CAPÍTULO 1
( SEPTIEMBRE, 2020 )
DÉJÀ VU
una sensación de
haber vivido el
mismo momento
en el pasado.
El avión arribó sin contratiempos. Kim Tae Hyung caminó entre los neoyorquinos y turistas con unos andares ansiosos, acompañado de su asistente. La emoción de aspirar el aire americano, hicieron que su mirada oculta por sus gafas Dior —la misma marca que usaba en su atuendo completo—, admirase el ajetreo en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy. Era un lugar enorme, sin evitar presenciar el reencuentro feliz de familias y amigos.
Sus dedos vibraron al sostener su equipaje, arrastraba las ruedas y también cargaba un poco más de peso en su espalda por su mochila. Su asistente Kim Nam Joon, ese silencioso e interesante acompañante con gafas, revisaba la agenda y siguió su ritmo demandante. Largo y constante por sus piernas.
Apenas había pisado Nueva York, pero ya tenía previsto los horarios de ensayos en la prestigiosa Academia Dynamite, ubicada en el centro de Manhattan.
Era el nuevo coreógrafo e instructor, una oportunidad que no rechazó en cuanto llegó a través de su correo electrónico en la mañana del mes pasado. Las felicitaciones fueron a su vez, una fiesta de despedida. Se había quedado triste por su apego hacia quienes lo ayudaron a alcanzar la cima desde su juventud, aún si estaba bajo la sombra de la imponente figura de su madre por su reconocimiento en la danza moderna y contemporánea. Una gran bailarina de ballet, y su padre, un director de teatro. De la unión nació él, aceptando que heredó la misma sofisticación y fervor por las técnicas artísticas.
Sin embargo, se especializó en ser bailarín de teatro, estudió varios estilos aunque ahondó en el tango y el baile de salón, encontrando en ese estilo una formidable manera de expresar lo que su corazón albergaba desde niño.
—¿Crees que tengamos tiempo para dar una vuelta? —murmuraba como un niño, hambriento por aventuras y pensar en hacer un recorrido profundo por el distrito—. Quiero ver jazz en vivo.
En la década de los cuarenta, Nueva York fue el principal interés de los músicos y oyentes del jazz cuando se mudaron de Chicago o Nueva Orleans. Tae Hyung sabía que allí podría absorber un poco de la historia impregnada en cada calle —a consciencia de que se volvería una rutina—, conocer sobre ídolos fallecidos como Ella Fitzgerald, Nina Simone o una oportunidad de aprender de los bailes callejeros, esos artistas urbanos y desconocidos que dejaban una enseñanza de importancia sobre la pasión. No podía evitarlo, los clásicos como la modernización de la danza, apaciguaban su hambre y curiosidad.
Y en cambio, recibió una pequeña negativa de Nam Joon, bastante prudente cuando fue recibido inesperadamente por unos brazos femeninos.
Ahí comprendió la razón del porqué: Lauren Kane. Su pareja.
—¡Osito! —exclamó ella al trepar sobre él, aprovechando su baja estatura.
Era delgada, preciosa y curvilínea en sus vestiduras de marca. También olía a Chanel. Su peinado era una coleta alta, de cabellos chocolate, sedosos al acariciarlos, y unos ojos grandes, felinos por el maquillaje bien empleado. Ella era otra de las razones por las cuales se había decidido mudarse. El paso definitivo tras un noviazgo de dos años, entre visitas y contacto a larga distancia. Pensaba seriamente en pedirle matrimonio a su amada, aunque muchos la criticaban en redes sociales al verla como una tonta ante el último incidente que tuvo por una prenda de vestir. Ella era pura apariencia e interés, decían los que comentaban de manera dañina en las redes sociales.
¿Cómo lograba soportarlo? Al fin y al cabo, ese lugar era realmente una red para arañas. No todos sobrevivían al hostigamiento de quienes han decidido esconderse detrás de una pantalla.
Mas Tae Hyung, que buscaba su calor y hundía su nariz en su cuello, era quien en verdad se tomó el tiempo de conocerla. No se sentía aburrido ni faltaban las conversaciones. Lo hacía reír. Lo volvía a niño, recuperando su infancia por haber temido una disciplinada. Disfrutaba en silencio la curiosidad que el a menudo expuso, sus ojos felinos y la excusas que se daban para verse en videollamadas. Cuando se conocieron en persona, la atracción fue mutua, y los besos secretos después de cada ensayo, se convirtieron en adicción.
