Capítulo 1
La vida en mi infancia fue hermosa, tuve cosas maravillosas y a dos personas que junto a mis padres me hacían sentir segura y tranquila, capaz de hacer cualquier cosa.
Los nombres de esas personas son Subaru Sakamaki y Yuma Mukami. Yo soy Scarlet Maxwell. Conozco a esos dos desde que era una niña pequeña en jardín de niños, el kínder. La forma en que nos conocimos fue muy extraña. Yo siempre fui la más rezagada en casi cualquier cosa, no era para nada tonta, tenía buenas calificaciones pero en la parte social no sobresalía nada y mucho menos la deportiva. Me la pasaba sola y encerrada en mi cuarto y en la escuela tampoco hablaba, siempre he sido alta y eso tampoco era un punto a favor al querer acercarme a alguien.
Sin embargo, un día de tantos en los que estaba sola, un niño de unos centímetros más de altura que yo, con un cabello castaño claro amarrado en una coleta y unos ojos como la miel se acercó a donde me sentaba siempre durante el receso y posó una mano en mi espalda:
- Oye, ¿estás bien? Te ves muy sola aquí, ¿me puedo sentar aquí?, de todos aquí eres la que se ve más ¨normal¨ y pacífica.
Yo no respondí, mi cara estaba mirando sus largos brazos y piernas. Como no respondía, me dio una pequeña manzana tan roja que parecía un enorme dulce. Y esos ojos se iluminaron cuando la tomé en mis manos:
- Espero te guste, en mi casa tenemos un huerto y yo las cultivé.
Una sonrisa del tamaño del Sol se dibujó en esos pequeños labios y sus ojos de color miel se cerraron conforme la sonrisa aumentaba. Sus cachetes se ensancharon y esos blancos dientes suyos sobresalieron dándome seguridad y una sensación de calor muy reconfortante.
- Me llamo Yuma Mukami, soy nuevo en esta escuela, acabo de mudarme hace unos días y apenas hoy entré. Traté de hablar con otros niños pero huyeron cuando me les acerqué, tú eres la única que no salió corriendo cuando le hablé, ¿cómo te llamas?
Dudé en un principio en decirle mi nombre a un niño que jamás había visto antes, pero con las mejillas rosadas le contesté en voz más o menos fuerte:
- Scarlet Maxwell.
- Me gusta tu nombre, queda perfecto con las manzanas que cultivo y con tu color de mejillas.
- ¿De verdad...-? Es decir... ¡No es cierto!
Volteé a otro lugar y él siguió riendo por mi expresión. Me abrazó a modo de juego y me puse aún más roja, lo pude sentir con claridad.
- Mejor cómela antes de que acabé el descanso, quiero saber si opinas lo mismo que yo de que saben muy rico.
Miré dudosa la manzana y después, levanté los hombros como si no me importara y le di una gran mordida. Era dulce, demasiado jugosa y deliciosa al paladar. Tragué el pedazo y me miró con esa hermosa sonrisa suya, tan característica de él que había visto antes.
- ¿Y bien? – me preguntó impaciente.
- Está muy rica...
- ¡Te dije que te gustaría!
Desde ese día me buscaba en el descanso para que comiéramos juntos y a la salida también para que no me pasara nada antes de que mamá llegara. Me defendía cuando me decían insultos las demás niñas e incluso los niños.
Así fue mi primer año en el jardín de niños, al año siguiente, ya nos conocíamos demasiado y nos quedamos en el mismo grupo. Gritamos de felicidad cuando pasó eso y no nos importó que los demás nos vieran extraño.
A medio año, un niño fue transferido, siempre estaba solo como yo, así que me decidí a hablarle unas semanas después de que había entrado, también estaba en mi grupo y se veía buena persona. Mientras Yuma aún no salía por no llevar sus deberes, yo aproveché y fui con el niño nuevo:
- ¿Cómo te llamas?
No obtuve respuesta y lo seguí intentando, me evitaba y parecía que hasta lo molestaba, pero lo que odiaba era esa mirada triste que tenía, así que harta de que me evadiera lo tiré al piso cerca de donde estaba sentado. Al principio me miró enojado y su lacio y albino cabello le cubrió su ojo derecho, evitando ver sus dos ojos escarlatas, como mí nombre. Cuando captó la situación en la que se encontraba sus mejillas se tornaron rosas y comenzó a forcejear para que me bajara de encima de él. No le hice caso y le volví a preguntar:
- ¿Cuál es tu nombre? – con la voz más dulce y calmada que pude, de manera coqueta se podría decir.
