Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

17. 1


Corregido ✅

Zack

Unas cuantas noches y cenas más tarde...

—¿Por qué yo no tengo mote? —pregunta Lara.

Me ha seguido hasta el dormitorio del apartamento y me obser­va mientras cuelgo la chaqueta de Natalia en el perchero de la pared. Hemos dejado a los demás poniendo la mesa para cenar. Dylan se acababa de hacer dueño de los altavoces para poner algo de Bon Jovi. Natalia se quejaba porque quería escuchar a Harry Styles y Aron seguía en su salsa sin el amargado de Agus a su lado. Estaba aferrado a la botella de vino y tarareaba la canción.

Lara mueve la mano de un lado a otro por delante de mi cara.

Me he quedado atontado.

¿Qué respondo?

—Las parejas de los libros crean dialectos propios. ¿Por qué a mí no me llamas... así?

—Así ¿cómo?

—Como si fuera única.

Porque no... no sé si lo eres. Pero está claro que no puedo de­cirle eso.

—Entonces... ¿oficialmente somos novios? —pregunto, ob­viando su pregunta.

Abre y cierra la boca, perpleja.

Tengo que decir algo antes de que me mande a la mierda.

—Hacemos planes de pareja, a nuestros amigos les hemos dicho que estamos juntos y..., por norma general, cuando se acepta em­pezar una relación con alguien, ambos se convierten en «eso», pero... ¿es necesario? ¿Tú quieres?

Lara no responde. Tiene los ojos muy abiertos.

—No tenemos que seguir los patrones que marque la sociedad

—finalizo.

Ella niega con la cabeza y ríe sarcástica.

—¿Quién sería infeliz si tú alcanzas la felicidad, Zack? —pre­gunta, con dureza.

Ah... vale. Creo que ya lo entiendo... ¿Está celosa?

—Porque he podido comprobar que en esta casa no soy la única que se hace esta pregunta. Y espero estar equivocada..., pero tu hui­ da en el aeropuerto, las miradas, ese «enana» que dices con la boca pequeña cada vez que hablas con ella, el carácter desafiante que sa­cas a relucir cuando su novio está cerca...

—Para —le pido, con voz grave.

—¿Qué te traes con Natalia?

Me parece que no estoy capacitado para dar respuesta a sus pre­ guntas. No puedo. No debo. No me gustaría hacerle daño..., pero tampoco puedo dejar que se vaya así. El salón se convertiría en un campo de batalla. Lara pone los ojos en blanco y camina hacia la puerta, pero antes de que pueda atrapar el pomo la sujeto por la mu­ ñeca y la atraigo hacia mí. Sus manos quedan pegadas a mi pecho y me mira fijamente. Nunca la he tenido tan cerca. Así, como si fuera posible escuchar mi corazón. Imagino que es capaz de sentirlo. Está muerto de miedo, porque nadie me ha querido como lo hace ella, siempre lo han hecho como yo lo estoy haciendo ahora.

¿Qué es lo correcto? No lo pienso más.

Hundo la mano bajo su pelo y la dejo pegada a su nuca. Ella resopla sobre mis labios y yo cierro los ojos. Esto no está bien, pero... quiero besarla. Y olvidarme del mundo. Del caos. De las olas del mar inundando mi mente. Del pasado. Solo quiero vivir el pre­sente. Disfrutar las mentiras y desafiar las verdades. Nuestros labios entran en contacto y hundo la lengua en su boca. Me recibe con deseo.

Al alejar el rostro, Lara eleva la vista hasta mis ojos.

—¿Este beso te vale como respuesta? Lara resopla.

—Los ojos bonitos mienten mejor —se limita a decir.

—Nunca he creído que mis ojos fueran bonitos. Están llenos de tristeza.

—No me has dejado terminar —dice, con seriedad—. Estaría dispuesta a caer en tus mentiras.

—¿Por qué dices eso?

—Porque en caso de hacerme daño, tendré un motivo para de­jar de quererte. Conocerás la forma de romperme el corazón, y en tu mano estará usar esa arma.


Lara

—Dime, Dylan, ¿qué ocurre en la página cincuenta y seis del segundo libro que escribió Natalia? —pregunto, como primera cuestión del examen técnico de novio.

¿Lo superará? Yo creo que sí... o eso espero. Dylan frunce el ceño y Natalia se tapa la cara con las dos manos, avergonzada. Apo­yo los codos sobre la mesa. Los demás comen, yo trabajo.

—¿No lo sabes? Vaya novio...

—Lara —interviene Natalia con dureza, a modo de advertencia.

—Imagina que estáis en un safari. ¿Qué harías si tres manadas de leones fueran tras ella? Opción A: sales corriendo tras ellos; op­ción B: miras hacia otro lado y lloras su pérdida, y opción C: no hay opción C. ¡Tendrías que haberme interrumpido en la primera op­ción, Dylan Brooks! ¡¿Cómo ibas a dejar a mi amiga sola en un safari?! ¡Habría muerto!

—¿Qué coño dice? —masculla Dylan, mirando a Natalia—. ¿Se droga?

