14
Corregido ✅
Dylan.
—¿Qué cojones pretendes hacer? —espeto, con cautela.
Zack permanece a mi lado con los puños metidos en los bolsillos de su chaqueta beisbolera. Hoy lleva el pelo recogido en un pequeño moño. Cómo no hable rápido, le reprocharé una tras otras vez que por su culpa no estoy en casa de la chica que me gusta
—O hablas, o me voy. ¿Qué hacemos aquí? —inquiero, con dureza.
No me esfuerzo en ser simpático.
—Axel está en Vancouver.
¿Qué?
—Vale.
—Vale —repite. Saca la mano izquierda del bolsillo de su chaqueta y me tiende un instrumento metálico. Bajo la mirada para descubrir de qué se trata y se lo arrebato en un movimiento rápido antes de que nos vea alguien—. ¿Tengo que explicarte cómo se utiliza?
—¿Me ves cara de mosquita muerta? —introduzco los dedos en el puño americano y guardo la mano en el bolsillo de mi chaqueta de cuero—. ¿Dónde está?
—En este edificio de apartamentos.
—¿Cómo lo sabes?
—Lara me ha llamado para avisarme. Estaba con Lily. Acabamos de... bueno, ya sabes...
—Follar.
—Sí, eso. Y...
—Le has mentido. No le has dicho quien te había llamado y te has marchado —deduzco.
—¿Me puedes dejar terminar las putas frases?
Sin previo aviso camino hacia el coche. Él me sigue sin entender anda. Me monto sin dar explicaciones y arranco. Zack abre la puerta del copiloto y me mira con cara de póquer—. O subes, o te vas.
—Pero... —intenta decir.
—Ni pero ni nada, Zack. Sube al jodido coche y cierra la puta boca —digo, con dureza.
Más tarde me disculparé con él, ahora no hay tiempo que perder.
—¿Qué coño estás diciendo? ¡Tenemos la oportunidad de encontrarle y partirle la cara y estamos en un coche sin rumbo! ¿Me puedes decir a dónde vamos?
—A casa de Natalia —me limito a decir, pero luego añado.
Mi móvil comienza a sonar. Lo saco de la chaqueta y, sin mirar la pantalla se lo entrego a Zack, que, al ver de quién se trata le cambia el gesto de la cara. Le indico que al descolgar, ponga el altavoz para que pueda escucharlo. Cuando lo hace, Natalia no responde. Sólo se escucha su respiración alterada. No quiero alterarme porque nuestra vida depende de que no descarrile en una curva o choque contra un coche, camión o boca de incendios por exceso de velocidad.
Tengo que parecer tranquilo, no puede notar mi nerviosismo.
—Futuro novio al habla ¿Qué tal flequillitos? —bien, parezco tranquilo.
—Dylan, está aquí.
Nunca antes tres putas palabras me han causado tal impacto en mí como las que acaba de pronunciar. Sin pensarlo, piso el acelerador y me salto dos semáforos en rojo de seguido. Un viandante me insulta y los coches me pitan por mi paso por las carreteras de la ciudad. Zack se agarra a la puerta y me pide que me relaje. Pero no conozco el freno.
—¿Quién está ahí? —pregunto.
—Él. Ha venido a por mí —solloza—, va a entrar en el dormitorio.
—¿Ha entrado al apartamento? —pregunta Zack.
—Sí —sorbe su nariz—, por favor. Ven... ¡Está entrando! —grita, histérica.
—Me cago en la puta —mascullo, y acelero aún un poco más—. No tardo más de tres minutos, Natalia. No me cuelgues por favor. Háblame.
Un grito histérico se cuela en la línea y el móvil choca contra algo duro, intuyo que el suelo. Se me va a salir el corazón por la boca. Quiero reventarle la cabeza a ese hijo de la gran puta. Y abrazarla, después no soltarla nunca.
—Dylan, tenemos que llegar con vida —dice Zack.
