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Capítulo 10

Nomi

Solo unos días pasaron desde el partido y desde que Asahi cambió su rutina para venir a mi casa. Solo unos días en los que parece que todo se alteró a mi alrededor. Porque nunca me imaginé que estaría en uno de los salones vacíos de la universidad que se usan para trabajos manuales en arquitectura a punto de almorzar con Chinatsu —que insiste en que la llame China o Chii—, Asahi y Hotaro.

Yo estoy de pie, inclinada para admirar la maqueta que Asahi está construyendo como proyecto para una de las materias de tercer año. Los detalles y la perfección son absolutos, aumentando mi admiración por él.

Se ubica a mi lado, como guardián orgulloso de su tesoro y el aroma que siempre lo rodea llega a mis fosas nasales, embriagándome.

—¿Te gusta? Traté de combinar aspectos tradicionales con elementos de la estética moderna.

—Increíble. Es bellísimo.

Me alzo y me topo con una mirada intensa por parte de Asahi.

—Sí... bellísimo. Lo es —susurra dándome un cálido estremecimiento que casi me arranca un suspiro.

—¿Y? ¿Vienen o qué? —nos llama Chinatsu, que ya está sentada con su almuerzo. Hotaro, a su lado, le quita uno de sus rolls de huevo—. ¡Hey! Eso es mío.

—No seas mala, Chii. Todavía estoy en crecimiento. Debes alimentar a tu novio como hace Nomi.

¡¿Qué dijo?!

—¿Qué dijiste? —Chinatsu pregunta por mí, pero sus ojos cambian a mi dirección—. ¿Cómo que alimentas a Asahi?

Asahi está igual de mortificado que yo, ambos petrificados en nuestros lugares. Creo que imaginarme como algo más que una amiga debe de ser algo... incómodo.

—Yo... yo... Esto... No es lo... lo que parece...

—Beneficios de ser su tutor —se recompone Asahi, aunque el rubor pinta sus mejillas. Me mira y sonríe y yo temo caerme porque mis rodillas amenazan con aflojarse—. Y hace una comida deliciosa.

Levanta su mano hacia mí y tardo en entender lo que quiere. Lo veo a los ojos y el guiño que me obsequia calienta mi pecho. Pero también me da las fuerzas —algo temblorosas— para posar las puntas de mis dedos en las suyas, y con ligereza me guía a nuestros lugares.

—Eso no es justo —protesta mi amiga—. Asahi ha ido a tu casa, conoce a tus hermanos y encima come los almuerzos que le preparas. ¿Y yo? ¡¿Qué hay de mí?! ¿Cómo es que puedes ser tan cruel con tu hermosa amiga? —Hace un puchero y lleva una mano a su pecho.

Su dramatización es graciosa, al punto que me provoca una risita que oculto detrás de mi mano, pero los dos chicos ríen a carcajadas, aunque ella no sale del papel. Se inclina hacia mí, apoyando sus manos sobre la mesa donde nos ubicamos y me ataca con sus ojos perfectamente delineados.

—¡Hoy iré a tu casa! Me presentarás a tus hermanos y me cocinarás algo rico.

—¿No crees que estás siendo algo exigente, Chii, cariño? —Las pupilas asesinas disparan hacia el impertinente de su novio, que levanta las manos—. Yo solo decía, solcito.

—¿No soy acaso tu mejor amiga? —Vuelve a su papel conmovedor. Esta chica tiene un batallón de personalidades en su interior—. ¿No harías eso por tu linda Chii?

Meneo la cabeza aceptando con una sonrisa mi derrota mientras le entrego a Asahi su vianda y abro la mía. Él me da a elegir entre dos nuevas opciones de bebidas y niego, dejándole a él escoger. Me da una, y otra vez me arrepiento.

—Puedes venir cuando quieras —respondo unos segundos después, continuando con Chinatsu.

Al levantar la cabeza de mi comida descubro que Hotaro y ella nos miran con una sonrisa curiosa y no sé por qué. Un relámpago me hace sobresaltar y Chinatsu emite un chillido.

