pesar, dando la espalda a la dirección que debemos seguir. 

El atardecer es hermoso desde aquí, los tonos naranjas y rojos colorean todas las copas, en especial un sitio, desde aquí puedo ver el reflejo del agua del sitio donde estuvimos juntos con mis padres. 

Me pierdo en ese sitio, tal vez ... si hubiera obedecido a mi madre en dejar de jugar la noche no nos hubiera alcanzado, ni la niebla hubiera confundido a mi padre de que camino elegir y esos asaltantes no nos hubieran atacado. Seguramente estarían vivos y seríamos una familia completa.

Me dejo caer al pensar todas mis acciones pasadas que condujeron a ese final, las lágrimas caen humedeciendo las partículas  de polvo que hay en la madera. Aprieto mis manos en puños ante la impotencia de no poder cambiar nada. ¿Cómo es que estamos pasando por aquí?, el camino a nuestro nuevo hogar está siendo una tortura para nosotros. 

—No es nuestra culpa —mi hermano se sienta a mi lado—, sólo fueron acontecimientos que jugaron en contra de nuestra familia —me da un ramito de ipomeas—. Ellos se esforzaron por mantenernos vivos —me sonríe con los ojos llorosos.

El viento aumenta haciendo que las flores sean arrancadas y empiecen a volar por unos segundos hasta que la gravedad las obliga a caer al suelo. La belleza del puente disminuye por ser ferozmente atacado por las corrientes de aire que arrancan la vida. 

—¿Son ustedes los hermanos Alvarado López? —un señor vestido de guardia nos habla, causando que me asuste, ¿de dónde salió?, si no se ve ningún edificio cercano.  

—El adulto responsable de nosotros esta en el auto bajo el auto —dice Alán sin permitirme afirmar—, cualquier cosa debe hablarlo con él. 

En el pasado la noticia de los turistas asesinados hizo que muchas personas se acercaran a nosotros para preguntarnos por el tema, nuestros apellidos fueron conocidos junto con nuestros rostros. Más cuando cada ciertos años actualizaban el avance del caso y trataban de sacarnos fotos donde nos viéramos afectados. Por eso Alán es tan tajante con los extraños. 

El hombre nos tomó una foto, el flash nos cegó. Parpadeamos un par de veces para volver a ver. 

—Sí lo son —dice y guarda su celular —. Soy Diego, un guardia de la residencia juvenil —nos da la espalda y va hacia el auto de Hugo. 

Alán me ayuda a levantarme y lo seguimos. El señor toca la ventana de Hugo con impaciencia. 

—Buenas tardes —saluda Hugo limpiándose la saliva que corría por su boca. 

—Señor Hugo, vengo de la residencia —dice algo molesto—. Ante su tardanza me enviaron para ver si todo estaba bien, ya que esta zona es peligrosa de noche.

Tras sus palabras un escalofrío me recorrió el cuerpo y me acerqué más al auto. 

—Lo siento, suban chicos —Hugo habla adormilado.

Subimos rápido al auto y lo arranca. Delante va el guardia en una camioneta negra blindada. Sus palabras no me han dejado tranquila, ¿por qué es tan inseguro este lugar?, no se ve que la gente pase seguido, ¿acaso viven entre los campos esperando a algún desafortunado?

—Es mejor que dejes de ver la ventana —mi hermano me dice algo tenso.

—¿Por qué? —empiezo a tener miedo.

—No nos hace bien este lugar, los recuerdos pueden manifestarse y hacerte ver cosas —saca su libreta y empieza a hacer garabatos. 

— ¿Qué viste? —le tomo la mano.

—Un sujeto disfrazado como los que nos atacaron esa vez —sigue con la atención en la libreta. 

Ese día los asaltantes no parecían personas, usaban ropas negras de piel, diademas de cuernos, los dientes les brillaban, parecían filosos y los ojos eran como los de un reptil. Cuando era niña creí que nos habían atacado monstruos, pero tras las investigaciones encontraron maquillaje y lentes de contacto en un lugar cercano. 

Mantengo los ojos cerrados, trato de imaginar algo relajante: una cascada, un helado, una montaña nevada, unos ojos rojos ... Muevo mi cabeza de un lado al otro para sacar de mi mente la mirada de uno de los asaltantes de ese día, podría decir que era un niño, pero el recuerdo es tan borroso que solo los ojos extraños me persiguen. 

—Al fin llegamos —dice aliviado.

Hugo me saca de mis pensamientos, vemos como el zaguán empieza a subir. Suspiro al ver que el camino ya termino y estamos en la residencia. Hay lámparas por todos lados, las paredes están forradas de pequeñas piedras y hay jardineras llenas de plantas frondosas. También hay cámaras y alambre de púas. 

— ¡Fíjate! —Hugo frena de golpe para evitar atropellar a una persona vestida de ...

—¡Aaaaaah! —empiezo a gritar y me aferro al asiento. 

—¡Aaaaah! —mi hermano también al mirar en mi dirección. 

El sujeto se queda parado frente al vehículo, sus ojos son rojos, la pupila parece de un reptil y la piel la tiene muy blanca. 

—¡Basta! —Hugo nos habla con dureza—, es un disfraz, dejen de gritar. 

El chico sigue caminando como si nada. 

—Miren —parece fastidiado. 

