10. Jaque mate
Aquí es donde ustedes se preguntan en qué momento la historia humorística de una abuela millennial y su familia poco convencional terminó envuelta en una trama de acción y espionaje. Les seré sincero, aquí nada es lo que parece. Ni Los Ilusionistas dan este tipo de giros. Pero vamos, fue el motivo por el que acepté ser el narrador una vez leí el guion.
Continuemos con nuestra excéntrica nona en apuros. Putrimp descargaba una ráfaga de disparos sobre ella, pero Chencha rodó por el suelo sagazmente, agradecía en lo profundo haber seguido en forma todos esos años luego del retiro, por más que en ocasiones sintiera que sus músculos y huesos exigían descanso. Al llegar a él le dio un golpe de codo en el abdomen, haciéndolo retroceder al sentir el aire salir de sus pulmones, e inmediatamente le dio una descarga de su bastón en la entrepierna.
Chencha vio un tanto asqueada el emerger de una erección en Putrimp, avivada por la electricidad recorriéndolo por cada vena del cuerpo. La abuela se alzó y usando el bastón lo dejó inconsciente con un golpe de gancho.
La Reina X le disparó una y otra vez, pero Chencha conseguía desviar las balas con precisos movimientos de evasión y contraatacando con las púas en sus manos.
—¿De qué estás hecha, anciana?
—Del amor de mi familia.
Chencha unió los bastones formando una lanza, le dio un giro rápido y de un solo movimiento asestó un golpe con el que derribó a la Reina X. Isabel cayó contra una mesa en la que derribó todo lo que en ella había. Llevó la mano a su rostro, y al ver la sangre en sus dedos, lanzó una mirada mortal a la nona.
—Vas a lamentarlo, dinosaurio —amenazó.
La Reina X tomó el jarrón sobre la mesa y lo aventó contra Chencha, ella lo destruyó con un golpe de bastón, en una pequeña fracción de segundos que le dio la ventaja a Isabel para lanzarse sobre ella con un puñetazo de gancho. Dio directo en el mentón, embistiéndola contra un sillón y haciéndola caer con él.
Chencha tronó a un lado la cabeza.
«Como en los viejos tiempos», pensó.
Tomó con rapidez la lanza y volvió a la acción. No importaba el dolor, por recuperar a su familia estaba dispuesta a recibir todos los puñetazos que fuera capaz de soportar.
Asestó dos golpes veloces a cada costado de Isabel y de una patada al abdomen la estrelló a la pared. Luego lanzó otro golpe de bastón a otro de los costados heridos, pero ella logró bloquearlo y extender el brazo libre para rodearla con el suyo y subirla sobre sus hombros. Con toda su fuerza aplicada arrojó a Chencha contra el cristal que separaba dos sectores del salón. El vidrio explotó en miles de pedazos mientras la nona se retorcía de dolor en el suelo.
—Ben, una ayudita por aquí —gimió—. La maldita golpea fuerte.
—En camino —contestó desde el otro lado de la línea.
Isabel lanzó una patada contra la nona, pero ella se apartó a tiempo y el tacón de la Reina X terminó por chocar contra el concreto, sacudiendo la pared. Chencha le empujó la pierna hacia arriba, y provocó un corrientazo que desestabilizó y derribó a su oponente.
En el salón abajo, los desesperados ricos eran vigilados por los rifles y pistolas de los guardias. Los habían obligado a caminar en filas como presos.
—¡Tú, abuelo! —gritó uno de los hombres—. No te veo haciendo la maldita transferencia.
Ben subió las manos en rendición, y silencioso, extrajo de su manga un botón que lanzó al suelo. El golpe del sensor activó su sistema y provocó un bajonazo de la luz. Oculto en las sombras, el abuelo de traje negro disparó una pistola de gancho a la baranda del balcón. Cuando la energía regresó, volaba en camino al segundo piso. Los guardias le dispararon en vanos intentos, Ben logró llegar a la cima, pero puso en alerta a los hombres que, rabiosos, comenzaron a subir por las gradas. Él los apartó de su camino con disparos precisos en las piernas y se internó en la caótica sala.
