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Capítulo 24. Christian Grey

Christian Grey.

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Estoy teniendo el mejor maldito sueño sobre mi Cerecita cuando el sonido de la vibración del móvil contra el buró de madera me despierta.

—¿Quién carajos es? —gruño, levantándolo para que deje de hacer ruido.

Miro rápidamente al reloj despertador solo para darme cuenta que son las 12:41 de la noche, y eso significa que es trabajo o problemas.

Entrecierro los ojos para mirar la pantalla brillante, el número telefónico que aparece es desconocido.

—¿Sí? —contesto en voz baja y adormilada.

—¿Papá? Soy yo, Ted.

—¿Ted?

Debe ser un puto error, mis hijos se fueron a su habitación a dormir después de la cena, yo mismo arropé a esos tres.

—Si, papá, escucha. No tengo mucho tiempo, y te juro que voy a explicarlo todo, pero necesito que vengas por mí. Por favor.

Me enderezo más en la cama para espabilar, una presión extraña formándose en mi pecho.

—¿Ted?

—Si, soy yo. Por favor no le digas a mamá, solo ven y sácame de aquí.

¿Sacarlo?

—¡¿En dónde jodidos estás?! —gruño lo más bajo que puedo.

Es increíble. Este jodido chico todavía no cumple los 17 años y ya está constantemente en problemas. Si no lo supiera, diría que es hijo de Luke.

—Detenido. —un largo silencio y un suspiro—. Había una fiesta a la que quería ir y dijiste que no. Nos detuvieron a todos. ¿Puedes ya venir por mí?

Carajo. Cuando Ted nació, creí que sería un ejemplo de disciplina para sus hermanos. Me equivoqué. El chico sacó mis peores rasgos y el lado rebelde de su madre.

Es mi turno de contar hasta 10 y controlar el tono de mi voz.

—Lo siento mucho, hijo. No tengo la autoridad para liberarte de la detención, te sugiero esperar a la mañana cuando te asignen un abogado y pagues la multa.

—¿Qué? ¡Papá! ¡No!

La llamada se corta porque su minuto ya terminó y esa era su única oportunidad. Estoy a punto de salir de la cama, pero me detengo, esta es la oportunidad que tiene para recapacitar y aprender que sus acciones tienen consecuencias.

Me recuesto de nuevo, pongo el móvil sobre el buró y cierro los ojos en la oscuridad de mi habitación. Un par de segundos después, el móvil de Ana suena.

Estira la mano a tientas, derribando sus lentes de lectura y maldiciendo, todavía sumida en el sueño.

—Ana Grey... —responde. Escucha lo que sea que le están diciendo del otro lado de la línea, luego se endereza—. ¿Qué carajos dijiste?

Enciende la lámpara de su mesita y me mira con los ojos muy abiertos y totalmente alerta.

—Teddy está en la estación de policía.

—Lo sé.

Estiro la cobija más arriba y me cubro la cara, la tranquilidad dura muy poco porque mi esposa la aparta de un manotazo.

—¿Y qué está haciendo Teddy afuera? Juro por Dios que ese chico quiere probar mis límites.

No puedo evitarlo, una sonrisa conocedora se estira en mis labios.

—Me recuerda mucho a cierta chica problemática. —Ana pone los ojos en blanco—. Esta es tu carga para llevar, Cerecita.

Lo piensa un momento muy breve, luego aparta la manta de su lado y saca las piernas de la cama.

—¿A dónde vas?

Me mira como si me hubiera salido una segunda cabeza.

—A traer a Teddy y castigarlo de por vida.

Tiene sentido que la llamara a ella, es la única que puede liberarlo ahora, pero la idea de que mi mujer salga a mitad de la noche a traer a nuestro irresponsable hijo no me sienta muy bien.

—Espera, iré yo. —me siento en la orilla de la cama y busco mi camiseta—. Es mi turno de hacer de policía malo.

Además, ella lo sacó de problemas la última vez cuando se saltó una clase para quedarse en la cafetería de la escuela con una chica.

—Gracias, Amor. —me mira con un pequeño brillo en sus ojos—. Vuelve pronto, también quiero un poco del policía malo.

—Carajo, Cerecita. Haces que quiera dejar al niño ahí para que escarmiente.

Ana sonríe, pero se recuesta otra vez en la cama y se cobija para ocultarse de mí.

—Trae a Teddy y negociarás su liberación con su joven e inocente madre.

—Mierda. Me convenciste, nena.

Me pongo los tenis, tomo la cartera y el móvil de la mesita y salgo directo hasta el auto. Aún creo que Ted debería quedarse ahí un rato y sentir la presión de ser detenido, así que conduzco lentamente hasta la estación.

A esta hora, el movimiento de azules es poco, pero eso no dificulta su vigilancia sobre las calles. Y es probable que la fiesta en la que estaba Ted fuera denunciada por algún vecino.

Como conozco este edificio de memoria, voy directo al área de detenciones donde se encuentran las celdas. Ahí está un grupo de adolescentes que pasean de un lado a otro, mi hijo y su mejor amigo pegados a los barrotes.

—Mi mamá es la capitana Grey. —le dice Ted al único azul que vigila.

El hombre me mira acercarme y asiente.

—Detective Grey.

—Newman.

Se aparta para volver a su escritorio, dándome privacidad con el par de tontos que me observa.

—¡Papá! Sabía que no me ibas a dejar aquí.

Les lanzo una mirada furiosa al par de chicos. Primero a Ted por salir de casa sin permiso, luego al chico Sawyer por meterse en el mismo puto problema.

Antes de que pueda gritarles un par de cosas, una chica pelirroja se detiene a mi lado.

—Lo tengo Jimmy boy, podemos irnos. —la hija de Luke gira la cabeza para mirarme—. Señor Grey.

Newman regresa con las llaves en la mano, abre la celda donde están los chicos y deja salir a Jamie, luego a Ted. Recoge el papel que la chica Sawyer entrega y se aparta otra vez.

—Adiós, Ted. Adiós, señor Grey.

Le hago una seña a mi hijo para que me siga, sin querer hablarle todavía porque sé que voy a gritarle. Nos detenemos delante del auto y entonces le hablo.

—¿En qué carajos estabas pensando, Ted? Mierda, tu madre y yo estábamos dormidos, pensando que estabas en casa. ¿Qué si te hubiera pasado algo?

Mi hijo adolescente baja la cabeza.

—Lo sé, papá. Y lo siento. Creí que podría salir solo media hora y regresar a casa. Solo...

—¿Solo, qué? ¿Y por qué estaba Jamie contigo? ¿Fue su idea?

Ted levanta la cabeza rápidamente con las cejas fruncidas.

—Fue mi idea, le pedí que me acompañara. Asumo toda la culpa de esto.

Bien.

—Al menos eres consciente, así dejarás de quejarte cuando tu madre te informe que estás castigado el resto del año.

—¿Qué?

Subo al auto y lo enciendo, esperando a que él también suba.

—¡Papá! —suplica con voz chillona—. ¿Es en serio? ¡Dije que lo sentía!

Pongo el auto en marcha tan pronto como se abrocha el cinto.

—Yo también siento mucho tener qué castigarte por ser tan irresponsable. Estoy muy decepcionado de ti, Ted. Y que sepas que estoy considerando enviarte a la escuela militar.

Mi hijo dice sus últimas palabras con resignación.

Bueno, mierda.

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