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3- Los cuervos asesinos


Estaba amaneciendo cuando salieron de la casa, el chico le había dicho que tendrían que ir a pie puesto que no había siquiera medios de transportes así que tendrían que caminar, según él hasta medio día, para poder llegar a la parada de autobús más cercana que a saber a donde la llevaría, si, un plan perfecto.

Habían preparado unos bocatas para almorzar en esa extraña excursión, y una vez lista dejaron atrás el pueblo.

Las últimas casas se iban alejando de su vista a medida que avanzaban, la niebla que cubría el entorno se había disipado conforme pasaban las horas, el rocío de la mañana aún descansaba en el pasto, humedeciendo las suelas de sus zapatos, y zonas de menor temperatura habían sido congeladas formando así escarcha en la hierba y zarzas.

Los rayos del sol coloreaban las nubes de tonalidades rosadas y anaranjadas, dando un paisaje precioso.

Axel que estaba delante suya enseñándola el camino mientras tarareaba una canción tranquilo, como si todos los días ayudase a chicas perdidas o solas.

A medida que avanzaban el bosque se hacía más espeso, terminando de tapar cualquier luz que proviniera del sol y dando la sensación de que aún era de noche, lo que hacía difícil no perder la noción del tiempo.

En un punto ella se había cansado y habían aminorado la velocidad, pues él, haciendo de guía, la llevaba casi corriendo. Mientras, el de pelo carbón se quedó a sus espaldas dándole indicaciones de vez en cuando de por dónde tenía que ir y sintiendo su mirada en la nuca.

El bosque no era mejor que el pueblo, realmente parecía que era de noche, y no solo por la poca luz que se filtraba entre los árboles, era como si las horas se hubieran adelantado hasta llegar la noche, un minuto antes estaba amaneciendo y un minuto después, anocheciendo.

Lo más extraño es que Axel parecía haberlo esperado, pues se había traído con él un farol con una vela que les iluminaba el camino, porque sí, tan poca luz había como para llegar a esos extremos.

Aceleró el paso hasta llegar con Axel que se había vuelto a adelantar cuando vio unos ojos amarillos en la oscuridad, una rama crujió bajo el peso de un animal y solo eso logro asustarla cuando de fondo se escuchó el aullido de un lobo, ¿en ese bosque había lobos?, esto empezaba a parecerse a una de las muchas películas de terror que solía ver donde el asesino se lleva a la víctima a lo profundo del bosque para matarla.

Miro la espalda de Axel ejercitada, el cual caminaba como si nada, como si no estuvieran metidos en un bosque encantado con sacado de una película.

Sus músculos eran el doble de tamaño que los de ella así que estaba en desventaja, pero si tal vez cogía una rama gruesa y lo golpeaba en la cabeza...

-Emily, ¿estas bien? – la pregunta del pelinegro la sacó de sus paranoicos pensamientos y asintió.

Observó una vez más el bosque, los árboles parecían susurrarle cosas, las ramas secas se habían retorcido entre ellas, el viento parecía tener voz y levantaba las hojas caídas a sus pies, el sonido que aun perduraba del búho ya no era algo bonito de escuchar, ululaba con prisa y aleteaba sus alas como queriendo avisarles de algo, los sonidos del bosque ahora nocturno ya no eran tan agradables.

El graznar de un cuervo se escuchó por encima del resto de animales, un sonido estridente y chirriante, después se vio al cuervo emprender el vuelo desde uno de los árboles secos.

Fue seguido de una bandada de cuervos bulliciosos, se contaría como mínimo setenta, todos dieron vueltas alrededor de los visitantes acechando, como los buitres a punto de lanzarse a por su presa muerta.

El primero cayó en picado hacia sus cabezas, después de otro y así atacó toda la bandada conjunta.

Lo primero que hizo Axel sin pensárselo dos veces fue cubrir a Emily con su cuerpo, se agacharon en el suelo, se cubrieron el cuerpo con los brazos, corrieron a taparse con un árbol, de nada servía, a donde fueran ellos los pájaros los seguían, empeñados en herirlos.

Los cuervos aterrizaban contra sus cuerpos con tanta fuerza que algunos morían en el impacto contra el suelo, otros se les descolocaban las alas o se les rompía el pico, se quedaban unos segundos en el suelo y después se levantaban como si nada para volver a aterrizar contra los chicos.

