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21- La carta


Llegaron por fin a casa, la lluvia no daba tregua y el resfriado estaba a la vuelta de la esquina.

El cachorrito en sus brazos temblaba violentamente, temía que hubiera enfermado.

Nada más llegar lo primero que hizo fue envolverlo en mantas y secarlo, le limpio las patas y lo acogió, era el perro que siempre había querido en su infancia.

-Eres una adulta como para cumplir sueños de la infancia ¿no crees?

-Déjame tranquila, el niño aquí eres tú, además, ¿cómo sabias eso?

-Se te nota en la cara, y tú cuando quieres eres la más infantil de los dos, el resto del tiempo vuelves a ser la amargada de siempre.

Le miro entrecerrando los ojos, a punto de asesinarlo con su mirada, pero el perrito moviendo la colita y saltando para que le hiciese caso acaparo toda su atención.

Emily estaba entretenida con su nueva mascota, tanto que ya no hacía caso al pelinegro, ni siquiera se quejaba de sus bromas pesadas, es como si solo existiese el chucho.

Nunca pensó estar celoso de un maloliente y pulgoso perro.

No le gustaba ni un pelo, y no solo por ser un baboso, sino algo más que lo hacía desconfiar del animal.

Tal vez era la forma en la que cuando Emily hablaba con el chucho cariñosamente él parecía entenderla a la perfección, era un perro callejero, pero atendía a todo lo que ella le dijera, buscando siempre complacerla y obedecerla, y cuando el pelinegro lo observaba de reojo lo encontraba mirándolo fijamente, no importaba las veces que mirase, siempre se encontraba con los ojos siniestros del animal pulgoso fijos en él, casi queriendo transmitirle algo.

Le daba escalofríos.

En cambio, a Emily le parecía algo tierno y bonito, decía que era un cachorrito precioso y que si lo miraba es porque le caía bien, nada más.

Él seguía sin fiarse del todo, no le gustaba nada.

Ahora desconfiaba hasta de los perros.

Últimamente estaba muy paranoico.

Pero cómo no estarlo, teniendo en cuenta las circunstancias.

Una semana había pasado desde que el perro, chucho, como lo llamaba Axel, se había unido a ellos.

Emily estaba encanta, él todo lo contrario.

El perro al fin de cuentas no había dado mayores problemas que los comunes cuando se tiene una mascota, al menos una en el mundo humano.

Emily se encargaba de sacarlo a pasear, educarlo y enseñarlo a no morder cualquier cosa a su alcance.

Lo peor era que aprendía rápido, no traía consigo ningún quebradero de cabeza, por lo cual, no tenía una buena excusa para echarlo, al menos no de momento.

El último día de la semana Axel recibió una elaborada carta con ilustres dorados y caligrafía impecable, todo en el pulcro papel parecía gritar que era de un aristócrata o alguien importante.

En Nocturm podía encontrarse de todo.

El sobre tenia los extremos dorados, con trazos delicados, la letra del destinatario no logro leerla pero a simple visto pudo ver que era en letras plateadas, tenían fulgor propio.

El caso es que en cuanto la conocida curiosidad de Emily la hizo inclinar la cabeza en busca de leer por el rabillo del ojo algo, él de inmediato escondió la carta.

- ¿Qué era? – no pudo evitar preguntar.

El pelinegro la miró con una sonrisa nerviosa, la de un pillo.

Conocía perfectamente esa sonrisa, era algo que no le haría gracia y que seguramente la haría tirarse de los pelos.

Lo conocía casi mejor que a ella misma a pesar del poco tiempo que habían pasado juntos.

Dos meses.

En los que habían pasado muchas cosas.

Y estaban por pasar más.

Ella peleó por quitar el sobre que tenía escondido tras su espalda, pero era tres cabezas más baja que él.

Estaba en desventaja.

Cedió cuando lo agarró del pelo amenazando con tirar de este.

Al segundo le encontró la carta dorada alegando que su cabello era intocable.

-Casi te cargas una obra de arte que merece ser enmarcada en el mejor museo, deberías ir a la cárcel.

