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12

Corregido

Dylan.

Creo que voy a vomitar.

Cierro los ojos y consigo controlar las náuseas. Anoche me pasé con el alcohol. Intento incorporarme aún con los ojos cerrados, pero vuelvo a tumbarme emitiendo un gemido. Me duele todo. Siento los hombros cargados. Por el dolor que siento en la espalda sólo espero que al abrir los ojos no vea alfileres en la cama. En las piernas siento presión. Y la jodida cabeza me va a estallar.

Lo primero que veo al abrir los ojos es la lámpara del techo. De ella cuelga una máscara de Spider-Man. Anoche cuando llegué a casa tuve que quitarme la ropa de aquella manera sin importar dónde cayera. Me quedo observándola y recuerdo instantes de la fiesta. Todos íbamos disfrazados. Natalia y yo ganamos el premio a la mejor pareja de disfraces. Ella iba de Spider-Gwen. Me besó delante de todos. Y recuerdo tener mi mano en su culo. Ella se rio y yo me aparté con vergüenza, pero la llevó de vuelta a su cuerpo. Y la volví a besar.

La botella de Whisky que nos dieron de premio la bebimos entre todos a palo seco. Terminamos en una piscina. Y vino la policía. Agus nos sacó del calabozo y después de una acalorada discusión en la que intentó agredirme, Gia se alió conmigo y conseguimos hacerle entrar en razón. Antes de que desapareciera de nuestra vista para correr a llorar en los brazos de mi madre, me encaré a él y le advertí.

Si le pone una sola mano encima a Gia, lo mataré a puñetazos.

Desde ese día, por lo que sea, Gia parece otra. Sonríe más, si es que es posible. Y tiene más poder en el proyecto, lo que significa que Agus ha quedado eclipsado por el talento de su todavía mujer. Sé que se sigue viendo con mi madre. Mejor dicho, lo supongo. Y me duele que Gia, pese a saber lo que está pasando en su matrimonio, no haya decidido poner punto y final a un sin fin de mentiras, pero en mi mano ya no hay ninguna baza más que jugar. Esperaré que llegue el día. Quiero verlo derrumbarse. Y a ella renacer. Estaré para ella tal y como estuvo para mí cuando mi mundo se derrumbó.

Me ruge el estómago. No sé si es porque tengo hambre o porque están volviendo las ganas de vomitar. Necesito estar tumbado, pero tengo calor. Vuelvo a abrir los ojos y, esta vez sí, me incorporo. Me quedo observando mis piernas y pestañeo un par de veces porque no creo lo que estoy viendo. Aún tengo en mis piernas el traje de Spider-Man. No recuerdo si, de camino a la cama ayer me caí, pero no tengo marcas en las piernas. Y tampoco me duele la rodilla. Para colmo, cuando me mire en el espejo a lo mejor me encuentro un chichón en la frente. Me palpo el rostro con la esperanza de no encontrar bultos o heridas. Mi preciosa cara sigue siendo preciosa.

Me estiro y bostezo.

Escucho que alguien me manda callar y frunzo el ceño. O tengo alucinaciones o... ¡No me jodas! Miro a mi izquierda y encuentro a Zack abrazado a mi almohada, en calzoncillos. Son horribles. Jamás pensé que mi surfista de pacotilla preferido los llevara de estilo slip y blancos. No creo que esta noche, bajo los efectos del alcohol, le haya confundido con la chica más guapa del planeta, pero no hay nadie que me lo pueda confirmar, salvo él. Y no parece estar en condiciones aceptables.

Abre los ojos y parpadea de seguido. Supongo que piensa que soy producto de su imaginación. Levanto las cejas para que diga algo. No quiero ser yo el que rompa este silencio incómodo. Baja la vista hasta mis boxers de color rojos y sonríe.

—Qué sexy —dice.

Pongo los ojos en blanco y me vuelvo a estirar. En serio, me duelen hasta las pestañas. Cuando levanto los brazos, Zack clava su dedo índice en mis costillas y emito un aullido de dolor. Como puedo, me giro y le tiro del pelo. Y, una vez más, alguien nos manda callar. Zack abre los ojos y ladea la cabeza. Como al voltearme vea a Aron desnudo, me pego un tiro en las pelotas. Lo juro.

—Buenos días, enana.

No puede ser.

Ladeo la cabeza en un movimiento rápido y la veo. Tan guapa, tan dormida, tan perfecta, tan... ¡Desnuda! Está desnuda. Natalia está desnuda en mi cama. Y yo también. Y Zack. Estamos los tres desnudos. Y anoche bebimos. Y no me acuerdo de nada. Me da escalofríos pensar que Zack ha podido estar dentro de mí. O que yo he estado en su interior. O que Zack y Natalia... ¡Joder!

Zack alarga el brazo y agita a Natalia. Lo primero que ve cuando abre los ojos es a dos descerebrados en gayumbos mirándola fijamente. Grita. Y muy fuerte además. Se cae de la cama y nosotros gritamos al verla desaparecer. Se levanta de un salto y, cómo puede, se tapa con un cojín su cuerpo. Todavía sin decir palabra, Zack y yo nos giramos para que pueda ponerse una camiseta. Cuando termina, me sorprende ver que lleva puesta una mía. La de Nirvana concretamente. Y sonrío. Y ella disimula que está sonriendo.

—¿Anoche...? —Zack se levanta de la cama y comienza a vestirse. Se pone el disfraz de Thor. Nosotros le miramos atentamente—. Con saber que este y yo no hemos... me basta.

