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1 BABU

 Seguía vagando por este mundo, no sé cuánto más aguantaría mi débil corazón, lo único que quería era no morir, sin antes ver a mi nieta debutar su primera competición.

Ese día se aproximaba a una gran velocidad, Catarina se estaba preparando para su primera competición, no era una competición oficial, pero será su primera vez compitiendo contra otras participantes, su primera vez entrenando para un gran día en el que tendrá que darlo todo y yo deseaba estar ahí.

Le rezaba a dios cada noche con el fin de que me diera fuerzas y el tiempo necesario para poder ver a mi nieta una sola vez compitiendo, solo pedía eso.

Mi mente rota ya empezaba a jugarme malas pasadas, había días en los que no recordaba ni mi nombre, pero cada vez que miraba los ojos de esa niña, mis recuerdos más antiguos volvían por arte de magia, no duraban mucho, apenas unos segundos de flashbacks, que conseguían que recuperara la memoria por unos instantes, aunque al cabo de los minutos me volviera a olvidar, pero gracias a ella conseguía revivirlo.

—Babu, ¿Me lees una poesía?, ¡por favor! —Catarina me despertó de mi corto trance, solía leerle las poesías que guardaba de mis poetas favoritos, aunque cada vez recordaba menos, suerte que las tenía todas apuntadas, pero tampoco recordaba dónde había dejado aquel cuaderno antiguo.

—Catarina, ¿Recuerdas dónde dejé el cuaderno? —Se levantó rápidamente, abrió un cajón que se encontraba escondido en el tocadiscos.

Un cajón que desconocía su existencia.

Comenzó a buscar, estaba encima de un mueble demasiado alto para su diminuta altura, solo tenía nueve años, pero era muy lista y siempre recordaba donde dejaba mis cosas, se puso de puntillas para alcanzar a meter la mano en el cajón, sacó el cuaderno y me lo entregó con una sonrisa, se sentó en la alfombra aterciopelada del salón, con las piernas cruzadas y los brazos sobre sus rodillas, me miraba con sus ojos grandes y verdes, adornados por sus característicos brillos, a la espera de que comenzara a recitarle.

Comencé a buscar en las páginas del cuaderno, una cita recitada por William Shakespeare me llamó la atención, no recordaba que también guardaba citas y frases además de las poesías, a decir verdad no recuerdo casi nada de mis años de juventud, mi mente ya comenzaba a borrar años de mí vida, intenté no ponerme triste, no por mí, sino por Catarina, que estaba a la espera de que comenzará a leer.

—Catarina, hoy no te leeré una poesía, te voy a leer una cita. —Su cara cambió a una expresión de incomprensión, por no entender lo que era una cita.

—Para que lo entiendas, es una frase que ha escrito o dicho alguien. —He sido muy poco explícito para que pudiera entenderlo, es complicado hablar de estos temas con una niña de nueve años, pero es sorprendente como su pequeño cerebro lo absorbía todo, a diferencia del mío que cada vez olvida antes.

Catarina tan solo tenía siete años cuando comencé por primera vez a recitarle, lo hacía muy de vez en cuando para que se durmiera o simplemente para tenerla sentada y tranquila mientras me escuchaba, normalmente le leía poemas o frases, pero con el tiempo era ella la que me pedía que se los recitara; me encantaba admirar su cara después de una estrofa, sus expresiones transmitían felicidad, otras tristeza e incluso confusión cuando no entendía algún verso, era una niña muy expresiva, todas las emociones que sentía se le reflejaban automáticamente en su cara.

Carraspeé antes de comenzar a recitar.

—"Lo más bonito de la belleza humana es que alguien a primera vista no te llame demasiado la atención y que al conocerla, escucharla, olerla, tocarla, te parezca la más bella del mundo."

Una cita muy bonita para olvidarla, pero al día siguiente no me acordaría de nada del día de hoy o por lo menos la gran mayoría desaparecería de mi memoría antes de despertarme.