Lauren era una actriz que fue coronada como la más solicitada, su protagonismo en una película de comedia musical le abrieron el camino pero fue el trabajo junto con Tae Hyung —como instructor— que acabó por consolidar su carrera. Por ello la seguían algunos periodistas y fanáticos que no se atrevieron a acercarse a buscar la fotografía o firma anhelada. Su guardaespaldas ayudó en la peor parte de la conmoción.
—¡Pajarito! —Río tras darle un beso pequeño en su comisura, sintiéndose en un sueño—. Te he extrañado muchísimo.
—Yo mucho más.
—No, no. Yo más.
—Si ya han acabado de medir quien se quiere más, ¿podemos irnos?
El comentario de Nam Joon fue una bofetada de realidad. Era tan serio que a los dos les causó risa.
Luego añadió:
—Tus pertenencias ya van en camino.
El vehículo que arribó era propiedad de Tae Hyung. Un Bugatti Veyron blanco que fue transportado por la aerolínea, con un precio bastante elevado para una persona común. Para alguien que destacaba y podía tener cualquier lujo, no era un precio importante, aquel superdeportivo era mucho más caro.
Un empleado del aereopuerto lo estacionó con un mimo extremo, el motor ni rugía, era insonoro. Este los esperó en el exterior, cuando llegaron, ellos guardaron en la valija el equipaje; la pareja se sentó en los asientos de atrás con una conversación bastante alta, entonces sus risas se mantuvieron en el interior cuando las puertas fueron cerradas. Mucha gente los rodearon para despedirlos, exclamando que los amaban.
Nam Joon pidió al conductor que lo dejara a cargo e impuso la dirección en el GPS para transitar con comodidad, y aun en una velocidad reglamentaria, parecían volar. En pocos instantes, se topó con el intercambio de saliva que Tae Hyung empezó con Lauren tras apartarse de las cámaras y las miradas entusiasmadas.
En el fondo, él no evitó querer saborear su boca, aquel aroma a durazno lo tentó. Su mano se perdió en sus muslos candentes, sinónimo de perdición para sus bailarinas yemas.
—¿No pueden esperar a llegar? —Se quejó el mayor, comprimió su sonrisa vivaracha y dijo después—: Ya tendrán tiempo suficiente para eso, cochinos.
—¡Envidioso! —reclamó Lauren, acercándose para tirar su oreja como si este fuera el regañado, no ellos—. Es un envidioso. Ya le conseguiré una novia para luego quejarme de usted también. ¡Será mi venganza, lo juro!
Las risas no se hicieron esperar, y Nam Joon intentó apartarla de su hombro con un mero roce con tal de respetar la formalidad impuesta, sin borrar su sonrisa.
—Buena suerte con su venganza —deseó con su más cínica sinceridad—, la esperaré ansioso.
Una nueva tanda de risas invadió el espacio, Tae Hyung sabía que molestar a su asistente era algo difícil. Reconocía que su carácter era denso de lidiar porque hablaba y actuaba disciplinado. Siempre lograba salir airoso también, tal vez por eso lo contrató como su asistente, no solo por su apariencia elegante y esas gafas que le añadían una virtud como lo era la inteligencia, sino por su carácter sin escrúpulos. No había nada que lo perturbara y las situaciones de bajo presión no lo sacudían.
Recorrieron las calles fácilmente gracias al mapa de navegación, con destino a Manhattan, al corazón de Upper West Side. Ni siquiera era la primera vez en la ciudad neoyorquina para Tae Hyung, solo que ahora, aquellos edificios que recordó de sus visitas fugaces, se convertirán en su vida cotidiana. Todavía era extraño, Seúl era más limpia en seguridad y vistas, aunque el polvo fino, era más fuerte en ocasiones para intentar salir. Nueva York era gris, soberbia e igual moderna. Semejante. Prestó especial atención al molesto tráfico, donde su hambre clamó cuando los minutos se extendieron un poco por la congestión.
La sugerencia de comer pizza fue el interés de los tres, él pidiendo de cuatro quesos y Lauren una con jamón y queso. Nam Joon al estar en el medio del debate, le pareció mejor pedir una clásica —únicamente con mozzarella— ya que no se ponían de acuerdo; de todos modos, llamaría al repartidor cuando llegaran al barrio residencial con vista al Río Hudson, y aún mejor, a unas cuadras de Central Park.
Era la calle 2112 Broadway, y el sol reflejaba las ventanas, como si el edificio neogótico estuviera dándole la bienvenida. El contrato había sido hecho con el grupo Lightstone, una inmobiliaria privada; el alquiler fue pagado con anticipación al decidir mudarse en una residencia de un estilo loft.
