11.1
Corregido ✅
Ese mismo día, Lily toma asiento a mi lado, justo donde como durante el descanso con mis compañeros. Zack y Dylan se han ido a cambiar para la siguiente escena que graban juntos y Aron está hablando con Agus, quien nos observa de forma disimulada de lejos. Yo me he quedado la última.
—¿Qué quieres, Lily?
—Hacerte un favor.
—No te he pedido nada —respondo con inocencia.
—¿Has olvidado que Dylan no es la única persona que conoce a tu padre?
Un pinchazo se instala a vivir en mi corazón.
—Demos una vuelta, te quiero presentar a alguien —me dice, despreocupada.
Se levanta y me da la espalda. Espera que vaya detrás de ella.
Me lo pienso. Una y otra vez. En bucle. Se me ha cerrado el estómago, no quiero comer más. He perdido el apetito. No sé qué debería de hacer, pero antes de que pueda tomar una decisión, Dylan se sienta a mi lado y me pasa el brazo por encima de los hombros. Me da un beso en la comisura de los labios.
Sonrío.
—Deberías ir a grabar antes de que Agus...
—No quería irme sin darte un beso.
Dudo unos segundos.
—¿Aquí? ¿Delante de todos?
Él se encoge de hombros. Sin pensarlo aferro mi mano en su rostro y le acerco a mí, acercando nuestros labios. A escasos milímetros el uno del otro, hundo mi mirada en sus ojos color café y suspiro. Él hace lo mismo. Y funde sus labios con los míos.
Alguien carraspea.
Al separarnos, es Zack. Dylan pone los ojos en blanco.
—Hay que trabajar —informa con cara de pocos amigos.
—Sí, Zack tiene razón —comento, poniéndome de pie. Dylan señala lo que resta de mi comida—. No tengo más hambre.
—¿A dónde vas con tanta prisa?
—¿Vienes o no? —grita Lily desde la puerta de salida.
Dylan levanta las cejas y Gia me hace un gesto desde la lejanía para que decline la invitación.
—Estaré bien —le digo.
—Estarás bien —repite Dylan, que a penas pestañea—. No es de fiar, Natalia. No sabemos si..., después de todo tiene relación más allá de lo profesional con Agus o...
—Confía en mí.
—En ti confío, claro que lo hago. Pero en ella no.
—Solo quiero respuestas. Nada más
Le propino un beso fugaz en los labios y le doy la espalda. Cuando estoy a punto de salir exclama:
—¡Llámame si necesitas cualquier cosa!
No me giro, pues no hay nada que me guste más que ver a los actores que interpretan a los personajes de mi libro dar vida a las escenas que escribí en una tirada de páginas. Más cuando ese protagonista te enamoró bajo sus palabras, pero también en la realidad.
Al final voy a acabar por pensar que yo misma predestiné nuestra historia.
El camino andando hasta donde sea que estamos yendo se hace eterno. Lily no habla y yo tampoco. Entre nosotras la relación es nula. Seguirá siendo así. Zack tiene cada vez menos relación con ella y el ambiente de trabajo cuando no está frente al piloto de la cámara es el único momento del día que no tiene arrugas en el entrecejo y una mirada que invitaría a entrar al infierno al peor de los villanos de Marvel.
En frente de Starbucks ladea para echarme un vistazo. Sin decir nada abre la puerta y la sigo.
Por suerte, Marc, el dependiente, capta la señal. Un guiño ha sido suficiente para que sepa que, a diferencia del resto de días que visito la cafetería, hoy no puedo ocupar la mesa más cercana a la barra y dejarle leer fragmentos de mis nuevas novelas a cambio de galletas con pepitas de chocolate. No quiero que Lily sepa que estamos en uno de mis rincones favoritos de la ciudad. Esta cafetería es mi refugio desde el día que llegué. En Madrid, siempre que podía me escapaba al Starbucks más cercano con el ordenador para escribir. Y no quiero perder una de las pocas cosas buenas que me llevo de mi ciudad, tampoco que, el que es mi lugar creativo se convirtiera en nuestro.
Hay placeres, como lo es la escritura, que prefiero disfrutarlos a solas.
Marc, que finge no conocerme desde hace un mes, me mira con las cejas en alto esperando a tomar nota de mi pedido y sonrío con timidez, como si fuera la primera vez que le veo. Indago en las pantallas que reproducen las imágenes con la carta y señalo la de la derecha. Él se voltea para verla.
—Un Frapuccino de Java chip. En tamaño grande, por favor.
—Gran elección...
—Natalia —contesto.