—Babu, quiero que nunca dejes de recitarme. —Su dulce voz se quebró y antes de continuar bajó la mirada al suelo, privandome de sus ojos verdes—. Promételo. — Alzó la cabeza con los ojos bien abiertos y una expresión de tristeza se le reflejó en el rostro, el verde hiedra de sus ojos se había oscurecido dando paso a un verde esmeralda.

¿Cómo podría decirle que no?

Ojalá pudiera hacerle esa promesa y poder leerle siempre, ojalá pudiera estar a su lado para verla crecer, ojalá pudiera contemplar sus caídas para ayudarla a levantarse, ojalá pudiera quedarme más tiempo en este mundo cruel, para seguir admirando el verde de sus ojos, pero mi tiempo se esfuma lentamente al igual que mis recuerdos, tarde o temprano tendría que abandonar este mundo...injusto.

—No puedo prometerte eso—. Mi voz temblaba y tuve que coger aire para tranquilizarme.

—Pero te prometo que mi cuaderno será tuyo y cuando seas grande y lo leas yo te estaré escuchando desde el alto cielo estrellado. —Una lágrima se me deslizó por la mejilla con tan solo recordar el día en el que no seré más que huesos en una caja de madera.

—¿El cielo? ¿Y podrás escucharme desde tan alto? —Su inocencia me provocó una leve sonrisa.

—Sí, el cielo, cuando mires las estrellas y veas brillar una muy fuerte, seré yo cuidándote y escuchándote recitar cada noche. —Mis palabras salían solas, porque no se procesaban por mi cerebro estropeado, sino que salían de lo más profundo de mi corazón.

—Babu, te quiero. —Se levantó de un brinco y se lanzó a mis brazos, dándome un enorme abrazo, le devolví el abrazo con más fuerza de la necesaria, cada momento tenía que disfrutarlo como si fuera el último, porque no sabía a ciencia cierta cuándo sería el último de verdad.

Semanas después llegó el día que llevaba anhelando durante tanto tiempo,

mi nieta iba a dominar su primera pista de hielo y yo iba a estar ahí para verla.

El destino me lo había permitido y yo le estaba eternamente agradecido.

Estábamos mi hija, su marido y yo saliendo del aparcamiento para encaminarnos a la pista de patinaje, mi hija no paraba de mover las manos por los nervios que le estaban comiendo por dentro, se preocupaba por Catarina, como todos, pero ella lo llevaba a otro nivel; no queríamos verla en un hospital por alguna caída, no podía quitarle peso a la situación después de lo ocurrido en nuestro pasado, el miedo también corría por mis venas, ya habíamos vivido una situación terrible con su madre, cuando una caída nos la arrebató del mundo de los vivos; mis hijas sólo tenían diez años cuando el accidente ocurrió, los médicos no pudieron hacer nada para salvarla. desde entonces mis hijas le tienen un miedo terrible al patinaje sobre hielo, y ver a su hija tan delicada y pequeña practicando tal deporte que arrebató la vida de su madre no era algo fácil de digerir.

—Si algo le pasa a Cata, no te lo perdonaría nunca. —Mi hija me miró con despreció y tristeza mientras pronuncia dichas palabras que me merecía en su totalidad.

<<Yo tampoco me lo perdonaría nunca.>>

Luis, mi yerno, me dió unas palmaditas en la espalda mientras me dedicaba una sonrisa tranquilizadora antes de cruzar por la puerta enorme de cristal.

Mi hija tenía razón, ni yo mismo me perdonaría que Catarina sufriera por mi culpa al enseñarle tal deporte a escondidas de sus padres, pero Catarina se enamoró del patinaje sobre hielo desde la primera vez que subió a la pista, no sabía cómo contárselo a mi hija, quería esperarme un tiempo para pensar las palabras idóneas, pero el tiempo pasaba y nunca me atrevía a contárselo (nos acabó pillando); mi hija todavía no le había contado el motivo del fallecimiento de su abuela, era un tema del que no estábamos augusto hablando e intentamos alargarlo lo máximo posible y ahora qué Catarina se dedicaba al mismo deporte que provocó la muerte de mi esposa.