—Tal vez hoy no sea el mejor día. Está lloviendo mucho, Chinatsu. ¿Por qué no vienes mañana?

—¿Promesa? —Afirmo—. ¡Mañana iré contigo!

Ella ríe victoriosa y vuelve a mostrar su inofensivo rostro al sentarse y retomar su almuerzo.

*

Aburrida.

Estoy muy aburrida porque no ha dejado de llover en todo el día, lo que me tiene encerrada en mi habitación, con mis tareas hechas y con el paisaje gris del exterior colmando mi espíritu.

No. Aburrida no es lo que me describe.

Estoy... molesta.

Rememoro lo ocurrido después de nuestro almuerzo mientras los cuatro íbamos por los pasillos para dirigirnos a nuestras respectivas clases, cuando una chica hermosa, alta, de piernas esbeltas, cabello por los hombros y gafas que completaban una imagen de belleza e inteligencia detuvo a Asahi. Hablaron con mucha familiaridad y de pronto, Asahi apenas se despidió de nosotros y se marchó con la estudiante.

Y yo me quedé con un punzada en la boca del estómago que me puso de mal humor el resto de la jornada.

Una tontería, porque entre él y yo no hay nada más que una relación cordial. Entre nosotros... no podría haber nada más. Yo no podría dar nada más. Después de todo, ¿quién desearía complicarse con una chica de dieciocho años a cargo de tres hermanos menores? En cambio, aquella chica... parecía perfecta para él.

—¡Nomi! ¡Nomi!

Mi hermano Aiko entra como huracán en mi habitación y yo despierto de mis divagues, recibiendo todo el entusiasmo de su pequeño cuerpo.

—¿Qué pasa?

—Ya no llueve. ¿Podemos salir? Por favooooor. Estamos aburridos.

Compruebo lo que dice, viendo los intentos del sol de la tarde por colarse entre las nubes, creando rayos luminosos que revitalizan.

—¿Adónde quisieran ir?

—¡A la playa!

—¿Los dos quieren ir a la playa? —Busco a Raito, que aparece medio escondido en el umbral de mi puerta.

—¡¡¡¡Sí!!!! —contesta el menor.

—Muy bien. Abríguense y vayamos un rato a la playa.

Aiko sale corriendo a los gritos y Raito desaparece sin emitir sonido alguno. Me pongo de pie y tomo mi celular y miro al cielo, donde poco a poco el celeste se hace presente. Creo que me va a animar tomar aire fresco en compañía de mis hermanos menores.

Bajo las escaleras y mi pequeñín alegre está saltando emocionado en la entrada.

—Vamos, vamos. ¡Apúrate hermana!

—Ya estoy aquí. Pero tú no estás lo suficientemente abrigado.

Tomo la bufanda colgada y se la enredo en el cuello mientras ríe. Raito está sentado, poniéndose las botas de lluvia. Capturo mi abrigo y dos bufandas más. Una me la cuelgo por mis hombros y la otra la preparo en mi mano.

—Ven Raito.

—¿Qué pasa?

Repito el procedimiento en el cuello de mi gruñón hermano, que intenta protestar, pero termina por aceptar el mimo. Y antes de que se dé cuenta, le doy un beso en la frente, sin importarme que me chasquee la lengua.

—Ahora sí. Vámonos.

Como no estamos muy lejos, decidimos ir caminando las calles que nos separan del parque que se encuentra junto al mar. No hemos ido mucho allí, salvo, si no recuerdo mal, un par de veces a nuestra llegada. Una vez iniciadas las clases, se nos ha complicado poder ir.

Hoy, sin embargo, lo necesito. Necesito sacarme de alguna manera esto que me quema.


Estamos solos a varios cientos de metros alrededor. Las risas de Aiko y Raito son arrastradas por el viento de mar y sus huellas van marcando un laberinto de surcos en la arena húmeda. Disfruto de esta postal de pie, apoyada en la barandilla que limita el acceso. Verlos calma mi alma y me recuerda porqué es que estoy aquí, en Kobe. Ellos son todo lo que merecen mi dedicación.