—No me acuerdo —dice Natalia.

—Yo tampoco —finalizo—. ¿Te vas a ir a tu casa así vestido?

—No voy a mi casa, voy a por mi móvil a casa de Lily —por nuestras caras, deduce que no sabemos de qué habla—. Cuando salimos del calabozo, después prometimos irnos a casa, pero yo me desvié de calle y vosotros me seguisteis. Lily no respondía mis llamadas. Y a ti, Brooks, se te ocurrió que sería buena idea usar mi móvil como catapulta para que saliera al balcón. Lo lancé y funcionó. Salió, nos sacó el dedo y se quedó el móvil.

—Creo que es momento de que comprendáis que nunca, bajo ningún concepto, es buena idea hacer caso a Dylan Brooks si está bajo los efectos del alcohol —me levanto y me coloco el paquete. Natalia me observa con interés. Hago como que no me he percatado, pero ya es tarde—. Aunque, el sexo conmigo estando borracho es una jodida locura.

—Qué humilde —dice Natalia—. Tendré que comprobarlo.

—Me voy antes de que empiece a recordar o, peor, que empecéis a follar conmigo delante. No quiero sentir envidia —dice Zack.

Le ofrezco unas bermudas rosas de deporte a Natalia y me pide permiso para anudar la camiseta de Nirvana. Deja ver su ombligo al aire y me quedo observando la parte de piel que queda liberada de alguna tela. Creo que no voy a olvidar su silueta desnuda en la vida. Pero no puedo recordarla más de la cuenta. En teoría, la he visto sin su permiso. Y quiero que la primera imagen que tenga de su cuerpo sea porque, delante de mí se quite la ropa o que me pida que se la arranque yo.

Sin preguntar preparo el desayuno.

Ella se sienta en el taburete que rodea la isla de la cocina. Está pasando las páginas del álbum que hay sobre la encimera. Lo tuve que sacar anoche en un momento de debilidad, preso de la melancolía. Deslizo la taza y la dejo en frente de Natalia. Ella me sonríe y rodea el asa. Sigue viendo fotos. Dice que de pequeño era adorable. Tengo que contenerme, no quiero proponerle crear un hijo con nuestros genes. Saldría perfecto. Y eso que ser padre nunca ha estado entre mis planes.

Natalia deja los ojos fijos en una fotografía concreta. Y frunce el ceño. Me estiro para alcanzar a ver de cuál se trata y trago saliva. No sé qué ha encontrado en la imagen para que le parezca extraña, pero no quita la vista de la persona que me tiene en brazos.

—¿Quién es? —pregunta por fin.

—Mi madre.

—Tu madre —repite, con los ojos muy abiertos—. ¿Cómo se llama?

—Serena.

Vuelve a bajar la mirada. Y, ahora sí, sonríe.

—Es muy guapa.

No sé qué responder.

Asiento con la cabeza y me doy la vuelta con la excusa de coger mi café con leche de la cafetera. Apoyo las manos sobre la encimera y cierro los ojos lo más fuerte que puedo. Solía hacerlo de pequeño cuando quería olvidar algo. Ahora no funciona. Y no puedo dejar de pensar en mi madre. En su pelo rubio, en sus ojos, en la sonrisa que me regalaba cada sábado cuando mi padre compraba entradas para el cine.

—¿Cómo es que tienes Cola Cao en casa si bebes café?

Gracias. Su voz me obliga a salir del bucle. Me giro, ya con el café en la mano y ocupo un lugar a su lado. Sin responder a su pregunta, sigo pasando las páginas del álbum. Le digo quién es cada persona que sale en las fotos. Y recuerdo a mis amigos. El recuerdo de Eneko, mi amistad con Ulises. El daño que se está haciendo este último desde el día en el que le abrió las puertas de su vida a las drogas. Tengo que disimular de maravilla, porque no se da cuenta que, en mi cabeza, ya he cogido una tijera y he recortado cada recuerdo de este puto álbum. No quiero ver más fotos. Cierro el álbum.

Natalia se termina la taza y cambia su postura para estar de frente a mí.

—¿Por qué? —inquiere, sobre la pregunta sin responder.

—Lo compré por ti. Sabía que algún día despertarías a mi lado.

—Probablemente, sea lo tercero más bonito que han hecho por mí.

—¿Y lo segundo?

—Aprenderse las canciones de Taylor Swift, Harry Styles y los Jonas Brothers por mí. Para cantarlas conmigo en el coche.

No sé en qué momento he dejado de escuchar rock para escuchar... esto. Pero me gusta. Y además, mucho. Pero no más que las películas de amor. Ese dato todavía puede esperar. No quiero que conozca mis puntos débiles, no todos. Aunque, sospecho que sabe que ella es mi debilidad.

—¿Y lo primero?

—Un chico dejó el listón altísimo.

—Ah ¿Sí? —eso es, que no se de cuenta que te estás muriendo de celos.

—Sí. ¿Puedes creer que se enamoró de mí por las páginas de un libro?

Joder.

Creo que mi corazón ha muerto y resucitado en cuestión de segundos. Y no sé si la sensación de estar muerto en vida me gusta.

Natalia se va al baño. Su teléfono emite el mismo sonido que el mío cuando se está quedando sin batería y me acerco a la puerta del baño para informarle de que lo voy a poner a cargar. No quiero que piense que estoy haciendo cosas extrañas con su móvil. Me lo agradece entre gritos. Y yo me río.

