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Corregido ✅
Dylan.
Fingir que no he visto esos mensajes está siendo más difícil de lo que pensaba. No puedo hacer como que no ha pasado nada. Tengo grabados en la retina cada insulto, amenaza y falta de ortografía de ese puto individuo. Están atadas a mi cabeza con una jodida cuerda que cada vez aprieta más y más. Tal como lo hace un niño que no quiere soltar una piruleta, el chicle que accidentalmente se aferra al pelo en un día de verano o la arena de la playa que usa el agua como pegamento para aferrarse a tu piel.
Natalia me evita. Por los pasillos se comenta que me ha rechaza do, pero no es cierto. No me importa. Cuando has vivido la mitad de tu vida paseando por las calles de tu ciudad con tapones en los oídos para no escuchar lo que dicen las malas lenguas sobre aspectos de tu vida de los que no tienen ni idea, el piar de una urraca camuflado en el cantar del jilguero pasa desapercibido.
Han sido los siete días más largos de mi vida. Zack y Natalia ya han empezado a grabar. Fuera de cámara son uña y carne, pero cuando el piloto se enciende todo es distinto. En cualquier momento lo va a matar, si no es ella, será alguien más. El surfista de pacotilla no se toma las grabaciones en serio, no para de reírse. Natalia es demasiado perfeccionista. En el rodaje se respira tensión. Tanta que, a veces, la mente me juega una mala pasada y la confundo con un interés desmedido por parte de Zack de querer estar con ella. Hacerla sentir. Sea con risas o... sacándola de sus casillas.
Pero eso no puede ser ¿no?
Él está con Lily.
Mientras conduzco a casa de esta última, bajo los intensos colores del amanecer del cielo de Vancouver, pienso en todo lo vivido estos días. El tiempo pasa muy rápido y a la vez muy lento. Somos una pequeña familia, con lo que eso conlleva. La parte buena, pero también la mala.
Natalia es esa pieza fundamental que, por más que trata de pasar desapercibida, una fuerza invisible provoca el efecto contrario. No se siente cómoda cuando esto ocurre. Lo puedo ver desde la distancia. Esa que ella ha establecido entre nosotros. Repele el contacto físico. Me di cuenta rápidamente, cuando los músculos de su cuerpo se tensaron al sentirme rozando su piel. Aunque... su cuerpo no rechaza mi tacto. O al menos, no de la forma que lo hace cuando Agus se comporta mal con ella y se acerca para arreglar la situación.
Durante el vuelo parecía tranquila. Como si algo le estuviera diciendo que yo no era ese peligro que ella es capaz de ver más allá de los ojos.
—¿Café, Brooks? —grita Lily desde la cocina.
No me ha saludado cuando ha abierto la puerta. En cambio, Zack me ha recibido con una sonrisa y nos hemos chocado la mano.
—Un manchado, por favor —respondo, con la mirada perdida.
Ella se da cuenta y cuando enciende la cafetera se acerca hasta mí y me da un pequeño toque en la frente. La observo con precaución. Zack trae las tostadas y las coloca en la mesa que rodeo para sentarme en una de las sillas que hay al otro lado.
—No hemos empezado con buen pie. ¿Podrías resolverme una duda? —pregunta con gesto inocente.
No la creo. Si no es una villana, ¿por qué actúa como el malo de una película de superhéroes? Todo villano nace siendo un simple mortal con aspiraciones de convertirse en héroe. Las personas que lo rodean y las acciones que llevan a cabo cambian el desarrollo del personaje. Para ella yo fui esa persona cuya acción la convirtió en pura maldad. Aun así, asiento con la cabeza bajo la atenta mirada de Zack, que supervisa la conversación.
—¿Es cierto que tu papaíto es amigo del jefe? —pregunta insidiosa, pero no contesto—. ¿Y mamá?
Entrecierro los ojos y le sostengo la mirada. Mi respiración se vuelve entrecortada y el sonido de la cafetera acompaña los borrosos pensamientos que perturban mi cabeza. Zack me pega una patada en el tobillo por debajo de la mesa. No quiere que batalle con Lily. Sabe que saldrá perdiendo, porque yo puedo ser muy cruel. El rubio no quiere que luego ella pague su mal humor con él.
Ella sonríe con maldad, se levanta de la mesa y camina de vuelta a la cocina.
—Ignórala —masculla Zack.
—¡Es insoportable!
—¡No hables así de mi novia!
—Tu novia trata muy mal a tus amigos —argumento—. Además, ¿quién eres tú para decirme nada a mí? ¿Cuándo piensas decir le que no te gusta?
No eres el más indicado para hablar, Brooks. ¿Recuerdas?
Zack finge no escucharme. Y yo finjo no escuchar la voz de mi cabeza.
—¿Natalia sabe que la que te gusta es su mejor amiga? —me mira sin responder—. Ah, genial. ¿No le habéis dicho que tenéis sexo telefónico?
Guardo silencio cuando veo a Lily aparecer con los cafés sobre una bandeja de metal. Parece una camarera. Lo hace aposta. Es el trabajo que tenía antes de conocernos. Su madre era dueña de un bar. Me lo contó sonriendo, días antes de que todo saltara por los aires. Cierro los ojos y me froto la cara. No puedo dejar que los re cuerdos del pasado se adueñen de mí. Esto no saldrá bien.