-Y tú a la peluquería, tus gustos por tu pelo no son lo mejor.

Él abrió la boca desencajando su cara en un claro gesto de indignación.

Y cuando se preparaba para escuchar su voz gritona que ponía en estos casos lo interrumpió gritando ella.

La carta era una invitación a un baile.

Y no cualquier baile.

-Por dios, chica, me vas a dejar sordo.

-Quisiera quedarme yo sorda para no escucharte más.

Se tocó el pecho justo donde estaba su corazón fingiendo estar ofendido.

-Eres cruel.

-Y tú un pesado.

Boqueó como un pez fuera del agua, buscando un buen insulto para ella y la nombrada volvió a interrumpirlo leyendo el contenido del papel.

Ni más ni menos en la carta, que casi podía decir que tenía purpurina del brillo que desprendía, decía que los invitaba a ambos como matrimonio a un baile clásico con tema medieval, que tenían que vestir sus mejores galas los más antiguas posibles y presentarse en la ubicación que tenía adherida al sobre, serian invitados de honor al ser amigos cercanos de la familia que celebraba la fiesta, también indicaban la fecha y la hora.

Miró a Axel pidiendo explicaciones y el muy osado se limitó a alzarse de hombros queriendo excluirse del problema que se les había presentado.

- ¿Por qué no querías decírmelo? – preguntó molesta.

Él no respondió, parecía nervioso.

¿Cómo lo sabía?

Fácil.

Miraba a otro lado que no sea sus ojos, generalmente el suelo, jugaba con sus dedos como un niño pequeño y no era capaz de mantenerle la mirada.

Incluso fruncía un poco los labios cada vez que hacía esto.

Y no es que ella se fijara, simplemente era fácil de leer, nada más.

Era inusual, un día era el galán, según él, más codiciado, y con su ego en niveles extremos, derrochando confianza allá a donde mires, y al siguiente llegaba a ponerse incluso nervioso, aunque esto normalmente ocurría cuando ella estaba delante.

Levantó una ceja esperando una explicación.

Se sentía una madre regañando a su hijo.

Aunque no lo estaba ni siquiera regañando, a saber lo que él interpretaba.

-No te enfades.

-Ya lo estoy.

-Te irritas muy fácilmente amargada.

-Y tú tienes un don para molestar.

-Sabía que te enfadarías.

-Si no me lo cuentas me enfadaré más.

Se apresuró a explicarle.

-El matrimonio por el que nos estamos haciendo pasar era muy conocido, tenia dinero y era de alta clase. Lo bueno es que casi nadie los conocía por su aspecto, me refiero a hablar cara a cara. Suelen hablarse por cartas por lo que nosotros podemos ocupar su papel haciéndonos pasar por ellos para así seguir con nuestra tapadera.

-No pienso ir a esa fiesta.

-Tienes que ir.

- ¿Quién lo dice?

-Yo.

-Entonces no iré.

-El matrimonio millonario nunca habría faltado a una fiesta clásica con la oportunidad de conocer a toda clase de gente importante.

-Podemos rechazar amablemente la oferta poniendo cualquier excusa.

-Estos días nos han visto por la calle, sabrán que mentimos, tenemos que ir.

-Voy a ir, pero no porque tú me lo hayas dicho.

-Eso me ha sonado a mentira.

-Es verdad, no quiero acabar durmiendo debajo de un puente.

Después de eso no discutieron más y acordaron ir a comprar la ropa que usarían al día siguiente.

¿Cómo tenían tanto dinero?

Respuesta obvia, lo sacaban de su bonito y "feliz" matrimonio.

Se sentía mal por robar a unos muertos, era una gran falta de respeto, pero lo necesitaba, era una situación de emergencia, después se disculparía con ellos, tal vez averiguaba donde se encontraban enterrados incluso.

No supo cómo acabó haciéndole caso, de todos modos, tenían que seguir permaneciendo en esa casa si no querían acabar en la calle, a fin de cuentas, no podía recriminar a Axel por tomar el papel de unos muertos, y junto a ellos su casa, pues ella estaba habitando también en ella.

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