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29

Dylan.

Mi padre ha muerto.

Y con él el último resquicio de nuestra familia.

Me duele el corazón.

—La vida te enseña quién sí y quién no, pero la muerte te enseña quién estará siempre. Creo que puedo hablar por todos nosotros si digo que Rick, ya no el padre, sino el policía, amigo, hijo, hermano, tío y esposo —miro a mi madre disimuladamente—, ha dejado el listón muy alto a las siguientes generaciones. ¿Estaré a la altura? ¿Seré tan buen padre como él lo ha sido? ¿He sido el hijo que merecía? —vuelvo a mirar a mi madre, pero esta vez me topo con la mirada de Agus—. Creí que volver a Nueva York me haría reencontrarme con esa parte que tanto necesitaba de mí pero que había dejado escapar. No esperaba hacerlo de esta manera. No estaba en mis planes darme de bruces con la realidad. Entender que padre es el que está, no el que pone en el papel. Que el amor que siembras se recoge y él se ha ido con el corazón lleno. Que la vida, al igual que las estaciones del año, viene y va, pero lo que dices, haces y sientes prevalece en los libros de historia. Porque, si algún día alguien escribiera una historia sobre él... —arrugo el papel que sostengo entre las manos y lo tiro al suelo. Las lágrimas lo habían empapado y no se leía nada—. Papá, no sé si me estás escuchando o sí... Por el contrario, cuando el corazón deja de latir el alma se desvanece, hasta desaparecer. Pero si lo estás haciendo, si estás aquí... lo siento. Siento tantísimo no haber sido el hijo que esperabas. Siento no haber podido arreglar nuestra familia, papá. Espero que donde estés ahora puedas empezar de cero con gente que de verdad te quiere, aunque aquí dejes el legado de tu nombre, tu corazón y tus valores.

Las lágrimas inundan el césped. A mi alrededor se forman charcos de dolor. Deslizo la mirada en busca de los ojos cómplices de Natalia, que asiente con la cabeza, la nariz y los ojos rojos, un pañuelo en la mano y la luz más poderosa de este lugar.

—Solo quiero que sepas que te quiero, papá. Nunca he dejado de hacerlo.

Me bajo de la tarima y corro a refugiarme entre los brazos de Natalia, que me aprietan contra su pecho como si nada ni nadie pudiera en este mundo separarnos. Zack me pasa una mano por el pelo y entrelaza su brazo con el mío. En frente, separados por el ataúd que aún guarda el cuerpo caliente de mi padre, veo a Serena y a Agus mirar fijamente la madera. Mi madre lleva puestas unas gafas de sol. Va vestida de traje, pero no se ha molestado ni en quitarse la placa que aún cuelga de su cuello. Niego con la cabeza a la vez que aparto la mirada y echo un vistazo alrededor. Está repleto de gente. No sé si parece el funeral de mi padre o el de una estrella del rock. ¿Quiénes son todas estas personas? No pintan nada aquí.

—Quiero que se vayan —murmuro.

—¿Qué?

—La gente. La mitad de ellos hablaron mal de nuestra familia a nuestras espaldas cuando mi madre nos abandonó. Han estado todo este tiempo inventando rumores hasta acabar con nosotros... no quiero que estén aquí.

—Vale —dice Natalia.

—¿Vale?

—No quieres que estén ¿no? Los echaremos —dice, confiada—. La única persona que tiene poder de palabra hoy eres tú, macarra. Ni tu madre, ni tu familia, ni la gente... solo tú. A tu padre le gustaría que estuvieras bien y si eso conlleva echar a toda esta gente de aquí...

No le da tiempo a terminar cuando Zack avanza dos pasos y grita:

—¡SI ALGUNA VEZ HABÉIS QUERIDO A ESTE BUEN HOMBRE, MARCHAOS!

La gente murmura, otros le insultan, pero finalmente decido ponerme a su lado. Agus le dice algo a mi madre en el oído y caminan hasta nosotros.