¿Quiere guerra? Tendrá guerra.
Lily se sienta justo enfrente de mí, levanto la mirada y me topo con la suya. Señala la taza, que permanece intacta.
—He echado veneno en tu café —dice mientras finge una son risa.
—No pensaba dar ni un trago —imito el gesto y alejo la taza empujándola con un dedo, tal como ha hecho ella.
El timbre suena, debe de ser Natalia. Zack, que permanece ajeno a nuestro enfrentamiento murmura un «ya voy yo» y se va corriendo.
—Dime, Lily, ¿le has contado a Zack dónde nos conocimos?
—Cállate, Brooks —masculla.
¿Y tú a Natalia? ¡Estás siendo muy hipócrita! No te reconozco...
—¿Cómo está tu madre? ¿Sabe que su hija consigue el dinero para saciar su adicción vendiendo esa misma droga que la va matan do poco a poco?
—¿Y la tuya? ¿Te quiere tan poco como hace unos meses? Río sarcástico. No me hace ni puta gracia.
—¿Vamos a seguir fingiendo que no nos conocemos de nada?
Lily sonríe con maldad, hinca los codos en la mesa y se acerca hasta mí para murmurar:
—Dylan Brooks Evans, ¿le has contado a tu futura novia que tu madre detuvo a su padre por organización criminal hace unos meses? ¿Y que Agus fue el cabecilla de la investigación y te lanzó a los brazos de un narcotraficante? —Relame sus labios y mira con falso deseo los míos. Frunzo el ceño y resoplo—. ¡Oh, venga! ¿Tampoco le has dicho que tenéis más cosas en común de las que ella cree? Su mayor pesadilla os quiere ver muertos a los dos. Debería saberlo por ti antes de que alguien se lo cuente.
—¿O qué? —escupo—. Conmigo no funcionan las amenazas. Lily hinca los dientes en su labio inferior y sonríe con malicia.
—O cometerá el mismo error que su padre, Brooks. No debe confiar en la rubia y el macarra —dice, haciendo referencia a los apodos que usó Axel para referirse a nosotros.
Se calla cuando oye a Zack acercarse con Natalia cogida sobre su hombro como un saco de patatas. Grita desatada, pero él no la baja al suelo. Lily no los mira. Se levanta de la mesa y, antes de dirigirse a la cocina, rodea la mesa y susurra en mi oído:
—Tienes razón, Dylan. Siempre dices que las casualidades no existen. ¿Quién me iba a decir que estaría trabajando codo con codo con la hija de mi antiguo jefe y el hijo de la agente que pidió mi cabeza?
Sopla con suavidad en mi oreja antes de irse y bufo con rabia.
¿Es el odio el reemplazo del amor cuando este muere?
Lily y yo nos conocimos siendo dos marionetas. Ella trabajaba para Axel, y yo estaba infiltrado en una operación policial para atraparlo. La organización criminal a la que él pertenecía había dado el salto a Estados Unidos. Habían aprovechado un fallo técnico en la torre de control del aeropuerto de Madrid para cargar la mercancía en el avión. A su llegada a Nueva York, parte del cuerpo de policías estaba implicado a cambio de una recompensa económica.
A mis ojos tan solo era un mafioso con el que debía guardar distancias. Agus no me proporcionó información personal sobre los integrantes del clan. Decía que me perjudicaría, que, conociéndome... no llevaría a cabo la misión. Teníamos un trato, no podía negarme; ya le había dado mi palabra.
Pero tenía razón: de haber sabido la verdad, no lo hubiera he cho, aunque cuando quise darme cuenta de lo que realmente estaba ocurriendo ya era demasiado tarde. Me habían pegado un puñetazo en la nariz, tenía una hemorragia en la lengua por la que chorreaba sangre y estaba amenazado de muerte por el padre de la escritora de la trilogía que me tenía por protagonista.
—No podemos hacer esto, son solo niños. Tienen miedo —le había dicho a Lily unas horas antes de conocer a Axel.
No les quitaba ojo, estaban temblando. Uno de ellos lloraba, el otro intentaba tranquilizarle. Teníamos que entregarles varios fardos de droga. Eran hijos de las personas que estaban amenazadas por las mafias; trabajaban para ellos. Era su forma de asegurarse de que no escaparían y pagarían su deuda con intereses.
—Si no lo hacemos, los matarán. ¿Quieres eso, Brooks? No respondí.
—Eres demasiado débil para este trabajo, ¿no crees? —Me em pujó contra la pared y nos resguardamos detrás de un contenedor de basura. Tenía el corazón a mil—. ¿Para qué necesitas el dinero? Hay cientos de trabajos. ¡Yo fui camarera! ¿Recuerdas? —Niega con la cabeza—. No sirves para esto.
Tenía que hacerlo. Tenía que delatarme. Si no era por mí, que fuera por esos niños. Me llevé la mano a los labios pidiendo silencio. Agarré el extremo de mi camiseta y descubrí mi torso. Lily se quedó desconcertada al ver el micrófono. Un instante después frunció el ceño y retrocedió un paso. Presioné el botón de apagado.
