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i will be okay ✶ chapter 0

voy a estar bien ✶ capítulo cero ❜ 



Marsella se determinaba, normalmente, por una dicotomía matutina: la clase de personas madrugadoras, y aquellas cuyo sueño se alargaba demasiado.

Ares Gilmore, sin duda, pertenecía a primera especie de personas. En efecto, era en ella, extraño el dormir mucho tiempo. Casi nunca más de cinco o seis horas. El tiempo de Ares Gilmore transcurría de forma diferente al del resto de las personas.

Por eso mismo, aquella madrugada, en específico, la mañana del jueves a las cinco-cuarenta-y-siete de la mañana, Ares Gilmore se encontraba sentada sobre la alfombra persa de su habitación, con una maqueta del Coliseo Romano a casi terminar. Mordía su lengua en signo de concentración, y sostenía uno de los ladrillos pequeños de cartón para terminar de pintarlo con tonos marrones y grises para darle el último toque de antigüedad.

Fuera de la habitación, el departamento ya había comenzado a despertar. Se escuchaban los pasos tranquilos y los murmullos graves de su padre, y de la pareja de su padre. Ambos hombres sabían bien que seguramente Ares estuviese despierta a esa hora, pero desde que ella tenía uso de razón, siempre lo hacían. Era algo de ellos dos.

Acomodó el último de los ladrillos en la maqueta y se puso en pie, caminando descalza hasta el baño, para asearse y vestirse. Pasados un par de minutos, salió de nuevo, vestida con un pantalón gris, un chaleco a juego y un par de botas militares. Tomó la maqueta del sueño y se detuvo frente a la puerta, viendo que se había equivocado al traer la maqueta en ambas manos y no poder abrir la puerta para salir.

Refunfuñó entre dientes, pues traía el par de pinceles sucios entre los labios, y la taza vacía del té nocturno que bebió antes de dormir y el vaso de aluminio con peces dibujados que consiguió en un bazar en Londres, repleto del agua café por la pintura, en medio de la maqueta. Si se movía, y el líquido se vertía en su trabajo, se vería arruinado.

Pateó la puerta un par de veces con la punta de goma de la bota, y esperó, viendo al techo que estaba adornado con estrellas de latón.

—¿Capitán? —preguntaron al otro lado de la puerta. —¿Te has quedado encerrada?

« Tengo las manos ocupadas », dijo entre dientes, y se hizo a un lado cuando escuchó cómo su padre empujó la pesada puerta de madera. Entonces, Morgan Gilmore la saludó con sus preciosos ojos azules —mismos que ella heredó—, y una ligera sonrisa.

—Buenos días, cariño —saludó éste, tomando el vaso de los peces dibujados y el par de pinceles, dejándola pasar por el estrecho pasillo hacia la sala de estar.

Morgan Gilmore iba vestido ya con un traje tweed oscuro, y una corbata tinta a juego con el pañuelo de su saco. El cabello bien peinado, recién afeitado, con un ligero aroma que arrastraba, a café y colonia, y papel.

Era un hombre de una belleza casi ridícula. Y también tenía una personalidad que te invitaba a volcar el corazón por él. Todo mundo lo adoraba. Era, sin duda, la característica principal de los Gilmore.

Ares dejó la maqueta en la isla de mármol de la cocina. Tomó una taza limpia, sirvió café humeante y cogió un croissant de mermelada de zarzamora de la bolsa de papel sobre la encimera.

—Tengo clase de cálculo a las siete, y la exposición de Historia a las once, ¿podrías llevarme a St Joseph? —preguntó ella, siguiéndolo con la mirada.

Morgan Gilmore asintió sin mediar palabra, revisando carpetas en su maletín, y anotando un par de cosas en su agenda con su precioso y costoso bolígrafo Montblanc.

