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Capítulo 6.

Él estaba igual o más perdido que yo,

y aun así, me ayudó a encontrarme

Capítulo 6

¿Recuerdas a mi amigo Dom? Es el mejor amigo de mi hermano, nos conocimos en su fiesta de cumpleaños, aquella noche en el tejado. Quizá no tenías idea de que era el anfitrión cuando lo llamaste más tatuajes que persona, quizá no te enteraste que lo habías dicho en voz alta y por eso tu cara palideció al pensar que iba a golpearte por la típica imprudencia de un chico ebrio, quizá ese fue el motivo por el que estabas tenso cuando te dio un apretón por los hombros con sus musculosos y tatuados brazos. Sé perfectamente que no eras una persona de prejuicios, pero tengo que admitir que Dom parece algo intimidante hasta que lo ves sonreír y notas que sus dientes torcidos lo hacen ver más bien adorable, aún si la tinta le cubre hasta el cuello.

Dom pasó a visitarme la noche de tu partida, antes del funeral. Dom odia los funerales y suele evadir a las personas cuando lloran, pero pasó dos horas haciendo círculos y garabatos imaginarios en mi espalda mientras le empapaba la camisa con lágrimas y mocos.

Dom es el mejor amigo de mi hermano, se conocieron cuando Leo tenía diecisiete, en un festival de música, cuando Leo aún creía que los cigarrillos de frutas eran cool. Dom es tan solo un año más grande, pero por mucho, en ese entonces, había un mundo de diferencia entre ellos. Al principio no entendía cómo ese par se había convertido en uña y mugre, si uno siempre alía a hierba y el otro a desodorante de moras silvestres.

Dom creció en una familia abusiva. Sus padres peleaban todo el tiempo y desquitaban el coraje con golpes en los niños y ruidosas sesiones de sexo. Vivió hasta los doce en uno de los barrios más pobres de la ciudad, en una zona de invasiones, bajo un techo de lámina porosa que maximizaba las tormentas y dejaba pasar el agua de lluvia. Su hermana, Abi, y él solían acurrucarse en una esquena debajo de las armas de tiro de su padre, pues era el único lugar de la casa donde el agua de lluvia no se filtraba. Dom le hablaba a la pequeña Abi sobre sus planes fantasioso de salir de esa vida de mierda y un día descansar en una cama decente, sin temor a girar y clavarse un resorte en el ojo; le hablaba de bellos parques y picnic con deliciosa comida preparada con amor; de una vida sin miedos, ni golpes, ni gritos. Pero como dije, solo fueron planes fantasiosos que le contaba a su hermana para contenerla en las noches de crisis, hasta que la niña dejaba de llorar y se quedaba dormida en sus brazos, entonces escuálidos, mientras le hacía círculos y garabatos imaginarios en la espalda.

Un día, terrible, Dom encontró a Abi tumbada en el suelo, semidesnuda, con un golpe en el labio y el ojo derecho inyectado en sangre. Su padre, el muy hijo de puta, había intentado abusar de ella. Dom no entendía lo que estaba pasando, no lograba procesar por qué su padre, quien, si bien no era el mejor del mundo, se había atrevido a pasar la línea con su propia hija. No entendía por qué su madre no hizo nada, al menos no hasta que la encontró tirada en el irónico intento de cocina que tenían, con los ojos muy abiertos y el cable de la licuadora enredado en la garganta. Cuando volvió con Abi, ella había dejado de llorar, también de respirar. Dom supo en ese momento que si no hacía algo, él sería el siguiente, así que tomó un arma y fue tras el bastardo que tenía como padre. Bang bang bang y cayó al piso de rodillas, suplicando. Hubo un último disparo, entre ceja y ceja, y todo había terminado.

A Dom lo encontraron vagando por la calle, cubierto de sangre y con una mochila con tres camisas y lo suficiente para comprar un sándwich en la gasolinera. Se abrió una investigación y lo llevaron a una casa hogar, de donde escapó a los dieciséis y se unió a un grupo local de venta de droga.

Dom no es una mala persona, ni siquiera representa un verdadero peligro para alguien, puede llegar a ser incluso más sensible que Leo. La vida le ha puesto el pie una y otra vez, y aun con todo ello, ha salido adelante. Sobrevive.

Mi historia con Dom es un poco graciosa, estuve enamorada de él casi toda mi adolescencia, pero siempre me vio como la hermanita de su mejor amigo y, pasado un tiempo, encontró en mí a la pequeña Abi. La primera y última vez que hablamos de ello, el día en que declaré mi amor por él, estando completamente drogada y al borde de la alucinación, supe que jamás podríamos ser algo más.

Más tarde, mucho más tarde, comprendí que mis sentimientos hacia Dom no eran más que un grito de soledad. Veía en él a un hombre valiente, protector, capaz de salvarme incluso de mí misma, sin saber que, en el fondo, existía un niño asustado de doce años que había matado a tiros a su padre.

-Debía ser sincero contigo- me dijo- Aun si mañana no recuerdas nada de esto

-¿Por qué estás tan seguro de que voy a olvidarlo?

-No lo estoy- confesó- Pero estoy dando un salto de fe

Dom nunca supo que cada palabra dicha aquel día había quedado tallada en piedra en algún rincón de mi memoria, dejé que creyera que ese amor que había jurado era eterno, se había desvanecido con el vapor de las 3 tazas de café que me había obligado a tomar.

Leo se moriría si supiera todo esto, pero me mataría si se enterara que traté de besar a su mejor amigo. La relación que tienen ellos dos es complicada, pero funciona sorprendentemente bien. Tienen una especie de pacto en el que Dom no intenta involucrarlo en su caos y Leo no se molesta en sacarlo de ahí.

Eso me recuerda a lo que teníamos tú y yo; un mismo pacto implícito que nos hacía funcionar a la perfección. Llamaba al caos un hogar acogedor, te invité a recostarte entre sus mantas y pasamos horas bajo su techo, no de lámina porosa, pero igual de frágil. Jamás me invitaste a tu casa, estuve ahí por casualidad en dos ocasiones, nuestra primera noche juntos, y hace dos semanas en tu funeral.

Mase, comienzo a pensar que nunca debí dejar que te involucraras demasiado en mi mundo, conmigo. Quizá rompí un pacto que nunca se estableció, pero existía de alguna forma. Pero no lamento nada, Mase, puede que hoy no estemos juntos, ni mañana o en un mes, sin embargo no tengo duda alguna de que lo estaremos. Sé que estás esperando por mí. Es una pena no tenerte a mi lado, es horrible que te hayas ido. Dom, quién ha visto la muerte de cerca, que la ha arropado y le ha puesto el cabello tras la oreja en consuelo, que ha cerrado sus ojos dolosos y fríos, el mismo que le ha ayudado a sostener entre sus huesudos y pequeños dedos un arma de fuego, está de acuerdo conmigo.

Nos encontrábamos debatiendo la edad en la que la gente no debería morir, comenzando por los veintiuno. Duele pensar que nunca terminarás la universidad, que te faltaba tan poco para aventar el birrete, y que jamás compraras esa casa con el columpio en el árbol en el que iban a jugar nuestros hijos.

Mierda, Mase, me estás matando.

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