—¡Cierra el pico! —grito. Me froto la cara. Natalia no ha colgado el teléfono y los gritos se escuchan de fondo. Tan sólo pensar en la idea de que ese cabrón le está haciendo algo... me hierve la sangre. Golpeo el volante con rabia. Hay atascos y no puedo avanzar entre los coches parados—. ¡Te voy a reventar, cabrón! —grito, con la esperanza de que me escuche.
Cuando llegamos, vemos correr a un chico calle abajo y maldigo mi vida. Sé que es él, quiero ir detrás y darle su merecido, pero hay alguien que me necesita más allá de mi sed de venganza. Aparco el coche y le indico a Zack que ocupe el asiento del piloto. No sé qué es lo que me voy a encontrar cuando suba al apartamento. No puedo pensar en positivo, pero deseo con todas mis fuerzas que esté bien.
Entro al edificio y subo los escalones de dos en dos. Cuando llego al rellano, hago vencer la puerta. Entro y esquivo como buenamente puedo los trozos de cristal que hay esparcidos por el suelo. Todo está a oscuras. Nunca he estado en su casa, no sé dónde se encuentra su dormitorio y, mucho menos el interruptor de la luz. Enciendo la linterna del móvil y grito su nombre, pero no responde a mi llamada.
Descubro dónde está cuando veo la luz de las farolas de la calle entrar a contraluz por la ventana. Su cama está vacía. Ella no está. Cuando me giro, el espejo está hecho añicos en el suelo. El corazón se me va a salir por la boca, apenas puedo respirar. No es momento de bloquearme, no puedo dejarla sola. Hoy no.
Veo su pie asomar detrás de la cama, en él tiene sangre. Salto la silla que hay tirada en el suelo y me tiro al suelo a socorrerla. Tiene los ojos cerrados y no responde ante mi voz. Le tomo el pulso en la muñeca, acerco mi cara a su nariz y respiro algo más tranquilo al comprobar que está viva. Tiene trozos de espejo clavados en el brazo, no quiero sacarlos por si eso empeora la herida. Agito su cuerpo para que reaccione, pero es incapaz de controlar sus movimientos, sus extremidades caen por su propio peso. La cojo en brazos como dos recién casados y su cabeza se desplaza hacia atrás. inconsciente. Me da igual su casa, que la puerta esté abierta o que cualquier persona pueda acceder a ella y desvalijar cada estancia. Lo que llevo entre mis brazos vale más que cualquier oro del mundo.
—¿Natalia? —pregunto, al salir del edificio.
Creo haberla visto moverse, pero tan sólo es el tambaleo que produce mi cuerpo al andar. Zack sale del coche para ofrecernos ayuda, con los ojos como platos. Abre la puerta de los asientos de detrás y extiendo su cuerpo sobre estos. Entro por la puerta contraria y Zack monta en el asiento del conductor sin decir palabra. Sabe que nuestra próxima parada es el hospital.
—¿Cómo está? —pregunta.
—¡¿Tú qué crees?! —grito.
—No gritéis —dice Natalia, con un hilo de voz. Automáticamente bajo la mirada para verla, sus ojos permanecen cerrados. Coloco su cabeza sobre mis piernas y comienza a hacer movimientos extraños con los brazos—. Dylan... —le cuesta pronunciar palabra. Se toca el cuello, dónde aún tiene la marca de una mano a modo de collar—. Dy...
—¿Qué necesitas? Dímelo... —digo, en su oído. Vuelve a mover los brazos de tal forma—. ¿Qué quieres? ¿Qué significa eso?
—Abrazo. Quiero un abrazo.
Me pilla de improvisto.
No sé qué es lo correcto en estas situaciones, pero creo que mover a la víctima, teniendo cristales clavados, heridas, contusiones y quizás algo roto, no es muy buena idea. Aún así, le doy eso que necesita. Paso mis manos por debajo de su cuerpo y la coloco sobre mis piernas. Me rompe verla así, pero tengo que mantenerme completo, no puedo romperme ahora. Eso sólo empeoraría las cosas.