—Dylan, soy su exmujer, merezco estar aquí.

No me puedo creer que esté diciendo esto.

—Ah ¿Sí? ¿Es ahora cuando pretendes demostrar amor? ¿Cuando ya no está? ¿Cuando no puede verlo? —me froto la cara con desesperación y avanzo un paso hasta ella. Agus se interpone entre nosotros, pero mi madre le hace un gesto para que se eche a un lado—. No te has quitado ni la puta placa. Llevas gafas de sol porque fingir las lágrimas era demasiado patético hasta para ti y no has tenido el valor suficiente de acercarte y preguntarme qué tal estoy.

—¿Cómo estás?

—¡Vete al infierno! —grito, dándoles la espalda.

Natalia se queda unos pasos atrás, justo al lado de mi madre.

—Serena, si alguna vez le has querido, vete.

Los seres humanos no nacemos siendo dependientes, es la vida quién nos enseña a serlo. 

El tiempo no cura, sino que acostumbra, nos vuelve apega a las cosas materiales, a las personas, a los momentos.

Nos vuelve adictos.

Adictos a la risa de tu pareja, al olor a la comida de tu abuela, a escuchar a papá contar anécdotas cada vez que viene del trabajo, a las compras interminables con mamá, a las tardes de inocencia y primeros amores con tus amigos en el parque...

Adictos a lo que ya no está, pero aún perdura.

Dependientes del amor y sus variantes.

Por eso hemos venido aquí, al restaurante de tortitas favorito de mi padre, ese al que nos traía a Eneko, Ulises y a mí una vez al mes después del colegio. Entro de la mano de Natalia, con la cabeza cabizbaja y los ojos hinchados. Me duele el corazón, pero algo dentro de mí renace cuando me siento en el lugar que ocupaba mi padre.

Zack pide una hamburguesa y yo comparto mis tortitas con Natalia. Apenas tengo hambre, pero picoteo alguna que otra. Solo quiero verlas ahí, en el plato. Junto al batido. Como si todo siguiera como antes, como si él no hubiera muerto.

—¿Crees que mi madre se ha ido del cementerio después de lo que le has dicho porque me quiere?

Rápidamente levanto la vista de la mesa y les observo. Zack y Natalia se miran entre ellos sin saber muy bien qué decir. Y lo entiendo. No sé cómo he podido pensar que ellos tendrían la respuesta.

—No necesito que me mintáis —les advierto.

—¿Por qué necesitas saberlo, Dylan? —pregunta Natalia. La miro con incredulidad. ¿Lo está diciendo en serio?—. Anclarte en eso es una de las peores formas de tortura que existen... Cada vez estarás más atado a lo que podría haber sido y no a la realidad.

—Ahora dime tú —miro a Zack—. ¿Crees que me quiere?

—Quién te quiere no hace que te odies, Dylan.

☾☾☾⋆☽☽☽

Nuestra vuelta a Vancouver estaba prevista desde hace una semana, pero el mismo día del vuelo la aerolínea canceló los billetes por fuertes tormentas. Decidimos quedarnos en Nueva York unos días más. Lo que tan solo iban a ser tres días, ha terminado siendo una semana y un día.

No sé si estar aquí me gusta o me aterroriza. Sea cual sea el sentimiento, lo necesitaba. Añoraba esto, caminar por las calles de mi ciudad, ir a comprar el pan a la panadería de siempre, salir a tomar el aire al jardín, cenar viendo las estrellas en el tejado...

El día de hoy lo hemos dedicado a hacer turismo por la ciudad. La he llevado al centro y le he mostrado algunos de los lugares más importantes. Con la noche bañando mi vecindario, Zack se resguarda del frío en casa y nosotros salimos a cenar. Le hemos invitado a salir con nosotros, pero desde que Lara se fue no es lo mismo. No tiene esas ganas locas por vivir. Parece serio, cabizbajo. Intento incitar al mal, que salga de su burbuja de oscuridad y desamor, que se olvide del mundo por unas horas tal y como lo hago yo, tratando de no pensar constantemente que hace una semana mi padre habitaba esta casa que ahora ha pasado a ser mía, sin mérito propio.

