Caminaba tomados del brazo con un amigo, parecía una tarde soleada en la estación de mi ciudad. Paseamos por las tiendas y los colegios del centro, era una tarde tranquila. Pero el momento culminante llegó cuando nos topamos con la avenida, en la esquina de aquella cuadra.

A primera vista divisé un grupo de chicas conversando allí, no le di demasiada importancia. Pero casi al instante una figura se volteó hacia nosotros y destacó en el pequeño grupo. Una joven común y corriente, de tez morena, llevaba el cabello atado en una cola de caballo, en realidad no había nada peculiar en ella. Sin embargo, en el momento exacto en que nos vimos a los ojos, nos reconocimos. A pesar de que éramos completas desconocidas y físicamente no nos parecíamos en nada, había algo en ambas que resonaba en la misma frecuencia.

Se acercó hasta donde yo estaba y me paré en seco, soltando a mi amigo en el acto. Unos ojos redondos y oscuros me observaban desde su rostro redondo y sonriente. En ese instante me pregunté de dónde podría yo conocer a aquella persona, a quien sin embargo acababa de ver por primera vez en mi vida. La lógica no me llevó a ningún lado e imagino que a ella tampoco porque, acto seguido y con esa misma sonrisa amable, se presentó.

—Mi nombre es Brenda González.

Sin más preámbulos me abrazó. Y, como si fuera lo más normal del mundo, le devolví el abrazo, mis manos rodearon su cintura y pude sentir la piel entre el jean y el top que llevaba como vestimenta.

De pronto, desperté. Caí en la confusión de saberse en un sueño extraño. Me pregunté quién sería esa joven tan familiar y desconocida a la vez, tan cálida, que se había presentado con nombre y apellido. Pero, sobre todo, me pregunté si existía en realidad y si algún día la llegaría a encontrar.

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