God morgon, familj* —Ares ladeó la cabeza en dirección al pasillo, por el cual apareció Philippe, con un traje parecido al de su padre, en un tono verdoso y una camisa a juego con el color de la corbata de Morgan, las manos en los bolsillos y una sonrisa amable en el rostro. (Buenos días, familia).

—Buen día, Nuwanda —saludó Ares, y permitió que Philippe le besara la coronilla.

—Tengo que irme, Mo... ¿nos vemos en la oficina? —preguntó en dirección al hombre que seguía viendo sus papeles.

Bien sûr, chérie, on se voit au bureau... conduis prudemment, il pleuvait hier soir* —respondió Morgan, alzando los ojos por un segundo para despedirse de él, Philippe le respondió con una sonrisa y un guiño. (Claro cariño, nos vemos en la oficina... maneja con cuidado, estuvo lloviendo anoche).

—Nos vemos, Capitán, suerte en tu exposición —se despidió, tomando su maletín y saliendo por la puerta, no sin antes tomar su gabardina, el termo de café y la bufanda.

Una vez quedaron solos y sumidos en el silencio matutino, Ares acomodó su mochila y las cosas que tenía que llevar al colegio ese día. Se sentó en el sofá un rato, y hojeó uno de sus proyectos.

—Tengo que hablar contigo de algo, Ares... —dijo Morgan entonces, acercándose incómodo y serio.

Ares cerró el cuadernillo y lo observó. Hubo cierta bestialidad temerosa en la figura erguida y seria de su padre. No solía ser el tipo de hombre que se veía tocado por la incomodidad o la vergüenza, mucho menos la inseguridad. Era mucho peor cuando la llamaba por su nombre, cosa que rara vez sucedía.

—¿Qué sucede? —preguntó, frunciendo el ceño cuando lo vio sentarse en la mesilla de madera pulida frente al sofá donde ella se encontraba.

Morgan pareció pensarlo un segundo, miró más allá de ella y luego barrió la habitación con un deje de melancolía y amargura. El semblante le cambió, jamás había visto a su padre de esa forma.

—Papá...

Morgan la detuvo con un ademán de mano, y entonces, Ares pudo ver por primera vez en años, el atisbo de lágrimas en los ojos de su padre. Éste tragó saliva y la miró en aquel momento.

—Jamás he deseado que seas un secreto en mi vida, lo sabes, ¿no? —comenzó.

El corazón de Ares dio un vuelco en su pecho, y boqueó un par de veces sin saber cómo responder a esa pregunta. Pensó en la infinidad de posibilidades del porqué esa cuestión, y sobre todo, esa actitud.

—Siempre has sido mi alma, Ares... incluso antes de que tu madre... —siguió, y se detuvo.

Ares lo vio flaquear, y se exaltó cuando escuchó las últimas palabras. No se hablaba de Monica Durand en esa casa desde hacía años.

Monica Durand había sido tan solo un soplo efímero en la vida de Ares. Un parpadeo rápido de un fantasma de la vida infantil que llevaba antes de verla salir por la puerta para no volver nunca. No hubo nada más en la vida de Morgan Gilmore en aquel entonces. No hubo abuelos, ni hermanos, ni primos. Solo quedó Philippe Ragnarsson cuando Monica se fue. Philippe y Ares.

—Sé que te preguntas todo el tiempo por mi familia... en dónde está, qué le pasó, por qué no los vemos... pero todo eso es parte de un pasado que deseé olvidar desde que tenía diecisiete años, y me temo que es momento de hablar de ellos —siguió Morgan, viendo sus manos.

Ares tragó saliva, notoriamente confundida.

—Papá...

—Cuando tu madre quedó embarazada de ti... vino a París, sin mí. No quiso decirme, hasta que la obligué. Entonces, cuando supe que estaba embarazada, le dije a Philippe que tenía que irme, y dejó todo, a expensas de su fideicomiso, y vino a Francia conmigo. Ese día cortamos lazos con ambas familias. La suya y la mía. Vinimos a Francia con casi nada, salvo la idea de un bebé —siguió, sin permitirle decir nada. —Vivimos en un cuarto de hostal por casi tres meses en lo que veíamos qué hacer, y Monica no quería hablar con sus padres sobre el embarazo porque ello significaba matrimonio forzado entre ella y yo. Si los Durand hubieran sabido, también los Gilmore...

