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42- La sala secreta


Despertó una hora después cuando sintió un movimiento en la cama, era Blair, se removía de un lado a otro como un gusano y hablaba en sueños.

Temiendo que fuera una pesadilla intentó despertarla, sin embargo, no dio resultado.

La pelinegra arrugaba el ceño y apretaba sus manitas, repetía constantemente algo que no podía entender y las lágrimas empezaron a inundar su pequeña carita.

Ella intentó abrazarla para consolarla, pero en cuanto la tocó notó que quemaba, tanto que apartó la mano enseguida, estaba ardiendo.

Le puso la mano esta vez en la frente para comprobar si tenía fiebre, pero para su sorpresa esta no solo era un horno, sino que empezaba a soltar humo por cada poro.

Pronto la habitación empezó a llenarse de este, había tanto que no podía ni respirar, se tapó la boca con las sábanas tosiendo y cogió a la niña, a pesar de quemarse la piel a rojo vivo, para sacarla de la habitación.

Según caminaba por el pasillo iban dejando un hilillo de fuego, las llamas parecían tener vida propia, las seguían multiplicándose una y otra vez, escalaban por las paredes, serpenteaban hasta el techo y llenaban todo de tanto humo que no podía ver bien.

-Blair despierta- gritó desesperada con la poca voz que le quedaba.

Sabía que la causante de todo esto era la niña en sus brazos, intentó invocar el agua, pero no era algo que controlase a la perfección.

Tendría que haber atendido más en las clases de Axel.

Dejó a la niña con delicadeza en el suelo, su piel estaba en carne viva, le ardía como el infierno y sentía que se iba a desmayar por la falta de aire en sus pulmones.

Con lo que quedaba consciente de su cerebro pensó rápidamente en una solución, Axel seguramente no estaría en casa, después de la comida solía irse sin motivo alguno mientras ella se iba a la biblioteca.

La fuente de agua más cercana era la cocina, casi cien plantas debajo de la suya, los espejos estaban en la zona más atestada de humo y los manillares de las puertas y ventanas no se podían abrir por la concentración de calor, lo había intentado ya y solo había conseguido casi calcinarse la mano.

Estaba entrando en la desesperación, pronto el humo llegaría a sus pulmones y con suerte morirían asfixiadas en vez de quemadas. La verdad no sabía cuál era peor.

Corrió arrastrando a Blair con sus últimas fuerzas, la gritaba, zarandeaba y de todo, pero no despertaba, parecía estar inconsciente o en un estado de coma.

Las llamas crecían, el fuego azotaba contra sus rodillas y quemaba su camisón de dormir, la garganta le dolía de tanto toser y le escocía por el humo respirado, además, este era cada vez más negruzco hasta el punto de no diferenciar a la niña a su lado.

Cuando creyó que moriría ahí mismo todo frenó, como si le hubieran dado al pause de una película y hubieran rebobinado, el humo retrocedió, las llamas menguaron y el fuego desapareció, quedando solo las cenizas, la huella y claro ejemplo de que habían estado ahí.

Giró sobre sus talones para ver a una Blair despierta y agitada, un rastro de lágrimas secas se desperdigaba por su rostro y la preocupación en sus ojos la hacían ver más mayor de lo que en realidad era.

- ¿Qué ha pasado? - fue lo primero que preguntó, sin embargo, la respuesta la tenía en sus narices, el caos total que era ahora mismo la casa no podía pasar inadvertido.

-Ayúdame a abrir las ventanas corazón, tenemos que airear la casa- quiso fingir que no habían estado a punto de ser quemadas vivas.

-Lo siento- fue lo único que dijo Blair, tenia los ojos llorosos y la nariz roja.

-No pasa nada cariño- dijo tranquilizadora, intentó acercarse y darle un abrazo, pero ella se alejó.

-No quería que pasara esto, no quería hacerte daño, lo siento- dijo al borde del llanto.