Conecto el teléfono a la corriente y se enciende. Y veo el fondo de la pantalla de bloqueo. Es ella con una chica, abrazadas y sonriendo. Supongo que es su mejor amiga, Lara. Habla tanto de ella que, en ocasiones, creo que la conozco, aún sin haberla visto. Y de pronto entra un mensaje en su móvil. Evito leerlo, pero ya es demasiado tarde, porque he visto el nombre del emisor.

Pongo el móvil boca abajo y salgo de la habitación dando un portazo. Me vuelvo a apoyar en la encimera. Manual de supervivencia activado. Cierro los ojos con fuerza e intento respirar hondo y despacio. Pero no puedo. Cada vez lo hago más deprisa. El aire sale y entra de mis pulmones con velocidad. Y el corazón se me acelera. Tengo que sentarme en el sofá para no caerme. Me llevo las manos a la cabeza y maldigo mi jodida vida. Y la maldigo a ella. Porque siempre tiene que joderlo todo.

Natalia sale del baño unos minutos más tarde con el pelo mojado, pero el flequillo perfectamente seco y liso. Huele muy bien. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos y le ofrezco llevarla a su casa en coche, pero declina mi oferta, dice que prefiere ir andando.

No puedo dejar de pensar en ese jodido mensaje. Quiero saber su contenido, pero no quiero preguntar. Necesito saber por qué tiene su teléfono, pero no voy a indagar.

Voy a abrirle la puerta a Natalia. Antes de irse me propina un beso en la comisura de los labios. Me quedo con ganas de más. La agarro de la nuca y la atraigo hacia mí. Ella sonríe y me reta, dice que no soy capaz de no besarla. Y quiero demostrarle que puedo, que nadie pone a prueba a Dylan Brooks, pero no pienso desperdiciar ni un sólo momento con ella. Estampo mis labios en los suyos y emite un suave gemido que baña mis oídos de placer. Quiero escucharla gemir mi nombre.

—He ganado —dice.

—Me he dejado ganar. Y no sabes lo aterrador que es esto.

—¿El qué?

—Esto. Estás dejando tus miedos atrás porque has visto algo en mí que te está haciendo volver a creer en el amor. Y eso me otorga la responsabilidad de no hacerte daño, nunca —es ella la que me besa. Se aparta con arrepentimiento, buscando en mis ojos la aprobación y asiento con la cabeza. Vuelve a hacerlo, esta vez acercando mi cabeza a la suya, poniendo su mano en mi nuca—. Nunca antes me había dejado ganar. ¿Sabes lo que significa eso?

Natalia niega con la cabeza.

—Contigo bajo la guardia, te muestro mis debilidades y dejo que uses tu mejor arma para derrotarme. Te estoy dando la oportunidad de que cojas mi corazón y lo hagas pedazos. Y aquí estás, sanando las heridas que otros abrieron.

—Y yo a ti, macarra.

Una vez más, primeras veces.

Mi primer te quiero. Su primer te quiero.

Natalia me concede un último beso y se despide de mí. Pero enlazo mi mano en su muñeca. Ella se gira, esperando un beso que no llega.

—Aléjate de ella —digo.

—¿De quién?

—De ella.

Natalia me aparta la mirada y suelta mi mano.

—Serena Evans no es de fiar —le digo.

—No conoces el papel que juega en mi vida a día de hoy.

—Creo que prefiero no saberlo —suspiro—. Si no ha sabido tratar bien a su propio hijo, no esperes que lo haga con una desconocida —Natalia me mira con preocupación—. Me abandonó. Se acuesta con Agus. Ella desapareció, él se quedó en mi vida para asegurarse que nunca la buscaría.

—¿Qué?

—No tendrá compasión. Y saldrás perdiendo, pase lo que pase.

Natalia me mira, la aparta rápidamente. Sale corriendo escaleras abajo. Hago cómo que no sé qué ponía en el mensaje, pero olvidar nunca ha sido uno de mis puntos fuertes y fingir que sólo he alcanzado a ver el nombre del contacto a estas alturas es una tontería. Me asomo al balcón para verla marchar y me escondo detrás de la cortina cuando sale del edificio. Mira hacia arriba. Y escoge la calle en dirección contraria a su apartamento.

Me pongo las Vans, unos vaqueros y una camiseta cualquiera, cojo las llaves y salgo de casa. En el mensaje, mi madre le decía que la esperaba en la cafetería del muelle. Voy hasta allí por el camino contrario al que irá ella para no encontrarnos. Y llego antes. Mi madre la espera en la puerta. No deja de mirar el reloj. Es asquerosamente puntual y cuando ve aparecer a Natalia, le recrimina los cinco minutos de retraso. Grita lo suficiente para escucharla desde la acera de enfrente. Doy gracias que es sábado y hay mucha gente, pues sólo eso hace que no me vean tras el escaparate del establecimiento.

Sábado. Me quedo pensativo. Algo pasaba el sábado y no... no lo recuerdo. ¿O sí? Miro el calendario, pero la fecha no me dice nada, hasta que algo se enciende en mi cabeza. Mierda. Esta tarde... joder. Mi primera cita, siendo oficialmente una cita. Y no tengo nada pensado, ni organizado.

Mi padre me llama. Automáticamente cuelgo.