Acabo prohibiendole volver a la pista y a mi el llevarla, incluso también estaba prohibido hablar de cualquier cosa relacionada con el patinaje, pero desobedecí sus palabras y en múltiples ocasiones volví a la pista con Catarina, era ella quien me lo pedía, incluso me rogaba, no podía arrebatarle algo que tanto quería y que yo mismo le había enseñado solamente por el pasado que nos atormentaba tanto a mis hijas, como a mí.

El día que mi hija se enteró de que estaba llevando a Catarina a patinar, casi dejo de hablarme, fue difícil convencerla, se negaba rotundamente una y otra vez, pero después de meses insistiendo tanto yo, como su hija, desistió y la permitió apuntarse a clases, yo me encargaría de los gastos que requería practicar aquel deporte: entrenadores, equipamiento, revisiones médicas, coreógrafos, vestuario, todo lo necesario para que Catarina consiguiera cumplir algún día su sueño, aunque yo no estaré aquí para verlo; los médicos sabían que no me quedaba mucho tiempo de vida, me ponía triste el pensar cuál sería la última vez que la vería recorrer la pista, la última vez que vería a su abuela reflejada en sus ojos y el pensar que un día me olvidaré de todo y todos, las lágrimas intentaron desbordarse de mis ojos, pero conseguí evadir a tiempo todo pensamiento triste y deprimente para intentar disfrutar el momento, un momento que llevaba anhelando durante años y a la vez me aterraba como ningún otro.

Nos sentamos en el centro de las gradas en la primera fila, quería ver bien a mi nieta, estaba tan emocionado como nervioso, Catarina no me había permitido ver sus entrenamientos de los últimos meses, no sabía el porqué y si me lo había dicho no me acordaba.

Estaban la mayoría de los asientos ocupados, en frente de nosotros a ras de la pista se encontraba la mesa del jurado, formado por cuatro personas, estábamos en uno de los meses de verano, pero la temperatura que hacía era de un invierno helado, no me imaginaba el frío que estaría sintiendo Catarina ahí abajo con la pista de hielo gigante a sus pies.

Habían múltiples niñas y niños en la pista de patinaje calentando, busqué a Catarina, tardé unos segundos en ubicarla en el lateral izquierdo, con una bata gris para que no viéramos su atuendo y revelarlo antes de su momento; el tiempo había pasado muy rápido, en concreto cinco años desde la primera vez que la lleve a la misma pista de hielo en la que se encontraba ella ahora mismo, antes no se atrevía a soltarme la mano por el miedo a caerse y ahora estaba ella sola, con los patines puestos, seria y concentrada, sin miedo y sin mi ayuda, estaba muy orgulloso de ella y sabía que en el fondo mi hija también lo estaba, aunque su cara fuera de angustia y preocupación.

Pasarón unas cuantas coreografías de niñas diferentes, todas patinaban de maravilla al compás de la música, con atuendos brillantes y canciones demasiado modernas que no conseguía reconocer, fueron actuaciones realmente perfectas e impresionantes.

Había un descanso después de cada baile de entre diez y quince minutos para que pudieran pasar la pulidora de hielo (tenía un nombre en concreto, pero no conseguía recordarlo) las luces de toda la pista se apagaron de golpe, la gente que murmuraba calló de golpe, comenzó a sonar una canción que reconocí al segundo, era de la película de Grease.

<<La favorita de mi esposa.>>

Un foco se iluminó en el centro de la pista, donde se encontraba mi nieta; mi hija agarró mi mano con fuerza (nunca la había visto tan nerviosa), le acaricie su mano con mi pulgar para intentar tranquilizarla, pero sabía que no se calmaría hasta que Catarina no saliera de la pista y la tuviera entre sus brazos sana y salva.