—No tengo mucho tiempo. En sesenta segundos este aparato mandará una señal al agente que sigue la operación. —Me froté la cara con desesperación e inspiré profundamente. Lily caminaba hacia atrás atemorizada. Levanté las manos en son de paz y las coloqué a ambos lados de mi cabeza—. No voy armado, ni tampoco soy poli. Soy un imbécil que ha accedido a hacer todo esto por su amor platónico y posiblemente inexistente. Es una larga historia. Te la contaré en otro momento, ¿vale?
Lily permaneció unos segundos en silencio.
—Si se entera nos matará.
—¿Quién? —pregunté.
—Axel.
—Tengo que llegar hasta él. —Lily negó rápidamente y continuó su camino sin mí—. ¡¿No quieres curar a tu madre?! —le grité, y ella se giró de forma brusca, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una pistola. Frené mis pasos sin perder de vista el arma—. Dándole las migajas de la droga que sobra no la ayudas. —Bajé las manos poco a poco—. No dejaré que caigas, Lily. Pero necesito que confíes en mí. Puedo darte el dinero que te hace falta para meter a tu madre en una clínica de desintoxicación.
El micrófono comenzó a pitar. Era la alarma. Había olvidado el tiempo que llevaba apagado. Presioné el botón para encenderlo, Lily escondió la pistola y me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. Hasta ese día todo había transcurrido con normalidad: no ches de entregas y confesiones, azoteas y risas. Una de esas madrugadas, llevando dos copas de más intentó besarme, pero me aparté. No me gustaba. Ella se lo tomó bien, pero cuando le confesé la realidad de lo que estaba pasando pude ver en su mirada algo que no había visto antes. El rencor, la rabia. Había herido su ego. Y ella estaba a punto de herirme a mí.
Hicimos la entrega y acompañamos a los niños hasta el local donde los esperaban aquellos monstruos. Antes de entrar les di todo el dinero que llevaba encima para que se lo repartieran. Ambos se abrazaron a mis piernas con efusividad, tal como lo hace el caos con los corazones rotos en periodos de guerra. Lily parecía nerviosa. No apartaba la vista del móvil.
Quería confiar en ella, pero no podía. En la pantalla pude ver el nombre de Axel. Estaba mensajeándose con él mientras me asegura ba que hablaba con su madre.
—¿Qué tal está? —pregunté en la puerta del local donde Axel había reunido a su equipo para asignar las nuevas misiones. Pese a tener trabajadores desde hacía meses en la ciudad, era su primera vez aquí. Quería conocernos en persona.
Lily se volvió con la boca abierta, algo desubicada. Le sostuve la mirada. Había visto los últimos mensajes que habían intercambia do. Ella también llevaba un micrófono. Me había vendido. Me había traído hasta la boca del lobo.
Me acerqué hasta ella y coloqué la mano en su abdomen. Toqué el aparato y tiré de él hacia mí, dejándolo caer al suelo.
—Creí que serías diferente. Me la has jugado.
—No existen ganadores, Dylan. Esto no es un juego. Hoy per demos los dos.
En el interior del local, en la parte de abajo, estaban reunidos todos sus trabajadores. La mayoría eran chavales jóvenes adictos a las drogas. Le debían dinero. A muchos de ellos les pagaba directa mente con droga. Daba pena ver cómo entregaban su vida sin pedir nada a cambio. Era imposible no pensar en Ulises.
A Lily y a mí nos dejó para el final. No sabía que es lo que debía hacer, no tenía idea de que hoy pasaría esto. Por el pinganillo no recibía indicaciones de Agus. ¿Debía aceptar el pago para no levantar sospechas? En esta ocasión a Lily también le pagó con droga. A mí me entregó un sobre con dinero. Fui la única persona a la que se lo entregó en mano, él mismo. De los demás se habían encargado los que parecían unos guardaespaldas. Clavó sus ojos en los míos y sin encomendarme una nueva misión masculló:
—Parecías buen chico, Dylan Brooks. Y me dio la espalda.
Axel no parecía ser el tipo al que todos temían. No tenía la presencia física de un mafioso de película. No vestía de traje, ni tenía tatuajes. Olía bien, muy bien. A perfume caro. Era alto y fuerte, y la confianza que transmitía la acompañaba de una gran sonrisa. Usaba gafas de cerca e iba perfectamente afeitado. Su pelo era negro y hablaba como lo haría cualquier persona de a pie.
Me coloqué al lado de Lily para irnos y la fulminé con la mira da. Era cuestión de tiempo que me pusiera una pistola en la cabeza y acabara conmigo. El micrófono. Necesitaba saberlo. ¿Desde cuán do llevaban sospechando de mí? ¿Cuántas conversaciones había grabado?
Su voz detuvo nuestros pasos. Se aseguró de hacerlo cuando el resto había abandonado el local. Nos volvimos aterrorizados. De reojo la vi temblar, pero cuando fui a tenderle una mano amiga, se apartó con brusquedad y comenzó a caminar hacia él.
—La rubia y el macarra, los dos, volved aquí —repitió, ante mi negativa.