Una de las cosas que más me gusta de esta cafetería es que los vasos llevan tu nombre. Y eso hace que hasta el café más simple, para mí sea especial. El primer día que vine, lo hice después de un ataque de ansiedad. Aún tenía los ojos rojos y la cara hinchada. Marc tuvo que ver en mí la tristeza personificada y me puso una carita sonriente al lado de mi nombre. Y desde ese día no ha dejado de hacerlo.
—¿Has probado el de vainilla? Te lo recomiendo, es mi favorito.
—No me gustan los cambios —confieso. Pongo la tarjeta sobre el datáfono y me dirijo al final de la barra, dónde Lily me espera. Después de unos minutos nos entrega nuestras bebidas—. Gracias, Marc.
Deslizo los ojos sobre su placa, aparentando normalidad.
—Hasta otro día, Natalia —responde, conteniendo una risotada.
Por la mirada que me echa Lily deduzco que ahora cree que entre Marc y yo hay algo más que una relación vendedor cliente. No le doy tiempo para que pueda formular preguntas absurdas e incómodas de responder. Eso conllevaría explicarle que él y Aron... bueno, quizás no les vi paseando por la calle. Son pareja. Me lo confesó Marc cuando se enteró en qué trabajaba.
—¿Qué hacemos aquí?
Lily me mira mientras saca la pajita de su vaso de café y me ignora.
—A veces, es mejor hacer como que no has visto nada. Y continuar.
—¿A qué te refieres?
—Estás demasiado involucrada en esto. Agus, Axel, todos los secretos que hay detrás... —niega con la cabeza—. Y no es la boca del lobo correcta en la que debes entrar.
Frunzo el ceño.
—¿A qué viene esta simpatía tan repentina?
—Solo quiero mejorar el ambiente de trabajo —se excusa.
No la creo. Nunca lo haré. No me da buena espina. Si Lara estuviera delante ya le habría sonsacado toda la información que necesito para dar libertad a todas las preguntas sin respuesta.
Le da un sorbo a su café. Se relame el labio superior y me señala, no sin antes seguir con la mirada a la mujer que espera fuera de la cafetería mientras habla por teléfono. ¿Quién es? ¿Se conocen? Trago saliva con dificultad. ¿Es la persona a la que me quiere presentar?
—Dame tu móvil —me pide.
—No.
Sin añadir una sola palabra más, me lo arrebata de las manos, pues lo saco del bolso para tenerlo a mejor recaudo. No me atrevo a quitárselo. Lo pone sobre la mesa. Le quita la funda que lo protege, luego la carcasa y despega un cuadrado de color rojo que había su jeto a la placa.
—¿Quién te ha dado este móvil? —pregunta.
—Lo he comprado —miento.
Lily cierra fuertemente los ojos y suspira, mostrando disconfor. Vierte unas gotas del contenido de su vaso sobre la pieza. Lo machaca con la esquina del móvil y se levanta hasta la papelera para deshacerse de él.
—A partir de ahora, mentiras conmigo no. Fui yo quien se lo dio a Zack. ¿No te lo ha dicho? No fue a comprarlo porque estaba follando conmigo mientras le decía a tu amiguita las ganas que tenía de verla. Eso es justo lo que hacía Zack mientras tú llorabas la posible traición de Dylan. Te di el móvil que... —Carraspea, como si un nudo se hubiera instalado a vivir en su garganta—. Es el teléfono que usaba cuando trabajaba para tu padre.
Me quiero inmolar.
—Tiene un micrófono.
—¡Eres una...!
—¿Una qué? Deberías de darme las gracias —hace una breve pausa—. Me he cambiado de bando.
¿Cómo dice? ¿A qué se refiere?
Me levanto para irme.
—¡Escúchame! —masculla, provocando que vuelva a sentarme—. Por muy absurdo que te pueda parecer, soy la única persona que puede ayudarte. Yo me quiero salvar y tú no quieres caer. ¿No crees que tenemos más en común de lo que creemos? —Suspira—. Yo necesito dinero y tú ver a tu padre entre rejas. Y conozco a alguien que puede ayudarnos.
Cada vez creo menos en su palabra.
Tengo una extraña coraza que me hace alejarme de los lugares y personas que no me hacen sentir cómoda. He dejado de sentirme así hace unos minutos. Lily no hace más que mirar a todos lados y sé que no me está escuchando, pero, aún así yo he seguido hablando.
—No quiero tu ayuda —le digo, con rabia. Me levanto de la mesa, pero me agarra de la muñeca y me obliga a sentarme de nuevo—. ¿Qué queréis de mí?
