10- La casa fantasma
Y, cómo no, hizo todo lo contrario a lo que le decía Axel.
Por supuesto que sí.
Intentó volver a casa ella sola, se negaba a quedarse en ese lugar que seguía siendo desconocido para ella.
Aunque después de dar vueltas sin tener resultado prefirió explorar la ciudad, según Axel él podía encontrarla mediante magia, si era así que lo haría cuando terminara esa cosa tan urgente.
Mientras tanto pensaba descubrir cada recoveco de este lugar.
Llegó a una zona con apenas una casa a la vista, la cual estaba destartalada y todo en ella decía a gritos lo vieja que era, destartalada por fuera, madera desgastada, puerta roída, partes del techo rotas y tejas caídas.
Al entrar a la casa tal y como había predicho no era muy diferente del exterior, parecía haber sido abandonada hace siglos.
Había algunos tablones sueltos, huecos en las paredes y restos de lo que era antes una mansión.
En la entrada le recibía una extensa sala de estar con una fuente rota y sin agua en el medio, y más allá unas escaleras con peldaños rotos, a los lados pasillos anchos con cuadros polvorientos que llevan cada uno a diferentes lugares, uno a un salón con estanterías repletas de libros desordenados, apilados y desperdigados, chimenea y sillones viejos. El otro llevaba a un comedor con una mesa y sillas.
Estaba todo en su sitio, había platos y bandejas de plata, cubiertos servidos y hasta un cesto de panecillos ya mohosos.
Es como si estuvieran a punto de tener una comida familiar y nadie se hubiera presentado.
Era una casa normal excepto porque parecía que hubieran huido, nada en ese sitio le daba buena espina.
Incluso rosales habían crecido en el suelo agujereado, se habían enroscado en las columnas todavía en pie y trepado en las paredes, las hileras de espinas resaltaban entre las ramas secas y las rosas habían perdido su color hasta marchitarse y caerse los pétalos.
Avanzó entre las hojas secas y los tablones podridos hasta las escaleras, donde paró planteándose si sería prudente subir o no, temía que las tabla cedieran bajo su peso.
Pero al final entre crujidos peligrosos y rechinantes advertibles logró subir a la segunda planta en trompicones.
El segundo piso era muy diferente del primero, al menos hablando del estado.
Arriba parecían estar las habitaciones, aparentemente más limpias y ordenadas que la planta que había dejado atrás.
Entró con ojos curiosos a la primera, pero todo rastro de intriga se esfumó cuando al entrar un hedor muy fuerte a putrefacción llego a sus fosas nasales.
Un charco de sangre inundaba el suelo y detrás de la cama de dosel un cuerpo de una niña pequeña en descomposición la hizo querer vomitar, la niña tenía los ojos abiertos y para rematar miraba en su dirección.
Se tapó la nariz y salió cuanto antes bajando las escaleras de dos en dos, esta vez sin ningún cuidado, y cuando iba a salir la puerta principal se cerró de golpe sin que nadie la haya empujado, ni el aire podría haber sido, pues al ser de hierro esta pesaba mucho.
Voces se escucharon, por encima de su cabeza, en la sala de estar, y flotando alrededor suyo, pero esta vez no eran las llaves queriendo decirle algo, o cualquier objeto mágico con voz propia, según Axel.
Sonaban diferentes, siniestras, espeluznantes, palabras arrastradas, palabras muertas.
Corrió lo más rápido que pudo a la salida, pero otro charco de sangre seca la paralizó, exactamente como pasó con la niña y los cuervos el primer día, miedo, sentía miedo.
Pero esta vez reaccionó a tiempo, comprobó las ventanas, las puertas y todo, rodeó la casa, la fuente rota, las paredes caídas, y esquivó boquetes en el suelo.
Cuando al pasar una vez más por la fuente algo la esperaba allí, o más bien alguien.
Axel, pensó esperanzada al ver la figura fornida, pero para su desgracia no era él quien la sorprendió.
Un espíritu, fue lo primero que se le pasó por la cabeza al ver la figura blanquecina, casi transparente de un hombre dándole la espalda, pero cuando se giró comprobó con horror que no estaba muy alejada de la realidad.
Un puñal atravesaba su pecho, su rostro estaba demacrado, como el de un zombi. Como el de un muerto. La sangre se había secado en su ropa, sus dientes se habían podrido y su mirada no tenía vida.