Guardo mi teléfono en el bolsillo de mi abrigo impermeable después de sacar algunas fotos a mis hermanitos, perpetuando este momento.

Desciendo mis ojos al charco bajo mis pies y me entretengo palmeándolo con las puntas de mis botas de goma. Golpeo cada tanto el pequeño cúmulo de agua y me dejo ir con las ondas que rompen con el espejo del cielo azul.

—¿Nomi?

La voz de Asahi —que ya reconozco en sus diferentes matices—, me llama con su grave suavidad, tan aterciopelada, y encontramos nuestros ojos cuando elevo mi cabeza.

La sorpresa se nos refleja a ambos.

—¡Asahi! ¿Qué haces aquí? Quiero decir... ¿No tenías club hoy?

Da los pasos que nos separan hasta que queda tan cerca de mí que temo que escuche mis latidos enloquecidos. Quedo embelesada por el toque dorado que imprime el sol cayendo sobre su cara. Le da un aura vibrante que desestabiliza.

—Vengo del gimnasio. Tuvimos que suspender el resto del entrenamiento para cederle al equipo femenino de voleibol nuestro espacio porque les aparecieron goteras en el suyo. Hasta que arreglen el problema estaremos compartiendo turnos.

¿La chica alta será...? Casi que río por mis estúpidos celos.

¿Celos?

Ay, qué ridículo.

—Ahhh... —No sé qué más decir y regreso mi atención a mis hermanos, que ahora están lanzando piedras al mar.

—Con qué facilidad pueden divertirse los niños, ¿verdad?

—Sí. Y tienen una energía inagotable. Es difícil seguirle el paso a un niño de doce y otro de nueve.

—¿Nueve? ¿Aiko tiene nueve años?

—¿Cuántos años creías que tenía?

—Siete. Lo siento... creo que soy pésimo para calcular edades —se disculpa, notoriamente avergonzado.

—No te preocupes. Parece menor. De hecho... todos lo parecemos.

Cuando no comes lo suficiente pasa eso, pienso. Otro secreto que no podría compartirle. Otro motivo que me avergüenza y me aleja de Asahi. Sufriría si llegara a ver lástima en él si comprendiera que hemos sobrevivido a duras penas, conociendo la pobreza extrema, al punto de perder a mamá, al bebé y a Haru. Tan pobres como para que mi padre me convirtiera en moneda de cambio y ser vendida...

Si no fuera porque Aurora cedió secretamente parte de su magia a mis hermanos con una sutil caricia, no sé si no estarían sufriendo alguna consecuencia de salud en el presente.

—Pero están sanos. Eso es lo importante. Y se nota que los cuidas. —Giro hacia Asahi, que sonríe con algo de nostalgia hacia mis hermanos—. Yo haría lo que fuera por Makoto. Cuando él sufre, yo sufro. Duele ver en la persona que más te importa restos de tristeza y luchas contra eso. Especialmente cuando los ves indefensos e inocentes.

—Lo entiendes...

Sus ojos brillan de complicidad.

—Mucho.

—¡¡Nomiiiiii!! ¡Veeeeen!

Aiko sacude sus bracitos y sé que no puedo negarme.

—Tu hermano te llama. ¿Vamos?

—¿Vamos? —repito anonadada—. ¿Vienes conmigo?

—Por supuesto...

Sus labios quedan entreabiertos, como si le quedara algo más por decir, pero los cierra y esboza una media sonrisa. Me toma de la mano —otra vez. Fuerte, como el día del partido—, y me recorre el hormigueo eléctrico que acelera mi corazón.

Corre y me hace volar a su ritmo hasta que llegamos junto a Raito y Aiko que celebran la inesperada presencia.

—Esperen. Tengo algo aquí para que juguemos los cuatro.

Saca una pelota de voleibol de su bolso deportivo y la hace girar velozmente sobre la punta de su dedo. Mis ojos —y los de mis hermanos—, se abren impresionados por semejante muestra de destreza.