Ares parpadeó un par de veces, el nudo en su estómago bastante notorio. La confusión era mayor que el resto de sentimientos. Era demasiada información. Demasiada familia. Demasiada historia. Un pasado que no conocía. Que jamás se imaginó en preguntar, mucho menos en saber.

« Ronald me pidió que te dijera que Seamus le dijo que Dean le dijo a Parvati que Hagrid te busca. »

—No... no entiendo porqué me dices todo esto. Si te alejaste de ellos, fue por algo —respondió ella, en voz baja. Tenía los ojos enrojecidos y un nudo en la garganta.

Morgan largó una risotada calmada y se limpió los ojos con una mano para deshacerse de las lágrimas que acechaban con salir.

—La firma... nos ofreció un ascenso a Pippe y a mí, en Nueva York... —siguió, aún más preocupado.

Ares alzó las cejas y tomó asiento de nuevo. Estuvo a punto de decir algo, cuando Morgan volvió a interrumpirla.

—Tienes planes, y los respeto... sé que quieres ir a Oxford con Cicerón y que tarde o temprano quieres viajar sola, como siempre lo has hecho, además, Europa ha sido tu casa por diecisiete años, pero... —

—Es una oportunidad única —lo interrumpió ella, con una ligera sonrisa divertida en los labios. —Aquí jamás tendrán un ascenso, y no sé tú, pero ese trabajo paga mis gustos y muchas otras cosas más...

—Capitán... —siguió Morgan.

Ares se encogió de hombros.

—Philippe y tú han esperado por ese ascenso por años, papá... —dijo ella, cruzando la pierna. —Siempre han querido algo más que una oficina compartida en un segundo piso, y si conseguirla significa dejar unos cuantos planes sin concretar... por mí está bien.

Vio la hora en su celular. El colegio estaba a media hora en auto, faltaban cuarenta minutos para entrar a clases. Se recargó y esperó la reacción de su padre.

—Oxford no es un plan que se puede tomar a la ligera, cariño...

—Oxford es solo una universidad. Por mí, podría plantarme hasta la cabeza en un jardín y fingir ser una patata —dijo ella, bromeando un poco. Morgan suspiró. —Lo que quiero decir es, que hay más universidades en el mundo. Oportunidad de un ascenso... eso, es cosa de una vez, creo que Pippe y tú lo merecen.

Morgan cambió su semblante, pasó de preocupación a cariño en un segundo, y de repente, ya era el mismo tipo adorable de siempre. Se sentó junto a ella y le pasó un brazo por los hombros.

—Muchos padres desearían tener una hija como tú, ¿sabes eso? —dijo Morgan, acariciándole la cabeza.

—Respecto a lo de tu familia... he aprendido a lo largo de mi corta vida, que la gente que no quiere estar, no va a estar. Sucedió con mamá, y seguro sucedió con tus padres. No los conozco, no sé cómo son, o qué esperaban de ti. Solo... es extraño pensar que al otro lado del mundo hay personas con tu mismo código genético. Jamás se me hubiera cruzado por la cabeza que yo sería un secreto —dijo en voz baja.

Los dos permanecieron en silencio un par de minutos.

—¿Conocen a Philippe? —preguntó, poniéndose de pie y tomando su mochila, que no era más que una bolsa de cuero marrón.

Morgan suspiró y se talló la cara nuevamente con la palma de una mano.

—Sí, lo conocen —respondió, colocándose la gabardina y la bufanda, saliendo del departamento seguido de su hija.