Natalia tantea mi pecho con una mano y la deja apoyada. Al principio me tenso, después suspiro y guardo mi mano en su pelo. Nunca antes nadie me ha tocado como ella.
Se abraza tan fuerte a mi cuello que casi cuelga de él. Y mientras Zack conduce, se queda ahí, respirando en mi cuello, en silencio, escuchando el latir de mi corazón, unidos.
—Estaba ahí... había entrado... no era una pesadilla.
—Lo sé —pego mis labios en su frente y cierro los ojos.
—Lara me había avisado, tendría que haberte llamado... a ti, a Zack, tu madre me cogió el teléfono —emite un quejido y se lleva la mano al brazo donde aún tiene clavados cristales. Le doy un toque en la barbilla y provoco que me mire, ver lo que ocurre en su cuerpo sólo empeorará su estado de nervios—. Agus colgó, me dijo... me dijo... —y deja de hablar.
Sus ojos se cierran de golpe, sus brazos ya no me abrazan y su cuerpo pesa más que hace unos instantes.
—¡Natalia! —le doy toquecitos en la cara, pero no reacciona.
—¿Qué ocurre? —pregunta Zack, exaltado.
—¡Conduce más rápido, imbécil! —grito, histérico. Clavo los ojos en su rostro. Y aguanto las lágrimas. No puedo creer cómo alguien le haría algo a ella—. Por favor, no me dejes —le suplico—. No me dejes tú también. No te vayas, te necesito —las lágrimas inundan mis mejillas.
Cuando me quiero dar cuenta, Zack ya ha aparcado en la puerta de urgencias. La sacamos del coche entre los dos y pedimos ayuda a gritos al cruzar las puertas. Al entrar nos miran con el ceño fruncido, pero rápidamente acuden dos médicos a socorrerla. Una enfermera acerca una camilla y nos la quitan de los brazos para ocuparse de ella. Empujan la camilla corriendo tras ella por el pasillo. Y cada vez la siento más lejos. Cada vez me siento más sólo. Voy tras ellos, pero el responsable de seguridad del hospital me pone las manos en el pecho e impide que continúe con el recorrido. Por encima del hombro compruebo que Natalia desaparece entre la multitud de médicos, por el pasillo blanco.
—¿Sois familiares? —pregunta una enfermera que se acerca a nosotros con una carpeta y un bolígrafo—. Ay... ¡Qué ojos! —exclama, mirándome. No puedo dejar de llorar. Me frota el brazo con ternura—. Se pondrá bien...
—Él es su novio —dice por fin Zack. No le corrijo.
—Bien. ¿Sabéis qué le ha podido ocurrir?
—Nos llamó llorando, sufría un ataque de ansiedad —comienza Zack—. Había alguien en su casa, estaba a punto de entrar en el dormitorio en el que se encontraba. Cuando llegué habían echado la puerta abajo y el dormitorio estaba destrozado. Tenía marcas por el cuerpo, el trazo de su mano en el cuello, sangre...
—¿Sabéis quién era?
—No —respondo atropelladamente.
Zack me fulmina con la mirada.
—Se llama Axel.
—¿Algún motivo por el que quisiera hacerle daño?
No sé qué responder. Zack se aclara la garganta y responde:
—Es su padre. Su maltratador.
Ladeo la cabeza hacia Zack con los ojos muy abiertos. La enfermera se marcha y aprovecho el momento.
—No había nadie en el apartamento.
Él frunce el ceño.
—Ni marcas de haber forzado la cerradura, ni pisadas... nada —continúo.
—¿Estás diciendo que ha sido su cabeza?
—Sí —digo apenado—. Su ansiedad.
—Tenemos que decírselo. A Natalia digo.
—¿Te has vuelto loco? —mascullo—. ¡Pensará que no la creemos!
Zack no responde, no está de acuerdo conmigo. Salgo del hospital chocando el hombro con él, antes de desaparecer por completo, añado.