Nos señala a más personas con diferentes disfraces de superhéroes, villanos, monstruos y artistas. Algunos se nos quedaron viendo por gritar. 

—Lo siento —bajo la mirada y me concentro en mirar mis tenis. 

—Este viaje ha sido difícil.

—Pues deberías reconsiderar seriamente si seguirás apoyando en el orfanato, porque eres pésimo tratando con niños —mi hermano le dice molesto. 

—Tienes razón, después de hoy me alejaré lo más posible de niños como ustedes —sigue manejando. 

Después de unos minutos detuvo el auto y nos dijo que bajáramos. 

—Buenas noches —una sonriente mujer nos recibe —. Es una gran alegría que se unan a nuestra residencia —nos saluda de mano y aprieta fuerte—. Síganme, les mostraré brevemente su nuevo hogar —camina apresurada y entra en el edificio blanco. 

—Adiós —Hugo sube al auto y se va.

Supongo que fue un viaje difícil para él, que bueno que ya terminó. 

—Esa señora camina rápido, vamos —mi hermano me toma del brazo y empezamos a seguirla. 

—Este es el edificio principal, con todas las oficinas que puedan imaginar —camina con clase. 

Nosotros nos vamos sosteniendo de la pared por el piso resbaloso, pero ella no parece afectarle. Nos mostró cada edificio hasta llegar a uno donde la música retumbaba los vidrios.

—Ahí hacen fiestas cada que quieren, vamos —nos toma del brazo y nos hace entrar. 

El ruido de los jóvenes coreando, gritando, zapateando y disfrutando me pone de malas. Nunca me gustó estar con muchas personas, a mi hermano le pasa lo mismo. Nos manteníamos alejados de los demás niños del orfanato, preferíamos jugar solos o pintar a estar en situaciones ruidosas. 

—Voy por una bebida, ahorita continuamos con el recorrido —nos suelta cerca de la alberca donde juegan con peltas o a tirarse.

—Que ruidosos —mi hermano se tapa los oídos. 

Yo presto atención, el olor a alcohol me llega a la nariz y al ver a las personas me doy cuenta que no hay niños, algunos se ven de 18 años y otros un tanto mayores. 

—¡Cuidado! —un chico nos jala del brazo. 

Vemos como dos personas caen al agua. 

—¿Qué te pasa? —la chica sale del agua—. Es su bienvenida —dice entre risas. 

—Cierto, Alejandro, deja que reciban el caluroso abrazo de la residencia —la señora que nos trajo dice con una sonrisa retorcida. 

Los demás empiezan a rodearnos. 

—Lo siento —el chico nos suelta. 

Me giro para verlo y me quedo helada, tiene los lentes de contacto de mis recuerdos. Parpadeo varias veces para volver a la realidad, obviamente esos lentes son comerciales y cualquiera los puede tener, pero verlos de cerca me paralizan. 

De repente sentí como la ropa se pegaba a mi cuerpo, miro atrás y me encuentro con caras sonrientes por la escena. 

—¿Estás herida? —me dicen con voz chillona. 

—¡Aaaaah! —mi hermano grita y se tira al agua. 

Se sumerge con desesperación y mira con terror como el agua a su alrededor se colorea de rojo.

Todos empiezan a reír, aplauden y gritan.

—¡Bienvenidos a su nuevo hogar! 

Me veo y noto como las gotas rojas corren por mi piel, noto como al caer se forma un charco en mis pies que empieza a correr en las direcciones que puede. Empiezo a temblar hasta que no puedo mantenerme en pie. 

Los recuerdos de mis padres siendo asesinados frente a nosotros, la forma en que su sangre nos salpicó, todo, ¡TODO ESTÁ PASANDO EN MI CABEZA!. Me tapo los oídos, puedo escuchar sus gritos, las risas y nuestro llanto. 

La música no deja de sonar, volviendo mis recuerdos en una galería espeluznante con un fondo musical alegre. Me vuelven a bañar en más sangre falsa, lo noto por el olor, no es frutal para ser alguna bebida. 

—¡Papá!, ¡PAPÁ! —mi hermano empieza a gritar con desesperación y miedo, parece que su garganta se desgarra. 

—Pobrecito, llama a su papito —se burlan.

—Alán —susurro—. ¡Alán! —me levanto como puedo y me lanzo al agua. 

Lo veo desesperado, agitando los brazos, llorando, con los ojos cerrados para no ver el líquido. 

—¡Es falsa! —le grito pero no me hace caso, tomo su mano para tratar de tranquilizarlo. 

—¡Son muy crueles! —les grito entre lágrimas. 

Siento como Alán empieza a dejar de moverse, lo rodeo por debajo de sus brazos para que no se hunda y trato de nadar para sacarlo, su cuerpo está suelto, se ha desmayado. Lo llevo hasta la orilla, aunque es un niño es pesado a está edad. Hago mi mayor esfuerzo y logro sacarlo. 

—¡Bastaaaaa! —golpeo el piso con mis puños. 

—Este es tu nuevo hogar —la chica rubia levanta mi mentón—. Han venido para divertirnos —palmea mi mejilla. 

La cabeza empieza a dolerme por todos los ruidos, recuerdos y burlas. 

Este no será un hogar, debo buscar la forma de que logremos escapar. 






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