Axel no pudo aguantar mucho cubriéndola, de nada les servía esconderse, de todos modos, acababan encontrándolos.

Se levantaron juntos del suelo cuando los pajarracos les derribaron, no podían quedarse allí.

Corrieron esquivando árboles, en la oscuridad no se veían ni siquiera los pies, y el candelabro con la vela se había caído y apagado en el primer instante en el que los atacaron.

Los cuervos los perseguían repiqueteando su cuerpo como si fueran madera de un árbol, nunca había imaginado que el pico de un cuervo fuera tan afilado, pues al hundir el pico en su piel la rasgaba y hacia cortes profundos que podían llegar a dejar cicatriz y provocaban hemorragias difíciles de cortar.

Las ramas enroscadas de los árboles parecían haber cobrado vida propia, eran movidas por el aire y algunas embestían contra ellos dejándoles arañazos en sus brazos y piernas, pero lo que hizo entrar en completo pánico a Emily fue que, además del evidente problema que ya tenían, las ramas realmente habían cobrado vida propia, se arrastraban como serpientes a punto de morder intentando alcanzarlos, y supo que no eran imaginaciones suyas cuando una raíz se enrosco en su tobillo y tiro de ella hacia atrás tirándola en un golpe sordo al suelo.

Atacaron todas a la vez envolviendo su cuerpo dejándola inmóvil y atrayéndola en dirección contraria en la que ella intentaba huir penosamente.

Axel dejo de correr para ir en su ayuda en cuanto noto que ella no le seguía, y al encontrarla siendo casi asfixiada por las ramas reacciono rápido pateando las amas, cortándolas con una navaja que hasta ahora ella no sabía que tenía y tirando de ella intentando sacarla del mar desastroso de raíces que quería tragársela.

Pasó el brazo de la chica por su hombro al ver que cojeaba, se había roto un tobillo al intentar librase de una rama.

Y él llevándola casi a rastras retomaron su carrera.

Hasta que como una pequeña luz de esperanza a lo lejos vieron una gruta lo suficientemente grande como para caber los dos y perfecta para cubrirse de los cuervos, y ahora también de las ramas que también los perseguían.

Corrieron hasta entrar, y lo primero que hicieron fue tapar como sea la entrada para que no pudieran entrar, lo lograron, se apoyaron contra la pared ella todavía en shock y él agotado.

Se dejaron caer hasta el frio suelo mientras intentaban recobrar la respiración.

Axel fue el primero en reaccionar, se levantó, al menos todo lo que pudo, la cueva o donde fuera que estuvieran era enano, ni siquiera podía llegar a erguirse, tenía que moverse agachado si no quería desnucarse contra la roca.

La próxima hora se dedicaron a buscar ramas para hacer una hoguera, Emily todavía no había dicho nada, parecía que el shock la había dejado tan sorprendida que no encontraba fuerzas para hablar, él no supo si sentirse preocupado o aliviado, no quería responder preguntas ahora.

Amontonaron los troncos e intentaron encender el fuego chasqueando dos piedras a la antigua usanza.

Las chispas al fin salieron colándose entre los troncos enciendo una leve llama, la suficiente para soplar y hacer crecer el fuego, ella observó todo esto sentada a una distancia prudencial, no terminaba de confiar en él, no había sido buena idea venir, y menos acompañada de un completo desconocido, no sabía en que estaba pensando cuando acepto la oferta.

Dormiría allí, aunque dudaba mucho que siquiera pudiera cerrar los ojos sabiendo que lo tenía a él ahí al lado en un espacio tan reducido.

Axel se empeñó en revisar su pie que no había dejado de doler, juraría que había crujido cuando tiro tan fuerte de la rama desesperada por liberarse, pero en ese momento no había pensado en las consecuencias lo único que nublaba su cabeza era el miedo, el miedo no tenía que paralizarla, tenía que despertarla, tenía que usar la adrenalina a su favor en vez de congelarse.

Lección aprendida que esperaba no tener que poner a prueba otra vez.

El chico del que ahora desconfiaba más que antes dejo de insistir de repente y pareció resignado, aunque a juzgar por cómo se tornó su mirada cualquiera pensaría que la estaba dejando tranquilizarse para luego atacar.

El silencio era demasiado incomodo, él había "encontrado" unas hierbas que según lo que había dicho servían para mantener el fuego, pero no tenía ni idea de donde las había sacado.