Llevo a Natalia a caballito fingiendo ser dos Vengadores que tienen como misión salvar la ciudad de Nueva York, como en La Era de Ultron. Ella se aferra a mi cuello y gime de emoción a medida que subimos y bajamos por las calles de la ciudad.

No recordaba este lugar así.

Tres meses han sido suficientes no sólo para enamorarme, sino para cambiar un sitio que creías familiar. Lo siento lejano, más que nunca. El frío no se siente igual, la noche tampoco. Mi casa no huele como la última vez que me fui. Mi habitación es, incluso, más acogedora que de costumbre. El zumo de naranja sabe diferente y el agua de la ducha moja mi cuerpo, pero no lo limpia, porque el peso de lo que algún día llegó a ser esta ciudad para mí permanece conmigo desde primera hora de la mañana hasta el último instante del día, ese ápice de luz que se cuela entre los párpados instantes antes de cerrarlos por completo y quedarte dormido.

Con Natalia todo es diferente.

No sé si mejor o peor, pero me siento afortunado de poder llevarme esta imagen de mi ciudad, siendo lo que es, un conjunto de personas, elementos arquitectónicos, casas, seres vivos y cientos de emociones distintas entre sí y no la ciudad que vio marchar a mi madre.

—Gracias por venir conmigo —le digo, cuando sus pies tocan el suelo. Solo estamos ella y yo, las estrellas y la Luna llena. Natalia eleva la vista hasta el cielo y sonríe. Hundo mis manos en su pelo y acerco su rostro hasta el mío. Mis labios se funden con los suyos, sedientos de su calor—. No sé cómo te lo podré compensar.

—Dylan... El amor debe ser recíproco.

—Lo sé, pero nunca nadie había hecho algo así por mí.

—¿Algo así como qué?

—Quererme, Natalia. Nunca nadie antes me había querido de esta forma. Eres la primera persona que me dice lo que está bien y lo que no. La que me ha enseñado a ver la realidad de los libros y la fantasía del mundo en el que vivimos. Eres tú por quién empecé a creer en el amor. Y míranos —clavo la mirada en el cielo, con la boca entreabierta—, siempre tú y yo y la Luna. Es como si no quisiera perder cuenta de esta nuestra historia.

—¿Crees que terminará bien?

—No lo sé, pero espero que si nuestros protagonistas no acaban juntos, la Luna sea consciente de que ha sido testigo de la historia quizás no más bonita, pero sí más real que jamás ha existido.

Permanecemos unos instantes fundidos en un abrazo.

Por esta calle nunca suelen pasar coches, así que cierro los ojos y busco refugio en su cuello, aspirando su perfume, bañando mis mejillas con los suaves mechones de su pelo, alimentándome de la fuerza que nos une hasta saciarme de ella.

De pronto, alguien comienza a aplaudir. Rápidamente nos alejamos el uno del otro, pensando que sería un coche, pero nada que ver. Al ver enfrente de nosotros a Ulises, Nick y Pelirrojo pongo los ojos en blanco. Se acercan poco a poco a nosotros y me saludan con un abrazo. A Natalia le dan la mano. La observo con detenimiento. No parece incómoda, pues es más, sonríe de forma desmesurada.

—Me he enterado de lo de tu padre... —comienza diciendo Ulises.

—No quiero hablar de ello.

—No fuimos al funeral, espero que puedas perdonarnos —Nick contiene una risotada. Lo fulmino con la mirada—. Estábamos de resaca.

—Como comprenderás, lo último que hice mientras enterrábamos a mi padre era fijarme si estaban todas y cada una de las personas que han pasado por mi vida —respondo, con mala cara.