En el interior de la cafetería mi madre y Natalia conversan. Mi madre gesticula demasiado, y Natalia demasiado poco. Tanto que, hasta el mínimo movimiento me hace sospechar. Está llorando. No para de llevarse la mano a los ojos. Otra vez. Y otra.

No puedo más. Llevo controlando mis emociones desde hace veinte minutos. Pero no creo poder controlarme ni un sólo minuto más. Mi madre hace un gesto. Él gesto. Justo el mismo que hacía cuando me regañaba. Y no sé por qué la está regañando, pero tampoco le da tiempo a excusarse, si es que tiene que hacerlo. Sólo habla ella. Natalia permanece callada. Y entonces su mano. Su puño cerrado con fuerza bajo la mesa. El movimiento rápido y automático de su pierna.

Ansiedad.

Me da igual todo. Las consecuencias, mi pasado y que, en frente de mi futura novia esté sentada la mujer que me rompió el corazón y desapareció de mi vida, sin asumir el riesgo al que aquel niño se enfrentaba, ver su vida resquebrajarse ante él. No pude hacer nada. Pero ahora sí. Y no voy a permitir que le haga sentir ni un mínimo del dolor que causó algún día en mí.

Empujo la puerta y se cierra a mis espaldas. Unas campanitas suenan según entro y dos dependientas me dan la bienvenida. Natalia recorre el escaparate hasta que da con mi silueta. Y levanta la cabeza hasta que se encuentra con mis ojos, y de repente los suyos se abren como si, en mí hubiera encontrado la luz que yo nunca he logrado ver. Mi madre le pregunta qué es lo que ocurre, pero se responde ella sola cuando voltea a verme. Su mandíbula se tensa, tanto o igual que la mía.

No la miro. No puedo hacerlo, no si pretendo mantener encerrado con candado y llave al niño que se aún se muere de ganas por correr hacia ella y abrazarla. Y preguntarle por qué lo hizo. Por qué se fue. Qué hice mal.

Mi madre deja de mirarme y regresa a la conversación, pero Natalia no. No para de mirarme. Y su pierna se mueve más deprisa. Y ahora no es un puño el que cierra con fuerza, sino los dos. Sé que en mí espera encontrar ese punto de tranquilidad que su ansiedad le está robando, pero no lo encuentra. No consigue escapar. Y esta vez no puede huir.

El único motivo por el que mi madre está sentada en esa mesa es profesional. ¿Tendrá algo que ver con eso que decía Zack? ¿El micrófono? Qué sé yo...

Su trabajo siempre ha estado por encima de cualquier cosa. Yo era la única persona por la que hacía el esfuerzo de desconectar de su papel de tipa mala. La nochevieja de aquel año dejé de ser el niño de sus ojos. Y ella se ha terminado por creer el papel que la exigencia de su trabajo le exigía.

Su presencia tensa mi cuerpo. Por desgracia, también mi corazón. Tengo que frenar al niño que llevo dentro. No puedo correr a abrazarla, no debo. No voy a hacerlo, me apartaría de un zarpazo.

Camino hacia Natalia y me paro en frente de la mesa que ocupan.

—Lo que te iba diciendo... —mi madre ignora mi presencia. Y Natalia la de mi madre.

—Vámonos —le pido. Natalia no se lo piensa dos veces y se levanta. A la altura de mi boca, me agradece el gesto con un disimulado gracias—. Espérame afuera. No tardo.

—No voy a dejarte sólo.

—Te lo estoy pidiendo yo.

—Para querer, también tienes que estar dispuesto a que te quieran.

¿Por qué me da tanto miedo enamorarme?

Sé que merezco que me quieran. Que, los errores del pasado quedan atrás y que soy el primero que anima a todos quienes me rodean a querer. Pero no soy capaz de hacerle entender a mi cabeza que tengo derecho a ser feliz. La mujer que tengo delante es la culpable. Y no puedo concederle el gusto de ver tambalear mi mundo.

Natalia me aprieta el dedo meñique esperando una respuesta. Asiento con la cabeza y acepto que cuidar también es querer, y ella quiere cuidar de mí tanto como yo de ella.

—¿Y bien? —pregunta mi madre. Le da un último sorbo al café y se levanta de la silla. A centímetros el uno del otro, trata de que no crucemos miradas. Clava sus ojos en Natalia y esta da un paso hacia atrás. Su presencia intimida—. No he terminado de hablar contigo, pero supongo que tú sí has terminado de hablar conmigo. En todo caso, queda dicho lo más importante. Y ahora te toca a ti. No hay tiempo que perder ¿Podemos contar contigo?

—No la escuches —mascullo.

—No —responde Natalia.

—Te arrepentirás —le advierte, antes de que crucemos la puerta.

Me giro y le sostengo la mirada, conteniendo mis emociones.

—No te vuelvas a acercar a ella —le digo, casi escupiendo las palabras.

—No puedes impedírmelo —dice.

—Tú fuiste capaz de abandonar a tu hijo por amor. Te aseguro que eso se queda corto a comparación de lo que yo estoy dispuesto a hacer por ella —pretende interrumpirme, pero no le doy tiempo de reacción—. Has estado a punto de joderme la vida. No voy a permitir que le hagas lo mismo.

Salimos de la cafetería unidos por nuestras manos. Finjo normalidad, cuando en realidad quiero saltar y gritar de emoción. Ella me mira de reojo y sonríe. Le he apretado la mano y ella ha hecho lo mismo. No sé qué significa, pero se siente bien. Su piel es muy suave. Y sus dedos encajan a la perfección con los míos. No quiero soltarla. Ni agarrar otra mano que no sea la suya. Nos soltamos en la puerta de entrada de su edificio. Y siento un vacío que inunda mi interior. No quiero que se vaya.