Cogió una revista que había sobre la mesa y buscó una página concreta. Caminaba hacia mí mientras leía:
—«Natalia, la joven promesa de la literatura juvenil líder en ventas y Dylan Brooks, el desconocido actor neoyorquino hijo de dos miembros de las fuerzas de seguridad, protagonizarán la adaptación cinematográfica del libro Nosotros nunca. Una historia de supe ración, romance y empoderamiento femenino».
Agus había vendido el titular a la prensa pese a que Natalia le había pedido que no lo hiciera público hasta que ella no estuviera fuera del país. Pero ¿qué tenía que ver ella con todo esto? La sangre me hervía por dentro, pero no tanto como lo hizo cuando se plantó frente a mí después de arrojar la revista al suelo. Me puso la pantalla del móvil ante mis narices, enfoqué la vista y la vi. Esa sonrisa, el flequillo, la mirada. Era ella. La escritora. Era Natalia. A ambos la dos estaban él y una mujer que podría ser la versión de ella de mayor. Pero yo no podía dejar de mirar a Natalia. Era incapaz de levantar la vista del moratón que coloreaba su pómulo.
Pude comprobar que el monstruo de las pesadillas al que se refería en los libros estaba justo delante de mí. Bloqueó el móvil y lo metió en el bolsillo de su pantalón. Me había quedado petrificado, no podía reaccionar. Tomó mi barbilla con brusquedad y me sujetó la cara con la mano, aplastando mis mofletes. Bufaba como un toro.
—Eres un hijo de puta —le espeté.
—Siempre he pensado que los hijos deben dejar a los adultos resolver sus problemas. Ya veo que tu madre no piensa igual. ¿Ver dad, pequeño Evans?
—¿Serena Evans es tu madre? ¡Dijiste que no eras poli! —chilló Lily.
—Y no lo es —se limitó a decir Axel, sin dejar de mirarme—.
¿No te avisó mamá? Los encuentros con menores los cubrimos con cámaras y micrófonos. Somos traficantes, pero antes somos padres. Los protegemos a ellos y a nosotros. Elegiste un mal día para hacer el gesto del año, también para delatar tu realidad. —Sonrió con maldad, levantando mi camiseta para dejar a la vista el micrófono—. No quiero desilusionarte, pero dudo que te den el Nobel de la Paz.
—¡Eres imbécil! —me gritó Agus por el pinganillo, y yo habría querido matarlo.
—Me has traicionado —masculló Lily, con gesto triste.
—¡Déjate de numeritos, Lily! No es el momento —le dije, con rabia. Axel me soltó y el de seguridad me retuvo las manos en la espalda. Axel me dio una bofetada. Una mirada fue suficiente para que el guardaespaldas me las soltara y en aquel lugar solo quedáramos los tres—. ¡¿Qué estás haciendo?!
Se acercó hasta la mesa, sacó la pistola de su funda y la acarició con maldad. Lily retrocedió dos pasos, con los ojos muy abiertos.
Tenía que escapar de allí antes de que me matara. Los teléfonos, llaves y pertenencias estaban sobre la mesa. Nos las habían requisa do en la entrada para evitar chivatazos, trifulcas o agresiones. Hice lo primero que se me pasó por la cabeza. Me mordí la lengua con fuerza y la boca se inundó de sangre en pocos segundos. Le escupí en la cara y se apartó asqueado, bramando todo tipo de insultos. Corrí a por las llaves y las guardé en mi chaqueta, pero Axel me enganchó de la camiseta y me estampó contra la pared. Mi cabeza golpeó el muro. Intenté defenderme, pero sus brazos eran lo suficientemente robustos como para poder conmigo y con dos como yo. Me propinó un puñetazo en la cara. Después vino el segundo. Y un tercero casi acaba conmigo.
—¡Suéltalo, animal! —gritó Lily, saltando sobre su espalda, pero la apartó de un zarpazo arrojándola contra el suelo.
Chilló dolorida, pero rápidamente se levantó y desde la esquina de la sala me pidió con un gesto que guardara silencio. Con sigilo caminó hasta la mesa.
Apenas podía abrir los ojos, todo me daba vueltas. Sabía que por mucho que gritáramos nadie nos escucharía, nadie salvo Agus, que me hablaba a través del pinganillo. Quería arrancarme las orejas, dejar de escuchar. Sin embargo, no podía. Agus no hacía más que mencionar el dinero, la reputación y las medallas que colgarían de su cuello una vez metiera a Axel entre rejas. Le importaba una jodida mierda lo que pudiera estar ocurriendo en la sala. No habría llorado mi muerte. Yo estaba tirado en el suelo y encima de mí tenía al que se había convertido en el monstruo de mis pesadillas tentando al destino, a ver cuál sería el golpe que acabaría con migo.
Lo último que recuerdo es a Lily con el teléfono en la oreja.
¿Estaba llamando a la policía? Mi madre no podía verme allí. Sería capaz de reencontrarse con mi padre solo para contarle que su hijo tiene complejo de agente 007. No podía darle ese disgusto.
Axel gritó:
—¿Sabes cuántas familias vivimos de la droga?