El camión de mudanza, que había tenido la orden de llegar, se hallaba estacionado en la fachada. Los hombres ya se habían anticipado a bajar los muebles y cajas con etiquetas de «cuidado, objeto frágil». El impacto de esa imagen llamó la curiosidad de algunos vecinos pero, cada uno recolectó un poco de información y regresaron de inmediato a sus tareas. Ya se enterarían realmente quien llegó para quedarse. En cuanto lo hicieran, no dudarían en visitarle todos los días.
Además, no se tardó demasiado en notar el silencio y tranqulidad. Cuando la puerta fue abierta, se trasladó al interior sin esperar a su novia o su asistente. Olió la limpieza profunda, el frescor de la mañana encerrado en esas paredes y un toque de limón en el aire.
Los colores sobrios han acaparado su vista, una tonalidad hueso y un negro a juego en puntos estratégicos. Acercándose a la ventana, inspiró aire por la emoción, su pecho brincaba. Tenía un mejor aspecto del que pudo haber imaginado, pues creyó que iba a decepcionarse por las imágenes presentadas en el catálogo digital, ahora verificaba que fue una excelente elección. La mejor de su vida. Aunque antes estaba Lauren como razón principal, responsable de su decisión final.
Y esa contemplación, le recordaba a su piso en Seúl, con vistas también hacia el río Han. Era apegado y romántico, hacer desaparecer su hábito de ver por la ventana el escenario de la cuidad coreana cada mañana o noche, habría sido difícil de quitarle. Por lo que se aseguró activamente de encontrar un área similar para no sentir la nostalgia.
La presencia de Lauren terminó por completar el cuadro, era armonioso y la calma se podía hasta respirar.
El sofá fue lo último en entrar, cargado por los empleados de la inmobiliaria. Lauren aprovechó a mirar las habitaciones con entusiasmo. Nam Joon en cambio, se quedó detenido en el salón al terminar de dar las órdenes, dio el visto bueno y los despidió.
El espacio iluminado era bastante abierto e idóneo. Ventanales grandes y techos altos, con lámparas colgantes del techo, en abundancia para una excesiva cantidad de luz artificial. Divisiones abiertas, y una escalera en el fondo que llevaba hacia el piso superior. Había tanto por ver y desempacar, que ya prevenía Tae Hyung la poca gana de hacer mientras que Nam Joon, sería el único interesado en ordenarlo todo. Al menos no influyó en ese tema tan importante para su vida.
—Ha sido aprobado por maestros del Feng Shui —comentó él de repente, en una rápida inspección hacia la cocina y el comedor, en verdad contento.
Ya era una realidad y no un sueño. Su estómago se revolvió, su mente siquiera quería descansar, ya que las secuelas del viaje no lo han arrastrado al cansancio.
—Solo querían convencerte más rápido de comprarla —declaró Nam Joon lleno de escepticismo—. Pero nada mal. Hay que estrenarlo...
—¡Con una fiesta! —apremió Lauren luego de revisar el baño—. ¡Y alcohol!
—Nada de alcohol y...
—Y la pizza de cuatro quesos —añadió Tae Hyung, siguiendo a su novia, abrazándola por detrás y besar su mejilla.
Su cariño era jovial. Ella comenzó a soltar una risa, a gusto con el mimo.
—Dijimos que sería de jamón y queso.
—Mejor ambas —solucionó Tae Hyung con prontitud—. También una clásica para mi secretario preferido.
Al mismo tiempo, ellos admiraron a Nam Joon con la expresión más adorable que pudieron hacer. Unos ojos grandes, pestañeos imparables, y los labios se formaron en un puchero, a eso se sumó el sollozo lastimero de un cachorro. Y entre dos, fue peor.
—Porfis, señor Kim —dijo ella.
—Porfis, Nam Joonie —repitió él—. Hagamos una pequeña fiesta de bienvenida.
—No lo puedo creer —susurró al que intentaron seducir con ternura.
La mueca del asistente se marcó, detestaba por completo esas tácticas baratas y Tae Hyung lo sabía de sobra, entonces él pensó que, cuando ajustó sus gafas al ver que resbalaron por el puente de su nariz, había ganado sin duda esa ronda. ¿Nam Joon rendido? No. No era posible, ¡debía estar tramando algo! No era permisivo en sus locuras, él era la voz de la lógica, el llamado a la realidad que necesitaba a su lado.