—Gracias por venir.

—No quiero decir que te lo dije, pero te lo dije —mascullo.

Natalia no me sostiene la mirada, baja la cabeza y suspira.

—Siento haberte seguido. No quiero saber de qué habéis hablado tú y mi madre, pero, por si quieres una opinión... No te fíes de ella.

—¿Algún día me contarás por qué? —me pregunta, con prudencia.

—¿Y tú? ¿Algún día me contarás por qué le temes a la oscuridad?

—¿Qué?

—Anoche íbamos muy borrachos. Pero recuerdo que cuando entramos en la habitación y nos tumbamos los tres en la cama, con la luz apagada, tu pulso se aceleró y tu respiración se descontroló. Sólo tuve que encender la luz de la mesilla para conseguir tu tranquilidad.

Natalia suspira y se muerde los labios. No dice nada, sólo me mira. Entiendo que no quiere hablar del tema. No me hace falta ponerme en su lugar, tampoco quiero explicar por qué me dan miedo las frías noches bañadas de nieve en invierno.

—Te recojo a las ocho. Tenemos una cita.

☾☾☾⋆☽☽☽

—Estás guapísima —digo, esperando en la cola de las palomitas en el cine. Natalia sonríe y da una vuelta sobre su eje. Me gusta verla así, segura de sí misma—. ¿No tendrás una cita con el chico más guapo de todo América?

—Y con el más capullo.

—Y humilde.

—Lo que tú digas, macarra.

Al ser sábado hay mucha gente. En la fila de al lado se coloca una familia compuesta por un padre, una madre y su hija. Natalia se queda mirando con detenimiento la escena. Y le cambia la cara. Es increíble el poder de la mente. Cómo, algo tan pequeño es capaz de jugar con nuestros recuerdos. El padre coge a la niña en brazos, juegan y ríen. Es una estampa preciosa.

—¿A ti no te pasa? —comienza diciendo, con voz aguda—. Extraño momentos, lugares y personas que nunca han existido. A veces, me digo a mí misma que no haber recibido todo el amor que he necesitado a lo largo de los años no ha sido tan malo. Que me ha enseñado a ser fuerte, a entender que si no me quiero yo nadie lo hará. Hay días, como hoy, que me gustaría no sentir envidia cuando veo a un padre querer a su hija.

—En mi caso, extraño a una persona que no quiero que vuelva. De ella sólo queda su aspecto físico, los recuerdos y el dolor que dejó cuando se marchó. En ocasiones me juzgo, limito lo que tengo que sentir. No me parece justo que yo siga estancado en sus abrazos y en los días de tortitas cuando ella, teniéndome a ¿Veinte? ¿Treinta centímetros? No ha sido capaz de mirarme a los ojos y buscar a aquel niño que algún día quiero pensar que quiso más que a nada en el mundo.

—Si llamara a tu puerta ¿La abrirías?

—No lo sé, morena. Quiero decir que no, que... ya es demasiado tarde, que es imposible curar un corazón roto como el mío, lleno de miedos, vacíos y vértices con los que puedes cortarte. Pero, en el fondo sé que eso nunca pasará. Que, si algún día vuelve a mi vida será porque, borracho la he llamado y le he pedido que regrese o porque, en un momento de debilidad piense que sigue siendo la misma que me arropaba antes de dormir.

Natalia se aferra a mi brazo y pega su mejilla a mi bíceps. Cierro los ojos. Y suspiro. Hace un mes salió corriendo cuando fijé mis ojos en su piel. Hoy es capaz de abrazarme, sentirme y ser ella misma conmigo, sin miedo a que pueda fallar. Me siento afortunado, pese a todo. No cualquiera encuentra a su alma gemela en vida y dolor en el momento justo. Y yo la he encontrado. Nos une el amor que sentimos el uno por el otro, que aumenta a medida que pasan las horas. Pero lo que nos mantiene unidos es el dolor que guardamos en nuestro interior y que, con un beso, somos capaces de olvidar.

A veces, necesitamos que alguien destruya el molde de cristal al que creemos pertenecer para enfrentarnos a los vértices, cantos, aristas y vacíos y así construir otro en el que de verdad queramos quedarnos.

—¿Y tú? ¿Serías capaz de perdonar todo el dolor que te ha causado?

—El monstruo de las pesadillas no merece mi perdón, pero, aún así se lo concedería. No por él, sino por mí. No quiero vivir apegada al odio, lo que tampoco significa que lo quiera cerca. Hace unos años trataba de encontrarle explicación, no entendía porqué me pegaba, porqué pegaba a mamá, qué le llevaba a hacer lo que hacía, a decir lo que salía por su boca... Hoy puedo decir que he asumido los hechos, pero no el dolor. Tengo la sensación de que siempre estará ahí. Y la sombra de sus golpes también.

—Es la primera vez que te escucho hablar así de él.

—No creo que sea la última, Dylan. Contigo todas las versiones que han existido de mí se reducen a una. No tengo que fingir. El monstruo de las pesadillas forma parte de mi vida, es mi verdad y, si quiero conocer la tuya, lo justo es que tú te adentres en la mía.