Dio un paso hacia atrás aterrorizada, era un muerto flotante transparente y con vida, o al menos es lo que supuso al verlo moverse en su dirección.
Retrocedió más, sabiendo que no serviría de nada, pero siguiendo su instinto. Él avanzó sin siquiera mover los pies, solamente levitando unos centímetros sobre el suelo.
Entonces habló de nuevo, sin abrir la boca, sin mover los labios, pero aún así lo escuchó como si susurrase en su oído.
-Nadie que haya entrado en esta casa ha salido con vida Emily, pero contigo haré una excepción, no quiero al cielo de mi contra, y mucho menos a los Jones. Sal ahora, antes de que me arrepienta.
Su rostro estaba muy pegado al de la joven, el hedor a muerto era casi insoportable y las ganas de vomitar aún estaban presentes.
Y no tuvo que decirlo dos veces cuando viendo fijamente esos ojos muertos salió corriendo hacia la puerta que en estos momentos se abría sola.
Una vez fuera soltó el aire que no sabía que contenía, aún temblaba, aún el corazón le bombeaba a mil por hora, aún respiraba con dificultad. Pero estaba viva, llena de sangre seca pero viva.
Corrió hasta perder de vista la mansión maldita habitada por espíritus, corrió hasta llegar lejos de los puestos de ropa, corrió hasta perderse en el bosque.
Y solo entonces pudo respirar tranquila.
Aprovechó para limpiarse en un río cercano las gotas de sangre de sus zapatos, luego los secaría.
Pero no duró ni dos segundos la paz cuando se dio cuenta de su error.
Estaba en medio del bosque. Sola.
Al entrar a la casa maldita estaba atardeciendo, pero ahora mismo el sol ya había caído, también se había alejado de los mercadillos, donde se suponía que la esperaba Axel después de haberse separado.
No tenía buena orientación, solo había estado allí un par de veces y ninguna había sido una buena experiencia.
Miró a sus alrededores, no había rastro de vida, no había humo de chimenea de ninguna casa ni ninguna luz encendida.
Una voz la sacó de su pequeña crisis.
- ¿Qué hace una chica tan guapa como tú por estos bosques? - bastaron esas palabras y ver cómo la miraba para sentir un profundo asco por ese sujeto.
-No te importa- respondió tajante.
- ¿Te has perdido? - dijo acercándose
-Repito, no te importa, hazme un favor y piérdete tú- contestó alejándose.
-Que carácter tienes preciosa- ella que ya se estaba yendo por otro camino, el cual creía que era el correcto, se giró para dedicarle una mirada que podría haber decapitado a Napoleón.
- ¿Por qué sigues aquí? Te he dicho que te largues- respondió de mala gana y siguió caminando.
-Sea a donde sea que vayas no es por aquí, allí solo hay bosque cada vez más espeso- señaló a sus espaldas- ahí es donde está la población, solo que un poco lejos, me ofrezco como buen ciudadano a llevarte- añadió levantado la mano ridículamente.
- ¿Y quién dice que estés diciendo la verdad?
-Pues yo.
-Pues no te creo.
-Oh vamos, preciosa, no soy tan malo- dijo pestañeando exageradamente con una sonrisilla traviesa.
-No me llames preciosa y tú de bueno no tienes nada.
- ¿Tan rápido juzgas? - no sabía qué le hacía tanta gracia, pero él parecía estar conteniendo la risa, ¿acaso se estaba riendo de ella?
- ¿De qué te ríes? - esa pregunta solo desató una risotada por parte de su contrario.
Se le estaba agotando la paciencia, nunca había sido su punto fuerte. Sobre todo, si acababa de huir de una casa con fantasmas muertos dentro, había corrido como nunca en su vida, al menos desde que los cuervos los atacaron, y se había perdido en el bosque una vez anochecido, además de estar congelándose.
Simplemente fantástico.
Y ahora tenía que aguantar a un pesado del que no estaba segura tener buenas intenciones hacia ella.
O tal vez solo era muy paranoica. Prefería no descubrirlo.
-Eres muy graciosa enfadada- y otra vez el desconocido.
-Y tú un imbécil- ahora sí que no pudo contener la risotada haciendo a la rubia dorado fruncir el ceño.
