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Un post it azul

Lo conocí en el bufete, pero su nombre ya se había instalado cómoda y permanentemente en mi cabeza mucho antes de eso.

Todo abogado que se respetara o aspirara a convertirse en un defensor de las leyes y tuviera una pizca de ambición conocía el nombre de Min & Kim, los famosos hermanastros que habían dado su apellido a una de las firmas más reconocidas de Corea del Sur. Se decía que Kim Seokjin era la mente maestra, el lado analítico y humano que conseguía los clientes y abría contratos, mientras que, por otro lado, estaba Min Yoongi, el abogado hambriento, tenaz y con una lista de acuerdos impecables en su historial, pues si es que había alguien lo suficientemente tonto para encararlo y citarlo en juicio, ser humillado en la corte era el único final amable que podía esperar por parte de ese hombre astuto, mordaz e imponente.

En resumen, Kim Namjoon pactaba los contratos y Min Yoongi era quien los cerraba exitosamente.

Y yo, bueno, era su secretario, el chico que ni a asistente personal o legal llegaba, pero que era aspirante a ser un abogado con un gramo del talento de Yoongi, mi jefe directo. Había comenzado tomando las llamadas del Señor Kim, una pequeña prueba según sus propias palabras antes de encontrar a un secretario digno para su exigente hermano a quien los empleados, pese a que él era el jefe que todos deseaban, no lograban llenar sus expectativas y terminaban relegados a otras áreas.

Si bien no podría presumir de ganar su confianza, mis casi once meses a su servicio se convirtieron en mi trofeo personal al saber que era la persona que más había durado en el puesto.

Y la realidad es que me negaba a entenderlo, a buscar una razón por la cual una docena de personas hayan ocupado mi puesto antes, pues si bien el abogado Min era dificil, no calzaba con el perfil de jefe incompetente o negligente. ¿Exigente? Sus deberes lo demandaban, ¿Reacio con la puntualidad? Por supuesto, cualquiera que respetara a su trabajo y clientes tenía que serlo, ¿Ególatra? Lo suficiente para valorar lo que era y poner en alto su nombre cargado de triunfos. ¿Prepotente? En lo absoluto. Me costaba trabajo creer que cualquier aspirante a abogado no entendiera el valor de una llamada o cita importante, mismas que mantenía a raya con una sonrisa y buena actitud, con mi libreta de apuntes lista para leerle en voz alta a primera hora de la mañana en que entraba a su oficina lujosa y me pedía su itinerario del día.

Me gustaba definirlo como una persona incomprendida, de lo contrario, tendría que optar por pensar que él veía algo en mí; mi potencial; mi impecable puntualidad; el orden y dedicación que ponía en cada compromiso por nimio que fuera, y tomar esa opción era más que echarme demasiadas flores, suponía aceptar que su trato era único hacia mi persona y un peligro para mi psique, pues a veces, cuando la noche caía y miraba el techo de mi habitación, me permitía rememorar los momentos que pasaba a su lado, las miradas que me daba y las sonrisas satisfechas y hasta orgullosas que adoraban su rostro cuando tenía una respuesta a cada pregunta que me hacía. Era malo para mi estabilidad, para mis emociones, pues en ese hombre de piel de porcelana, mirada encantadora y exquisito perfume, deposité más que admiración. Él me gustaba, no... estaba loco por él.

¿Era esto lo que llaman amor platónico? Es decir, era tremendamente atractivo, todos en el despacho lo sabían y sería ingenuo pensar que era el único que suspiraba a sus espaldas. Más allá de lo físico, había una chispa de orgullo inevitable que me inflaba el pecho a cada victoria suya, las sentía como mías, satisfecho de saber que una parte de mi, por mínima que fuera, contribuyó a su triunfo y que, al final del día, el gesto que me dedicaba sin ni un poco de reproche, con las comisuras de sus labios estirados en una sonrisa amable y satisfecha, era mía y solo mía y significaba "Buen trabajo".

Se preguntarán entonces si yo planeaba actuar en algún momento. Confesarle mi sentir irracional y poco profesional: la respuesta es "No" pues además de ser consciente de mi amor platónico por él, había un gran elemento en la ecuación que no me atrevería ni por un segundo a llamar "problema".