No sé qué responder. Mis ojos se quedan clavados en las líneas del suelo. Ha dado por hecho muy rápido que yo estoy dispuesto a mostrarle mi verdad, mi historia. No lo tengo tan claro. En mi cabeza no suena demasiado bien la idea de contar mi pasado. Se asustará. Y quizás se irá. No puedo arriesgarme a perderla.

—Dylan, me gustas por lo que eres, no por lo que algún día fuiste.

A su lado, en ocasiones me da la impresión de que pienso en alto. Nos miramos. Sus ojos se estancan en mi boca. Pienso que va a besarme, pero ríe y se coloca enfrente de mí, de espaldas. No tengo ni idea de qué es lo que está pasando. Lleva su melena por detrás de su cuello y la deja caer sobre su hombro. Los tirantes de su vestido blanco con flores rosas son diminutos y contrastan con su piel, poco bronceada por el Sol.

No quiero ser descarado, pero no puedo evitarlo. Fijo mis ojos en su espalda y sigo el recorrido de sus piernas. Hace calor. Y la gente, aunque siguen permaneciendo a nuestro alrededor, han desaparecido. Tengo la impresión de que somos ella y yo contra el mundo. Hago lo que mi cuerpo me pide a gritos. La abrazo. Paso mis brazos por encima de sus hombros y la pego a mi pecho. Tengo miedo de que mi gesto no le guste, pero nada más alejado de la realidad. Posa sus manos encima de las mías y ladea la cabeza para mirarme.

Ahora sí, se gira bajo mis brazos. Nuestros pechos quedan unidos. Se pone de puntillas y me besa. Mi mano se aferra a la parte baja de su espalda y ella jadea con suavidad sobre mis labios. Algo revolotea en mi estómago. Es una sensación extraña que nunca antes he sentido. Y me gusta. Me encanta.

—¿¡Siguiente!? —grita el dependiente detrás de la barra. Me hace un gesto para que acuda a hacer mi pedido. Natalia deja de abrazarme y suelto su mano para sacar la cartera del bolsillo trasero de mi pantalón—. Dígame ¿Qué quiere?

Ladeo para mirar a Natalia.

—¿Palomitas dulces o saladas?

—Saladas.

—Menos mal —suspiro—, temía tener que terminar nuestra relación sin haber empezado.

—Vaya exagerado...

—Dame un refresco de cola grande. Y dos pajitas —añado, mientras el chico rubio con el rostro lleno repleto de piercings sirve las palomitas.

Acerco la tarjeta al datáfono. Natalia coge el cubo y roba palomitas acercando la lengua. Al verla me río. Y deja de hacerlo. Le insisto para que no deje de ser ella. Consigo que mis palabras calen hondo, porque vuelve a hacerlo.

Nos ponemos en la fila para entrar al cine. Al fondo, sitúo a la encargada de fichar los tickets. También las escaleras. Y la parte de arriba. Las salas de cine.

Natalia me da un codazo. Finjo estar distraído. Si digo lo que estoy pensando, saldrá corriendo. Ella asegura odiar las locuras porque aún no ha conocido lo que es cometerlas de mi mano. Yo no puedo vivir sin ellas.

—¿Qué película vamos a ver? ¿Tienes entradas? —se interesa.

—¿Quién te ha hecho creer a ti que tengo entradas?

Natalia me observa ojiplática.

Nuestro turno.

—¿Me muestra los tickets? —la chica me sonríe. Yo le devuelvo el gesto y me disculpo. Me meto la mano en el bolsillo trasero del pantalón y la saco, sin entradas. Natalia me mira de reojo con cautela. Vuelvo a visualizar las escaleras. Y le agarro de la mano.

—¡Corre! —grito y tiro de ella.

La responsable del cine nos pide que regresemos, pero no viene a por nosotros. Me he asegurado de traerla al único cine de la ciudad que aún no tiene cámaras. Después de esto, las instalarán. Tienen que darme las gracias. Si no fuera por mí, los vándalos camparan a sus anchas.

Aquí estamos. Esquivando a la gente entre la multitud. Siento la adrenalina apoderarse de mi cuerpo. Veo palomitas volar. Natalia deja escapar una risa nerviosa, pero en el fondo sé que no le está haciendo gracia. Evitamos subir a la planta de arriba por las escaleras mecánicas, optamos por las normales.

—¡Dylan, se me caen las palomitas!

—¡Agárralas bien fuerte! ¡Me han costado ocho dólares! —cambio de dirección y grita—. ¿En qué sala quieres entrar?

—¡Y yo que sé! ¡Eres tú el que se ha colado en el cine!

—Cállate —mascullo, aguantando una risotada. Me paro frente a la sala número seis y abro la puerta—. Ahora eres mi cómplice. Seremos la pareja más atractiva de la cárcel.

—¡Nos separarán! A ti te mandarán al módulo de hombres y a mí al de mujeres.

—Que tu mayor preocupación sea que te separen de mí si algún día acabamos entre rejas, dice mucho de ti.

—Ah ¿Sí? ¿Y qué dice? —me reta, con superioridad.

—No puedes vivir sin mí —bromeo.

—Poder, claro que puedo. Pero no quiero.

¿Cómo se respira?

Apenas hay gente. He acertado entrando en esta sala. Por las cuatro familias con niños que hay intuyo que no nos hemos metido a ver la última de una saga de terror. Hubiera sido un puntazo tener a Natalia abrazada a mí hora y media. Otro día será, supongo. Nos sentamos en la penúltima fila, alejados del resto de personas. Me quito la chaqueta de cuero y la dejo sobre el asiento desocupado de al lado.

