Pediste que esperara en la banca del parque, guardando los tesoros de memorias en el corazón que tejiste suavemente, que calentaste y llenaste de empatía, una caricia, un beso, y una diminuta estrella fugaz.

Situaciones externas te alejaron de la banca del parque, guardando tus maletas y partiendo a petición nocturna, confusa, delirante. Tormenta depresiva a rojo tendón acorazonado, sin esperanza.

Muchos pasaron por la banca, pero se sentaron al otro lado. Tu lugar nadie nunca lo tocó, y esta vez fui yo... quien vivía de esperanzas. Roces sexualizados, texturas venenosas, vampiros acechantes, y amores nobles, tiernos... pero no correspondidos desfilaron en todo su esplendor.

Invierno gélido, y mi cuerpo protegió aquél sagrado espacio en el corazón. Lenguas ajenas. Ninguna logró jamás partir mis labios sellados con lealtad idealizada, con lustres color pastel carbonizado, con sangre seca carmesí careciente de elegancia.

Llegaste al fin, con deseos carnales y banales. Confusión pertinente dominó mi cálido y dulce corazón confitado de tus viejos y tiernos adornos, de palabras, de anhelos, de destinos y polvo de estrella dilatada. ¿Acaso no criticábamos a los bárbaros? A los pescadores, cazadores, a los fríos... y tus manos eran frías, mi estrella fugaz.

La mirada de siempre tenía una chispa menos. Los colmillos habían crecido, uno, dos o cien centímetros. Autopercepción flagelada con las idealizaciones del pasado. ¿Acaso nos conocimos? Tiempo al tiempo, pensé. Días, o décadas... respondiste.

Y el pequeño corazón no se rindió. Con el último empujón saltó, alcanzando nada más que la neblina proyectada por los pensamientos, en lugar de los sentimientos que produjiste. Sin toque al toque, el brazo levantado llegó a enfriarse, poco a poco. ¿Acaso era esta la solución?

Te alejaste de la banca, después de una tranquila despedida... y mis idealizaciones murieron esa noche. ¿Acaso esperaría un día, o una década, por tu no asegurada llegada? La vida sigue, se vive... el tiempo corre, y el futuro es incierto.

Promesa diluida, realidad afirmativa. Dolor al fin disipado... se siente extraño mover mis piernas, y levantarme de la banca que siempre protegí. Agradecido con la vida, por la persona correcta en momentos incorrectos... y aunque tenga que volver a caminar, la incertidumbre no estará a mi acecho esta vez.

Sin prisa, sin paso, sin destino trazado... pero sin la espera constante, me voy de aquí. Dejo las memorias, los tesoros, la caricia, el beso, y la diminuta estrella fugaz. Corazón sin dejar de ser cálido, ganas de descubrir las almas del destino, ver a las estrellas en el cielo... y todo un mundo por explorar.