Capítulo 4
Nomi
Salgo de la biblioteca hacia el pasillo casi como si yokais me persiguieran. Creo que me dará un paro cardíaco de lo desquiciado que está latiendo mi corazón.
Bajo las escaleras y llego como sediento al exterior, bebiendo el aire de este enorme oasis a mi alrededor.
Me tiemblan las manos. Lo compruebo al mirarlas.
He hablado más de dos palabras con un chico.
Siento que mis ojos se inundan, pero no termino de comprender el motivo.
Es una gran mezcla que se remueve en mi interior, combinando cosas como el miedo y la ansiedad, pero con pizcas de orgullo y emoción.
Sí. Hay algo de orgullo en mí misma por haber aceptado a un chico como tutor.
Solo espero no arrepentirme el día de mañana, dejándolo plantado.
Porque...
Me embarga el terror de pronto.
¡¡No...!! ¡¿Qué he hecho?! ¿Podré contenerme para no hacer el ridículo sin titubear y verme como una tonta? ¿Verá en mí a la chica rota que soy?
¿Y si intenta algo?
Me volteo hacia el gran edificio y miro hacia las ventanas que calculo pertenecen a la biblioteca, como si pudiera toparme con Asahi. Vuelvo a mis manos, que no dejan de sacudirse de los nervios.
Necesito... hablar con Aurora.
Capturo mi móvil dispuesta a encontrar calma en sus ojos dorados y en su voz hipnotizante. Que me sonría como solo ella sabe hacerlo para llevarme a su remanso de paz.
Pero cuando caigo en la cuenta de que en Estados Unidos es de madrugada, me desilusiono. Nuestros encuentros virtuales suelen ser programados, como el de la última vez, cuando le conté lo de Raito. Sin embargo, mi angustia sigue carcomiéndome. Odio sentirme así. No poder librarme de estos espectros. Demonios salvajes que me atormentan aun cuando han sido derrotados en este mundo terrenal.
Inspiro profundo, parpadeando para secar mis ojos nublados, que se han perdido en los fríos brazos de los cerezos. Retomo mi aparato y llamo a la única persona que puede asistirme.
La Dra. Harris. Mi terapeuta.
*
—Puede pasar, señorita Sakuragi.
—Gracias.
Me levanto de mi silla. Todavía percibo los estremecimientos en mis piernas y manos. Despacio poso mi mano en el picaporte, inhalando antes de girarlo y atravesar la puerta.
Hace un mes y medio que asisto a terapia. Otro secreto que escondo de mis hermanos, que creen que tengo una clase extra en la universidad. Sino, ¿cómo les explicaría que necesito asistencia cuando no saben lo que pasé?
No siempre me resulta sencillo pasar al elegante despacho de la Dra. Harris. Una psicóloga americana que ha vivido en Japón por más de veinte años, después de enamorarse y formar familia con un japonés. Steve fue el que la sugirió, considerando que para nosotros, los japoneses, la terapia es tabú. Creo que fue una buena elección, porque no siento que me mire con censura o reprobación, como si fuera mi culpa lo ocurrido conmigo. Con mi cuerpo. Con mi alma.
Sé que para mi cultura, posiblemente yo no sea una víctima. Después de todo, todavía se venden a chicas, hijas de familias, para casarlas con otros. O, como en mi caso, para pagar deudas.
Hoy, especialmente debido al encuentro con Asahi, me siento en un maremoto de emociones que no le encuentro orden. Es como tener una serpiente enroscada sin saber cuál es el extremo de la cabeza y cual la cola.
La primera vez que vine no pude hablar. Ni siquiera mirarla. Me quedé sentada en un rincón del sofá, deseando desaparecer. O que el tiempo se esfumara rapidísimo.
En la segunda sesión, llegué justo sobre la hora porque no había estado segura de continuar, y al pasar me encontré en la mesa baja de la sala un cubo de bloques para armar. Ante mi muda pregunta, ella me entregó su paciente sonrisa y me provocó.
"Tengo entendido que deseas ser arquitecta. Pues, empieza por jugar aquí. No hace falta que hables. Solo... explora tus anhelos". Ese día no abrí la boca. Simplemente me dedique a armar un torpe intento de una casa. Sin embargo, para el siguiente encuentro, vine animada, esperando mi revancha, y la obtuve. Me inspiré en un increíble edificio, recordando alguno de Nueva York cuando Chris Webb me llevó en su coche a la boda de Aurora. Y sin percatarme, poco a poco, ladrillo sobre ladrillo, empecé a hablar. A relatar mis miedos, mis traumas. Las pesadillas reales vividas en el infierno de Yoshida. Mis sueños. Mi corazón ilusionado.
Ella me escuchó. Nunca me juzgó ni me tuvo lástima.
Fue... liberador.
Y lentamente, fue dándome pequeñas metas. Salir de casa sola —porque siempre iba con Jun a todos lados, inventando excusas, por supuesto—. Luego, saludar a alguien. Hacer una compra. Todavía repruebo en muchas otras.
Pero me tengo fe.
Ella también la tiene en mí.
Al entrar, mis ojos caen —como en cada ocasión—, en las estructuras armadas en bloques de colores ubicadas en una esquina. Yo soy la autora de ellas y ahora me enorgullecen. Pero al principio, me daba vergüenza que las dejara a la vista de todos.
Cuando se lo reclamé aquella vez ella sonrió y me respondió en un retintín: "Serás arquitecta, ¿no? Todo el mundo apreciará tus obras en el mundo exterior. Aquí, estamos empezando a mostrarlas a un pequeño público privado. Piénsalo como práctica". Y la dejé. Suele salirse con la suya.
Sonrío, satisfecha con esa colección.
—Buenas tarde Nomi. —Me inspecciona, creo que buscando la razón de mi desesperado pedido por adelantar nuestra cita—. Toma asiento. Tienes nuevos bloques para armar.
Compruebo lo que dice, pero niego.
—Hoy no, gracias doctora. —Me siento en mi lugar, en la esquina del cómodo sofá, retorciendo mis manos.
—¿Cómo anda Raito?
—¿Qué? Ah, bien. —Hago una mueca que me contradice y ella lo ve—. Bueno, no sé. Hace unos días fuimos de paseo y se mantuvo distante. Y ya no acepta que le arme los almuerzos desde su pelea en la escuela —suspiro desanimada—. Pero no es por eso que necesité venir hoy... Yo... Acepté tener tutorías con un chico. Y tengo... miedo.
*
—Nomi... Nomi...
Me sacudo, sacándome de encima a los monstruos que insisten en atraparme. No quiero que me lleven.
—¡No!
Me despierto agitada. No recuerdo bien qué soñaba, pero el miedo tiene atenazado mi corazón. Mi mano busca su sector en mi pecho, encontrando el fuerte tambor. De ahí, mis dedos suben automáticamente hacia el recuerdo de una marca en mi piel que ya no existe.
Pero sigue ardiendo.
—Nomi...
Busco a Jun, sorprendida de escucharlo cerca de mí y comprendo que no estoy en el buque, sino en Kobe, con mis hermanos. Parpadeo, enfocándome con la suave claridad que cubre mi habitación y que me indica que ya amaneció, reconociendo poco a poco las facciones de mi hermano.
—Jun... ¿qué pasó?
—Estabas gimiendo y te escuché cuando pasé para ir al baño. Perdón por asustarte, pero tenías una pesadilla —explica, preocupado. Y con algo más en su expresión apenada, que no identifico.
—Gracias. —Me incorporo—. Ya estoy bien. ¿Es la hora de levantarse?
—Aún es temprano.
—No importa. Creo que iré a preparar las viandas de todos, así no tengo que apurarme.
Cuando bajo las escaleras, huyendo en realidad de mi cama y de Jun, me encuentro a Raito en la cocina, concentrado, haciendo su comida. Suspiro derrotada.
—Buenos días Raito.
Sus grandes y serios ojos se clavan en mí.
—Buenos días, hermana.
—Sabes que no tienes que despertarte antes para cocinar, ¿no? Ya lo hago yo para Jun, Aiko y para mí.
—Estoy bien. Puedo hacerme cargo de mis cosas.
Suspiro.
—Te quiero, Raito —expreso con sentimiento, necesitada de que escuche eso de mí. Se queda estático con las manos en el aire mientras cierra su lonchera—. Siempre será así, aunque tú no me quieras a tu lado.
Termina de encajar la tapa y lo guarda en la bolsa, sin levantar la vista. Emprende el camino hacia su habitación para cambiarse, pero se detiene.
—Yo también te quiero —susurra de espaldas y prosigue.
Y yo sonrío por mi pequeña victoria.
En la tarde, espero lograr otra muy importante con Asahi como tutor.
*
"Un paso a la vez".
"Siéntete orgullosa del paso dado".
"Elige qué sentimientos quieres que predominen en ti y mantenlos".
"Permanecer en las sombras o salir y sentir el sol acariciarte es elección tuya".
"Tienes apoyo si llegas a caer".
Todas esas frases las repito en un bucle en mi cabeza —por momentos se me escapa un leve murmullo que mueve mis labios—, mientras asciendo con cada escalón.
Ayer, la Dra. Harris me hizo ver que no debía dejarme apabullar, y tomar el impulso de aceptar a Asahi como una señal de avance. Fue lo que necesitaba para no recular en mi decisión de estar con un chico prácticamente a solas.
Aunque ahora mismo, a unos metros de la puerta que me separa del pasillo con la biblioteca, quiero correr en sentido opuesto. Los fuertes latidos son el sonido predominante en mí. Con intención de aplacarlos, inspiro y espiro varias veces, como me enseñó la Dra. Harris.
Miro mi reloj, comprobando que estoy a un minuto de la hora pactada. Si llegaba antes que él, no confiaba en mí lo suficiente como para no salir huyendo.
Creyéndome algo más controlada, entro y voy a la misma mesa donde ayer me encontré con Asahi.
Asahi.
No entiendo por qué se acercó a mí, pero lo tomaré como una señal. No desaprovecharé la oportunidad.
Lo encuentro de espaldas y me detengo brevemente para examinarlo. Hoy usa una camiseta de mangas largas de color azul claro, que se ajusta con comodidad a su cuerpo delgado. Desde atrás, su cabello corto de color negro reluce con un brillo limpio, reflejando la luz del sol. Los dedos largos de su mano izquierda golpetean en orden sobre la mesa y la derecha sostiene un lápiz que acaricia su mejilla con la parte de atrás.
Inspira.
Espira.
¡Aquí voy!
—Ho-hola.
Mi titubeo me hace sentir una tonta.
¡Bien hecho!
—Hola. Justo a tiempo —saluda con amabilidad—. Ven siéntate.
Al señalar la silla a su lado, me tensiono. Me cuesta salir de mi posición y tras vacilar, acepto que es otro paso hacia adelante. Lentamente tomo lugar y saco mis libros y cuaderno de la mochila esquivando sus ojos. Con su cercanía no puedo evitar percibir su perfume. Tiene un aroma envolvente diferente a todo lo que olí anteriormente. Es hipnótico y lo absorbo con el mayor disimilo que puedo.
—Yo... Hoy quería repasar esto. —Le muestro mi último examen reprobado—. Dentro de poco tengo un examen de recuperación.
Le comparto la hoja y la examina con seriedad. Aprovecho su distracción para una nueva inspección y vago por las líneas de su rostro fino. Sus pómulos son altos, su nariz es recta y sus labios... carnosos. Noto que se curvan con sutileza y alzo mis ojos, encontrándome con los suyos.
¡Qué vergüenza!
Aparto la vista hacia mis manos, ubicadas sobre mi regazo.
En estos momentos quiero golpearme la frente.
—Puedo ayudarte con todo esto. —Vuelvo a él, que recuperó su seriedad—. Tengo varios ejercicios similares que ayudarán.
Se coloca unas gafas que lo hacen ver mucho más intelectual, y debo reconocerlo, atractivo. Al menos, para mí. Aunque me reprendo internamente para alejar cualquier pensamiento semejante.
La siguiente hora vuela entre hojas y anotaciones. La voz de Asahi es profunda y su forma de explicar es clara como el agua. Es paciente y calmo, y su manera de anclar sus ojos negros en mí me atrapan. Me hace sentir...
Luminosa.
—Bien. ¿Lo entendiste?
—Eso creo.
—Probemos. Completa este ejercicio.
Lo leo y analizo, reuniendo cada cosa que Asahi me indicó. Resoplo porque veo todo brumoso, como si las palabras no tuvieran sentido. Hasta que, como por arte de magia, encuentro la salida y con el pulso acelerado, muevo mi mano en una resolución que una hora atrás jamás hubiera obtenido.
—¿Qué te parece? ¡Lo hiciste!
—¡Lo hice! —repito, orgullosa de mí misma.
Sonrío con todo el cuerpo.
—Era cuestión de darle otro enfoque. Con esto, podrás aprobar el próximo examen.
—¿Eso... eso crees? —Mi ánimo decae un poco—. No es suficiente. Tengo... tengo más dificultades. En otras asignaturas.
Me contempla unos segundos, quitándose los lentes.
—Creo que Makoto dijo algo de que se mudaron hace poco, ¿no? —Afirmo con un leve gesto—. Se nota que no son de por aquí por el acento. En normal que estés tratando de tomar un ritmo a mitad de semestre. Pero tranquila. Podemos sacar ventaja de que sea más avanzado. No nos rendiremos, ¿verdad?
—¿Me-me seguirás ayudando?
—Todo lo que necesites.
Eso sonó... bien.
Grandioso.
Y terrorífico.
Pasaré más tiempo con un chico lindo.
No tengo tiempo para escandalizarme porque lo veo levantarse y juntar sus cosas. Instintivamente miro la hora en mi celular y lo imito.
—Es hora de que me vaya al club. ¿Tú participas en alguno?
—No. No tendría tiempo. Apenas sí puedo con los estudios.
—Entiendo. Pero verás que pronto te irá mucho mejor. Tienes todo lo necesario para ello.
—Eso espero.
Carga su mochila sobre un hombro y me da una sonrisa de despedida, mientras yo termino de guardar mis libros y cuaderno. Sin embargo, no se va. Parece dudar un momento y voltea hacia mí, que lo encuentro, extrañada.
—Ayer... Me acerqué porque... —tuerce su boca, como si pensara lo que quiere decir—. Yo también quería disculparme por lo de mi hermano.
—¡No! Tú no tienes nada de qué disculparte. —Suspiro—. No logré que Raito me confesara lo que ocurrió, pero creo que de alguna manera, yo soy la responsable.
Yo soy la que de un día para el otro lo arrancó de sus raíces sin grandes explicaciones.
Asahi ladea su cabeza, frunciendo sus cejas.
—¿Tú? No. —Sacude su cabeza—. Makoto, al parecer, mencionó algo sobre el almuerzo de Raito. Se burló de hecho. No se atrevió a decirme qué palabras usó, pero sostiene que se avergüenza y arrepiente por ello. No entiendo qué le ocurrió, porque créeme cuando te digo que Makoto no es así. Es un niño amable y bondadoso.
Comprendo en parte la nueva actitud de Raito con su comida y eso me desarma.
Aun así, no es excusa.
—No importa lo que le dijera Makoto, Raito reaccionó de manera violenta. Pudo haberlo lastimado. —Busco sus ojos, envalentonada, y sonrío—. Pero eso ya está en el pasado. Ahora son amigos. Y siempre será bienvenido a nuestra casa. Se nota que es un buen chico y muy educado. Puedes estar orgulloso de él.
Las mejillas de Asahi se sonrojan y creo que nunca vi a un chico de su edad actuar con semejante timidez.
—Gracias por eso. Ya te lo dije también —ríe con algo de torpeza y el rojo parece llegar hasta sus orejas. Me resulta encantador—. Que Makoto tenga un amigo y esté tan feliz me alegra. Tampoco ha sido fácil para él hacer amigos.
Lo toca un poco de melancolía, pero se recupera.
—¿Te parece que nos veamos la semana que viene, Nomi? Así acomodo los horarios y luego podremos aumentar las clases. Repasaremos otros temas.
—Sí. Tú dime cuándo te queda bien. —Levanto mi mano para saludarlo—. Nos vemos. Y... Gracias.
Se marcha y yo me quedo con mis manos sobre mi pecho, descubriendo que hay un batallón de acróbatas haciendo piruetas en mi interior.
¿Qué es esto?
Solo sentí algo similar una vez en el pasado.
Por Chris Webb.
Y no quiero repetir mis tontas ilusiones.
*
N/A:
Yokai: Demonios, espírituos o espectros propios del folklore japonés.
Capítulo dedicado a mi psicóloga favorita, @MetalyLetras gracias por acompañarnos en cada aventura!
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