Miro a mi derecha y me encuentro a Natalia aferrada al cubo de palomitas. Le gustan mucho. Y huelen bien, casi tanto como su perfume. Los anuncios y trailers anunciando nuevas películas terminan y las luces de la sala se apagan, incluida la pantalla.

—¿Qué peli vamos a ver?

—Es una sorpresa —miento.

Al mismo tiempo que la película comienza, Natalia abre los ojos. Su boca casi roza el suelo. Y mi aburrimiento toca el cielo, pero lo disimulo bien, porque empieza a darme golpecitos en el brazo como una niña pequeña. Creo que no tengo a mi lado a la chica de diecinueve años, sino a la niña de siete que no pudo ser en algún momento de su vida.

—¡Nunca me llevaron al cine de pequeña! ¡Es... es...! ¡Bella y Bestia es mi película favorita de dibujos! ¿Cómo lo sabías?

Ah ¿Tengo que saberlo?

Esto se conoce como la suerte del principiante y mi lado más capullo no va a desperdiciar la ocasión. Paso el brazo por encima de sus hombros y su mano se aferra a la mía. Esto está siendo demasiado perfecto. Y tengo que responder cuánto antes si no quiero que me pille.

—Te he dicho que era una sorpresa.

—Joder, Dylan. ¿Cómo puedo devolverte todo lo que haces por mí?

—Con los años he aprendido que el amor es incondicional. No quiero nada a cambio, me basta con hacerte feliz —intenta decir algo, pero la corto. ¿Ha sonado demasiado a un personaje masculino de Wattpad en pleno dos mil dieciséis?—: Mi propósito a tu lado es hacerte entender que mereces todo aquello cuánto desees. A veces, las personas demostramos amor con hechos, o con regalos. Y no por eso la otra persona queda en deuda. Acéptalo y disfruta —ella mira la pantalla y sonríe al ver la primera escena del live action de la película. Vuelve a clavar su mirada en mí—. Aunque... se me ocurre una forma de devolverme el favor...

—¿Sí? A mí también se me ha ocurrido algo ¿Crees que será lo mismo?

—¿Vas a tardar mucho en besarme? Te vas a perder la película.

Natalia deja escapar una carcajada y se inclina para hacerlo. Es un beso rápido, de esos que te dejan con ganas de más, pero suficiente para saber que lo que siento por ella, también lo siente por mí. Que, por primera vez no quiero ir rápido con una persona. No quiero llevarla a la cama, ni olvidarme de ella después de la primera cita. Quiero ir despacio. Hablar sobre sus libros favoritos, conocer los rincones de su habitación porque ella me los cuente en detalle o descubrir en qué parte del cuerpo tiene cosquillas.

No puedo dejar de pensar en el beso. Y, pese a que la película se encuentra en un momento bastante interesante, uso mi mano para tirar de su barbilla y propinarle un beso cálido. Ella me recibe con un gemido sobre mis labios. Siento que mi cuerpo emana calor. Y suspiro. Y vuelvo a unir nuestros labios. Nuestras lenguas juegan entre sí y sus dientes desgarran con suavidad mi labio inferior, pidiéndome un poco más.

¿Qué dura más? ¿Lo eterno o lo efímero?

—¿Estás llorando? —pregunta, cuando la película está a punto de terminar. Me seco las lágrimas rápidamente. Ella no se esfuerza en disimular, no puede dejar de llorar—. Con que eres un macarra con corazón.

—No estoy llorando.

—No, claro que no —ironiza.

—No.

—Vale —ríe.

—Vale —contengo una sonrisa. Y me seco la última lágrima que se desliza por mi mejilla—. Quizás sí. Poco, muy poco. Poquísimo. Y porque se me ha metido algo en el ojo.

—Lo que tú digas —murmura.

—¡Shhhh! —sisea un señor que permanece sentado unas filas delante.

—Shhh —repito, con burla. Natalia me da un codazo para que no lo vuelva a hacer—. Nos tenemos que ir —le informo. Me mira haciendo pucheros—. Hemos entrado sin pagar ¿Sabes? No me gustaría salir a la vez que el resto de personas y estuviera la encargada esperándonos. Recuérdalo, en la cárcel nos separarán.

—Sabes dar donde duele.

—Nunca usaría aquello que algún día me dijiste que dolía para hacerte daño.

—No era en serio, o sea...

—Lo sé, flequillitos. Era solo una broma —o que soy muy intenso.

Le tiendo la mano y ella la acepta. Salimos de la sala agarrados.

Al fondo veo a una responsable del cine avanzando hacia nosotros por el pasillo. Sé que no nos ha visto porque va mirando la pantalla de su teléfono, pero todo apunta a que va a entrar en la sala donde hemos visto la película. A mi derecha veo el servicio de mujeres. Tiro de Natalia y nos metemos dentro. Cierro la puerta. A su espalda, la empujo por las caderas y entramos en uno de los baños.

Agudizo mis sentidos y cierro los ojos. Necesito concentrarme para escuchar qué está ocurriendo afuera. Natalia me aprieta la mano, con miedo. Contengo una risotada, no puede descubrirme, no cuando mi plan está llegando a su fin.

—¿Escuchas eso? —pregunto.

Hace un esfuerzo por escuchar. Es el silencio. Niega con la cabeza y exploto a reír.