—Dylan, tu madre está yendo para allá; la he avisado. Lo tenemos —dijo Agus en mi oído. Hizo una breve pausa y añadió—: Intenta salir de ahí con vida.
Me había dejado solo otra vez.
La rabia se apoderó de mi cuerpo. Ahora no tenía un enemigo, sino dos. Uno en el oído, el otro enfrente de mis narices. Quería darle todos los golpes que la protagonista de esos libros recibió. Por que cuando me enseñó su foto juntos no tuve dudas de quién era. Liberó mi garganta y le quitó el seguro a la pistola para después decir:
—Voy a acabar contigo.
En el momento en que escuché la voz de mi madre ordenando tirar la puerta abajo me levanté del suelo flexionando una pierna para impulsarme hacia arriba y le quité la pistola a Axel con brusquedad. El gas lacrimógeno que habían lanzado comenzaba a hacer efecto, pero no podía irme de allí sin matarlo. Le clavé la base de la culata en la sien y lo estampé contra la pared. Le propiné un puñetazo. Y otro. Y después otro más. Él se resistió y me embistió contra la mesa que teníamos detrás, pero antes de que uno de los dos pudiera rematar al otro un policía lo cogió por el cuello y lo separó de mí.
—Sal por la principal, Dylan. Están todos abajo —indicó Agus. Me saqué el pinganillo del oído y lo tiré al suelo. Los ojos me escocían, la boca me sangraba y los gritos de Lily manchaban mi conciencia. Se la llevaban detenida. Empujé a un policía contra la pared y corrí hacia la salida. En la puerta estaba Agus esperándome con el coche en marcha. En cuando entré, arrancó y avanzamos, dejando el local atrás. Me tendió una toalla para que limpiara mis ojos, pero hice una pelota con ella y se la lancé a la cara. Él gritó enfadado, dando un volantazo.
—¡Me has usado para llegar hasta él! —grité a mi vez.
—Te voy a hacer llegar hasta ella —me corrigió.
—Para el coche aquí —le exigí con impaciencia.
No lo hizo, pero yo tiré del freno de mano y el coche se paró en seco en medio de la carretera. Agus me increpó mientras yo abría la puerta del coche. Antes de salir añadí:
—Si no crees en Dios, es el momento de que empieces a hacer lo. Reza para que no le pase nada a esa chica, porque si le ocurre algo, ten por seguro que te mataré, Agus.
—Sacaremos a Lily de la cárcel, pagaré su fianza.
—No hablo de ella —le dije, girando sobre el asiento. Agus tragó saliva con dificultad—. Haz que Natalia salga de Madrid cuanto antes. Que su padre no la encuentre.
—Una película no se planifica en dos días. Necesito más tiempo.
—¡Hazlo! —bramé. Él negó con la cabeza y le dio un golpe al volante, pero yo continué—: Mi madre se enfadará contigo, Gia te dejará y mi padre te buscará hasta acabar con tu vida. Claro que lo vas a hacer, Agus.
Zack me saca del trance cuando se vuelve a acercar con Natalia aún sobre su hombro. Grita y patalea. Está completamente despeinada.
—¡Suéltame, descerebrado!
—¿Qué me darás a cambio?
—¡Una patada en las pelotas si no me bajas! —Hace una breve pausa—. Creo que voy a vomitar.
A Zack le falta tiempo para soltarla en el primer sitio que pilla. El suelo. Natalia cae de culo y se tumba, cansada después de una dura lucha con el incansable Zack Wilson, que le tiende la mano para ayudarla. Pero ella declina su oferta, levantándose del suelo con aires de superioridad. Lo mira con gesto serio.
—¡No te enfades! No ha sido para tanto...
Natalia se sienta enfrente de mí y hunde su mirada en mis ojos, que la observan con detenimiento.
—No esperaba verte aquí —dice.
—Me gustan los deportes de riesgo.
—Gilipollas —masculla Lily.
—¿Has dicho algo, rubia? —me mofo.
—¿Café? ¿He oído café? —grita Zack, cambiando de tema.
—¡ColaCao! —pide Natalia.
Lo remueve con la cucharilla. Tiene la mirada fija en el contenido. La observo: su rostro, su piel. No lleva maquillaje, solo los labios pintados con un labial hidratante. Centro la vista en el pómulo derecho cuando se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja y con tengo el aliento. No puedo respirar. He olvidado cómo se habla. La cucharilla que sostenía se me ha escurrido de entre las manos y ha propiciado un silencio ensordecedor. Zack me mira con el ceño fruncido.
Natalia levanta la vista y me observa con precaución. Un solo cruce de miradas es suficiente para que nos entendamos sin necesidad de hablar. Se pone nerviosa, pero disimula bien. Todos me miran a mí. Se echa el pelo hacia delante y ladea la cabeza para ocultar ese lado de la cara.
¿Existe el colorete de color morado? No lo sé.
Dylan..., era una pregunta retórica. Es un moratón...