No confiaba en él, eso era definitivo.

Cuando ella harta de la extraña situación cortó el silencio con su bombardeo de preguntas.

- ¿Por qué me ayudas? -se dio una cachetada mental al haber preguntado eso entre tantas opciones, como por ejemplo ¿Qué narices ha pasado ahí fuera?

-Conocí a tu abuela y le debo un favor, solo estoy saldando una deuda al ayudarte- vaya, su abuela además de loca tenía fama en el pueblo.

- ¿De qué conocías a mi abuela?

-Mi familia fue cercana a la de los Jones.

-Entonces, ¿por qué no te he conocido antes?

-Nunca se presentó la oportunidad- y un nudo en la garganta se le formó al recordar a sus padres y en las muchas cosas que no la habían contado antes de irse.

-Mis padres han muerto, lo siento si los conocías- dijo ganando un poquito más de confianza al pensar que era un amigo de sus padres y por su dolor compartido.

Él la miro unos segundos eternos hasta que apartó la mirada y murmuró también el pésame, cosa que ella estaba harta de escuchar. Pero al menos no le echo la típica mirada de lástima que ella había aprendido a odiar.

-Tú conociste a mi abuela, ¿sabes por qué me abandonó?

-No juzgues sin conocer Emily, no sabes lo que ha llevado a tu abuela a mandarte a este pueblo de mala muerte, por algo será.

Detectó la mentira con mucha facilidad. Cuando ellos se conocieron él le dijo que la carta seguramente era falsa, pues su abuela no había pisado el pueblo desde hacía años.

- ¿No dijiste que quien había mandado la carta no era mi abuela? – dio justo en el clavo, le había pillado, pero cuando él iba a responder, inventándose cualquier excusa, a ella le entró un sueño repentino.

El olor a hoguera no tardó en meterse en sus fosas nasales y el sueño no hizo más que intensificarse hasta que sintió dos kilos de plomo por ojos. Intentó hablar, quejarse, seguir preguntando, pero sus palabras salían arrastradas y patosas.

Sin ser consciente de lo que hacía volvió a tumbarse en la roca fría que usaba de almohada y pronto se rindió al cansancio.

En cuanto cerró los ojos el fuego tuvo un destello amarillo, después fue tomando tonalidades hasta convertirse en un fuego dorado amarillento con matices azulados, el color de la elegancia y la sabiduría.

Echó a las llamas de colores unas hierbas y brebajes, y mientras preparaba el mejunje se permitió ver a la chica con más atención.

Su cabello rubio y ondulado caía a los lados de su cara, se arrimó un poco y aparto un mechón casi dorado de su cara que tapaba la vista. Sus ojos azules estaban cerrados cubiertos por pestañas rizadas, sus mejillas rosadas ahora estaban más pálidas y su respiración era tranquila, había que admitir que la chica era agraciada, tenía su toque que la hacía única entre todas.

Le hacía gracia su cara de cervatillo asustado.

Pero seguía siendo quien era y proviniendo de la familia de la que provenía, no podía permitirse encariñarse con ella.

Estaba prohibido.

Él había intentado decirle la verdad, o al menos una parte de ella, sentía que mínimo le debía explicaciones a pesar de él no deberle nada, tampoco a su familia, y prefería no deberle nada a nadie, pero justo por eso había acabado en esta situación. Aunque tampoco era tan malo como para dejar que se explotase la cabeza a ella misma de preguntas, había pasado por mucho y la cría necesitaba como mínimo una explicación válida.

Las llamas crecieron y el fulgor se hizo más intenso.

Tiró a la hoguera una perla, vio como el fuego la consumía poco a poco hasta derretirla y crecer iluminando con mayor intensidad la estancia.

Rodeó con sus brazos el cuerpo de la chica y la abrazó protegiéndola de la luz cegadora hasta que todo empezó a dar vueltas como las manecillas de un reloj. Un humo amarillo con destellos azules como el fuego, apareció rodeándolos y haciendo girar más rápido su entorno, hasta que se esfumó cuando ante sus ojos aparecía otro lugar.

La cogió por las rodillas y la espalda con cuidado llevándola en brazos.

La había dormido con setas aromáticas tirándolas al fuego para que esparcieran su olor, por suerte a él eso ya no le afectaba.

No podía enterarse de su mundo, no ahora, pero tampoco podía seguir mintiéndola por mucho tiempo.

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