—Estaré en la puerta, avisadme cuando pueda verla.
No hay soledad más grande que la de sentirte plenamente incomprendido.
A medida que voy conociendo el dolor de Natalia, más la conozco.
Salgo afuera, saco mi cajetilla de cigarros de la chaqueta, coloco uno entre mis labios, lo enciendo y le doy una calada honda. Después expulso el humo de golpe. Zack sale del hospital unos minutos después y se sienta a mi lado, en el banco de la entrada. Lily y Aron acuden en cuanto ven el mensaje que he puesto por el grupo informándoles de lo que ha sucedido. Zack y yo la miramos fijamente, hasta que se decide a caminar hacia nosotros.
—¿Cómo está?
—Muerta desde luego que no, si es lo que esperabas escuchar —contesta Zack.
Nunca le había visto así.
—No es el lugar más indicado para tener una discusión, ni el mejor momento —dice Aron.
—¿Estás compinchada con mi madre? —le pregunto a Lily.
—¿Qué tiene que ver tu madre aquí? —me rebate—. Únicamente las presenté. No tengo nada que ver con algo más allá de esto.
Lily traga saliva y me aparta la mirada. Me pongo de pie, tiro el cigarro al suelo y me encaro con ella.
—Tu madre no tiene nada que ver con Axel. Le quiere entre rejas.
—Bien, vamos avanzando —ironizo. Ella pone los ojos en blanco—. Dime, Lily ¿Qué ha sido más complicado? ¿Compincharte con la policía? ¿Hacerlo a su vez con un criminal? ¿O poner en peligro a una compañera?
—No tienes ni puta idea —masculla—. ¡Necesito el dinero! Tú lo sabes, Brooks.
—¿Dinero? —ironizo—. Si necesitaras el dinero hubieras aceptado el cheque que te ofrecí cuando caíste entre rejas aquel día por mi culpa. Quería ayudarte, Lily. Pero tú no querías ayuda. Prefería la droga que Axel te administraba para dársela a tu madre. Y permíteme decírtelo, pero eso no va a salvarla.
Lily clava su mirada en la mía y sonríe con maldad.
—Vas de macarra, Brooks. A veces también de Salvador, en eso le doy la razón a Agus. pero eres un pobre cervatillo indefenso. La película es una farsa, colega. Y el director también. Tan listos que sois y... os la han colado —contesta. Ríe a carcajadas mientras la observamos con rostro serio—. No habéis dedicado ni dos minutos para comprobar si la película estaba registrada. ¡Por favor! ¡Alegrar esas caras! ¡Qué no se acaba el mundo!
—¿Cómo dices? —interviene Aron.
—No han visto talento en ninguno de nosotros, y me incluyo, porque al principio yo también me vi en la alfombra roja de los Óscar recogiendo el premio a la mejor actriz protagonista —se centra en mí, porque me señala—. Deberías tener una conversación con tu madre y Agus, creo que se les ha olvidado contarte que el hecho de que tú leyeras los libros de Natalia, tan sólo era la primera parte del plan. A ellos les damos igual, tú y todos, hasta yo, por eso yo he terminado con mi trabajo después de haber llevado a Natalia hasta tu madre, me ha pagado y han prescindido de mis servicios. A ellos sólo les importa meter al padre de Natalia entre rejas ¿Sabes lo que eso significa? Ascensos, más dinero, prestigio...
—Agus tiene un contrato con él. Eso no tiene sentido —le informo.
—Dylan, cariño ¿Cuánto tiempo crees que vas a necesitar para asumir que tu vida es una jodida mentira?
—Desaparece de nuestra vista —masculla Zack.
Aron le saca el dedo corazón cuando le mira. Zack mira hacia otro lado, evitando seguirla con la mirada. Cuando se está yendo, la llamo por su nombre. Se gira con la ceja arqueada y me acerco a ella.