Catarina a diferencia de su madre estaba tranquila o eso parecía, con una expresión de seriedad, llevaba su pelo largo recogido en un moño alto, de el salian rizos largos y encrespados dándole volumen a su cabellera, de complemento un pañuelo rojo con lunares blancos que le daba aún más ese estilo ochentero, una camisa ancha de color blanco ajuego con sus patines del mismo color y unos pantalones con el mismo color y estampado que el pañuelo de la cabeza, todo en ella combinaba a la perfección con la música; Catarina dio el primer salto separandose del duro suelo de hielo, mi hija cerró los ojos y apretó mi mano con mas fuerza,(si es que era posible), con cada pequeña o grande elevación que hacía, el publico aplaudia, animaba y gritaba, todos menos nosotros tres, en nuestras expresiones solo se podían asociar el miedo y el panico que sentiamos, pero en el fondo, cada uno de nosotros estabamos orgullosos por nuestra pequeña niña; la mano que me agarraba mi hija ya la sentía entumecida, pero deje que siguiera apretando, por lo menos así podría desahogarse, aúnque sabía que no era suficiente.

Por unos segundos ví a mi esposa en esa pista, fue como retroceder en el tiempo unas decadas atras, cuando aún mi mujer estaba viva, parpadeé repetidas veces porque no creía lo que mis ojos veían, mi nieta se había convertido en una ilusión de mi esposa, idéntica a ella, llevaba años sin conseguir acordarme con claridad, solo lograba evocarla con la ayuda de las fotos y los vídeos, pero Catarina había conseguido que mi mente rota la recordará como si estuviera delante de mí, patinado, como solía hacer antes del accidente.

Me frote la mano libre que tenía por los ojos, la ilusión desapareció, pero había conseguido verla, la música, el patinaje, el atuendo de aquella época, todo me recordaba a mi esposa y todo ha sido gracias a ella, en algún momento había comenzado a llorar, pero ni siquiera me importaba.

Al terminar todo el público se levantó de sus asientos mientras aplaudían con fuerza, mi hija soltó mi mano para poder limpiarse las lágrimas que recorrían por sus mofletes, y sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

La voz de una mujer llamó toda nuestra atención.

—Un final perfecto, con ese doble lutz —dijo mientras aplaudía con suavidad.

No sabía quién era, ni entendía lo que estaba diciendo, pero su acento francés se me hacía familiar, nos quedamos los tres mirando a la señora a la espera de que dijera algo más.

—Perdón por no presentarme, soy Chloé la entrenadora de Catarina, ¿No se acuerda de mí señor Juan? —Miro a mi hija y a su esposo por unos instantes, para acabar dirigiéndose a mí, fruncí el ceño, sabía mi nombre, pero no recordaba absolutamente nada de ella.

—Usted fue el que trajo por primera vez a Catarina, nos conocimos hace unos años, y nos veíamos en cada entrenamiento ¿En serio que no se acuerda?

Mi menté intentaba recordar, pero no encontré nada que me relacionara con aquella mujer.

—Perdón Chloé por no recordarla... —Tragué saliva antes de continuar—. Pero tengo alzheimer y a veces no recuerdo algunas cosas, perdóneme. —Su cara se entristeció al escucharme decir aquella enfermedad, aquella maldita palabra que no quería volver a pronunciar, me dolía más decirlo una sola vez al día, que recordarla a cada hora.

—No, perdóneme usted a mí, no tenía ni idea, lo siento.

—Yo soy Lucía y él es mi marido Luis, somos los padres de Catarina —añadió mi hija notando la incomodidad del silencio en nuestra conversación, Chloé extendió su mano para saludarlos.

—No quería molestar, pero me encantaría hablar unos minutos sobre Catarina.

—No es nada malo, al contrarió. —Añadió rápidamente, para que no malinterpretemos sus palabras, asentimos los tres casi a la vez.

—Primero decirles que Catarina tenía mucho valor en elegir aquella canción. —Giró la cabeza hacía la pista antes de continuar—. Le dije que la canción era difícil de interpretar con patines, pero aún así insistió, no pude negarme cuando me contó el motivo de su elección. —Volvió a dirigir su mirada a nosotros, pero está vez tenía una sonrisa en los labios—. Catarina quería dedicarle esa actuación a su abuela María. —El nombre de mi esposa resonó en mi cabeza en un eco que con cada segundo se escuchaba más alejado. —Y ayudarlo a recordarla. —Me miró con tristeza. —Y acabo de entender el "ayudarlo a recordarla", siento muchísimo lo que le pasó a su esposa y a su madre. —Sus palabras parecían sinceras y lo confirme por una fina capa cristalina en sus ojos.