Durante el desayuno intento olvidar lo ocurrido. Charlamos un poco de todo hasta que me desvinculo de la conversación y me fijo en Natalia. Ha permanecido callada todo el rato. Parece estar en otro mundo, en otra galaxia. Quiero preguntarle cómo está, si ha dormido bien, cómo es la decoración de su apartamento, qué tal está llevando el proceso de adaptación, si echa de menos su ciudad... Quiero hacerle tantas preguntas que termino por no hacer ninguna.
—¿Y tú? —pregunta Lily señalando a Natalia.
Ella deja la taza sobre la mesa y la mira, confundida. No es capaz de admitir que no ha escuchado nada de la conversación que estábamos manteniendo, así que no dice nada.
—Dylan y tú sois los que faltáis. Zack ha pedido ser el último
—continúa Lily, aunque yo ni siquiera me doy por aludido. He guardado silencio en el mismo momento en el que ha empezado a mentir acerca de su historia—. Háblanos de tu familia, si lo haces, quizá Dylan se suelte.
¡Maldita sabandija!
Ha usado las palabras suficientes para que Natalia se encierre en el lavabo con la excusa de que el desayuno no le está sentando muy bien. Zack entristece el gesto y hace el amago de levantarse, pero me adelanto. Voy a buscarla. Esta vez me toca a mí.
No aporreo la puerta. Golpeo con suavidad y le digo quién soy, como si eso fuera a solucionar algo. Al momento escucho cómo descorre el cerrojo. No abre la puerta, pero me lo tomo como una invitación a pasar.
Está sentada en el suelo, en una esquina. No lo verbaliza, pero ha llorado. Aunque su rostro esté seco, sus mejillas se colorean de rojo y sus ojos me miran con un brillo especial. Sé lo que es estar así, por lo que con una sonrisa cauta le agradezco que me deje entrar en su caos. Me siento en la otra punta del baño. Dejo una pierna estirada y la otra encogida. Me apoyo en la bañera.
Tengo muchas cosas por decir, pero dejo que sea ella la encarga da de romper el silencio.
—Valoro tu compañía —dice finalmente.
Es la frase más simple y bonita que me han dicho nunca. Evita mirarme. Hace amagos, hasta que lo consigue. Cuando levanta la cabeza por completo se aparta un mechón de pelo y me deja ver, ahora sí, su piel limpia. Trago saliva y contengo la respiración. No quiero mirar más de lo que me está dejando ver, pero no puedo evitar fijarme en el moratón que colorea su piel.
—He olvidado ponerme maquillaje. No quiero que digas ni preguntes nada al respecto.
—¿Quién te ha hecho eso? Natalia no responde.
—¿Ha sido Axel?
¡¿Qué estás haciendo, cerebro de mosquito?!
—Quiero decir... ¿Ha sido tu padre?
Natalia no pestañea. Su boca permanece entreabierta y respira de forma agitada.
—¿Cómo sabes su nombre? —No respondo—. ¡Contesta!
—Lo vi en el despacho de Agus —contesto atropelladamente—. Estaba escrito en los papeles. Era una copia de tu carnet de identidad.
—¿Por qué debería creerte?
—¿Por qué iba a mentirte? —contraataco—. No existe otra manera de que conozca el nombre de tu padre.
—Deja de llamarlo así —me pide, con dureza—. No ha sido él. Pero no intentes averiguar quién es el culpable, Dylan. Si dejo que me veas así es porque, de alguna manera, sé que pudiste verlo el día que nos conocimos. —Niega con la cabeza y se pone de pie—. No quiero saber cómo te diste cuenta, ni por qué supiste cómo reaccionar momentos antes de que sufriera un ataque de ansiedad en pleno rodaje, ni siquiera el motivo por el cual no has intentado abrir la puerta como un energúmeno y has asumido que el sonido del cerrojo abriéndose era una invitación a entrar al cuarto de baño o... a mi vida.
Me pongo de pie y la observo a través del reflejo del espejo. Sin hablar, abre el neceser de Lily, saca una esponja de color azul y comienza a aplicarse con pequeños toquecitos una capa de maquillaje en la piel. No cubre el moratón por completo. Al verse, comienza a llorar. El moratón vuelve a ser visible.
—Han pasado muchos días... y no desaparece —se lamenta.
—Deja que lo intente. Lo haré despacio. No lo verás hasta que no esté cubierto por completo.
Natalia se muerde el labio inferior con nerviosismo. Desde aquí puedo escuchar su cabeza. Está llena de dudas, pero por fin se decide a darse la vuelta y me tiende la mano para que tire de ella y me acerque.
La tomo con delicadeza y de reojo veo cómo los músculos de su cuerpo se contraen durante unos segundos. Al instante parecen relajados. Camino con cuidado hasta ella, pero no suelto sus dedos. Antes de hacerlo le acaricio el meñique y lo aprieto en dos ocasiones. Esta vez no obtengo una respuesta visual, pero entrelaza sus dedos con los míos. Encajan a la perfección. Cierro los ojos y de pronto siento un estallido de emociones en mi interior. Como si fuera posible experimentar el jodido Big Bang más de trece mil millones de años después de la creación del universo. Ella permanece cabizbaja. Con un toque en la barbilla hago que alce la mirada hasta mis ojos, pero no sube tanto como yo esperaba. Se queda a mitad de camino. Hunde la mirada en mis labios y dejo escapar un suspiro. Ella cierra los ojos y pega la frente a mi pecho.