—¿Estás bien? —preguntó mientras extendía su brazo para ayudar a levantar a Chencha.
—Posiblemente con más de un hueso roto, sweetie, pero nunca tan viva como esta noche.
—¿Dónde está la mujer?
—Escapó con el bajón de luz. Típico movimiento de Ben, como en los viejos tiempos. —Le guiñó.
—¿Por qué está el alcalde en el suelo? —preguntó con interés.
—Trabaja con la red. Putrimp cayó, pero aún falta Isabel; no llegará lejos si la seguimos, andando.
Un lujoso auto negro aceleró el paso a través de la carretera. Tras él, Ruby dio un pequeño brinco en su abrupta fuga del parqueadero; Chencha y Ben habían tenido que deshacerse de los guardaespaldas que opusieron resistencia. Dos de los guardias dispararon a las llantas, pero el convertible era todo un auto blindado del que se prolongó una cubierta totalmente metálica. Cuando el auto se terminó de proteger, Ben retrocedió, lanzando a los hombres por el aire.
—Rápido, no le pierdas el paso —dijo Chencha.
—Sus deseos son órdenes, madame. Ruby, máxima potencia.
—Como ordene, esposo —contestó la voz automatizada del auto.
La palanca de cambios desplegó una pequeña añadidura por la que Ben la movió con rapidez. En consecuencia el auto salió disparado como una bala, cortando el aire con su brillante pintura carmesí.
—¡Detengan ese auto! —ordenó Reina X desde el asiento delantero.
Su escolta salió por la escotilla y accionó la metralleta. Pero Ruby era resistente, las balas rebotaban sin causarles ningún daño.
—Pobres almas. —Chencha rio por lo bajo—. De seguro nunca en su vida habían visto una chica tan ruda como Ruby.
De repente dos furgonetas negras invadieron el carril de cada lado.
—Tenemos compañía —susurró Ben—. Ruby, ofensiva inminente.
—Iniciando Protocolo Baraka —contestó el auto.
Los rines de Ruby desplegaron colosales púas. Ben giró el volante a la izquierda, y con el contacto al auto le pinchó las llantas a su oponente, después giró a la derecha, y sacó al último contrincante del ring.
—¡Maldición! —bramó la Reina X, saliendo por la ventana para disparar—. ¡Aceleren!
—Damas Letales, en posición —alertó Chencha—. La fiesta va para allá.
Kilómetros a la distancia, hacia un barrio sumido en la podredumbre de la delincuencia, tres abuelas asintieron dentro de la furgoneta estacionada frente al estrecho.
—Ya escucharon —avisó Margó—. Damas Letales, es nuestro turno de lucirnos.
Las tres mujeres juntaron sus manos en el centro y las alzaron en un mismo movimiento. Cuando las puertas de la furgoneta se abrieron, solo Rita y Margó bajaron de ella.
—Luces —habló Carmen.
Apoderándose de la red eléctrica desde su tableta, la calle quedó sumida en completa oscuridad.
—Cámaras —siguió Rita.
Todo aparato de seguridad durmió. Las dos mujeres se abrían paso hacia el deplorable edificio.
—Y acción —finalizó Margo.
Ambas apuntaron sus armas al techo de la construcción, de sus pistolas salió disparada la cuerda que las escaló a lo más alto del edificio.
Adentro, en un cuarto donde la luz tenue no permitía distinguir con claridad más allá del foco bajo el que se hallaba, un inconsciente Harrison Sierra despertaba con dificultad. Su rostro estaba lleno de moretones.
—¡Vecinooo! —saludó Alfil—. Pero qué bueno que despertás. Justo a tiempo para contemplar la siguiente función. —Señaló hacia lo oscuro.