Lo ignoró y siguió hablando intentando librarse de él.
-Antes me has preguntado que qué hacía aquí, lo mismo podría preguntarte yo a ti, ¿Qué haces en medio del bosque a estas horas de la noche?
-Tú no me has contestado, ¿por qué tendría que hacerlo yo?
-Pues no lo hagas. - no estaba interesada en seguir la conversación y el chico era realmente persistente.
-Vivo en los alrededores junto a mi...- parecía estar buscando la palabra correcta- familia.
-Bien, pues tu familia y tú sois muy raros.
- ¿Por qué somos raros?
-Vivís en medio del bosque, alejados de la población.
-Algunos buscan tranquilidad para hacer sus actividades favoritas.
Seguía sin darle buena espina el chico, lo veía en su mirada lobuna, la miraba como lo hacía un depredador a su presa.
Seguía sin aceptar, el chico insistía, avanzaba hacia ella, se acercaba, se sentía acorralada.
Hasta que realmente lo estuvo, la empujó contra un árbol y obstaculizó su camino con su cuerpo. Se estaba asustando de verdad, las alarmas en su cabeza para correr habían saltado hacía ya tiempo, pero no había tenido ocasión de hacerlo.
-Tu sangre huele tan dulce.
Eso no hizo más que confundirla.
Vampiro, pensó, pero eso era imposible.
Cuan equivocada estabas querida Emily.
Sintió algo afilado clavarse en su cuello y un profundo dolor recorrerle toda la columna vertebral.
Acababa de empujarla con tanta fuerza contra el árbol que perdió los sentidos unos segundos, y la había clavado los dientes en el cuello, aunque de lo afilado que estaba podían ser perfectamente colmillos.
Pero de repente paró.
Sacó su cabeza del cuello de la rubia estando más pálido de lo que ya era antes, parecía horrorizado, casi aterrorizado.
Su sonrisa lobuna se había borrado y había sido sustituida por una mueca mal fingida.
-Sangre de híbrida. - dijo para él mismo sorprendido.
Giró por donde había venido y echó a correr a una velocidad inhumana, en menos de un segundo ya se había perdido de vista.
Respiró agitada, todo había sido muy rápido, se tocó el cuello con rastros de sangre y cubrió la herida con su propia mano para que no sangrase.
Caminó intentando encontrar rumbo a casa, se había perdido por completo.
Pero entonces recordó el amuleto que colgaba de su cuello.
Puede que un día sin sueño hubiese servido de algo.
Lo miró con atención esperando algún cambio en él, se suponía que su función era materializarla en el lugar de un ser querido más cercano a su localización.
Lo había comprado con la única esperanza de encontrar a su abuela, de que todavía siguiese aquí, pues Axel le había dicho que hubo un tiempo en el que era conocida por todos en este lugar.
Pero ahora podría servirle para otra cosa: llegar junto al chico azabache.
Solo tenía que considerarlo un ser querido, habían compartido momentos juntos, de estrés, terror, angustia, habían sobrevivido juntos aquella noche cuando fueron atacados por cuervos y no la había dejado atrás cuando la habían engullido las ramas.
Incluso habían compartido cama, aunque solo habían dormido.
Se suponía que solo con pensar en él bastaría, pero no era la primera vez que pensaba en Axel, alguna vez había pensado en él, pero solo para consultarle dudas.
Nada más.
Tocó el colgante púrpura, nombró su nombre, pensó con todas sus fuerzas en él, pero nada resultó, no había forma.
Y justo cuando empezaba a pensar que tendría que pasar la noche allí el lugar ante sus ojos cambió por completo.
Ya no estaba todo oscuro, el lugar era iluminado por velas y candelabros. Ya no hacía frío, la chimenea mantenía la casa caliente. Ya no estaba sola, un sorprendido y preocupado Axel se encontraba frente a ella.
Lo primero que hizo fue abrazarla y preguntar por su herida y quien lo había hecho, lo segundo fue regañarla como si fuera una niña pequeña, y lo tercero casi en automático fue volver a abrazarla y llevarla a curar la herida.
No sabía cuándo habían ganado tanta confianza como para el contacto físico, pero muy en el fondo le gustaba, tan al fondo que no tenía por qué decirlo.
Pero estaba en casa.
Y eso era lo importante.
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