—¿Se puede saber de qué te ríes?

—De ti.

—¿De mí? —se aclara la garganta—. Dylan Brooks, ha sido nuestra primera cita, pero puede que sea la última.

—¡Shhhh! —siseo. Vuelvo a meterme en el papel. Y así hasta que llegamos al coche, esquivando al personal invisible del cine. Cuando montamos, ladeo a verla. Me mira expectante—. Tengo un viejo conocido de Nueva York que trabaja en este cine. Le he pedido que haga el paripé. No nos hemos colado, todos estaban compinchados —me apresuro a decir, antes de que me mande a la mierda.

—¡Eres un imbécil! ¡Ya me veía en la cárcel! —me propina un golpetazo inocente en el brazo.

—Eres una exagerada.

—Y tú un capullo.

—Dime algo que no sepa.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto.

—Te... yo... —no le salen las palabras—. Dylan, me encantaría poder llamarte mi chico —confiesa por fin, con la boca pequeña.

Ladeo la cabeza con los ojos muy abiertos. No me da tiempo a asimilar lo que acaba de decir, pues se estampa contra mi boca, con pasión. Trato de controlar el recorrido de mi lengua, que juega a su antojo con la suya, pero me es imposible. Nuestros besos cada vez son más húmedos y frenéticos. Con mi ayuda, pasa por encima de la palanca de marchas y se sienta a horcajadas sobre mis piernas. Deslizo hacia atrás el asiento para estar más cómodos.

Recorro su cuerpo con mis manos. La tela del vestido juega con mi imaginación. Quiero quitárselo. Cada vez hace más calor y nuestras respiraciones hacen que los cristales del coche se empañan. Natalia besa y lame mi cuello. Gimo en su oído. Y vuelvo a hacerlo cuando mordisquea mi oreja con sensualidad.

Pongo mis manos a ambos lados de su rostro y hago un movimiento con mi pelvis para que sienta el bulto que sobresale de mi entrepierna. Ella jadea y sonríe. Quiero estar dentro de ella. Y gemir sobre su boca. Que grite mi nombre. Y confesarle cuánto me gusta su sonrisa para que vuelva a sonreír y aprovechar el momento de distracción para hundirme en el centro de su cuerpo. Pero no quiero hacerlo aquí.

Ella no merece que nuestra primera vez sea en un coche cualquiera, en un parking de poca monta. Este no es el momento y aunque me muera de ganas por hacerla mía, sintiéndose suya, tengo que relajarme.

No puedo dejar de besarla.

—Tenemos que parar —murmuro.

Natalia regresa los besos a mi cuello. Por inercia, vuelvo a hacer el mismo movimiento con las caderas y aferro mis manos a su culo. Ella se pega a mí cuánto puede y me susurra al oído cuánto le gustaría hacérmelo aquí y ahora.

Mi parte más capulla quiere mandarlo todo a la mierda, ir a los asientos de detrás, quitar la capota del coche y follar con ella, desnudos, bajo las estrellas. Tengo que controlarme. No quiero que conozca esa versión, aún no. Quiero hacer las cosas bien. Entre mis planes no está hacerla sentir mal una vez el momento de calentón pase y vuelva a la realidad. No quiero que se arrepienta de haberse acostado conmigo.

Quiero hacerlo cuando ella se sienta segura. Y sé que aquí no lo está, o así he interpretado sus movimientos cuando, al ir a subir la tela de su vestido, automáticamente la ha bajado. Cuando mi mano se ha posado en una parte concreta de su costado. No tenemos prisa. Y quiero que lo sepa. Porque no me voy a ir.

—Tenemos todo el tiempo del mundo.

—No te irás ¿Verdad?

—Nunca —le prometo—. Te aseguro que me muero de ganas por hacerlo contigo. Siempre y cuando tú estés preparada.

—Vale —murmura. Hunde su nariz en mi cuello y me abraza con fuerza—. Siento que tengas que cargar con las piezas de un corazón roto que tú no rompiste.

No hay palabras suficientes en el diccionario que sean capaz de calmar el dolor de esa frase. Me limito a abrazarla y hacerle sentir que todo estará bien, aunque ni yo lo tenga claro.

El camino de vuelta lo pasamos en silencio. La música suena y nosotros cantamos algunas estrofas. Cuando suena Cinema lo da todo. Sólo nos miramos. Y sonreímos. Siempre lo hacemos, y eso es una buena señal.

Aparco en frente de su apartamento, le propino un beso fugaz y sale del coche.

—¿Quieres subir?

Quiero. Claro que quiero. No me da tiempo a responder. Mi móvil empieza a sonar. Le doy la vuelta y veo el nombre de Zack en la pantalla. Me está llamando. Y por nada del mundo se lo voy a coger. Nada más cuelgo, vuelve a llamar.

—Cógelo, puede ser importante —dice Natalia, apoyada sobre la ventanilla del asiento del copiloto.

—Es Zack. Será una tontería.

—Quizás necesite desahogarse con alguien. No me va a contar a mí el intríngulis de su amor con Lily, como comprenderás.

Respiro profundamente y suelto el aire de golpe.

—Resérvame una de estas noches.

Arranco el coche y antes de desaparecer, le guiño un ojo. Me estoy marchando. Tengo que luchar con las ganas que tengo de estar con ella. Por el retrovisor la veo sacarme el dedo a la distancia. Y sonrío.

Sé que lo ha hecho con ese fin.

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