No sé cómo reaccionar, ni si debo abrazarla. No sé si se apartará o, por el contrario, se aferrará a mi torso. Quizá me pegue un guan tazo. Entierro los dedos en su pelo. Dejo la palma de la mano sobre su nuca y acaricio su piel con delicadeza.
—Respira hondo, morena —murmuro, con el mentón descansando sobre su coronilla.
Ella lo hace y aunque al principio le cuesta, consigue rebajar los niveles de ansiedad siguiendo mis indicaciones. Inspira profunda mente por la nariz, aguanta el aire cinco segundos y lo expulsa por la boca poco a poco. Su corazón deja de latir tan deprisa. Ya no re tumba entre las paredes del baño.
Despega la frente de mi pecho y me mira a los ojos, mientras que la última lágrima termina su recorrido en el filo de su mandíbula.
—Lo has hecho genial.
Le quito la esponja de la mano y la baño en cosmético. Siento un pinchazo en el corazón. La última vez que hice esto fue en un contexto totalmente diferente, cuando le quitaba las pinturas a mi madre y la ayudaba a maquillarse. Casi nunca sucedía y cuando pasaba no tardaba más de veinte segundos en apartarme. Siempre tenía prisa, siempre molestaba, nunca tenía tiempo. Por lo menos para mí. Retiro un mechón de pelo y lo coloco detrás de su oreja. Poco a poco, con cuidado de no hacer daño y a pequeños toquecitos, tal como lo estaba haciendo ella, con la tercera capa de maquillaje consigo hacer desaparecer el moratón.
Natalia se da la vuelta y sonríe al mirarse en el espejo.
—Gracias. En unos días habrá desaparecido —dice convencida. No sé qué versión creerme. Esta o la de hace unos minutos cuando no veía luz al final del túnel. ¿Pueden ser compatibles?—. Dylan... No malgastes tus días en averiguar quién ha sido, tampoco si ha habido más veces y, mucho menos, creas que, porque te haya dejado verme... así, me conoces.
No me atrevo a decir nada.
—Cuanto más lejos estemos el uno del otro, mejor nos irá
—continúa.
—No me puedes pedir que me aleje de ti. No ahora, no de esta forma.
—Claro que puedo. Hasta hace unas semanas no me conocías de nada, por supuesto que puedes mantener las distancias conmigo. Debes hacerlo. ¿Es que crees que no me he dado cuenta de la forma en la que me miras? ¿Que tu retina graba cada detalle de mí, por más mínimo que sea? Sé que le suplicas a Gia ensayar las escenas una vez más para pasar más tiempo conmigo.
Touché.
Mis esquemas se acaban de ir a la porra. Me he quedado sin cartas que jugar.
—Para darte cuenta de todo eso, tienes que estar muy pero que muy pendiente de mí. —Aprieto la mandíbula y siento cómo mi corazón deja de palpitar al advertir que su mirada vuelve a clavarse en mis labios. Natalia se gira y, apoyada sobre el lavabo, me mira con detenimiento, esta vez a los ojos—. No te voy a tratar diferente por tener un moratón en el pómulo, Natalia. Voy a tratarte como mereces. No le diré nada a nadie, pero no puedes obligarme a olvidar que, desde la esquina de este baño, abrazando tus piernas con todas tus fuerzas y entre lágrimas estabas pidiendo ayuda a gritos.
—¡Por favor! —dice poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué ayuda ni que...? ¡Agh! ¡Todo esto ha sido un error! ¡Olvídalo! ¡No sé en qué estaba pensando para creer que era buena idea!
Choca mi hombro con el suyo aposta y sale del cuarto de baño con paso firme, pero, al hacerlo, desliza la mano y acaricia la mía, tentando al destino, sintiendo el roce de nuestros dedos hasta que se deshacen en el ambiente. Me dejo caer sobre la pared, apoyo la cabeza en el marco de la puerta y por arte de magia se dibuja una sonrisa en mi cara.
Al llegar a la mesa, Zack y Lily me miran con las cejas en alto.
No sé qué se les está pasando por la cabeza, pero nada que ver.
—Es mi amiga, te mataré si le haces daño —me advierte el rubio.
—Sobre la conversación de antes... —comienza a decir Natalia—. Somos una familia normal, humilde. Vivimos en un piso en Madrid. Mi madre os caería genial —añade, con una sonrisa—. Y él... él os dejaría sin palabras —finaliza, ampliando la sonrisa. Sin palabras no sé, pero con la nariz fracturada a lo mejor. Todavía me duele al recordarlo. Sabía pegar como nunca he visto a nadie. Eran golpes secos, en el sitio exacto.
Poco a poco voy conociendo los matices de su sonrisa. No es real. Quizá en la mesa lo han pasado por alto, pero yo no.