- S-Subaru Sakamaki... - contestó un poco tímido y aún más rojo de lo que estaba, ya que con su pálida piel era muy notable. Lentamente me incorporé y lo dejé tomar aire. Al tiempo que se levantaba del piso se sacudía la ropa del polvo que había agarrado. Me miró con cierto enfado y me reí de su cara.
- ¿Qué te da tanta gracia?
- Tu cara.
- Es tu culpa que esté así, tonta.
- Me llamo Scarlet Maxwell, ¿quieres juntarte conmigo y mi amigo? No me gusta ver a nadie solo.
Lo pensó unos segundos y subió los hombros en señal de que no le importaba, luego me siguió – más bien lo jalé de la mano – hasta donde Yuma estaba esperando y los dos se miraron por unos instantes como extraños. Después, Yuma rompió el hielo y le dijo:
- Me llamo Yuma Mukami, ¿y tú eres?, espero no hayas molestado a mi amiga porque de ser sí, te golpearé.
- Subaru Sakamaki, y yo no la molesté, ella fue hasta allá y me tiró al piso porque no le dije mi nombre.
Se miraron un poco y ambos se echaron a reír con estruendo, pero, su risa era tan linda que no pude evitar hacerlo yo también. Cuando paramos por el dolor de estómago, Yuma sacó una manzana como la que me dio cuando nos conocimos y se la entregó a Subaru, quien asombrado la miró con cierta luz en sus ojos.
- Vamos, dale una mordida, no tiene nada malo dentro, o acaso, ¿nunca habías visto una? – Yuma le dijo en tono burlón.
- No, ni siquiera sé qué es esto. – Respondió Subaru con demasiada inocencia en su voz.
- Bueno, se llama manzana, es deliciosa, muérdela y lo verás. – Le dije con mi mejor sonrisa y las mejillas coloradas.
Subaru asintió y la mordió, después se tragó el pedazo que había arrancado con sus dientes y su cara se iluminó:
- ¡Es deliciosa! Es jugosa y roja...
A pesar de que ese día nos habíamos reído tanto, y que yo pensé que se había interesado en ser nuestro amigo, los días siguientes no quiso que estuviéramos junto a él. Se escondía o no salía del salón; cuando ya nos íbamos a dar por vencidos sobre ser sus amigos, se me acercó y me dijo:
- No es que me sienta solo ni nada, pero, ¿puedo estar con ustedes?
Me reí y lo abracé poniéndolo rojito de nuevo y le dije que sí. Lo jalé de nuevo corriendo hasta donde Yuma se encontraba esperándome.
Después de eso, nos volvimos inseparables durante el receso y en las vacaciones salíamos a jugar casi a diario. En nuestra despedida del kínder, tuve que bailar con ellos dos porque no quedaban más niñas y nos tomaron una foto a los tres que hasta la fecha conservo.
Entonces entramos a la primaria, los primeros años nos tocó el mismo grupo y éramos los mejores de la clase e incluso, los profesores nos apreciaban demasiado. No le hablábamos a casi nadie más del grupo u otros grupos, sólo nosotros tres jugábamos y platicábamos.
Los 2 años siguientes, estuvimos en diferentes salones y sólo nos veíamos cuando salíamos a comer al patio, nuestra amistad seguía igual de fortalecida y nadie nos podía separar, sin embargo, ciertas situaciones las hubiera preferido evitar, como por ejemplo el ser acosada por varias niñas únicamente por mi aspecto físico descuidado, creían que era como un niño que estaba dentro de un cuerpo de niña. Varias veces me hicieron llorar y ellos dos me consolaban, Yuma nunca toleró las burlas a los débiles y menos a las niñas, por lo que me defendía cada vez que me molestaban. Subaru no era muy agresivo así que me protegía cuando me querían hacer algo.
El último año en la primaria nos quedamos juntos de nuevo, y su conducta poco a poco fue cambiando. Tal vez conmigo no, pero con las demás personas eran totalmente intolerantes. Dejaron de tener buenas calificaciones y se irritaban más fácilmente.