Él estaba casado.

Y más que eso, podía ver en sus ojos lo enamorado que estaba.

Su esposo se llamaba Park Jimin. Solía visitarlo en la oficina de sorpresa cuando Yoongi se enfrascaba en un caso y él, no dispuesto a hacerle fallar a sus compromisos o siquiera considerar la posibilidad de dejarlo saltarse las horas de la cena, lo visitaba con una bolsa de costosa comida en mano. Otras, les oía decir que había pasado por ahí para darle un poco de suerte y llenarle de besos en rostro hasta dejarle una sonrisa adorable que tenía un único dueño. No podía culparlo, Park Jimin era un popular escritor de novelas románticas en la actualidad y no tenía nada que deberle a los modelos de pasarelas en Paris. Alto, con un rostro de envidia que parecía esculpido con amor por el mismísimo dios creador (si es que existía uno) sus labios lucían siempre carnosos y apetecibles, con un ligero tono rosado en ellos; su mirada afilada bien podría hacer sentir miserable a cualquiera que fuera dirigida, pero era su sonrisa radiante y hermosa lo que contrastaba al resto. En mis casi once meses bajo el servicio del abogado Min, él me había mostrado amabilidad y respeto, recompensado incluso en las madrugadas donde los casos difíciles nos obligaban a quedarnos horas extras, con un café caliente o postre delicioso.

Si es que había una persona perfecta para Yoongi en este mundo, era el rubio enfundado de ropa de diseñador e imparable boca. La pareja perfecta existía, lo había comprobado mirándolos juntos, y yo, como un buen jugador que conoce sus cartas, me conformé con llenarme la vista de ellos y amar mi trabajo. Eran mi ejemplo a seguir; un abogado exitoso y un hombre a su lado que lo amara. Ojalá la vida fuera tan buena conmigo como lo había sido con ellos.

Ese día un caso difícil había tocado la puerta, y pese a que Namjoon insistió en hacerse cargo personalmente de él debido a la carga de trabajo, Yoongi lo había despachado tan pronto abrió la puerta alegando que era su cliente y no dejaría que nadie pusiera sus manos sobre él. Kwon Soonyoung, un empleado de la plantilla de Inversiones Lee había sido acusado de malversar dinero con inversiones fraudulentas y generar millones que desaparecieron como la niebla en un día soleado. Él alegaba ser inocente y juraba que los números que había recibido la mañana que todo sucedió, eran diferentes al resto de sus compañeros y estaba siendo inculpado. ¿El resultado? docenas y docenas de cajas repletas de registros diarios durante seis meses habían llenado el cuarto de archivo, justo en la semana en que el asistente legal que solía apoyar al abogado Min se encontraba de vacaciones fuera de la ciudad. Él podría haberlo llamado y exigirle que regresara, contrario a ello, había confiado en mi capacidad de apoyar esa noche para ganarle tiempo al tiempo.

Era mi momento y no planeaba desperdiciarlo.

Poco me costaba. Era un estudiante solterón en fin de semana que no tenía más planes que llegar a casa y refugiarse en el sofá a ver una película con mi perrito dormido en mi regazo, y una oportunidad para demostrar mi conocimiento y ganarme un lugar futuro en la firma como abogado era algo que no planeaba desperdiciar.

El reloj marcaba las 9:55 de la noche, mi escritorio estaba a rebosar de carpetas que había traído del archivo y mi café de tres horas antes reposaba frío en la esquina junto al monitor, cuando la voz de Yoongi me sorprendió a mis espaldas, casi haciéndome saltar sobre mi propio asiento.

—Taehyung, ¿Tienes los archivos de Jung? —Se detuvo a mi lado, con una mano desordenando los mechones negros que reflejaban el paso de las horas y la frustración.

Me quedé helado, el caso de la agencia automotriz Jung nos había recibido ese día a primera hora, justo antes de que las incontables cajas del otro llegaran a la oficina, y si es que el abogado Min me ponía nervioso y ansioso con su sola presencia, en ese momento deseé tener una daga para hacerme el harakiri al estilo japonés y morir por mi deshonor; lo había dejado pasar.