—¡Nunca he probado la droga! —grito, alterada.

—El alcohol es una droga —dice Aron, con una copa en la mano—. Y el amor, por desgracia también.

Nos quedamos mirando con los ojos muy abiertos a Aron, que se encoge de hombros y continúa comiendo como si nada. Durante unos minutos se forma un silencio que baña el salón. Tengo enfren­te de mí a Natalia, que corta y pincha los trozos de costilla a la bar­bacoa como si fuera una niña pequeña. Siempre me ha hecho mu­cha gracia verla comer. Su forma de masticar es extremadamente graciosa, pero si se lo recuerdo, estoy segura de que terminaré en urgencias con un tenedor clavado en el medio de la frente.

A mi lado tengo a Zack, que permanece cabizbajo. Con mi pre­sencia aquí... parece otra persona; por videollamada no era así. Es completamente distinto a todo lo que Natalia me ha dicho sobre él.

¿Dónde quedan las bromas? ¿Su eterna sonrisa? ¿El buen rollo? ¿Sus arrebatos de locura en los que se levanta de la mesa y carga a alguien sobre su hombro para dar vueltas en el sitio de los que hablaban? No entiendo nada... ¿Soy yo el problema?

Me fijo en Natalia, que de un momento a otro esconde su puño bajo la mesa.

¿Otra vez? ¿En serio?

Tengo que impedir que clave las uñas en sus manos..., nos ha costado curar las heridas de antes. Ella no se estaba quieta, Zack había entrado en pánico y a Dylan se le ha ido la mano con el líquido desin­fectante. Aron ha tenido que dejar de mirar, porque casi se desmaya. Le propino a Natalia una patada por debajo de la mesa y auto­máticamente sube el puño. Deja el brazo sobre la mesa y Dylan se recoloca en su silla. No quiero pensar que estaban haciendo guarra­ das con todos nosotros delante, pero lo confirmo cuando el novio de la que es mi mejor amiga ríe por lo bajo.

—Te iba a preguntar en qué estabas pensando, pero no quiero escuchar la descripción del pene de tu novio.

—¡Lara! —grita.

—¿Qué? ¿Tengo que fingir que no sé que estabais metiéndoos mano?

—¡Yo por lo menos no hago sexo telefónico! —exclama, muy digna ella.

—¿Y qué tiene de malo? —Enarco una ceja.

—Eso, ¿qué tiene de malo? —me sigue Zack.

—¡Nada! ¡Tengamos la cena en paz! —exclama Aron.


Natalia

—¿Alguna vez os habéis enamorado de vuestra mejor amiga?

¿O amigo?

Mi pregunta resuena con fuerza en la estancia. Rebota en cada pared del salón. Zack empieza a toser de forma exagerada. Dylan lo fulmina de una mirada, pero él no se repone, y Lara le tiene que acercar el vaso de agua para que dé un trago. ¿Qué he dicho?

—Que tú sepas, no —bromea Lara, y yo le guiño el ojo.

—Nunca me he sentido atraído por Ulises y Eneko —comenta Dylan.

—Sí —responde Aron.

Zack niega rápidamente con la cabeza y se frota la cara.

—¿A qué viene eso? ¿No tienes algo más importante o interesante que preguntar?

—Podrá preguntar lo que ella quiera, ¿no? —inquiere Lara, con el ceño fruncido.

Zack asiente con la cabeza sin dejar de mirarme. Espera mi res­ puesta.

—Curiosidad —me limito a decir.

Lo que queda de cena transcurre con normalidad, siempre y cuando formen parte de la normalidad los silencios incómodos, las pullas, las miradas fulminantes y que Aron haya abandonado la cena en taxi porque se ha pasado con el alcohol...

Antes de llegar al postre, Lara saca unas deliciosas patatas asadas del horno.

—La especialidad de mi madre. Es su receta.

—¿Me pasas la salsa? —Nada más formular la pregunta me doy cuenta de que no está en la mesa, aun así, Lara la busca con la mira­ da y se encoge de hombros—. Voy a por ella.

—Te acompaño, quiero mostaza —informa Zack, a la vez que se levanta de la silla.

—¡Tráete el kétchup! —grita Lara.

Zack sigue mis pasos y me paro en la nevera. Abro la puerta con una mano y cojo la salsa. Él alarga el brazo por encima de mi hom­bro y, rozando mi oreja, alcanza las otras dos salsas. Cojo unos boles del armario y vierto un poco de cada una para llevar a la mesa.

—¿A qué ha venido la pregunta de antes? —dice—. ¿Esperas que me crea que ha surgido de forma fortuita? Estáis todos muy raros...

Se frota la cara con exasperación. Mientras tanto, lo observo de reojo, y, cuando termino de colocar las salsas, veo que está mirando­ me fijamente.

—Sobre la conversación de antes..., la del aeropuerto... Finge que no ha ocurrido, volvamos a ser los amigos que éramos hasta hace... ¿doce horas? —Clava sus ojos en mis labios—. Puede que en algún momento haya confundido sentimientos..., que, quizá haya deseado algún beso que otro... Y que me haya llegado a imaginar cosas que no puedo verbalizar..., pero ¡olvídalo! En realidad, nunca nos he visto más allá de lo que somos ahora.