Ya teníamos 12 años cumplidos, y ya no éramos tan niños. Nunca había sentido que fuera bonita ni mucho menos popular, así que no le tomaba importancia a las bromas y comentarios que me hacían los demás. Las burlas ya me parecían algo normal. Bueno, estar gordita no era una justificación para que me trataran así pero, comencé a ignorar todo lo que me decían. En esos tiempos, el cambio de ambos chicos no fue sólo a nivel emocional, crecieron más que yo y además su voz se engrosaba poco a poco.
Sin embargo, el cambio más notable fue que cuando estaban conmigo trataban de no acercarse a mí, y si lo hacían contenían la respiración, pensé que era como una broma pero, no era así. Otra vez tuvimos que bailar a la salida de fin de año, un vals en el cual, de nueva cuenta me había quedado con ellos dos como pareja por la altura. Ese día estaban tan incómodos que en una vuelta casi me caigo al piso, terminando la coreografía salieron corriendo tapándose la nariz. No supe hacer más que seguirlos y lo que vi me dejó anonadada: ambos buscaban un poco de aire y jadeaban demasiado extraño, habían ido al baño para que no los viera nadie.
Me acerqué pensando que les pasaba algo malo y sin que los invitados a la despedida se dieran cuenta me tomaron del brazo y me encerraron junto con ellos en el baño:
- Cállate, no digas nada. – Dijo Yuma con dificultad para hablar, mientras trataba de calmarse.
- Te juro que si te mueves un músculo, te rompo el cuello. – Le siguió Subaru en un tono demasiado frío, que obedecí ante las palabras. Cuando se calmaron, Yuma se agachó a donde estaba y me dijo mientras tomaba mi mentón:
- ¿Crees en vampiros?
- S-Sí... ¡Sabes que me gustan!
- Lo olvidaba, lo olvidaba. Bueno...
Subaru lo interrumpió en seco a una distancia más o menos lejana de mí:
- Ya díselo, sin rodeos.
- Lo que menos quiero es que le pase algo después de que lo sepa, ni que se aleje de nosotros. – Le contestó Yuma con cierto tono de tristeza.
- Bien, nosotros somos vampiros. – Dijo Subaru de golpe.
- ¿Qué? No bromeen con eso, saben que eso es como burlarse de lo que me gusta, y eso no me agrada.
Sentí cómo se iban enrojeciendo mis mejillas, y ellos lo notaron porque su mirada, cambió de una normal a una sádica, sedienta de sangre. Mis ojos se llenaban de miedo y ellos se acercaron a mí con ninguna otra intención más que beber sangre.
El primero en atacarme fue Yuma, con su fuerza me era casi imposible respirar, me inmovilizó con una de sus manos a un muro del baño. Podía sentir perfectamente sus labios en mi oreja derecha y su respiración tocar mi cuello, su voz, ronca de la excitación me hizo temblar cuando me dijo:
- No te muevas, trataré de no lastimarte.
Mis ojos se abrieron como platos con esas palabras y pude sentir el momento en el que abrió sus labios y dejó que esos colmillos suyos salieran y lentamente los encajó en mi cuello. El dolor era demasiado, mis lágrimas salían a montones y fue imposible que no soltara un grito. Inmediatamente, Yuma tapó mi boca con su mano libre y comenzó a succionar la sangre que salía de mi cuerpo.
Subaru no pudo evitar hacer lo mismo. Tomó la mano que no me era sujetada por Yuma y antes de morderla, lamió la muñeca de la misma. Sus colmillos eran muy puntiagudos y me dolió aún más que cuando Yuma lo había hecho.
Succionaron mi sangre hasta cansarse y mi vestido se tiñó de rojo. El traje que llevaban, se manchó en la camisa blanca que portaban y sentí como me desvanecía por la pérdida de sangre, intuyo que antes que tocara el suelo, alguno de los dos evitó el golpe y de alguna manera me pudieron llevar a casa.
Después de eso, no los vi durante un tiempo, los recordaba viendo las marcas de mi mano izquierda y mi cuello. Las tocaba como si de algo preciado se tratase.
Entrando a la escuela secundaria, perdí casi todo el contacto con ellos, no sabía su paradero y me sentía confundida. Meses más tarde, encontré a Subaru caminando por un lugar cercano a mi casa, su ropa era negra, lo único diferente eran sus botas, blancas como su cabello, y su ropa, la amaba en verdad, en especial su camisa que estaba desgarrada, algo que me llamaba mucho la atención, corrí hacia él y le aventé mi cuerpo, abrazándolo tan fuerte que probablemente le habría roto una costilla. Estaba sorprendido y se ruborizó como aquella vez que nos conocimos por primera vez.