Un nuevo bombillo se encendió. Bajo él estaban los amordazados Katherin, Vivi An y Theo, tras ellos, emergió Mongol con una mirada siniestra. Harrison volvió a forcejear en la silla.
Pablo celebró la desesperación de su víctima con una sonrisa diabólica.
—¿Con quién deberíamos comenzar? ¿El pequeño Theo? —Vivi An forcejeaba frenéticamente—. ¿La impulsiva Vivi An? —La joven le deseo fines peores que la muerte con su mirada—. ¿O la entrometida Katherin?
—Señor, disculpe —intervino un nuevo sujeto.
—¡Qué! Estoy en medio de algo, no me gusta que me interrumpan.
—Es que... perdimos video. Las cámaras están caídas.
—¡Eh avemaría, pues arreglalo!
Mientras hablaban, Katherin amplió los ojos, sorprendida. Entre la oscuridad distinguió a dos figuras descender en completo silencio por cuerdas casi invisibles.
—Eso intentamos, señor, pero parece un error fuera de nuestro control.
Las sombras sorprendieron por detrás a dos escoltas y los arrastraron a la oscuridad, callándolos con inyecciones en sus cuellos.
—Jetz, Bruno, vayan a mirar el cableado —llamó, pero hubo silencio—. ¿Jezt, Bruno?
Todas las luces en la habitación se encendieron de golpe. Cuatro hombres se encontraban inconscientes en el rincón y, victoriosas en el medio con una sonrisa de orgullo, Margó y Rita.
Los miembros de la familia Sierra Lapuerta sacudieron la cabeza, impactados.
—¿Y estas abuelas qué? ¿De dónde salieron? —interrogó Pablo con la pistola.
Mongol avanzó a ellas con un bufido.
—De tu peor pesadilla, bastardo —contestó Rita.
Las luces volvieron a apagarse. Se escucharon disparos, se escucharon golpes, se escucharon quejas en medio de la lucha, y, al final, no se escuchó nada más. Cuando la electricidad volvió, Pablo y Mongol estaban tirados en el suelo.
Las nonas se acercaron a Harrison y Katherin y les arrebataron las cintas. Luego a Vivi An y Theo.
—¿Rita? ¿Margó? —inquirió Katherin, atónita—. ¡¿Qué diablos?! ¡¿Son espías?!
—Wow —susurró Vivi An, maravillada—. Ahora entiendo por qué la nona no me dejaba acompañarla cuando salía con ustedes. Y eso... ¡es súper cool!
—Ahora no es momento de charlas —contestó Margó mientras estallaba las esposas con el láser de su muñeca.
—¿Dónde está mamá?
—En camino —respondió Rita—. La policía también viene para acá, así que démonos prisa.
—No entiendo nada de lo que está pasando aquí —comentó Harrison mientras salían de la habitación—. Creí que ustedes solo jugaban bingo.
—¿Bingo? Querido, qué ofensa. Las Damas Letales no somos lo que parecemos —respondió Rita.
—Esperen, ¿qué hay de los otros rehenes? —preguntó Katherin.
—Vinimos fue por ustedes. Los federales se encargarán de ellos, andando —aseveró Margó, y disparó otro láser potente que derribó la pesada puerta oxidada.
En ese momento una furgoneta negra se puso en medio. Por un momento la familia Sierra Lapuerta volvió a temer, pero cuando el vidrio bajó, Carmen iba al volante, aquello les regresó la calma.
—¿Qué esperan? ¡Muevan el maldito trasero!
—¡¿Qué?! —cuestionó Harrison—. ¡¿Por qué diablos la abuela ciega está conduciendo?!
—Cariño, aunque ciega, te aseguro que puedo ver mejor de lo que alguna vez lo harás en tu puta vida. ¡Suban de una vez! No voy a esperarlos todo el día.