-Pero no me has hecho año, estoy bien, solo ha sido un accidente- la chica la escaneó de arriba abajo esperando encontrar alguna quemadura, pero al no ver nada se tranquilizó, aunque sea un poco.

-A veces pierdo el control.

- ¿El control de qué? - antes ya lo había mencionado y a juzgar por la escena del incendio era algo bastante grave.

-De lo que soy- hasta ahora había sospechado que era una bruja de fuego por lo que había visto, pero cuando los ojos de la más pequeña cambiaron de azul a ámbar lo descartó de la lista.

- ¿Qué eres? -pregunta expectante.

-Un dragón- y justo en ese mismo instante en el que lo dijo dos pequeñas y majestuosas alas salieron de su espalda.

Abrió la boca a más no poder, sorprendida. Las alas eran escamosas, de un tono marrón como las hojas secas en otoño y un toque ámbar, como la retina de los árboles.

Blair, la niña tierna y risueña de seis años era un dragón, uno que casi incendiaba su casa.

No sabía cuánto tiempo se había quedado con la boca abierta de par en par perfecta para que una mosca se metiera por ella, pero la cerró de sopetón al sentir la baba cayéndole por la barbilla.

-Eso no tiene nada de malo enana- se apresuró a decir al ver el miedo de la niña en sus ojos- tus alas son preciosas y tus ojos seguro que son la envidia de muchas chicas. Eres preciosa.

Eso pareció animarle, mucho más de lo que pensaba, le regaló una sonrisa radiante y aún con sus alas a su espalda dio un brinco alegre haciendo que estas revolotearan y se alzaran unos cuantos metros.

Emily preocupada al verla tocar el techo intentó hacerla bajar tirando de un pie suyo, pero no había forma.

-Blair, cariño, por favor baja del techo.

-No.

- ¿Por qué no? – quiso saber, su cabeza tocaba el techo y le daba miedo que tomase mucho impulsó y se golpeara con este o que se cayera.

-Me gustan las alturas- de ahí su afán por dormir en la planta más alta e ir cada noche a la azotea.

Estaban de suerte: a Emily le aterrorizaban las alturas.

Después de unos intentos por fin la hizo bajar. Blair le contó todo, desde el principio, o bueno, al menos lo poco que quedaba de su historia, después de que su madre se durmiera y su padre desapareciera nunca había vuelto a sacar sus alas, le daba miedo lo que la gente pensara y si los hombres de negro la veían volar la cortarían las alas como solía decir su padre.

No podía volar libre, nunca pudo.

Ahora parecía mucho más contenta, decía que la gente que estaba con ella durante sus episodios en los que perdía el control nunca volvían a aparecer en su vida, se iban, pero en cambio ella estaba ahí, con Blair.

Después de comer pasaron toda la tarde juntas, ideando planes que hacer en los que incluyeran las preciosas alas de Blair, comentando cuantas nubes se comerían cuando volasen juntas o cuantos viajes a la luna podrían hacer, por supuesto no se olvidaron de llegar al final del arcoíris.

La niña proponía cosas, emocionada por la idea de volver a usar sus alas, incluso, durante la espera de que Axel llegara, estuvieron practicando con los millones de pisos que tenían sobre sus cabezas.

Pero cuando la niña llegaba muy alto y se perdía de su alcance de vista Emily le pedía que bajase por miedo.

Contemplando cómo batía sus alas hasta lo mas alto se preguntaba qué le diría a Axel.

"Oye, Axel, ¿sabías que Blair casi prende fuego a la casa por segunda vez? Además, es un dragón, ¡sorpresa! ¿lo sabías? Creo que no, oh, y, por cierto, si te apetece saberlo también casi nos mata, por segunda vez."

Eso definitivamente no le diría. Pero tampoco había una forma fácil de hacérselo saber.

También podría decirle: "además de todo lo que te he contado, sospecho que sus padres también eran dragones, por eso los mataron, al menos, a su madre, su padre desapareció, ella siempre nombra a los hombres de negro y dice que son malos, así que imagino que serán cazadores o algo parecido", y para rematar luego añadiría un "sorprendente, ¿verdad?"