Yo ya no era como en nuestra infancia, había adelgazado lo suficiente para estar sana y las curvas de mi cuerpo se habían desarrollado muy bien, yo estaba feliz y por lo blanca de mi piel, mis mejillas se veían rosadas. Las lágrimas amenazaban con salir por la felicidad:
- Scarlet, ¿qué haces?
- ¡Tonto! Te extrañé mucho... No dejaba de pensar en ti ni en Yuma, ¿por qué no me dijiste nada?, ¿por qué no me buscaste?
Su mirada se endureció y me dijo:
- No tengo por qué decirte lo que hago con mi vida, además, ¿crees que es justo estar cerca de ti después de lo que pasó?
Pasé saliva tratando de no llorar. Y le di una cachetada tan fuerte que su mejilla quedó enrojecida. Me di la vuelta y me retuvo:
- No te vayas, yo también te extrañé y mucho.
Me abrazó a su pecho y acarició mi cabello con cariño. Devolví el abrazo con fuerza y lloré sacando todo lo que por mucho tiempo me había estado preocupando.
No perdí contacto con él luego de eso y nos veíamos seguido para salir a comer o jugar basquetbol en el parque cercano a la casa. Me seguía preocupando por Yuma, no sabía nada de él. Ya se cumplirían 3 años sin saber de él, sin saber cómo estaba, qué hacía, dónde se encontraba.
Entramos a la preparatoria y Subaru se quedó en la misma institución que yo. En el mismo grupo que yo, también, así que el primer día nos fuimos juntos para no perdernos tan fácil. Me sentía alegre de estar con él y tenerlo cerca de mí, aunque por dentro, añoraba ver a Yuma de nuevo, ver qué tanto había cambiado.
Ese mismo día nos presentamos en el salón de clases cada quien y alguien llegó tarde, no le tomé importancia cuando entró al salón porque estaba hablando con Subaru pero, cuando pasamos a la siguiente materia en otro salón, mis ojos no podían creer lo que veían.
Sentado en el fondo de la clase, estaba él, ese chico que no había visto en años. Se presentó ante todos con una voz demasiado gruesa y aterradora. Había crecido demasiado, calculo que medía casi dos metros, y se veía muy sano, muy fuerte. Su cabello seguía igual de largo y castaño que cuando éramos pequeños y sus ojos se habían hecho como hielo, fríos y de aspecto irritado. Yuma Mukami, estaba ahí, de nuevo junto a mí y Subaru. La profesora salió un instante y yo lentamente me acerqué a esa persona frente a mí, me miró con desdén y yo lo abracé.
Se desconcertó y trató de soltarse, entonces lo miré a los ojos. Quizás no me reconocía por el cabello rojo sangre, o porque había bajado de peso, quizás por esa apariencia de chica ruda que ahora con el piercing de mi labio tenía. Pero, sabía que reconocería mis ojos y mi sonrisa ruborizada:
- Espera, ¿tú eres...?
- ¡Soy yo Yuma! ¿No me recuerdas?
- ¿¡Scarlet!?
Su cara se iluminó como la primera vez que me regaló una manzana y me sonrió con esos hermosos dientes suyos. Sus mejillas se ensancharon de nuevo cuando hizo el movimiento y me cargó en sus brazos como una hoja fina.
- Has cambiado tanto desde la primaria, no te reconocí... De no ser por esos ojos creo que jamás te habría reconocido.
Me reí a carcajadas y me apreté a su cuello mientras despeinaba su coleta mal hecha y él jalaba mis cachetes. Cuando me bajó, fui por Subaru para decirle que él se encontraba ahí, ya que durante las presentaciones se había dormido. No me imaginé que fueran a tener esas expresiones de enfado cuando volvieran a verse. Se retaban mutuamente con los ojos, como si no quisieran dejar ir algo... o alguien.
- ¿Chicos?, ¿pasa algo?
No me respondieron, se limitaron a verse y Subaru soltó mi mano para irse mientras Yuma lo veía alejarse hasta que lo perdió de vista.
- Subaru...
Yuma me sacó de mi trance y me abrazó con fuerza.
No vi a Subaru el resto del día y Yuma se ofreció a acompañarme a casa. Acepté y me llevó hasta la puerta de mi hogar. Hablamos de todo lo que nos había pasado y que no sabía uno del otro, por la noche, nos despedimos y prometimos vernos al día siguiente.
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