—¿Sabes qué te digo? Métete el puto dinero por dónde te quepa —mascullo y trago grueso—. Todos estamos jodidos por dentro, Lily. Lo que nos diferencia a unos de los otros es que no todos justificamos el dolor que causamos con la mierda que llevamos por dentro.
—Lo que tú digas, Brooks, pero yo ya tengo lo que quería.
☾☾☾⋆☽☽☽
Nunca me imaginé entrando en la habitación de un hospital a las nueve de la mañana, después de haber dormido en las sillas de la sala de espera con Aron y Zack, y Lara en videollamada, con unas ojeras que rozan el suelo y la sonrisa blanquecina de un alma que vendería a mil demonios tan solo para que ella viera luz, entre tanta oscuridad. Tiene los ojos cerrados y un montón de cables pegados al cuerpo. Su cuello lo rodea un collarín de yeso y vendas en la mayor parte de sus brazos y un pie. Impresiona verla así. Y te dan unas ganas horribles de llorar.
Me siento en el sillón de al lado de la cama en la que permanece tumbada y dejo sobre la mesa el regalo que le he traído. Tengo que hacer un gran esfuerzo por no llorar. Cada vez que pienso en el momento en el que la encontré tirada en el suelo... me quiero morir. Y matarlo a él. Con mis propias manos. Porque no ha sido él, pero sí la voz que se instaló a vivir en su cabeza.
Gia abre la puerta y la cierra a sus espaldas, trae un ramo de flores rosas. Me acerco a recibirla y nos fundimos en un abrazo. Hundo la nariz en su cuello y sollozo. Deja el ramo sobre la mesa y toma asiento en una silla junto al sillón del acompañante. Me tiende una bolsa zip.
—Te he traído el desayuno... Estoy segura de que no has comido nada desde ayer.
—No tengo hambre.
—Dylan, cariño, cómete aunque sea la manzana, o el cruasán o el zumo... Es de naranja natural, acabo de exprimirlas, tal como a ti te gusta, con mucha pulpa y bien de azúcar. Si no quieres hacerlo por mí, hazlo por ella.
—Agus le colgó el teléfono... Si realmente hubiera sido su padre... ¡La podría haber matado!
—Le he pedido el divorcio, Dylan —dice, con la boca pequeña.
Al instante, levanto la cabeza. Gia aparta la mirada y suspira antes de añadir:
—Cuando me llamaste llorando... me quise morir. Hace muchos años que no te veía feliz. Natalia te hace sonreír, consigue sacar la parte de ti que ellos enterraron bajo tierra... Agus apareció por casa a las cuatro de la madrugada, con el cuello lleno de chupetones y carmín en la camisa. Sigue teniendo las llaves, y olvidé cambiar la cerradura. Había discutido con tu madre, que según quiere meter a Axel en prisión. Natalia la llamó a ella.
Me mantengo en silencio.
—¿Lo sabías? Que Natalia tenía relación con ella.
—Eso ahora es lo de menos —le digo—. ¿Qué pasará con el proyecto? Es una mentira
—No lo sé. Tendremos que llegar a un acuerdo o de lo contrario...
—Ni hablar —mascullo—. Se hará. No creo que su corazón aguante una desilusión más. Y el mío tampoco.
¿Puede un corazón morir de pena? Se ha comprobado que hay especies de animales capaces de establecer un vínculo tan fuerte con su pareja que mueren cuando esta les falta. Pero nunca nadie ha hablado de la posibilidad de matar a un corazón en vida. Y que siga viviendo... sin sentir. La línea es muy fina. Y estoy a pun to de sobrepasarla. De convertirme en un caballito de mar. O en una triste sonrisa.
—Déjalo en mis manos —me pide Gia, después de un rato.
Me agarra la mano entre las suyas y me obliga a mirarla a los ojos.
—Prométeme que no harás nada de lo que te puedas arrepentir, Dylan. Y... que no dejarás que Natalia vuelva a Madrid.
Frunzo el ceño.