—¡No! —Me apresuré a decir tan pronto mi voz me respondió —Estaba catalogando los expedientes cuando todo llegó y... lo siento, iré a buscarlos ahora mismo. —Abandoné mi silla casi de golpe, pero él no parecía molesto en lo absoluto.

—Descuida, lo haré yo, sigue con lo que estás haciendo —Apoyó sus manos sobre mi escritorio, su perfume varonil me golpeaba las fosas nasales con violencia —. Dime dónde están.

—¿E-está seguro? —Que la tierra me tragara era la mejor opción a ver su rostro decepcionado. Él asintió sin más, nuevamente no noté la molestia.

Me apresuré entonces a tomar mi block de post it azul cielo y garabateé rápidamente la sección que ya tenía identificada, aferrandome a la idea de que al menos algo había hecho bien para facilitarle el trabajo, y tan pronto estiré mi mano para dárselo, él lo tomó, dejando que el pegamento me hiciera cosquillas en la yema de los dedos.

—Gracias. Si alguien llama, no estoy.

Asentí, demasiado avergonzado por mi error, demasiado ensimismado en la faceta nueva que llegó a bendecir mis ojos con la vista de él, desprovisto de su corbata y dos botones de su camisa suelta, mechones desordenados y ni un poco del rastro del hombre pulcro y elegante que me saludaba puntualmente a las nueve de la mañana todos los días. Demasiado envidioso del hombre que lo observaba en sus momentos más vulnerables y casuales al llegar del trabajo y observaba cómo se quitaba la corbata y dejaba atrás las apariencias, de ese hombre que le había puesto un anillo en el dedo y no dejaba más que migajas para el resto de los mortales como yo.

Me tomó más tiempo del que me atrevería admitir el poner en orden mis ideas y recordar que tenía una pila de archivos que revisar, y tan pronto me dispuse a hacerlo, una segunda voz resonó dispuesta a acabar con la poca concentración que tenía.

—Buenas noches, Taehyung —Park Jimin se encaminaba hasta mi escritorio e hizo una reverencia tan pronto se detuvo. Se veía tan radiante como siempre, con un abrigo largo color azul marino que lo hacía lucir como el super modelo que yo confiaba que era y una bolsa grande de papel. Era la cena, estaba casi seguro de ello.

—Ahh, buenas noches —Deseé que mi reverencia fuera menos torpe y rígida pero es lo que había.

—Vine a dejarles la cena, no te molestes en mentir que ya lo han hecho —sonrió tranquilo y alzó la bolsa como si hiciera falta comprobar su punto —¿Yoongi?

—Ah... es... es muy amable de su parte, él se fue al archivo a buscar unos documentos. ¿Quiere que le llame?

Él soltó un pesado suspiro y dejó la bolsa junto a mi escritorio, acomodando enseguida el bolso que colgaba en su hombro derecho.

—Descuida, ya lo haré yo, y por todos los cielos, Taehyung, deja de hablarme tan formal, yo no soy tu jefe.

Sonreí apenado, con los colores subiendome al rostro cargado de vergüenza.

—Lo lamento... es la costumbre.

—Que no vuelva a suceder —Me amenazó sin ni un poco de broma en su voz —. Cena ¿quieres? la pasta sabe mal fría. Iré a rescatar a mi adicto esposo de su madriguera.

Quise reír, encantado por el matiz cariñoso en su voz que también tenía un poco de reproche. No recordaba haber pasado por alto algún compromiso del abogado Min con su esposo, así que asumí que él solo estaba preocupado o en el peor de los casos, molesto.

Él se marchó hasta el cuarto del archivo y yo, a sabiendas de que me costaría trabajo concentrarme nuevamente, me obligué a pasear mis ojos por una nueva carpeta cargada de hojas llenas de estadísticas y porcentajes.