Volvió a mirarlo, logrando intuir en la sonrisa ladina del otro, más bien orgullosa, que no estaba realmente ganándole. Fue su suspiro de derrota lo que lo dejó expuesto pero, siguió en su plan de llamar a sus contactos de Nueva York.
• • •
En un par de horas, el piso fue ocupado por los invitados que aceptaron concurrir. Las bebidas fueron servidas en pequeños vasos descartables, comprados a ultimo momento, las pizzas de sabores —escogidas por los tres—, eran suficientes para agradar el paladar y se sumaron aperitivos saludables para variar. Una música ambiental se oía de manera lejana, casi sin ser notada porque las voces se alzaban por encima de esta.
Rostros desconocidos pero nombres impresionantes gracias a los contactos de Lauren, entonces Tae Hyung saludó a cada persona bajo la presión de la mano de su pareja, sin miedo a la exposición desde que los rumores los obligaron a revelar la relación. No estaba incómodo, conocer nuevas personas lo hacían sentir bienvenido, y seguramente, muchos quisieran verle bailar en esa fiesta improvisada. Estaba feliz de desenvolverse entre esas amistades que no eran suyas, incluso de ver viejos conocidos de cuando había llegado por primera vez y tuvo contacto fácil.
Las cajas de la mudanza sin abrir, creaba espacio suficiente para estar en el salón, nadie necesitaba sentarse y algunos se acomodaban en las sillas disponibles. En ese sofá negro y largo, estaba Nam Joon hablando con una modelo, de notables rasgos italianos. Hablaban de temas históricos, sobre el porqué el resentimiento de Corea contra Japón. Sobre pintores. Sobre Roma. Se notó cuanto amaba ser escuchado.
—¡Señor Kim! —anunció Lauren al soltar a su novio, totalmente divertida al intervenir—. Me alegra mucho verlo socializar con mi buena amiga. Aunque...
—Aunque me están interrumpiendo la charla —opinó pesadamente.
—No, no —aclaró, buscando apoyo en la mirada de Tae Hyung—. No era esa nuestra intención. Es que...
—No te entusiasmes mucho con Fiorella, eso quiere decir —expuso Tae Hyung.
—Hablamos de historia y arte. Nada extraño en una conversación adulta. —Enarcó su ceja, mostrando una faceta burlona—. Y sé que está en una relación, par de entrometidos.
Fueron pillados. No quedó más remedio que reírse de los nervios que consiguieron a raíz de ello. Codeó a Lauren por ponerlo en ese aprieto y Fiorella se sonrojó para levantarse e ir por un poco más de bebida. De inmediato, Tae Hyung ocupó ese lugar, seguidamente de su novia que con sus brazos amables, enredaron su cuello. El perfume femenino le hizo sentir una renovación de energía.
—No se preocupe, señor Kim —acotaba ella mimando el cabello de su amado—. Pronto vendrá una amiga que está soltera y podrá usted hablarle de hasta la Guerra de los Cien Años.
La mención lo obligó a mostrar interés, parecía todo un profesor que buscaba examinar su intelecto. Lauren claramente no parecía ser culta, y el propio Tae Hyung sonrió con orgullo por ese detalle. Él asintió despacio, afirmando como si dijera: «Pajarito es muy ingeniosa.»
—¿Qué sabe de la Guerra de los Cien Años, Pajarraca?
—¡No distorsione mi apodo! —espetó irritada aunque aquello había hecho que Tae Hyun riera en voz baja, apenas tironeó la mejilla de él mientras pensaba en la pregunta—. Y de la guerra... Eh, ¿duró cien años? ¿Qué importa?
—Ciento dieciséis años —corrigió satisfecho.
—Bueno, señor Kim —farfulló sin sentir molestia por su despliegue de altivez—, el intelecto no se mide con saber historia o arte.
—¿Con qué se mide entonces? —cuestionó realmente curioso.
Tae Hyung volvió a sonreír poco modesto, sabiendo de sus habilidades, esos detalles pequeños que nadie nota en ella; su manera de ver la vida era increíble y perspicaz.
—Con saber vivir. Eso si es ser inteligente.
Infló sus mejillas con aire por esa respuesta, modesta aún así se bajó de las piernas de su novio al querer verificar la llegada de su mejor amiga. Había percibido su sombra desde el umbral y ante el silencio de Nam Joon, Tae Hyung se río con más soltura.
—Finalmente alguien te calla —musitó en un ronroneo—. No la subestimes. No acabó la escuela porque tenía que ayudar a sus padres con el dinero pero fue la mejor en su clase, sin duda.