—¿Y? ¿Saben ellos que están juntos? —preguntó Ares, bajando los escalones por delante de su padre, mirándolo por encima de su hombro.

—No. Nunca apreciaron a Philippe. Decían que era la mala influencia de los dos. Éramos dos chicos descarriados, siempre de fiesta en fiesta y de problema en problema... ya sabes, lo que hace el dinero y el privilegio. Vivíamos reprobando materias y metidos en la oficina de los directores, casi nos expulsan en tres ocasiones y no había nada que un cheque a la escuela no arreglara... era la vida asquerosa de ser un Gilmore en Connecticut —respondió Morgan, recordando todo. —Claro, para los amigos de mis padres éramos dos tipos encantadores. Ya conoces a Philippe, es capaz de quemar el mundo solo pidiéndolo « por favor ».

Ares sonrió ante las memorias de su padre. Seguro habría sido divertido salir con ellos de jóvenes. Jamás se imaginó que su padre sería ese tipo de adolescente. De Philippe lo creía un poco más, ¿pero de Morgan? Jamás.

—¿Y tú no? Vamos, debiste ser increíble antes de los veinte... —secundó, bromeando.

—¡Auch! ¿Quiere decir que ya « no estoy en onda »? —bromeó él también, saliendo a la calle.

Hubo un momento de silencio entre los dos, viendo cómo el cielo se tornaba más claro con cada minuto que transcurría. Ambos se dirigieron al viejo Cadillac negro de Morgan, y éste le ayudó con la maqueta antes de que se derrumbara la estructura.

Cuando los dos terminaron de acomodarse en el interior del auto, Morgan encendió el motor, y Ares lo miró un par de segundos.

—Voy a estar bien... —dijo ella, entonces. Morgan frunció el ceño y la observó. —Me refiero a que... todo va a estar bien. Philippe y tú merecen ese ascenso. Me has dado todo lo que he querido, siempre, sin rechistar, sin un « pero ». Como dije... Oxford es solo una universidad.

—¿Qué hay de Cicerón? ¿De tus amigos? ¿De todo lo que haces, como el ballet, las clases de piano, las tiendas de antigüedades, y ropa de segunda mano? —cuestionó Morgan, apabullado.

—Bueno, supongo que allá también hay todo eso. Me acostumbraré si aceptas el trabajo —respondió, sonriéndole.

—¿Y tus viajes de fin de semana en tren? —continuó él, enumerando el sinfín de actividades que solía tener su hija todo el tiempo.

—¿En América siguen viajando el carreta o algo? —bromeó ella. —Papá, voy a estar bien. Solo quiero que tomes la mejor decisión. Agradezco que lo hablaras conmigo, pero no me molesta en lo absoluto. De acuerdo, me siento extraña, sabiendo que todo este tiempo he tenido « familia » al otro lado del mundo, pero la familia no es solo sangre... la familia es aquella que elegimos. Ciro, tú, Philippe, Camille... ustedes son mi familia. Los que lleven tu apellido, aquellos que te dieron la espalda, son solo extraños para mí.

—¿Y la terapia, tu terapeuta? —preguntó Morgan entonces.

Ares sonrió triste. Estaba diagnosticada con Trastorno de Ansiedad, rara vez tomaba el medicamento, pero tenía que mantenerse ocupada la mayor parte del tiempo para evitar los ataques. No era algo sano, ella lo sabía, pero al menos funcionaba.

—Hay algo llamado « videollamada », papá —respondió. —Deja las preocupaciones de lado, es mejor que hables con Philippe sobre todo esto, yo voy a estar bien con cualquier decisión que tomen... ¿puedes avanzar? Voy a llegar tarde a la escuela, y tengo examen de Cálculo a las siete.

Con esas últimas palabras, Morgan arrancó el auto y saldaron el tema. Ya tendría tiempo de hablar con Philippe, solo esperaba que Ares pudiese hablar también con su mejor amigo.






karadelrey ✶ 2025

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