Busco alguien con quien tener intimidad, mi alma drenada ansía un encuentro posible en los pasados imposibles. Busco un motel para llorar, un motel frío, abandonado, en el que exista un silencio tan palpable que me pueda cortar la yugular.

Un acompañante de oscuridad opaca, presencia firme y aun así desdoblante. Camuflada entre las sombras, con mirada penetrante. Quiero apartar una habitación sin saber su estado actual, un estado atemporal.

Y cerrar la puerta con llave, o dejarla sin ella. ¿Qué más da? Intimidad acechante y antojadiza, bailemos juntos al son fúnebre del andar. Olor a cigarrillo, o sin él, la presión en el pecho constante se va.

Cama suave, o no, ¿qué más da? Un momento de intimidad. El sexo es un simple adorno en este ritual, porque las almas bailan al son del andar, y esta noche busco un motel para llorar.

El clímax eterno ha llegado al fin, y bajo las cobijas, o sobre ellas me acuesto. Huellas y caminos recorren, un abrazo no vendría nada mal. Una almohada para reposar, y ver la luna brillar. Brazos transeúntes se tejen y siento que puedo respirar.

Beso del alma se pronuncia conforme decrece mi palpitar. Las defensas van cayendo, es la hora de descansar. Hemos llegado al destino, al lugar sin juzgar, por muchísimo tiempo busqué un motel para llorar.