Alissa en la noche de los cristales rotos
Una vez más les traigo un microrrelato de ficción histórica. Espero que sea de su agrado y puedan ver este suceso tan conocido en la historia desde otra perspectiva; reflexionar acerca de cómo se habrán sentido esas personas y, en especial, los niños de aquella época que tuvieron la desgracia de tener que pasar por ello. También fue escrito para una tarea escolar, igual que "A la espera de Uriah".
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Besos. ☻☺☻
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La niña dobló en una esquina y caminó por un callejón. Estaba desierto, habitada por las salidas traseras de los edificios y por ella misma. Era invierno y sus pequeños dedos se congelaban paso a paso. Transitaba sin rumbo por la ciudad, guiada por la rebeldía que suponía alejarse de casa, sentimiento que se había apoderado de su mente y de la mayoría en donde vivía, pues había gente que debía escapar a un refugio por lo peligroso de ser encontrado. Toda la ciudad era un caos y eso no era todo. Fuera de allí, el mundo estaba reducido a más caos.
Alisa era una niña traviesa que se había enojado con su familia y había decidido huir, pero pronto se dio cuenta de que debía volver a su hogar, puesto que ya era muy entrada la noche y el toque de queda se había establecido hacía ya más de una hora.
En la mitad de la cuadra empieza a escuchar los ruidos extraños; primero objetos (¿o cristales?) estrellándose contra el pavimento, luego gritos. Mujeres, niños y hombres bramaban con desesperación y miedo. Algunos parecían incluso que llegaran a farfullar alguna que otra frase de súplica. La niña avanzó con rapidez pero cautela a la vez. Sabía que su casa estaba en aquella cuadra y su ansiedad por el estado de su familia iba en aumento a cada paso que daba. Llegó al final de la pequeña calle que estaba delante de ella y, en efecto, la tintorería de su padre estaba destrozada. Todos los pedazos de cristales rotos que normalmente funcionaban como vidriera en el frente del local se encontraban en su vereda y lo mismo sucedía en todo el lugar. Todos los negocios marcados acababan de ser asaltados.
Y las personas estaban siendo sacadas de sus hogares para golpearlas sin razón aparente. Algunas recién salían de ahí y eran arrojadas a las veredas o la calle para comenzar a ser golpeados y otras tantas ya estaban tendidas allí, soportando los golpes sin poder defenderse. Los gritos provenían de esa gente, Alissa lo comprendió todo. Incluso había quienes no se quejaban, se encontraban tendidos en medio de la calle con el rostro y ropas cubierto de su propia sangre, inertes. La pobre niña se preguntó horrorizada si ya estarían muertos o se habían desmayado.
Los agresores eran hombres entrenados en la violencia y vestidos con uniforme.
Buscó a su familia pero no encontraba rastros, ni en los que chillaban ni en los cuerpos inertes. Se sintió profundamente apenada pero a la vez le tranquilizó no verlos, ya que eso podía significar que se fueron antes de que comenzara todo. Y estaba evaluando la forma de escapar, cuando una mano fuerte emergió de un lugar desconocido y tomó su brazo. Forcejeó pero el hombre era infranqueable y ella una niña de un tamaño cinco veces menor. La arrastró hacia el centro de la calle, en medio del desorden, de los cuerpos y de los gritos. Llamó a otro de sus compañeros.
—¡Hey, mira, esta estaba sola! —Mientras lo decía apretaba cada vez más el brazo de Alissa y la zarandeaba, haciendo que ella se queje de dolor.
—Muy bien, compañero. —Se acercó el hombre a quién se dirigía el primero—. Cállate, niña —ordenó.
—La pondré con los demás —respondió el otro mientras el soldado o lo que fuere que la había mandado a callar se retiraba a su violento trabajo luego de aprobar la operación con un asentimiento.
Alissa fue nuevamente arrastrada por el fuerte hombre que le hacía doler el brazo derecho y puesta en la parte trasera de una camioneta que transportaba lo que suponía que serían vecinos de barrio. Buscó a su familia entre las caras tristes, ensangrentadas y demacradas pero tampoco estaban allí. Fue entonces que cayó en la cuenta: nunca iba a volver a verlos aunque estuvieran en una camioneta igual a aquella que se dirigiera al mismo lugar, su destino fuera otro que el que conducía ese maldito vehículo, o muertos. Pensó en la última vez que los vio, las últimas palabras que intercambió con ellos antes de separarse para siempre fueron de enojo y odio, que les había dicho cosas horribles. Deseó volver en el tiempo y no haberles hablado tan mal, no escapar y en su lugar haberse quedado en casa a la espera de los sucesos de aquella noche..., pero al menos estar todos juntos.
Y así, ella se resignó a su destino incierto a la vez que arrancaba el vehículo y la alejaba junto con esa gente de sus hogares. Viendo como la tintorería desaparecía de su vista, una lágrima de tristeza se deslizó por su mejilla.
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