No, eso quedaba más que descartado de su lista de cómo decírselo a Axel.

Pero al parecer no hizo falta, cuando estaban tomando su rutinario chocolate caliente viendo la serie favorita de ambas -sí, compartía gustos con una niña de seis años-, el mismo chico que había estado rondando en su mente toda la tarde apareció por esa puerta que tantas veces había observado en su espera.

Estaba aparentemente agitado, con la respiración acelerada, el pelo revuelto y fachas de haber salido de una pelea callejera.

Y antes de que le diese tiempo a preguntar qué le había pasado, el muy cara dura, sin siquiera dar un saludo después de desaparecer todo el día, se fue corriendo escaleras abajo directo a la biblioteca.

Ella, enfadada y confundida a partes iguales, le siguió.

Bajó detrás suya casi corriendo para seguirle el paso, él tiro todos los libros de una estantería con prisa, haciendo montones y montones de libros desperdigados que tuvo que esquivar para no ser aplastada por ellos.

Una vez la estantería estuvo vacía tiró de una palanca que se asomaba en una esquina y derrumbó la pared del estante, el polvo salió disparado como confeti en una fiesta y la madera crujió hasta romperse en pedazos y quedarse hecho trizas en el suelo.

Él apartó todos los destrozos con el pie y entró en la sala que acababa de dejar al descubierto.

Al parecer la biblioteca, la cual visitaba casi todos los días, tenía una sala secreta detrás de unas baldas ocultas por unos cuantos libros.

Increíble.

Pasó detrás suya observando todo con ojos curiosos, la sala era pequeña e iluminada por paneles de luz en las paredes y el techo, todo allí era blanco, tan impoluto que le recordó a un hospital o a una sala de experimentos, había un par de puertas metálicas al fondo del cuarto que Axel se apresuró a abrir.

Cuando corrió las puertas lo que vio no la pudo dejar más impactada.

Armas, había armas. Por todos lados, apiladas, en estanterías, colgadas, cargadas, con munición, estaba todo repleto de eso.

- ¿Qué haces con esto detrás de una estantería en la biblioteca? -cuestionó con cautela, la expectación se arremolinaba en su estomago haciendo un nudo muy fuerte en él.

- ¿Tú qué crees Emily? - la contestó más mordaz de lo que pretendía.

- ¿Dónde has estado? – preguntó con seriedad, este juego no la estaba gustando nada, y un mal presentimiento se asentaba en sus entrañas.

-Por ahí- le restó importancia con un vago movimiento de mano, aún con la pistola en ella.

Hasta su voz había cambiado, ahora en vez de divertida y sarcástica era varios tonos mas grave y oscura.

Asustada retrocedió un par de pasos, él giró su rostro lentamente hasta mirarla, ahí se dio cuenta de algo.

Tenía los ojos negros, como dos pozos sin fondo, el verde que tanto le gustaba había desparecido dejando paso a un agujero negro.

Se cubrió la boca, ahogando un jadeo de sorpresa. Ese no era Axel, no el que había conocido, no el pesado engreído que tanto le gustaba, no del que se había enamorado.

-Tenéis que iros.

-No.

-Emily, vete.

-No hasta que me contestes. ¿Qué eres?

-No te importa.

- ¿Qué eres? -preguntó esta vez con mayor firmeza.

Él calló, mirándola fijamente a los ojos, con esa oscuridad presente. Su silencio se lo dijo todo.

- ¿Qué harás con esas armas?

-Algo que tendría que haber hecho hace mucho- dijo con el negro poblándose de maldad, por un momento, por un solo instante, surgió la duda en ella al verle sujetar un arma de fuego en sus manos.

-Axel, suelta eso- las lágrimas se empezaban a acumular en sus cuencas, estaba aterrorizada.

-Lo siento, amargada.

- ¡Axel!

Levantó el arma apuntando en su dirección y disparó.

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