La familia entró a la furgoneta, aún sin terminar de asimilar lo que sucedía. Carmen dio reversa, pero justo al llegar a la calle, un auto negro le obstaculizó el paso. Isabel bajó de él apresurada, corría hacia el edificio, cuando Ruby también frenó. Chencha la detuvo con su arma.
—¡Alto! —gritó la nona.
—¿Mamá? —inquirió Katherin con sorpresa, saliendo de la furgoneta.
—¿Katherin?
Isabel aprovechó el descuido y sacó su arma, apuntó a la nona de vestido rojo.
—¡Chencha! —amenazó Pablo.
—¡Nona! —gritaron los niños, emocionados.
—¡Pablo! —gritó Isabel cuando lo vio salir del edificio junto a Mongol. Las Damas Letales les apuntaron.
—¡Isabel! —respondió Alfil, apoyándola al apuntar con su arma a Chencha.
¡El narrador! Ok, debía hacerlo. Sigamos.
—Pero si toda la familia está reunida —murmuró Reina X, venenosa—. ¿No es acaso lo más de tierno este encuentro?
—¡Se acabó, Isabel! —exclamó Ben—. ¡Suelta el arma!
—Jaque mate, su majestad —dijo Chencha—. Ya no tiene más movimientos.
—Ríndete ahora mismo —apoyó Margó.
Reina X permaneció en silencio, con sus ojos oscuros analizando la situación. Era un todos contra todos, un callejón sin salida donde su bando llevaba las de perder, cinco abuelos armados contra ella y sus dos hombres.
Luego de unos segundos más, suspiró.
—Está bien. —Levantó las manos—. Me rindo, incluso una reina sabe cuándo sus movimientos fueron bloqueados. Aunque...—Sonrió—, también es de reinas reconocer que, en el ajedrez, se sacrifican peones.
Isabel fijó su atención en Katherin e impulsada por la velocidad del pensamiento, disparó.
—¡Nooo! —gritó Chencha.
En ese momento el tiempo se detuvo. Todos vieron con horror el trayecto de la bala, pero era demasiado tarde para actuar, a las Damas Letales les era imposible detenerla con sus sofisticados instrumentos de espionaje.
Entonces, un cuerpo cayó.
Chencha descargó su ira con un disparo a la pierna de la Reina X. Pablo y Mongol corrieron por ella, pero fueron alcanzados por los disparos de Ben.
—¡Harry! —exclamó Katherin.
Junto a sus hijos corrieron hacia él. Le acomodó la cabeza entre sus piernas, la sangre no paraba de salirle de la herida en el abdomen
—Harry... me salvaste —susurró entre sollozos.
—Debía hacerlo —contestó con dificultad entre murmullos—. Debía proteger esta pequeña familia, y a la mujer de los ojos marrones más hermosos que he visto en mi vida.
La expresión dolorosa de la bronde rubia se desmaquilló por un momento para sonreírle con ternura, quien luego expulsó las lágrimas contenidas en sus ojos.
—Harry... —Le sonrió Chencha, arrodillándose junto a él—. Fuiste muy valiente, cariño, gracias por salvar a mi hija. —Lo acarició con suavidad.
—Lo haría tantas veces como fuera necesario —musitó, cada vez más bajo—. Ella lo es todo para mí.
—No quiero perderte, cariño —sollozó Katherin—. Quédate conmigo, por favor.
—Pa-pa-papi, no-no te va-vayas —chilló Theo.
—¿Va a estar bien, verdad? —preguntó Vivi An, negada por completo—. ¿Verdad? —Hubo silencio—. ¡Díganme que va a estar bien! —exigió, rompiendo en llanto.
El silencio se extendió mortalmente por la calle, mientras lo oscuro y tétrico de Basura Vill se teñía de sangre, llanto y sirenas de policía.
¡Llegamos al final!
¿Qué sucederá? x.x ¿Logrará Harrison Sierra salvarse? ¡Lo sabrán mañana en el epílogo! Este último capítulo va dedicado a EledisXiomaraGelezBa.
¡Nos leemos!
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