—¿Usted conocía a mi madre? —se atrevió a preguntar mi hija en un fino hilo de voz.

—Yo no, pero mi madre era su entrenadora y estaba enamorada de la forma en la que patinaba, la admiraba y la trataba como si fuera su hija, siempre hablaba de ella cuando llegaba a casa, y ahora entendía lo que me decía, porque me pasa lo mismo con Catarina, es una niña única, que aprende rápido y no se rinde nunca, hay muy pocas patinadoras como ella, a la mayoría les encanta lo que hacen, pero la diferencia es que a Catarina le apasiona, lo vive como si de respirar se tratase, tiene un gran futuro como patinadora y lo está demostrando con tan solo nueve años. —Hizo una breve pausa para tragar saliva—. He visto el miedo reflejado en vuestros ojos mientras recorría la pista, y lo entiendo, habéis sido muy valientes por haberle dejado continuar con el patinaje y os doy las gracias por haber confiado en mí para que la entrene y les aseguró que cuidaré de ella como si fuera mi propia hija. —Nos quedamos callados unos segundos, pero mi hija rompió el silencio.

—Gracias Chloé, Catarina tiene razón cuando dice que eres genial. —Una sonrisa se dibujó en su cara, y acto seguido en las nuestras, nos despedimos de ella dándole un abrazo, el miedo que sentíamos se había apaciguado lo suficiente para ser sustituido por sonrisas.

Me daba igual cual fuera el veredicto de los jueces, para mi, mi nieta ya había ganado y no solo la competición.

<<Gracias mi pequeña, por devolverme su recuerdo.>>

Estuvimos todo el mes de julio rodeados de paquetes, mochilas y maletas. Como cada año en el mes de agosto eran las vacaciones familiares, lo pasábamos en Canarias, concretamente en la Palma, la isla bonita (así la suelen llamar), no conseguía recordar nada de allí, pero sabía que quería pasar mis últimos días, semanas o meses en aquella casa, en la tranquilidad que me proporcionaba el vivir allí, por el sonido del océano al despertar y las vistas impresionantes de las altas montañas que nos rodeaban, a diferencia de los edificios y los estruendos que se escuchan en una gran ciudad.

Mi hija, su marido y Catarina estaban fuera esperando con el coche, yo llevaba una pequeña maleta de mano, mi yerno me ayudó a ponerla en el maletero; las otras maletas y cajas se quedaron en la casa, a la espera de que la empresa de mudanzas las recogiera.

Había pasado un mes desde la competición de patinaje en la que Catarina había quedado segunda, aunque para mí y sus padres era como si hubiera ganado la medalla de oro en los juegos olímpicos.

Al llegar al aeropuerto me detuve unos segundos para buscar a Laia, cada año tenía una pequeña esperanza de que mi otra hija viniera al viaje familiar, pero sobre todo ese año mi esperanza era aún más grande ya que podía ser mi último viaje; desde la muerte de su madre nuestra relación solo ha ido a peor, y aunque llevamos años sin vernos y décadas sin hablarlos seguía teniendo la misma esperanza y las mismas ganas de verla, como cada año; volví a mirar a mi alrededor con el corazón en un puño.

—No va a venir. —La voz de Lucía fue tan directa, que consiguió arrebatarme la esperanza que tenía con esas cuatro palabras, se acercó lentamente por detrás y me abrazó.

—Lo siento padre, pero no he conseguido traerla, sabes que es muy cabezota como... —Su voz se apagó antes de poder terminar la frase.

—Como vuestra madre —Lucía asintió con la cabeza aun apoyada en mi espalda, le agarré de las manos que rodeaban suavemente mi cuello, mientras dejábamos que el viento nos atizara con su fuerza unos minutos más antes de entrar en el aeropuerto.

