Olvidamos que existimos, por poco tiempo. Tu sombra querida, tu otro yo, subconsciente creativo, quien junta las piezas de cada partida de corazón, como el cristal que nos mantiene juntos, inseparables, e inconscientes del otro.

Y estuve ahí con cada esperanza y nuevo sueño. Crecimos juntos, ayuda mutua, bálsamos sagrados y, por primera vez... sin secretos. Poseedor de tus sueños más profundos y los anhelos más inocentes, en tu corazón los guardo y te abrazo cuando es tiempo de volver, tu otro yo.

Tregua que alza la mano en tiempos de emergencia. Luz tibia, piel suave extendida como manto protector impalpable, invisible, pero existente. Recurso de escape en cámara lenta, amor propio como llama de fósforo, llama cuidada, llama de cariños y adornos, mi otro tú.

Guardo tus memorias en nuestra cápsula de nostalgia, donde lo agridulce reina en nuestro espacio a salvo. Curo tu dolor, aquél del que a nadie hablas, y te abrazo de nuevo. Las corazas que formaste hace años las vi crecer, vistas desde dentro. Junto a ellas crecemos, caminos entrelazados.

Tiempo de volver, tiempo de estar frente a frente, como cuando éramos niños y tu imaginación volaba. Cuando no había trabajo, competencias absurdas, expectativas ajenas a la realidad. Porque las distorsiones no son reales y nada malo realmente sucede, no si miras hacia dentro, y danzamos un rato más, juntos.

Retomando tu espacio, bebiendo de las profundas raíces de inocencia, madurando con salud, aquella que intentaron cortar deliberadamente con ataques externos. Estás a salvo aquí, conmigo, tu yo interno, tu otro yo.

Honesta amistad en tiempos de guerra, importancia fundamental. Tiempo de volver al mundo, y yo de verte experimentarlo una vez más. Te esperaré y sonreiré cuando vuelvas de nuevo, sabiendo que es tu lugar seguro, tu corazón, mi otro tú.