—Lo que Dylan quiere decir es que agradece vuestra preocupación, pero está tratando de hacer vida más allá de eso —dice Natalia. ¿Yo he dicho eso? La miro con una ceja arqueada. No. No he dicho eso—. Soy Natalia, por cierto. Un placer.

—El placer es nuestro, guapa —contesta Pelirrojo, con picardía.

—Tengamos la noche en paz, colega —comento, pasándole un brazo por encima de los hombros—. No queremos terminar como lo hicimos la última noche que pasamos juntos ¿no?

—Venid con nosotros a tomar algo —propone Ulises.

—Ni de coña —mascullo. Agarro la mano de Natalia y camino hacia el lado contrario al que nos dirigimos, pero ella me frena—. Vamos, por favor.

—Son tus amigos.

Ellos avanzan los pasos que nos separan.

—Eso, tío. Somos tus amigos.

Natalia lanza una mirada cómplice a mis amigos por encima de mi hombro.

—Os lo robo un momentito —fuerza una sonrisa nerviosa, con dientes incluidos. Nos alejamos unos metros y antes de que pueda empezar a hablar, tengo su dedo índice sobre mis labios. Cierra los ojos y sisea—. Quédate con ellos, Dylan. No te preocupes por mí. Pediré un taxi o... llamaré a Zack —lo piensa dos veces y vuelve a sonreír—. Sí, llamaré a Zack. Me sentiré más segura con él que con un desconocido. Además, tampoco estamos tan lejos de tu casa ¿no?

—¿Desde cuándo mi opinión ha dejado de importar?

—¿No quieres ir con ellos?

—No lo entiendes, Natalia. Ellos... —volteo a verlos. Ulises agita una bolsa transparente con lo que parece algún tipo de droga en su interior, Nick nos mira con superioridad y Pelirrojo grita estupideces del estilo "¿Tienes que pedir permiso a tu chica, Brooks?", "¡Nos han cambiado a nuestro amigo!", "¡Deja de hacerte el difícil y ven con nosotros!". Cierro los ojos con fuerza e inspiro profundamente. Estos cabrones siguen siendo las mismas personas de las que me alejé—. Son personas complicadas.

—Yo también lo soy. Todos lo somos.

—No es lo mismo, ni de coña. Ellos... —lo intento. Quiero decírselo. Necesito decirle qué ocurrió entre nosotros para que nuestros caminos se separaran, pero no puedo. No debo. Por ella. No puedo ser una carga más, ni ser el insomnio de esta noche o en las que me pueda relacionar con ellos. No puede enterarse que Ulises, Nick y Pelirrojo son adictos a la droga. No puede relacionarme con su padre—. Olvídalo, morena. Vámonos, ahora. Llegamos a casa, pedimos algo para cenar, elegimos una película para ver los tres y terminamos la noche follando como dos jodidas almas sedientas de placer sobre el escritorio de mi habitación, en la ducha o... en el puto tejado. Pero vámonos, por favor —le ruego. Mi voz se vuelve profunda, como si saliera del interior de mi pecho.

—Disfruta —dice, con una sonrisa. Me da un beso fugaz en los labios y echa a correr—. ¡Pásalo bien!

—¡Natalia! ¡Ven aquí! —mascullo. Ella niega con la cabeza y la pierdo de vista cuando cruza la esquina. Rápidamente escribo a Zack y le pido que vaya a buscarla. Me responde al instante. En menos de quince segundos tengo al que antes era mi rubio, Nick, subido a mi espalda a caballito—. ¿Quién crees que soy? ¿Tu Maserati?

—¡Tú me pones mucho más que el rugir del motor de un puto Maserati, Brooks! —grita, forzando una voz sensual. Finge un gemido y Ulises y Pelirrojo se echan a reír. Están mal de la jodida cabeza.

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