Cuando llegamos el lunes a la casa de vacaciones ya era por la tarde y estábamos todos tan cansados por el viaje que no deshicimos las maletas hasta el día siguiente.

En toda la noche no pude conciliar el sueño, me levanté de la cama y retiré las cortinas de la puerta corredera que daba al balcón, el cielo estaba oscurecido y en el lugar del sol, se encontraba la luna, me senté en una de las sillas de mimbre que decoraban el extenso balcón de mi cuarto, a la espera de que fuera una hora más decente para bajar a la cocina, seguramente aún dormían, me dedique a contemplar las vistas mientras intentaba no olvidarme de las palabras que el médico me había dicho hacía ya un mes.

<<Tal vez tres meses>>

No sabían cuándo, pero sí sabían en cuanto tiempo aproximadamente mi corazón dejaría de latir, no podía someterme a la operación que alargaría mi vida, mi corazón no la soportaría, lo único que podía hacer era vivir lo que me quedaba, hable con los médicos para que no avisaran a mis hijas del tiempo que me quedaba, no quería que vivieran contando los días que faltaban para mi muerte, estaban al tanto de mi situación y ya era bastante sufrimiento para ellas; Lucía siempre ha estado a mi lado durante todos estos años de operaciones y visitas al médico, veía el dolor y el miedo reflejado en sus ojos, igual que cuando tenía diez años y su madre murió, en cambio Laia con los años cortó toda relación conmigo, la poca que teníamos se esfumó después de que se independizara, siempre estaba con su madre, fue una pérdida difícil para todos, pero para ella fue aún más devastadora, habrán pasado como más de treinta años, pero Laia sigue encerrada en el día del accidente y en la pérdida de su madre, una pérdida que nunca llegó a superar.

Unos golpecitos suaves en la puerta llamarón mi atención.

—Adelante. —Me giré levemente para ver quién era.

Mi hija apareció por el umbral de la puerta, sujetaba dos tazas, de ellas salía un humo tenue; cerró la puerta con el pie y se acercó con pasos suaves para no hacer ruido.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —me preguntó mientras me ofrecía una taza de las que llevaba en la mano—. Es té blanco sin azúcar, tu favorito —añadió mientras sonreía levemente, agarré la taza caliente con ambas manos.

—Gracias y no, no he podido dormir. —Soplé el té para enfriarlo y el aroma floral del té invadió mis fosas nasales.

—He estado pensando en Laia, supongo que tú también. —Dio un sorbo a su café, se acercó a la barandilla del balcón y apoyó los codos en ella.

—Si, me hubiera gustado que viniera con nosotros. —confesé en un murmullo.

Acerque la taza a mis labios y probé aquella delicia caliente, me gustaba por su sabor ligero y suave, por un momento desconecte del mundo para disfrutar de aquella taza de té, pero se interrumpió al escuchar las quejas de Lucía.

—En Serio Papá, no entiendo como puede ser así. —Su tono se alzó—. Intenté que viniera, pero su respuesta fue un simple "No" ¿Te lo puedes creer? —Se giró y cruzó los brazos aun con la taza en la mano.

—Claro que me lo creo, por lo menos a ti te contesta los mensajes. —Esa última frase me dolió más decirla que pensarla, agache la cabeza a mi taza de té.

—No tiene motivos para ser así, y si los tuviera estaría encantada de escucharlos, estoy cansada de ir detrás suyo, si quiere hacer como que no tiene familia, por mi perfecto, un problema menos. —Sus palabras salían como cuchillas disparadas, estaba enfadada y el café la alteraba aún más.

—No digas eso Lucía, es tu hermana gemela, tendríais que estar más unidas que nadie de nuestra familia, y contigo se digna a hablar y eso es un privilegió que los demás no tenemos.

—Dejamos de estar unidas después del accidente. —Todo el enfado que transmitía se había convertido en tristeza y dolor al nombrar aquel suceso.

Ese maldito accidente me lo había arrebatado casi todo, me había separado de mi esposa e indirectamente también de una de mis hijas.

Unos golpecitos en la puerta llamarón nuestra atención.

—Adelante. —Catarina abrió la puerta y corrió hacia nosotros, su pijama de copos de nieve era incluso tan adorable como ella.

—Buenos días Babu y mamá —dijo con una sonrisa amplia y hermosa que conseguía alumbrar cualquier entorno en el que se encontrará

—Buenos días —respondimos su madre y yo al instante—. ¿Cariño, necesitas algo? —preguntó Lucía.

—Quería que el babu me hiciera una trenza. —Me miró con los ojos muy abiertos mientras hacía pucheros y su cepillo de princesas entre las manos.

No podía negarme a tanta ternura.

—Claro. —Se colocó de espaldas delante de mí, tenía el pelo desordenado y muy largo, me entregó el cepillo y comencé a peinar despacio aquella melena negra y rebelde.

Termińe la trenza que le llegaba casi al final de la columna.

—Listo. —Le entregue su cepillo.

—Gracias Babu. —Nos abrazó y se fue dando saltitos hacía la puerta.

—¿Era una trenza de dos cabos?

—Sí, como las que os hacía vuestra madre. —Le dí otro sorbo al té ya frío en el interior de la taza—. Me enseñó para que se la hiciera antes de cada entrenamiento, debido a que ella no sabía hacérsela a sí misma.

—Te ha quedado preciosa. —le sonreí en forma de respuesta, pero la expresión en su cara cambió en una milésima de segundo.

—Papá, tengo miedo. —La voz de mí hija tembló por unos segundos, me miró directamente a los ojos; sus ojos iguales a los de Laia eran desgraciadamente exactamente iguales a los míos—. Tengo miedo de que le pase lo mismo que a mamá. —Sabía de quién hablaba y compartía el miedo que sentía, pero ya lo habíamos hablado en numerosas ocasiones, Catarina ya había decidido, era demasiado tarde para arrebatarselo todo, no podíamos hacer nada por las buenas, sería fácil para nosotros despojarle de todo lo que en su día le enseñe, pero no sería lo correcto y tanto sus padres como yo lo sabíamos.

—Tener miedo es normal, si no lo tuviéramos no seriamos personas, lo único que podemos hacer es estar ahí como simples espectadores, alegrándonos por sus triunfos y dándole nuestro apoyo en sus fracasos. —Lucía asintió, tenía los ojos cristalinos, se aguantaba las lágrimas que le amenazaban por salir, me levanté de la silla para abrazarla e intentar calmarla.

—Todo estará bien Lucia. —Le acaricie el pelo, ella dejó de contenerse y comenzó a llorar en mi hombre.

—Te quiero papa. —Esas palabras llegaron a mi corazón y resonaron en mi cabeza, unas palabras que siempre escuchaba de Lucía y que nunca volvería a escuchar de Laia.

Llevábamos una semana de vacaciones, aún me costaba conciliar el sueño por las noches, intentaba no pensar en Laia, y cada vez era más fácil lograrlo, mi mente cada día recordaba menos y había días en los que ni siquiera recordaba que tenía hijas.

Los días se me hacían cada vez más cortos, o simplemente las horas pasaban más rápido de lo normal. Estaba sentado en mi escritorio, mirando toda la estantería de libros que tenía ante mí, una estantería de roble, su madera ya desgastada por los años aun aguantaba todo el peso de los libros, no los conté, pero tendrían que haber más de cien, me había leído cada uno, pero no recordaba nada de ellos.

Catarina se asomó cuidadosamente por el umbral de la puerta, esperando a que le diera permiso para entrar, hice un gestó con la cabeza para que pasará a dentro del despacho, se acercó sigilosamente con un cuaderno en las manos, sus ojos grandes y verdes inspeccionaron toda la habitación: la librería antigua, las plantas decorativas en las esquinas, la lámpara de araña que colgaba del techo y desprendía una luz tenue, por último sus ojos se posaron sobre un globo terráqueo que era incluso más alto y pesado que ella.

—¿Querías algo? —pregunté entrelazando mis manos.

—Quería que me recitaras. —Se acercó a la mesa y dejó sobre ella el cuaderno que sostenía—. Como haces todas las noches antes de irme a dormir.

<<¿Yo hacía eso?>>

Intenté recordar en alguna de las noches anteriores, pero mi mente estaba desértica, lo único que aún no había olvidado ni una sola vez lo tenía delante de mí, con una sonrisa adorable y unos ojos únicos, esperando algo de mí que no podía darle, no me acordaba de recitar y había empezado a olvidarme de cómo se leían.

—Tengo una idea mejor, hoy me recitaras tú. —Le estaba pidiendo a una niña de casi diez años que me recitará algo de ese cuaderno, y por su apariencia no parecían textos de su edad, pero me negaba a que Catarina sospechará que me estaba muriendo lentamente, mientras mi cabeza borraba cada recuerdo de mi vida.

—¿Y cual recitó? —preguntó intrigada unos segundos después de pensar en mi proposición.

—Tu favorita, la que más te haya gustado de todas las que te he leído. —No sabía cuántas le había leído, ni siquiera recordaba haberle leído alguna vez. Catarina se puso a buscar en las páginas de aquel cuaderno sucio y arcaico, se paró un par de veces en páginas aleatorias antes de elegir lo que parecía una frase corta.

—Babu, no te prometo hacerlo igual de bien que tú. —Se sentó en uno de los sillones que tenía delante con el cuaderno en las manos.

—Seguro que lo harás incluso mejor —dije con una sonrisa en los labios, mientras me acomodaba en la silla para darle toda la atención que se merecía, me sonrió y volvió a posar los ojos en las hojas desgastadas, carraspeó antes de comenzar a recitar.

"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida"

—Es de Pablo Neruda —añadió después de terminar, me quedé sin palabras, no por su lectura, sino por el sentimiento que le puso, supuestamente yo había recopilado y apuntado cada frase, poema y cita de aquel cuaderno, pero mi memoria lo había borrado, yo podría haberlo leído mejor si me acordará de leer, pero no hubiera llegado ni siquiera a igualar el sentimiento que había en aquellas palabras.

—¿Por qué la has elegido? —me atreví a preguntar.

—No me costó entenderla, era corta, pero sobre todo es porque habla del amor. —Los tonos de sus mejillas aumentaron levemente, pero lo suficiente para notarlo—. Cuando sea mayor me gustaría enamorarme, pero un amor verdadero, como el de los cuentos y los poemas que me lees. —Sus ojos adquirieron un brillo puro de inocencia provocando en mí una leve sonrisa.

—Catarina recuerda que el amor verdadero no se busca, se encuentra, por eso has de ser paciente para no entregarle tu amor a la persona equivocada. —Se levantó de la silla y se acercó para darme un fuerte abrazó.

—Te lo prometo, seré muy paciente. —Me estrechó entre sus brazos diminutos—. Te quiero Babu. —Le devolví el abrazo, acaricie su larga melena negra y lacia como la seda; un pensamiento de que aquel abrazó podría ser el último, que esas palabras podrían ser las últimas que escuchara y que esa podría ser la última vez que la viera, de pensarlo se me hizo un nudo en la garganta que me prohibió hablar, lo único que hice fue estrecharla más fuerte entre mis brazos, tenía miedo a morir, pero tenía aún más miedo a olvidarme de ella también.

—Yo también te quiero mi pequeña —conseguí decir en susurros y con la voz entrecortada, después de aquel abrazó largo acompañe a Catarina a su cuarto, la arropé y le dí un beso de buenas noches en la frente, después me fui a mi cuarto, pero en vez de acostarme en la cama salí al balcón, para intentar tranquilizar mis pensamientos deprimentes, me paré a contemplar las fuertes olas que impactaban contra unas rocas cercanas a la costa, la brisa marina me golpeaba la cara y los brazos descubiertos, la noche oscura dominaba todo el horizonte, la luna resaltaba entre tanta oscuridad, dejando a su vez un camino de luz entre las olas, el sonido era realmente tranquilizador, me tumbe en la cama mientras me hundía en un sueño profundo, de fondo se seguían escuchando las olas y era verdaderamente hermoso.

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