Me tomó un par de minutos rendirme, en mi cabeza no cabía ni un solo número, solo el cabello enmarañado de Yoongi y el perfume cítrico que su esposo había dejado en mi espacio personal. Los imaginé en el cuarto del archivo, con Jimin reprochandole por saltarse la cena y no llamarle para darle por enterado. Dos hombres de ensueño frente a frente y uno de ellos, intentando poner orden en el cabello del otro con una sonrisa cargada de amor.

Abandoné la carpeta y frustrado me despeiné el cabello con ambas palmas, no quería rendirme, era mi oportunidad y yo la estaba malgastando en fantasías tontas. Y entonces lo miré, uno de mis post it azules a no más de tres metros de mi escritorio, no me pregunté qué hacía allí y me permití usarlo de pretexto para abandonar mi labor y probablemente aceptar la cena que Jimin había traído para mi. Pero tan pronto me agaché para tomarlo y lo repasé rápidamente con la vista, me percaté de que era el mismo que le había dado minutos antes a Yoongi. Mi letra apresurada estaba ahí marcando la sección donde él debía buscar, y él debió dejarla caer de camino al archivo, demasiado cansado o distraído para darse cuenta.

Volví a mi lugar con el post it girando entre mi índice y pulgar, probablemente Jimin lo obligaría a cenar antes de continuar y así podría aprovechar para darle la nota, pero cuando mi reloj de muñeca marcó diez minutos, supe que quizá él se habría negado a hacerlo o le habría pedido esperar.

¿Debería interrumpir?

Él necesitaba la nota a fin de cuentas.

¿Y si me encontraba una escena incómoda?

Lo dudaba, sobre todo con la carga de trabajo que teníamos.

Quizá y Yoongi aferrado a encontrar el expediente le había pedido al otro que esperara antes de cenar, y él, como el esposo comprensivo que era, decidió hacerle compañía.

Debía entonces llevarle la nota.

Terminar rápido el trabajo.

Sí, eso haría.

Me puse de pie y caminé hacia el archivo con la nota en el bolsillo derecho de mi pantalón. Los pasillos de la oficina estaban iluminados por una luz tenue, el piso era tan grande que a pesar de que podía apostar porque fuéramos las únicas tres almas en el lugar, no podía asegurarlo.

Al llegar al archivo me encontré con la luz escapándose por una ligera abertura de la puerta y el sonido confuso de sus voces; era como un coro de susurros sin forma que fue tomando fuerza hasta que mis ojos se asomaban por la abertura y pude ver con claridad lo que estaba sucediendo.

Palabras sueltas como "cena" "amigos" "prometiste", Jimin las soltaba mientras acomodaba el cabello y solapas del otro, las dos siluetas frente a frente y mostrando su lado izquierdo y derecho respectivamente apuntando hacia mi. Se encontraban entre dos anaqueles llenos de cajas con archivos a rebosar; Yoongi sonreía con ese gesto adorable y apenado que tenía dueño, y aun sin verlo a la perfección, adiviné que los labios abultados del escritor formaban un puchero adorable.

Me dije que era el momento apropiado para llamar a la puerta y fingir que era el inoportuno que pasaba por ahí, pero me detuve en el instante en que sus bocas se encontraron en un beso tranquilo e inofensivo. La mano derecha de Jimin que descansaba sobre su hombro, ascendió sutilmente sobre la nuca del otro y acarició la raíz de sus cabellos como si diera atención especial a cada mechón que atrapaba entre sus dedos, mientras que Yoongi, completamente embelesado por su hechizo, se aventuraba con sus manos sobre la curva de su espalda y clavaba sutilmente sus yemas sobre la tela que lo cubría.

Me dije que era el momento para volver sobre mis pasos y esperar por ambos con mi nariz metida en los archivos a revisar, pero había algo encantador en la escena cargada de anhelo y entrega que me obligó a esperar, confiado de que el beso terminaría pronto y Jimin le convencería de cenar.

No me equivoqué, pero aun si el beso terminó, sus rostros mantuvieron la cercanía y se tocaron entre susurros y besos cortos; era adorable, tan hipnotizante que el abogado no fue la única víctima de su hechizo.

Yoongi volvió a besarlo, esta vez la espalda de Jimin chocó contra el estante lleno de cajas de cartón logrando que todo detrás de él se sacudiera en el acto; fui testigo de la boca exigente de Yoongi resbalando como la mantequilla sobre el labio inferior de Jimin, también del tirón que lo hizo gemir sin pudor. Avanzó rápido, Jimin subió su pierna derecha y él la sostuvo con su mano cercana a su cintura, eran dos cuerpos ceñidos contra los estantes devorándose uno al otro, y yo solo un espectador que se permitió fantasear con el siguiente movimiento.

Jimin dio un salto y Yoongi sujetó ambas piernas, el estante era su equilibrio y el rubio le rodeó con los brazos sobre sus hombros, era un beso hambriento y necesitado que causaba ruido a su alrededor; ambos jadearon contra la boca del otro y pronto una de las manos de Jimin tiró agresivamente de los mechones oscuros en busca de alivio.

Yoongi abandonó su boca, ensimismado en el trayecto de su barbilla al cuello donde hundió su rostro entero, Jimin inclinó su rostro al techo y volvió a jadear, y yo, atrapado y absorto en la escena que se reproducía ante mis ojos, temí parpadear con miedo de perderme un solo segundo de la puesta en escena.

Tenía que irme.

Estaba terriblemente mal.

Y si es que tuve un poco de fuerza de voluntad para retirarme y respetar su momento a solas, fui víctima del momento en que Yoongi se giró sobre su propio eje y cargó el cuerpo de su esposo hasta dejarlo sobre la mesa donde los asistentes legales solían revisar los archivos.

Jimin me daba la espalda, solo podía ver el estampado de su camisa costosa y la raíz naciente de su rubio cabello mientras él miraba al techo y Yoongi descendía sobre su cuello. Ambos jadearon, ninguno se preocupaba de la modulación de su voz, y yo, en mi ingenuidad y terrible morbo, me asigné el perfil del guardián que custodia la puerta del palacio y protege sus secretos.

Si, quizá era hipócrita de mi parte, quizá y estaba mintiendo sobre mis intenciones al aguardar de pie entre la rendija que me revelaba la dinámica de la pareja, pero fue aún más imposible retirarme con el secreto intacto cuando pude ver como los codos de Jimin se agitaban mientras desabotonaba su camisa, listo para ofrecerle el camino libre al otro de recrearse en su pecho entre besos humedos y ruidosos que resonaban en mis oídos como un eco ensordecedor.

Jimin apoyó su espalda sobre la mesa y yo me oculté contra el muro cuando Yoongi se alzó imponente sobre su figura para devorarlo a besos.

Llevé una mano a mi pecho desbocado, consciente del peligro y de las emociones ruidosas chocando entre sí en mi interior.

Vete.

Es privado.

Lo repetí en mi cabeza, pero mi cuerpo se había inclinado nuevamente hacia la rendija y mis ojos enfocaron lo que sucedía. La mitad del cuerpo de Jimin reposaba sobre la mesa con la camisa abierta, sus piernas aprisionando la cintura del hombre que besaba su pecho y a ciegas le liberaba del cinturón de su pantalón.

Vete.

Vete.

Me repetí.

Yoongi aprisionó el miembro ahora libre de su esposo entre su mano izquierda, y yo sentí un cosquilleo ansioso de observar en primer plano su ceño contraído mientras su lengua se asomaba dispuesta a lamer la punta de su glande; Jimin soltó una bocanada desesperada con la voz ronca, un sonido que jamás podría olvidar, no solo por lo erótico que había sonado, sino por el tirón que sentí entre mis piernas, haciendome consciente de la vergonzosa erección que respondía a la escena.

Me metí la mano derecha al pantalón y apreté el post it en mi puño, la boca de Yoongi descendió sobre su carne hasta el centro de su pelvis y volvió a retroceder, repitió la acción, con sus mejillas ahuecadas y mirada hambrienta que no perdía detalle del rostro que también deseé observar, pues todo lo que podía ver eran los nudillos tensos de Jimin, quien se aferraba a la orilla de la mesa con sus dedos presionando la madera. Me estremecí de nuevo, casi como si ese vaivén fuera dirigido hacía mi y la esponjosa boca del abogado Min me tomará a mi y no a su esposo sobre la mesa. Poco ayudó la cercanía de mi mano en mi entrepierna, tenía un deseo casi insano de tocarme aunque sea un poco, de sentir, de imaginar, de tomar mi propia erección e imitar los movimientos del otro para alimentar mi deseo.

Cerré los ojos, quise contar hasta diez, respirar y calmar mi agitado corazón, y si es que por un momento logré convencerme de que era momento para retirarme hasta mi escritorio y esperar porque el penoso bulto en mis pantalones desapareciera, al abrir los ojos la mirada de Yoongi me encontró; lo sentí; mi cuerpo se estremeció de miedo y nervios; quise creer que estaba alucinando, pero sus pupilas oscuras seguían sobre las mías. Estaba alucinando, ¡Por supuesto que lo hacía! pues no era posible que él me estuviera mirando a mi sin detener su labor, con su boca succionando la punta del rubio y poco después, su lengua lasciva se asomara para delinear nuevamente su glande como si estuviera escribiendo un maldito mensaje secreto sobre su carne.

Podría asegurar que Jimin se mordía la boca para evitar soltar improperios y suplicarle que se detuviera, pues su silueta temblaba y él siseaba y se quejaba a boca cerrada, no lo culpaba, yo quería gritar de miedo, de nervios, suplicarle que dejara de mirarme mientras volvía a meterse el miembro de su esposo que, incapaz de soportar más, había tenido un arrebatador orgasmo que resonó en la habitación entera y obligó al otro a tragar. Debería ser un pecado la forma en que la manzana de Adán de Yoongi bajó junto al trago de semen, y él bien podía irse al infierno después de relamerse los labios y sonreír de forma socarrona, manteniendo su mirada unos segundos más en mí antes de volver la atención a su marido y darle un par de golpes en su pierna, mensaje que él interpretó para darse la vuelta sobre el escritorio. Ahora su pecho descansaba sobre la madera y mejilla derecha, y yo tenía que correr.

Volví a ocultarme en mi refugio contra la puerta, podía escuchar mis latidos y el dolor en mi entrepierna amenazaba con extenderse por cada milímetro de mi cuerpo y poner a mis células a vibrar.

Quise huir, de verdad lo quería.

Pero la curiosidad de saber si me había equivocado o no respecto a Yoongi me estaba matando. Hice bola el post it entre mis dedos, mis nudillos rozaron mi erección y me mordí el labio para tragarme el jadeo traicionero. A mis espaldas, Jimin suspiraba y acariciaba el nombre de su esposo con una sensualidad fuera de este mundo.

Conté hasta tres y perdí la batalla al volver mi vista al cuarto de archivo. Yoongi se había arrodillado o al menos eso podía suponer al ver su silueta reducida a la mitad, el pantalón de Jimin había caído al suelo y el otro hundía sus dedos en el trasero del otro para abrirse camino a su entrada. Pude ver el anillo reluciente de compromiso sobre su anular, también a su lengua emerger y moverse una y otra vez en un acto lascivo que tenía a Jimin vulnerable, un manojo de miembros temblando y más nudillos blancos. Él no me miraba más, tenía los ojos cerrados y concentrado en su labor de prepararlo para lo que venía.

Mientras me engañaba a mi mismo con el deseo de huir, perdí las riendas de mi imaginación y verdadero deseo. Me vi en la encrucijada de no saber si quería ser el hombre sobre la mesa que recibía el miembro de Yoongi mientras jadeaba su nombre y le repetía lo mucho que lo había deseado; ser el culpable de sus mejillas sonrojadas y boca hinchada que era incapaz de mantenerse cerrada; besar la piel de su espalda después de arrancarle la maldita camisa y morderle el hombro mientras embestía con más fuerza; o si prefería ser Yoongi, el hombre que mostraba esa faceta monocrómatica, que miraba al otro con tanto deseo que podría comérselo entero, que reaccionaba a sus suspiros y se lamía el labio cada que su boca abierta se resecaba por el acto, con jadeos profundos y roncos provocados por la sensación inefable de estar dentro del chico rubio que cantaba para él y le demostraba cuando le amaba y pertenecía.

Y si es que se me permitía ir más allá, ser un tercero en la ecuación, con el miembro de Jimin cortándome la respiración y rozando mi campanilla, él acariciando mis cabellos oscuros mientras le dejaba follarme la boca a placer, y ellos, sobre mi, compartían un beso errático y desordenado mientras Yoongi me embestía por detrás y dejaba marcas rojas en toda mi piel.

Yoongi empujó más duro, sus caderas se movían en círculos para brindarle más placer, y por los breves segundos en que aparté la vista de él para enfocar la danza lasciva, pude ver como Jimin empujaba su trasero contra él y buscaba más del contacto, como si quisiera controlar qué tan rápido, qué tan profundo, con sus nudillos blancos y su frente contra la madera y el aliento empañando la superficie.

Me rendí a mis deseos, a esa otra parte de mi que deseaba tocarse bajo la tela y encontró la húmeda punta de mi erección. Me mordí el labio, y cuando volví mi vista a Yoongi, él me miraba nuevamente. Podría jurar que sus ojos pasearon de los míos al bulto en mis pantalones y mi vergonzosa acción, y si es que por un momento había imaginado que él me miraba, lo comprobé cuando él volvió a sonreír y asintió para darme su aprobación.

¿Qué demonios estaba sucediendo?

No lo supe, no quise saberlo, y me permití calmar mis ansias sobre la tela mientras Yoongi alcanzaba el orgasmo y se derramaba dentro del otro, tan cansado para poder mirarlo, tan agotado que sus miembros languidecieron y lo único que quedaba de él era su respiración irregular.

"Te amo"

Alguien pronunció, y yo emprendí mi huida hasta el baño donde me miré al espejo y me mojé el rostro y el cuello. Estaba atónito, incrédulo de aceptar lo que había sucedido en ese reducido espacio. De que él me haya mirado y pareciera que disfrutó de cada momento en que observé su entrega como un intruso.

Ojalá pudiera quedarme ahí y hacerme cargo de la erección entre mis piernas, ojalá todo el mundo se detuviera para recrear la escena en mi cabeza hasta sentir hastío y la culpa llegara. En su lugar, me obligué a volver a mi escritorio y miré los papeles sin ponerle un poco de atención y me bebí el café frío de un solo trago. No era la boca de ninguno de los dos y yo me sentía sediento.

Ellos volvieron minutos después. Sus cabellos estaban peinados y sus ropas perfectamente acomodadas. Pero yo lo sabía, uno de ellos también.

—Oh, por Dios, Taehyung ¿Estás bien? —Jimin me miró espantado, y yo lo único que pude ver fueron sus manos entrelazadas, con los dos anillos de compromiso brillando en sus dedos.

—¿Eh? —Reaccioné espantado, aturdido.

—Tienes la cara roja... —añadió, sonaba genuinamente preocupado.

—Ah, si, lo estoy solo... tengo un poco de calor —Me toqué la frente, avergonzado de mirarlos, apenado de haberme colado en su acto.

—Deberías ir a descansar. Llévate la cena, Yoongi y yo nos iremos ya.

Miré atónito a Yoongi, él asintió sin premura y ni un solo rastro de acusarme con la mirada.

—Ah... claro.

Ellos se metieron a la oficina y la abandonaron minutos después. Yo había empacado mis cosas como un robot que sigue su programación, y para cuando ambos pasaron junto a mi escritorio, Jimin se despidió con su mano y una sonrisa tan radiante como siempre. Y él... bueno, me sonrió, era incluso más atractivo, como si el acto de amor y lujuria lo hiciera lucir radiante, tan infinito, y el guiño que me brindó al final me confirmó que él me había permitido ver todo.

—Te veré mañana.

Sin más se fueron, y yo no sabía cómo llegaría a mi departamento después de ello. Solo, y con la imagen de ambos reproduciendose como un loop en mi cabeza. De lo único que estaba seguro es que me llevaría su secreto a la tumba, y que tan pronto llegara el lunes, no sabría dónde demonios meter la cabeza.

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