Enarco una ceja, boquiabierta. Zack traga saliva con dificultad.

—La pregunta no iba para mí, ¿verdad? —deduce él solito. Niego con la cabeza y estallo a reír.

—Siempre con tus ocurrencias, Zack... ¡Ay! ¡Qué bien me lo paso contigo! ¿Qué haría yo sin ti?

Pellizco su mejilla con ternura y le doy un beso, pero al girarme para regresar a la mesa, mi sonrisa desaparece y la incertidumbre se instala a vivir en mí. Vuelvo con las salsas y Lara me mira relamién­dose los labios. Zack rodea la mesa y se sienta, serio. Moja unas pa­tatas en la mostaza, se la lleva a la boca y me aparta la mirada. Yo hago lo mismo. Con la boca llena añado:

—He pensado en hacer un libro del tipo friends to lovers.

—Prefiero la garra y desesperación de los libros rollo enemies to lovers —dice Lara.

—¿Nosotros qué somos? —se interesa Dylan.

—Novios —respondo con soltura.

—Empalagosos to lovers —se burla Zack. Dylan lo fulmina con la mirada, otra vez.

—Dime, Lara, ¿del uno al diez cuántas neuronas le quedan vi­ vas a mi amigo?

—Dylan Brooks, lo que tengas con Zack lo resuelves en priva­ do. Mi amiga me ha contado muchas cosas sobre ti, no querrás que terminemos la noche en el calabozo, ¿no? —responde ella.

Dylan esboza una sonrisa pícara.

—Conque... ¿te ha hablado mucho de mí...? —Saborea las palabras mientras que yo pongo los ojos en blanco—. ¿Y qué te ha dicho sobre mí?

—Que dejas mucho que desear en la cama —miente.

—Ah, ¿sí? ¿Te ha dicho eso?

Coloca su mano en mi pierna por debajo de la mesa. Trato de aparentar normalidad, pero no sé cuáles son sus intenciones. Trago saliva con dificultad y dejo escapar un suspiro cuando ejerce fuerza sobre mi piel. Un solo movimiento es capaz de hacer que me estre­mezca. Y me suelta, sonriente.

—¿Postre? —masculla Zack.


Dylan

La tarta de chocolate casera que Aron trajo como postre está para chuparse los dedos, pero no puedo más. Estoy lleno. Con el rabillo del ojo veo a Natalia mirar los platos de los demás, con su segundo trozo de tarta cada uno. Ella no ha llegado a tiempo para repetir a la par de los demás, come con demasiada lentitud. Quito la cuchara de mi plato y lo deslizo por la mesa. Lo dejo enfrente de ella y lo mira con detenimiento.

—¿No quieres más? —pregunta, ilusionada.

—Para ti.

—Pero es tu trozo...

—He dicho que es para ti. Acepta mi regalo.

Me agarra la cara con las dos manos y me planta un beso en los labios. Y otro. Y otro más. Llena mi cara de besos en forma de agra­decimiento y río sobre su boca.

—Te... —murmura, pero no es capaz de continuar.

—Lo sé —le digo. Sé que me quiere.

—Quiero que lo escuches de mi boca.

—No me corre prisa. Ahora cómete la tarta antes de que cambie de opinión.

Natalia hace un gesto militar y clava la cucharilla con decisión en el chocolate. Con la boca llena, los labios manchados y los ojos vidriosos me mira para que sepa que está disfrutando del regalo. Y para mí esto es más que eso, más que ese «te quiero» que todavía no puede pronunciar.

Al poco, cometo un error en el que suelo caer constantemente: fijo mi mirada en sus labios. Me incitan al pecado. En silencio me llaman a gritos y yo no puedo negar sus súplicas. Necesito besarla y lo hago. Ladeo su cabeza hacia mí colocando una mano en su meji­lla y estampo mis labios en los suyos. Ella suspira sobre mi boca y sonríe; sabe a chocolate. Al apartarnos no dice nada, pero su mirada lo revela todo. Tiene las mejillas de color rojo cereza y la respiración algo agitada. Espero ser el único que se haya dado cuenta de que está excitada, pero creo que no es así, porque Zack nos está mirando con detenimiento.

—¿Algo que comentar? —inquiero, mirándolo.

—No.

Zack se levanta de la mesa y entra en el baño dando un portazo. Lara le pide a Natalia con la mirada que vaya a comprobar cómo se encuentra, así que ella deja la cucharilla sobre el plato y desaparece.

—Lleva unos días especialmente raro. —Es Lara quien se encarga de romper el silencio.

—Sí —respondo, como si no llevara ya tiempo comportándose como un crío.

—¿Qué día es hoy? —pregunta Lara de pronto, con el ceño fruncido.

Enciende la pantalla del móvil y se lleva las manos a la cabeza.

—Mierda... Es el aniversario de la muerte de su hermano.

—¡¿Qué?!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro