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Capítulo 3

Asahi

Estoy demasiado concentrado en el diseño de mi plano cuando la puerta de mi habitación es golpeada con extrema suavidad. Pero puedo escucharlo ya que en el profundo silencio en el que me gusta sumergirme al trabajar cualquier mínimo ruido resalta notoriamente.

Levanto mi lápiz de la regla y lo dejo a un lado. También me quito las gafas para depositarlas sobre el escritorio y me froto la nariz.

—Pasa, Mako.

—¿Cómo sabías que era yo? —pregunta en tanto se adentra, cerrando la puerta tras de sí.

Sonrío de lado, girándome en la silla para enfrentarlo mientras se acerca.

—Porque nuestra madre no es tan sutil y no espera para pasar. Solo avisa que está aquí.

Ríe entre dientes y se sienta en mi cama, con las manos sobre sus rodillas. Aunque sonríe, no parece que lo haga por completo.

—¿Qué te ocurre?

—Fui a la casa de Raito.

Automáticamente miro por la ventana, percatándome de que el sol ya está cayendo detrás de los cerezos sin flor de nuestro jardín.

—Vaya, no me había dado cuenta de que ya era tan tarde —digo para mí y regreso a Makoto—. ¿Y qué ocurrió? ¿Otra vez pelearon?

Se encoge de hombros y aprieta los labios.

—Al principio, no me quiso dejar pasar a su habitación a pesar de que su hermano mayor le insistió.

—¿Hermano?

—Ah, sí. Hoy estaba su hermano. Jun. Es muy amable. Se parece a Nomi pero un poco más alto. Ella no estaba —explica, rascando el pantalón de su uniforme.

Vaya, ¿cuántos hermanos son?

—¿Y entonces? ¿Por qué llegaste tan tarde?

—Bueno, Jun me invitó a comer unos bocadillos que preparó, y luego llegó un amigo de él de la preparatoria para entregarle unos apuntes, Shoma. Los acompañé cuando Jun se puso a remendar el uniforme de Raito. Me dio curiosidad que se le diera tan bien, tú no podrías hacerlo —se mofa y coincido—. Después de un rato, ambos me animaron para que volviera a hablar con él.

—¿Lo hiciste?

Mueve la cabeza afirmativamente y sus ojos parecen aguarse. Me levanto y me siento a su lado, animándolo sin palabras.

—¿Qué pasó?

—Volví a disculparme desde el otro lado de la puerta y comencé a contarle algunas cosas de mí. No es que quisiera excusarme por mis comentarios del otro día, pero creí que si le decía algo de mí, algo que nadie más sabe, se abriría.

Lo escucho atento, e imagino qué pudo haberle dicho. Makoto cree que puede esconder de mí lo que le ocurre, pero no comprende todavía el valor que tiene en mi vida. Que es por él que me he quedado en Kobe en lugar de asistir a una prestigiosa universidad en Tokio.

Todo para no permitir que su alegría se apague en esta casa al quedar solo.

—Mako... —mi interrupción hace que arquee las cejas hacia mí—. ¿Madre tuvo algo que ver con que ese día te comportaras así?

—No. —Es contundente y no le creo, pero no insisto—. Como decía... Después de un rato en el que creí que no me prestaba atención, me abrió la puerta y me dejó pasar.

—¿Y? ¿Qué te contó?

—No puedo decírtelo. Se lo prometí. Y las promesas entre amigos se respetan.

—¿Amigos?

—Amigos —repite alzando su rostro, ahora sonriente.

—Me alegro por ti. Por ambos. —Le froto la cima de su cabeza, haciéndolo protestar por despeinarlo, pero ambos reímos—. Cuida de tu amistad. No vuelvas a herirlo porque tener en quién confiar es un tesoro muy valioso.

—No lo haré, hermano. Seremos como tú y Hotaro. Amigos para toda la vida.

—¡Ojalá que no sea tan insoportable como Hota!

Mako se ríe a carcajadas y estoy satisfecho de que por primera vez en su vida pueda sentir lo que es tener un amigo. Y aunque bromeo con el mío, espero que sea tan afortunado como yo por contar con alguien así a su lado.

Nuevos golpes en la madera nos tensionan y nos callamos. Enseguida aparece nuestra madre, tan perfecta como siempre. Su cabello enrollado sobre la nuca sin un solo pelo negro fuera de lugar despeja su rostro severo de marfil. Viste elegante como si fuera a salir, pero es habitual en ella, incluso dentro de casa.

—Es hora de cenar. No se demoren. —Contempla con reprobación los moretones de Makoto—. Sigo sin entender cómo es que se te ocurrió probar un deporte tan brusco como el fútbol. Mira que arruinar así tu cara. Fue vergonzoso que llegaras a casa viéndote de esta manera justo cuando tenía a mis amigas tomando el té.

—Madre... no fue intencional —intervengo. Después de todo, el inventor de la mentira fui yo—. Yo también he tenido mis golpes en el voleibol.

—Tú nunca llegaste así de marcado. Siempre fuiste excepcional en todo. Pero Makoto... —chasquea la lengua, posando sus duros ojos en mi pequeño hermano, que mantiene su cabeza gacha—. Todavía te falta mucho para ser como tu hermano mayor.

Me pongo de pie, colocándome entre medio de ambos, buscando de alguna manera protegerlo.

—Makoto es el mejor de su clase. Lo que me hace sentir orgulloso. Padre y tú pueden estarlo también. Además, es obediente y bien portado. Mejor de lo que era yo. Recuerda que te hacía renegar por mis travesuras.

—Esa era la mala influencia de tu amigo Hotaro —esgrime con las comisuras de sus labios finos hacia abajo—. No sé cómo unos padres tan correctos como los suyos son tan permisivos con ese muchacho.

He desviado su atención aprovechando que nunca le agradó Hotaro.

¡Bien hecho! Aplausos para mí.

—¡Pero si él te adora, madre! Eres como una tía para él —miento.

Su boca hace un movimiento extraño, como si quisiera decir algo, pero no sabe bien qué. En cambio, alza el mentón y gira sobre sus talones para abandonar mi recámara.

De inmediato, tanto Makoto como yo soltamos el aire que reteníamos.

—Nunca me va a aceptar, ¿verdad? —gimotea.

Aprieto los dientes para contenerme de decir algo ofensivo contra la mujer que me dio la vida. Lo que es un esfuerzo enorme.

No me importa que sea mi madre. Hay límites para todo y que Makoto sufra por ella, acaba con el mío. Mas nunca me atrevería a enfrentarla abiertamente.

Lo busco arrodillándome a su altura, encontrando sus ojos tristes.

—No lo sé, Mako. Pero no deberías vivir encuadrándote en sus parámetros. Hay gente mucho más valiosa afuera que te aceptará tal como eres. Son los que te harán felices.

De alguna manera, creo que le estoy diciendo que no sea como yo.

—Espero que Raito pueda ser uno de ellos —curva sus labios con timidez, armando una trémula sonrisa.

—Has dado el primer paso. Eso cuenta mucho. Ahora, vamos a cenar. No hagamos enfadar al dragón, digo, a nuestra madre.

Makoto ríe, pero trata de atrapar su risa debajo de su palma.

Desearía que no tuviera que ocultar sus risas o sentimientos ante nadie.

Que sea libre.

Ojalá me lo pudiera llevar conmigo.

*

Llego a la biblioteca de la universidad en busca de mi mejor amigo. Escaneo rápidamente el lugar y lo encuentro en la sección que siempre lo aísla del mundo real. Está sentado junto a la ventana, con la cabeza metida en una montaña de libros y recortes de periódicos que solo él debe de leer.

Me siento a su lado, dejando mi mochila sobre la mesa, para sacar mis libros. Yo sí vengo a estudiar.

—¿Qué noticia bizarra estás leyendo ahora?

Saca su nariz recta y perfilada, acomodándose sus gafas hacia arriba. Suele usar lentes de contacto, por lo que supongo que volvió a perderlos y por eso usa los artefactos de pasta gruesa.

Me sonríe orgulloso. Sus ojos no ocultan el brillo de felicidad que le produce absorber cuanta leyenda encuentre. Nadie creería que un chico popular como él tendría un interés tan peculiar.

Su máxima espectadora es su novia y no sé cómo lo soporta, considerando el terror que le suele causar cuando le cuenta con lujo de detalles historias espeluznantes, perversas y de ultratumba imposibles de ser ciertas, pero que ella cree por el hecho de que Hotaro es demasiado convincente en su relato.

Todavía no estoy seguro de si él empezó a interesarse en ese pasatiempo por ella, o si ella de alguna manera ha potenciado ese aspecto en él, incentivándolo a expresarlo, aunque sea solo para su novia.

—Encontré una leyenda llamada "El novio fantasma". Se trata de un fantasma que doscientos años atrás, secuestraba novias en el monte Mihara cuando eran trasladadas para casarse. Ellas desaparecían, y nunca las volvían a ver. Y los hombres que las acompañaban eran asesinados, como si garras los hubieran atravesado.

—Alguien parece que era muy celoso y no aceptaba que otros hombres tuvieran novias —bromeo—. Creo que no es una buena leyenda para que le cuentes a Chinatsu.

Se ríe por lo bajo, pasando la página hacia otra extraña historia.

Sé que lo he perdido y me encojo de hombros, dispuesto a centrarme en lo mío. Me levanto y llevo mis pies a los libreros que contienen el material que busco para mi siguiente proyecto. Cuando saco el libro de su lugar, desde el hueco vertical veo la figura de la chica de hace un par de semanas.

Nomi.

Sabía que la había visto en la universidad al conocernos. Dudé en su momento porque no parece tener la edad suficiente para ser estudiante aquí, pero tenía razón. Sintiendo una pequeña victoria interna, estoy por regresar a mi asiento cuando me freno.

No tengo idea del porqué, pero dejo que mis pupilas la analicen con profundidad desde mi escondrijo. Parece renegar con lo que tiene delante, entre libros y apuntes. Aprieta su boca en un puchero tierno y sus ojos cargan mucha fatiga.

Lo que más me atrapa es la mirada perdida y melancólica en ella.

Y su melancólica belleza.

A mi mente aparece el rostro de Makoto y resoplo.

Nunca me meto en las vidas ajenas. No es lo mío. No soy particularmente sociable ni popular, especialmente con las chicas. Esa es la especialidad de mi mejor amigo.

Sin embargo, del otro lado de los estantes, esta chica de alguna manera, y sin saberlo, me llama.

Resignado a romper con mis propias reglas, me aproximo lentamente, sin perturbarla. Al quedar a su lado, releo sus anotaciones y me sorprendo al comprender que estudia lo mismo que yo.

—¿Arquitectura? —suelto antes de darme cuenta.

Ella pega un gritito que tiene a todos a nuestro alrededor chistándola.

Baja la cabeza avergonzada y no puedo evitar pensar en que parece un animalito desvalido.

Me siento a su lado y noto que se tensiona, alejando su cuerpo del mío lo máximo que la silla le permite.

—Hola —susurro—. Soy Asahi Kiyotake. Nos conocimos hace unos días.

—Ah, sí —titubea. Sigue nerviosa, como si desconfiara de mí—. El hermano de Makoto.

—Ese mismo. Me ha contado que ha estado yendo seguido a tu casa. Gracias por ello. Lo hace muy feliz.

—Pa-para nada. E-es un placer para mí, para nosotros, que pase el rato con Raito. —Lo dice tan bajo que casi no la escucho. Parece darse cuenta porque se aclara la garganta antes de continuar—. En tan poco tiempo lo sentimos como parte de la familia.

Su cara se ilumina al comentar eso último y no puedo evitar sentir cierta calidez posicionarse en el centro de mi pecho. Mi mano sube automáticamente allí.

—No te das una idea lo contento que me pone que digas eso. Gracias.

—Soy yo la que te agradece por todo. Raito... él todavía no me perdona que los haya traído aquí. Pero al menos ha logrado hacer un amigo gracias a ti.

Me queda rondando eso de "que los haya traído", como si ella fuera la responsable y no sus padres.

Vuelve a apagarse y dejo mis dudas atrás.

No sé qué hacer y decido cambiar el rumbo de la conversación al notar en su hoja los infructuosos intentos por solucionar un problema.

—¿Puedo ayudarte con esto? Estoy en tercero de arquitectura.

—Entonces eres mi superior. Lo siento, no te, no le traté con el debido respeto.

—No lo hagas. No me sentiría cómodo. Por favor. —Apoyo mi dedo índice en el papel lleno de tachones—. El problema no es difícil.

—Para mí, todo es difícil.

Parece que va a llorar.

No quiero que llore.

—Todo nos puede resultar así en algún momento. Pero nada permanece incomprensible si nos ponemos a desentrañarlo. Déjame ayudarte con eso. Es lo menos que puedo hacer después de tener a Makoto casi todos los días en tu casa.

Duda.

Me mira de reojo, como evaluándome, y luego a su cuaderno. Lo hace varias veces, lo que me provoca una media sonrisa que no puedo contener.

Mueve suavemente su cabeza, en aprobación.

—Bien —vuelve a hablar en un susurro casi imperceptible—. ¿Ma-mañana podríamos empezar? Ahora ya se me hizo tarde.

—Por supuesto. A esta hora. Deberás ser puntual, porque después tengo club.

Asiente con timidez.

No sé por qué, pero que me haya aceptado me hace sentir con miles de mariposas en el estómago.

Incómodo con esto, me paro y la saludo para despedirme e ir al encuentro de Hotaro, que me observa con una ceja arqueada.

—¿Qué fue eso?

Me encojo de hombros y me siento en mi lugar, siguiendo a Nomi, que junta sus cosas para marcharse apresurada.

—No lo sé.


*

N/A:

En Japón, existe la relación entre senpai y kohai. Sería como el veterano o más experimentado, con el novato. Una relación "maestro-aprendiz" que se observa en diferentes ámbitos, como el laboral, en las artes marciales o el escolar, en el que el de menor rango (kohai), suele dirigirse a este con el título de senpai. Voy a obviarlo para no complicar las cosas.

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