—Antes de venir a casa, Agus se pasó por el bar. Llegó borracho. Tu madre le quiere meter en la cárcel. Y la necesita a ella como testigo para incriminarlos. —Dudo unos segundos mientras la escucho—. Que el odio no te ciegue, Dylan. Puede parecer atractiva la idea..., pero solo habrá una víctima. Y será ella.
Antes de irse de la habitación, mi voz consigue que frene sus pasos.
—Asegúrate de que mi madre esté bien. No me fio de Agus.
—Cariño...
—Por favor —mascullo.
Vuelvo a quedarme solo con Natalia. No puedo dejar de mirar la. De alguna manera temo que, si no lo hago, en cualquier momen to podría dejar de respirar, por eso me fijo constantemente en el movimiento de subida y bajada de su pecho. Del gotero cae suero y medicación. Cada vez que elevo la vista a su rostro siento un pincha zo en el pecho.
Me duele mucho.
Apoyo mis codos sobre la rodilla y hundo el rostro en mis ma nos. Contener el llanto nunca me ha resultado tan difícil.
A mi lado alguien comienza a toser. Me incorporo, muy asusta do y me quedo mirando a Natalia. Rápidamente me levanto y abro el tapón de una botella de agua mineral.
—Quiero agua —me pide, con un hilo de voz.
Me acerco hasta ella y la ayudo a incorporarse, colocando una mano en su espalda. No tiene fuerzas para coger la botella y, pese a que lo intenta, termino por quitársela de las manos y darle de beber. Natalia bebe por inercia, no creo que sepa quién soy. Me hace un gesto con la mano para indicarme que no necesita más y la ayudo a tumbarse de nuevo sobre el colchón. Al apoyar la cabeza en la almo hada gime de dolor. Ladea la cabeza y sonríe.
—¿Podrías elevar la cama? Creo que si estiro el brazo veré las estrellas...
Sin responder, hago lo que me pide. Le doy al botón y elevo la parte superior de la cama. Ya incorporada, con la espalda a punto de formar un ángulo de noventa grados, estira la mano, aún cogida con una vía y busca la mía. Me siento en el filo de la cama y entrelazo nuestros dedos.
No puedo mirarla a los ojos; si lo hago, lloraré. Y no quiero que me vea así, roto. Natalia me eleva la mandíbula con ayuda de su dedo índice y, aunque el movimiento que realiza es lento, hace una mueca de dolor.
—Será mejor que no hagas esos movimientos, morena... —Por fin me atrevo a buscar su mirada, y ella vuelve a sonreír—. Creí que te había perdido —admito, con los ojos vidriosos.
Ella aprieta mi mano con fuerza y sonrío, o eso intento, pero cuando la veo bajar la mirada y morder sus labios con preocupación vuelvo a llorar. Rápidamente seco las lágrimas que caen por mis mejillas y añado:
—Cuando salgas de aquí, vamos a vivir cada día como si fuera el último.
—Es lo que llevo haciendo toda mi vida, Dylan. No quiero sentir más esa sensación... ¿Qué tal si aprendemos a vivir disfrutan do del presente, pero con la certeza de que mañana podrá ser un día mejor?
Asiento rápidamente con la cabeza.
Natalia necesita dejar de pensar, así que lleno mis pulmones de aire, lo suelto de golpe y sonrío, mostrando mis dientes. Ella frunce el ceño y yo le guiño un ojo. Me levanto y camino hasta el armario de la habitación. Le muestro el ramo de flores que Gia le ha traído y tomo el paquete que dejé sobre la mesa. Natalia entrecierra los ojos y curiosea desde la distancia.
—¿Qué tienes ahí?
—Ayer eran las cinco de la mañana. Los chicos y yo no podía mos dormir, ni tampoco queríamos y fuimos a por algo de comer.
Aron se compró un café, Zack se comió una hamburguesa y yo me conformé con beber un poco de agua. Nos dimos una vuelta por el hospital y entramos en la tienda que hay abierta veinticuatro horas. Compré lo que creí más adecuado... Si hubiera sido por Zack te hubiera comprado una guitarra de juguete. Aron pensó que una máquina de escribir sería buena idea...