Lily inspira profundamente.
—Tu padre te quiere tener controlada, Agus tener controlado a tu padre y...
La mujer que antes estaba hablando por teléfono, se acerca y se sienta en nuestra mesa sin decir nada. Ha escuchado las últimas palabras que ha pronunciado.
—Serena Evans —pronuncia con dureza—. Tú debes de ser Natalia ¿cierto?
Miro a Lily.
—Es de fiar —se limita a decir.
—Evans —repito, con los ojos muy abiertos y la boca seca. Miro a la mujer de cabello rubio—. ¿Eres la madre de Dylan?
Ella inspira profundamente.
—Él no puede saber nada de todo esto.
—No dirá nada —dice Lily.
—Natalia, me gustaría hablar contigo a solas. Pertenezco al cuerpo de policías de Nueva York, ahora trabajo mano a mano con Canadá. Es sobre...
—Cállate —mascullo—. No quiero saber nada de mi padre.
—Está metido en un buen lío. Querrás ayudarle ¿no? —insiste.
Niego con la cabeza.
Supone mal. No quiero verle arder, ni que pague por lo que me ha hecho, sino que me deje en paz. Establecer distancia entre él y yo ha sido la mejor solución, por lo menos, a día de hoy. No me ha llamado ni una sola vez en el mes que llevo fuera de casa. Por un lado lo agradezco, por otro lo conozco lo suficiente para saber que cuanto más tarda en actuar, peores son las consecuencias. Mi madre me escribe cada día desde un número diferente al suyo. Para el monstruo de las pesadillas cualquier excusa es buena para hacer daño.
—Es justo lo que quería escuchar.
Desliza una tarjeta sobre la mesa.
—Este es mi número de teléfono.
Serena permanece seria, pero baja la mirada para mirar a Lily por un segundo y vuelve a mirarme a mí. Lily es presa de los nervios, por primera vez. Se relame los labios una y otra vez. No levanta la mirada del suelo.
—Te llamaré para ofrecerte una cantidad considerable de dinero a cambio de un favor. Asegúrate de responder. De ti depende que acabe entre rejas.
Se va caminando con normalidad y yo me quedo en medio de una de las calles más transitadas de Vancouver sin saber qué decir, hacer o pensar. No sé si la persona que tengo al lado es tan amiga mía como dice ser, si la mujer que veo marchar calle abajo me ha encontrado por casualidad, si esto forma parte de un plan llevado a cabo por mis verdugos o si tan solo es mi maldita cabeza jugándome una mala pasada.
Cuando desaparece, salimos de la cafetería. Lily me sigue y yo no me despido de Marc. Me llevo la mano al pecho. Me duele. Me falta el aire.
—Aléjate de mí, Lily —pronuncio con dureza—. Te quiero lejos.
Lily pone los ojos en blanco.
—No ha sido para tanto. Solo hemos hablado.
No respondo, me quedo mirándola, tratando de respirar.
Me propina un golpetazo al ver que comienzo a llorar. Me llevo la mano al lugar del impacto, donde no siento dolor, pero sí cientos de recuerdos que revuelven todo aquello que duele en mi interior y que en algún momento ha marcado mi exterior.
—No vuelvas a hacer lo que has hecho —le advierto. Ella pone los ojos en blanco.
—¡Ha sido un golpecito de nada!
No respondo, me quedo mirándola, acariciando la zona de mi piel afectada.
—No le cuentes ni una palabra a nadie de lo que ha sucedido —me pide.
—No. Vuelvas. A. Hacer. Lo. Que. Has. Hecho —repito, esta vez con el ceño fruncido y los ojos llenos de lágrimas. Tomo aire y continúo—: Dylan tiene que saber esto. Es su madre.
Lily se frota la cara con desesperación y hace aspavientos con los brazos.
—Pero ¿te estás escuchando? ¿Te has vuelto loca?
Loca. Loca. Loca. Loca.
Dos sílabas son suficientes para que la cabeza me dé vueltas. Salimos de la cafetería y mi cuerpo deja de reaccionar ante mis órdenes. Me apoyo en la pared. Mis piernas fallan y apenas puedo decir palabra. Mientras Lily habla, yo me focalizo en mi respiración. No quiero ser el centro de atención del resto de los viandantes que circulan por la acera, mucho menos acabar en el hospital porque alguien llame a emergencias. Explicar el motivo de mi ataque de ansiedad sería mucho más difícil que intentar controlarlo.
—No me vuelvas a llamar así —consigo decir.
—Vete a la mierda —masculla ella.
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