Todo lo contrario es el ridículo que pasamos los tres Sakuragi ante nuestro torpe intento de jugar. Pero incluso así, esta se volvió una de las mejores tardes en mucho tiempo.


—Tengo hambre —dice Raito.

—Yo tengo hambre y sueño —añade con un bostezo Aiko, que va colgado de la espalda de Asahi, mientras yo cargo con su bolso.

Es una imagen demasiado adorable como para que no suspire. Pero lo disimulo. No quiero hacer más ridículos después de mostrar mis nulos dotes deportivos delante del chico que me gusta.

¡¿Quéeee?!

¿Me gusta?

No. No es posible.

¿Por eso los celos?

Me sacudo eso y me concentro en ser la Nomi responsable.

—En cuanto lleguemos a casa, suben a bañarse mientras preparo la cena.

Las protestas suenan y Asahi ríe.

—Háganle caso a su hermana mayor. Deben respetarla y ayudarla en todo.

—Sí —responden los dos, estirando el monosílabo.

Minutos después, nuestro encuentro llega a su fin cuando la puerta de nuestro hogar se impone ante nosotros. Asahi baja a Aiko, que casi tiene los ojos cerrados y Raito se hace cargo de él, enterneciéndome por su cuidado.

—Raito, ayúdalo por favor en el baño. Que no se quede dormido. Y no se demoren, que está haciendo frío.

—Sí, hermana. Asahi, fue genial que jugaras con nosotros hoy. Me divertí. Prometo practicar para ser de los mejores en la escuela con Makoto.

—Yo también me divertí. Volveremos a jugar, no te preocupes. Adiós, Raito. Aiko.

Saludan —Aiko hace un perezoso gesto—, y se pierden adentro cuando le doy la llave a Raito. Asahi y yo quedamos enfrentados. La poca luz del anochecer nos rodea y es gracias a los faroles que no pierdo las facciones de Asahi mirándome fijamente.

Sí que es alto. Me tiene con la cabeza muy atrás. Y se hace peor cuando achica el espacio entre nosotros, quitándome el aire como si estuviéramos presionando nuestros torsos. Lo que no es así. El viento sopla y mis cabellos sueltos me bloquean la vista. Mi mano está por encargarse de eso, pero los dedos ágiles y rápidos de Asahi me ganan y controlan el mechón rebelde detrás de mi oreja.

Su roce es frío —porque la temperatura es baja—, y sin embargo, percibo calor. Me quema.

Quiero... quiero más de su toque.

Y yo también quiero tocarlo.

Pero no, no puedo. No debe ensuciarse conmigo.

Estoy por dar un paso atrás, pero un carraspeo me detiene. Asahi pasa sus ojos por encima de mi cabeza y yo doy media vuelta.

—Hola, hermana.

La sonrisa socarrona de Jun no es la única que me abochorna. A su lado, Shoma tiene la misma mueca.

—¡Jun! ¡Shoma! ¡Qué sorpresa!

Shoma saluda con la mano en alto y me guiña el ojo, lo que calienta todavía más mi cara.

—Me dijiste que lo trajera para agradecerle por el trabajo de medio tiempo y lo hice. —Se fija en Asahi, quien bajó la mano y ahora se encuentra junto a mí. El contraste de alturas es cómico—. La verdadera sorpresa es tu amigo.

—Hola. Soy Asahi Kiyotake —saluda con una reverencia—. Qué gusto conocerte al fin. Makoto me ha hablado de ti. Gracias por tu paciencia con él.

—Es un buen chico. Soy Jun, por cierto. Y él es mi amigo Shoma. —Ambos se inclinan—. ¿Te quedarás a cenar con nosotros?

Abro con espanto mis ojos.

Me sé perdida cuando Jun no le da tiempo a responder que ya lo está guiando al interior.

Shoma se para conmigo y me abraza por los hombros para hacerse cargo de mí.

Inspira.

Espira.

Solo es una cena.

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