Natalia sonríe, pero enseguida su gesto se agría.
—La guitarra que tenía la rompió un monstruo muy malo y feo. Antes de que empiece a darle vueltas al coco, le entrego el pa quete. La ayudo a desenvolverlo, con las manos llenas de vías y ca bles le resulta difícil. Cuando lo ve, levanta las cejas y lo acerca a su
pecho para abrazarlo con las pocas fuerzas que tiene.
Era una especie de pato, delfín, dinosaurio o no sé muy bien qué disfrazado de SpiderMan.
—Me gusta SpiderMan —me asegura, sonriente—. Me encan tan los peluches, Dylan. Aquí no tengo ninguno, me vendrá bien. Gracias por cuidar cada detalle —murmura—. Anoche cuando desperté, mientras cosían alguna de las heridas, a mi lado había una enfermera intentando tranquilizarme. Me dijo que había dos jóvenes muy guapos que decían ser mis familiares esperándome en la puerta. Al principio entré en pánico al pensar que podría tratarse del monstruo, pero cuando dijeron vuestros nombres y te llamaron así... ¡Guau! Me gustó bastante. Suena muy bien eso de decir «mi novio», ¿no?
Yo asiento con la cabeza y le doy un beso en los labios.
Zack, Aron y Lily entran en la habitación con globos y música de Harry Styles sonando en el altavoz del móvil. Natalia olvida lo que estábamos hablando. No puede parar de sonreír. Y no quiero que deje de hacerlo. Cuando se topa con Lily su expresión cambia. Y la rubia baja la cabeza. Mientras intentan animarla, yo la observo detenidamente.
He estado a punto de perderla. No quiero que vuelva a pasar, no si puedo impedirlo. Si en mí quedaba alguna duda, hoy se han re suelto todas.
Y no hay tiempo que perder, necesito hacerle sentir que toda una vida de sufrimientos ha sido necesaria para que sienta la gloria de la felicidad como nunca nadie la ha sentido. Hacerle olvidar cada golpe. Besar sus cicatrices y, después, si es el momento, besar su boca. Cumplir nuestras metas juntos, de la mano. Hacerle entender al destino que estoy dispuesto a desafiarlo hasta el fin de mis días. Que no voy a permitir que sean personas ajenas a nuestra historia de amar, que no de amor, los que decidan cómo tiene que ser.
—Parece que estés en otro mundo. ¿En qué piensas? —pregunta, con su mano en mi pierna.
Durante unos segundos la observo en silencio.
—En lo bonito que sería estar en la arena, sintiendo el sol bron cear nuestra piel, el sonido del mar de fondo, el atardecer en el ho rizonte... Pienso en lo bonito que sería besarte en una playa.
—¡Oh, no! Que esté debilucha en una cama no te da ningún derecho a ser un cursi, tío... —bromea Zack.
No logro descifrar sus intenciones, pero pongo los ojos en blanco.
—No le hagas caso... Vosotros a lo vuestro —dice Aron, propi nándole un golpetazo al rubio.
Lily hunde la mirada en el móvil, en una esquina de la habita ción, lejos de Zack.
—¿Necesitas estar en una playa para besarme, Brooks? Niego con la cabeza.
—Imaginad que estáis en una playa ahora. Y hacedlo —propo ne Aron.
—Sobredosis de azúcar... —se lamenta Zack.
—¿Quieres? —le pregunto a Natalia.
—Dylan, contigo digo sí a todo.
—¿Incluso si te propongo huir del mundo, de mi mano?
—Incluso si me propones subirme a un cohete —ríe.
—Natalia, lo que Dylan quiere decir es que... —interviene Zack, que calla al sentir mi mirada desafiante recaer sobre él.