Cuando llega mi turno, contesto sin pensarlo dos veces, no vaya a ser que me arrepienta antes de tiempo:
—Lo habéis podido comprobar, Nueva York está bien, siempre y cuando estés dispuesto a perder una hora en llegar a un lugar al que tardarías diez minutos si se tratara de una ciudad como otra cualquiera. Mi padre es la hostia —le dedico una mirada a Lily, que dibuja una sonrisa malvada—, si lo conocierais os caería genial. Durante muchos años fuimos dos más en la familia. Ulises y Eneko, mis mejores amigos eran como hermanos para mí.
—¿Ya no? —se interesa Zack—. ¿Soy el segundo plato?
—Ulises se acostó con la que era mi novia —me limito a decir. Zack junta los dedos índice y pulgar y cierra una cremallera imaginaria en sus labios—. Y años después yo me acosté con la que era novia de Eneko.
El rubio abre los ojos como platos y aunque no me hace gracia, suelto una carcajada que Lily interrumpe con un carraspeo.
—¿Y tu madre, Dylan? Háblanos de ella.
Le sostengo la mirada con los ojos entrecerrados y la mandíbula en tensión. Antes de que mi reacción pueda resultar desmedida, trago saliva y respondo:
—No tengo relación con ella. Mejor eso a tener una madre ausente, ¿no crees?
Lily frunce el morro. Las aletas de la nariz se le agrandan. Zack y Natalia no saben dónde mirar. No puedo perderla de vista, o aprovechará cualquier momento para acercarse a Natalia. Le contará la verdad. Y la alejará de mí. O lo que es mucho peor, la acercará a su enemigo.
Zack añade:
—Mis padres no me quieren. —Se encoge de hombros y se ríe. Nos deja sin habla—. No estaréis esperando a que os cuente en profundidad, ¿verdad? Si lo conocemos todo de todos en un día,
¿qué nos quedará en septiembre?
—¿Qué ocurre en septiembre? —pregunta Natalia.
—¿Te has leído el contrato que firmaste, bonita? —Lily sonríe con falsedad y pone los ojos en blanco. Natalia la mira con la boca entreabierta—. Es la fecha en la que finaliza el rodaje.
—¿Tanto tiempo?
—¿Tres meses te parecen mucho? —pregunto—. Dudo que sin ser un Vengador puedas rodar una película en menos tiempo. Aun que espera..., ¿perteneces a los Vengadores?
—¿Qué coño dice este? —inquiere Lily.
—Inculta —siseo, con indiferencia.
Zack me propina otra patada por debajo de la mesa.
¡Que alguien le quite la venda de los ojos a ese chico! Cállate. No me incites.
¡Está besando al mismísimo Demonio!
El Demonio, antes de ser lo que es hoy, fue ángel.
—Que la película se termine de rodar en septiembre no quiere decir que tu estancia en Vancouver termine en ese mismo momento —aclaro, ante la mirada perdida de Natalia.
Ella muestra interés, tiene los ojos muy abiertos, como si acabara de abrir una de esas ventanas que hay en las casas encantadas por las que entra la luz que termina con el miedo de los visitantes.
—Puedes quedarte aquí a vivir. Yo lo haré —añado.
—Que una ciudad te parezca bonita no es motivo suficiente para establecer tu vida —me responde.
—¿Y enamorarte? ¿Lo ves un motivo de peso?
Zack carraspea y se levanta de la mesa de forma repentina. Agarra el plato de las tostadas y su taza, y camina hasta la cocina. Desde allí grita:
—¡Deberíamos irnos, vamos a llegar tarde! No me apetece discutir con Agus tan temprano.
Natalia no contesta mi pregunta, rápidamente sigue a Zack.
—Si fuera tú, me andaría con cuidado, Dylan —me murmura Lily en el oído.
Espero a que rodee la isla de la cocina y cuando veo a Zack y a Natalia salir agrego:
—No sé a qué te refieres.
—Estoy segura de que no eres el único que no ve a Natalia como una simple amiga.
Cuando llegamos afuera, ambos nos están esperando junto al coche. Zack da vueltas alrededor de él y se agacha hasta el suelo para mirar con mayor precisión las llantas. Abro las puertas con el mando y, sin preguntar, se vuelve para mirarme y se monta en el asiento del piloto. Natalia observa la situación con estupefacción. El rubio agarra el volante con las dos manos y finge estar conduciendo. Saca la cabeza por la ventanilla y, mirando a Natalia, dice con chulería:
—¿Quieres que te dé una vuelta, nena?
Me quedo sin palabras. Busco a Lily con la mirada y esta se en coge de hombros. Puedo leer su mente. Una frase en círculos recorre su cabeza: «Te lo dije».
¡Zack Wilson no es una amenaza, Brooks!
¿Y tú qué sabes?
¡Él no es Ulises!
—La actuación ha llegado a su fin, levanta el culo —digo con seriedad.
Zack y Lily montan en los asientos traseros. Dejan que Natalia se siente en el del copiloto porque dice marearse en los coches. Antes de arrancar, aprovechando que por el retrovisor veo a esos dos besar se, miro a Natalia haciendo que me mire—. ¿Tres meses no te parecen suficientes para enamorarte?
Natalia se moja los labios y clava la mirada en la ventanilla.
—¿Y tú, Dylan? ¿Cuánto tiempo necesitas para enamorarte?
—¿Quién te dice a ti que no esté enamorado?
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