—A partir de ahora no lo haré.
Su sonrisa maliciosa surcó su expresión, lamiéndose el labio inferior con un motivo desconocido, simple gesto quw llenó de intriga al bailarín profesional. Y por un instante lo punzó la desconfianza, ignoró esa sensación para levantarse, charlando de paso con otros cuando cruzó el salón y detenerse delante del pequeño pero lujoso parlante para poner un poco de música más enérgica.
Hora de bailar, fue la idea que tuvo. «September» de Earth, Wind and Fire resonó, la introducción viajó por su piel, colándose en su sistema nervioso y por inercia, su pie siguió el ritmo. Se abrió paso entre los invitados, en el furor de ese repentino alboroto.
Sin embargo, fue un misero instante en que experimentó un déjà vu. La música lo disparó aunque el lugar, en realidad, había sido otro. Era el mes, la canción, y el cuadro todavía se hallaba incompleto. Su respiración aceleró, provocando que su boca se sintiera reseca y las sombras a su alrededor, parecieron moverse más rápido.
¿Te acuerdas?
Bailando en
septiembre.
Los mareos llegaron por los versos especificos, obligándolo a recordar esos detalles con más definición, completamente confuso. Persistió la duda. El momento, de algún modo, ya lo vivió. Su memoria insistió, su atención rápidamente se concentró en Lauren y la amiga vestida de rojo, esa misma que traía enganchada del brazo.
Su pecho se contrajo por la necesidad de aire, su corazón como su cabeza, le dolían. Su cuerpo entonces, avanzó poseído por ese fluido que necesitaba resolver cuando se le hizo familiar toda la escena. Incluso un breve fragmento se le vino a la mente: eran otras ropas, otro entorno. Un recorrido lento realizó para no creer que se ha vuelto loco. Era imposible conocer a la segunda persona pprque era la primera vez que se iban a presentar, entonces...
¿Por qué creía que era absurdamente importante? Una pieza faltante podía ser en su vida, y se regañó por pensarlo.
«Te conozco», pensó irritado por su esmero. ¿La conocía?
Estudió sus rasgos y más seguro estuvo, pero lo que terminó por asustarlo fue el sentimiento de quererla. De amarla. La culpabilidad lo ahorcó, porque no se permitiría dejar de querer a Lauren. La Pajarito llenaba sus días, esa mujer lo embriagaba de felicidad. ¡Imposible que otra sacudiera sus sentimientos!
Ambas bailaron antes de hacer las presentaciones, lo rodearon pero él quedó tieso. Los brazos de su novia sobre su cadera lo incitó a retomar aquello que dejó a medias y aunque su sonrisa se anunció, no dejó de sorpenderse por la fogosa bailarina. Bailaba con libertad. Sin miedo ni inseguridades.
Tragó sabiendo del aprieto en que se metería por mirarla tanto. Intuyó el sabor de su boca, no, él sabía de su sabor sin haberlos besado jamás. Por alguna razón su cuerpo en la distancia lo llamaba a sacarla a bailar, y reflexionaba seriamente si esta era una mera ilusión, pues creía conocer una marca específica en su espalda.
Siquiera supo si alguien notaría que hasta buscó en su cabello castaño o sus pestañas, algo que pudiera ser un indicio de parentesco con otra famosa o si se trataba de alguien con mucha influencia en las redes.
La canción terminó. En ese hueco, Lauren la presentó como Carmen, una bailarina profesional y profesora de ritmos latinos. Ambas se conocieron por casualidad, desde entonces tienen una amistad unida. La sonrisa ajena lo hizo sentir nervioso. Quizás era el único que lo sintió, así que se fue relajando para que no pensara que le había dado una mala impresión.
Lauren de repente los dejó sin avisar, seguramente para llamar a Nam Joon y conocerla también.
Sus dedos picaron, pues la siguiente canción automáticamente lo meció de un lado a otro. Era «When We Disco», la canción de Sunmi y Park Jin Young, lanzada hace un mes atrás. Quiso reír por la ironía.
—¿Bailas conmigo? —preguntó Carmen y con la propuesta dicha, lo arrastró con ella antes de escuchar su respuesta.
Él aceptó. Su encanto no podía reprocharlo. Tal vez fuera a arrepentirse después, pero no ahora, su cuerpo respondió por él.
Extraño tanto
aquellos días.
Cuando bailábamos
disco. Me pregunto si
tú aún lo recuerdas.
NOTAS DE LA AUTORA.
LAUREN KANE COMO
ARIANA GRANDE.
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