—Lo que quiero decir es que cuando salgas de aquí nos vamos a ir lejos, muy lejos. Tú y yo. Bueno, si ellos quieren venir, pueden.
—Me doy la vuelta para mirar al resto—. Y tu amiga Lara. Nos iremos todos.
Natalia deja de sonreír para observarme con cautela. Se muerde el labio y suspira.
—¿Qué está pasando?
—Está pensando en la película —contesta Lily—. Por cierto, Agus no quiere continuar con el proyecto porque Gia le ha pedido el divorcio.
—¡Cállate! —grita Zack.
—¡Tú has estado a punto de soltarlo! —rebate Aron.
—Pero ¡no lo he hecho!
Aron se acerca hasta Natalia y acaricia sus manos.
—Soy su asistente..., algo podré hacer. Intentaré convencerlo. Usaré el dinero...
Lily pone los ojos en blanco y se va de la habitación dando un portazo.
—Se siente culpable, ¿verdad? De llevarme hasta tu madre —dice Natalia.
Miro a los chicos en busca de una respuesta.
—No todo el mundo es bueno.
—Ni todo el mundo tan malo —masculla Zack, que aparta a Aron y ocupa su lugar, sentándose en el filo de la cama.
Se coloca justo enfrente de mí, en el otro lado. Natalia no sabe a quién mirar. Trago saliva con dificultad y Zack continúa:
—Lara está muy preocupada. He estado hablando con ella esta noche. Dice que tu padre...
—Lo han encontrado —respondo atropelladamente. Zack me mira con los ojos muy abiertos—. No tienen pruebas suficientes para incriminarlo, pero lo han enviado de vuelta. Supongo que por antecedentes.
El rubio chista con aires irónicos. Me hace un gesto con la cabe za para que salgamos.
—¿Qué coño haces? —masculla.
—¿Y tú? Quedamos en que no le diríamos nada.
—Su padre está en España. No ha sido él. Tiene que saberlo.
Con el pomo en la mano, maldigo su nombre. Me acerco hasta él y murmuro en su oído:
—Si nos ponemos así..., dile también lo mucho que deseas be sarla. Merece saberlo.
Finalmente, nos volvemos a quedar solos. Solo ella y yo.
Por supuesto, Zack no ha sido capaz de decirle nada. Y dudo que lo haga. No porque no quiera, sino porque no tiene la capa cidad de enfrentarse a la realidad.
—¿Crees que seríamos buenos padres? —pregunta Natalia, haciéndome salir de mis pensamientos.
—Los mejores —contesto, sin pensar.
—Mi colmo sería tener un hijo con otra persona que no fueras tú y tú con otra persona distinta a mí y que el tiempo, el destino y las vueltas de la vida nos cruzaran siendo los padres de dos adoles centes que se están enamorando. Y no me gustaría tener que adver tirle a mi hija e informarle del riesgo que corre al enamorarse de un Brooks.
—¿Y tú sabes qué es enamorarse de un Brooks?
—Cada día que pasa lo descubro un poco más. Y puedo afirmar que son difíciles de olvidar. No me gustaría que mi hija se tirara toda una vida colgada de un Brooks, como su madre. ¿Te imaginas?
¿Tú y yo enrollándonos en la despensa en una cena familiar con cuarenta años?
No puedo parar de reír. Tiene cierto morbo imaginarnos de tal forma.
—¿Te atreves a dar por hecho que tú tendrías una hija y yo un hijo? ¿Y que serán heterosexuales?
—¡Dylan! —Me pellizca—. ¡Es un suponer!
—Y ya que estamos suponiendo... ¿Cuándo supones que sere mos pareja?
—No quieras correr tanto, macarra. Dame tiempo a que salga del hospital. Así tendré una cuenta pendiente que saldar cuando esté fuera.
Después de unos instantes en silencio, añade:
—Me gustaría enseñarte lo que escribo. Mi nuevo libro. Pero no puedo. Todaslas páginas hablan de ti. Temo que al leerlas puedas sentir miedo. Y te vayas
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