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Y tal como Jimin sospechaba, su padre no tenía ninguna intención de hacer las paces con él o ensayar algún tipo de perdón ante su hijo quien se había alejado de la familia producto del rechazo de la misma hacia él y todo lo que representaba.
Sus padres jamás aceptarían a un homosexual entre ellos, sin importar que Jimin fuera su primogénito y heredero principal de las industrias de su padre. Esa era una condición que ellos repudiaban y rechazaban desde el fondo de sus tripas.
Padeció los embates de esas mentes retrógradas desde temprana edad, y naturalizó el odio y el desprecio porque les creyó cuando le decían a diario, que él era un enfermo.

Arribó casi alba a su ciudad natal y se dirigió directamente a la clínica donde yacía internado su padre. No tenía ni ganas ni voluntad de soportar las miradas de desprecio de su madre.

Tenía la fuerte corazonada que nada bueno vendría tras este llamado pero en el fondo de su corazoncito había guardado la esperanza de que su padre, casi tocando las manos de la parca, ablandara su espíritu de piedra y lo aceptara tal y como él es. Quiso creer en las palabras de Jungkook que le decían que tal vez se trataba de un momento de reconciliación frente a la inmediatez de la muerte.

Y aguardó fuera de la habitación VIP donde Park MinJun se encontraba, hasta que el séquito de consejeros serviles y arrastrados que siempre rodearon a su padre, le permitiera ingresar.
La primera en salir fue su madre. Se inclinó ante ella porque puede que la deteste, pero es una persona mayor y sigue siendo la que lo parió.

—Hola, Jimin. Podrás ver a tu padre en un momento.

—Buen día. ¿Por qué estoy aquí? ¿Para que me llamaron?

—Tú padre quiere hablar contigo. Él no necesita darte explicaciones, Jimin, sigues siendo su hijo y tu obligación es obedecer.

—¿Obedecer? ¿De qué libro de la prehistoria caíste, madre? Yo no les debo nada a ustedes. Ni a ti, ni a ese hombre que dice llamarse mi padre. Por mí puede morirse ya mismo...

La madre camino llena de tranquilidad hasta él y le dio una bofetada que retumbó en todo el piso.

Estuvo a punto de darle otra pero él sujetó su muñeca e impidió que lo hiciera.

—Nunca, escúchame bien, nunca vuelvas a tocarme. Ya no soy el niño del que abusabas, maldita mujer. Vuelves a ponerme tu sucia mano encima y te juro que no responderé de mis actos.

La madre retrocedió con espanto ante la cara desencajada de su hijo y casi hubiera caído de no ser por JiHyun, su hijo menor, que la sostuvo de la espalda.

—Hermano, ¡Qué gusto verte! ¿Acabas de llegar? Debes estar agotado.

Se olvidó por completo de la madre y corrió al encuentro de Jimin.

Jimin con su cara aún colorada y ardiente por la cachetada recibida, gesticuló una mueca que intentaba ser una sonrisa y se dejó abrazar por su carismático hermano.

—Jiminnie que bien se te ve, hyung. ¡¡Escuché tu último disco, es realmente asombroso!!

—JiHyun, qué alto estás, dongsaeng. Y muy guapo, hermanito. Te he extrañado.

—Yo también, Jimin. Mi vida aquí ha sido bastante complicada, ya sabes -Señaló con la cabeza hacia el rincón donde su madre aún seguía de pie, observándolos con las manos hechas puños y echando fuego por los ojos.
Era impensable que dentro del metro sesenta que ella tenía, pudiera caber tanto odio y tanto desprecio por su propio hijo. Incomprensible, realmente.

—¿Sabes por qué me han llamado?

—Jimin, papá está desahuciado, le quedan pocos días de vida.

—¿Y eso a mí por qué me importaría?

—Jimin, hermano, es nuestro padre.

—Él solo me dio la vida. Eso no lo convierte en alguien a quien yo respete o ame. Tú mejor que nadie sabe absolutamente todo a lo que fui sometido.

El hermano lo envolvió entre sus brazos porque no encontraba palabras de consuelo ante esa realidad espantosa. Jimin se acurrucó en ese abrazo por un buen rato sintiendo los latidos de su hermanito, que aunque fuera menor que él, era notoriamente más alto y más corpulento.

Uno de los asistentes del padre, salió de la habitación e indicó que podía pasar.

El hombre estaba conectado a más máquinas de las que podía contar, pero lo habían acomodado de modo que se encontraba con su espalda apoyada en el respaldo de la cama.

Saludó inclinándose en señal de respeto, que aunque no se lo tuviera, al igual que a su madre, eran mayores y en eso en su cultura, se honra.

—Acercate, necesito que me escuches.

No le dijo hola, no lo llamó por su nombre, ni siquiera lo miró a los ojos cuando comenzó con un discurso planeado y muy meditado.
El poderoso señor Park dueño del mayor imperio de producción naval de Surcorea, jugaba una pulseada con la parca pero eso no lo amedrentaba a la hora de hacer que su primogénito se pusiera de rodillas ante sus necesidades.
Y él se acercó, porque en su sistema aún quedan rezagos de miedo que se activan ante este hombre violento y demandante con quien lo único que comparte es el ADN que heredó por fuerza de la naturaleza.

—Llegas un día tarde.

—Llegué en cuanto HaNeul me llamó.

—Escúchame bien, no queda tiempo. Ya debes saber que tengo las horas contadas.

Ni siquiera lo miraba como para saber si su hijo le estaba prestando atención o no. Él solo seguía hablando acostumbrado a que todo el mundo le rindiera pleitesía.

—Mis abogados y escribanos te harán llegar mi testamento...

Jimin sintió un escalofrío, sabía que lo próximo que escucharía no sería nada bueno.

—Eres mi primogénito, sobre tu cabeza caerá mi poderío. Mis empresas, mi imperio y todo mi dinero.

Él hizo no con la cabeza y su melenita rubia bailó sobre su frente. Pero ni un solo par de ojos de los que estaban presentes lo observaban.

El siguiente vómito verbal expulsado de la boca del moribundo, sería el más indigno y aborrecible sermón que Jimin escucharía en su vida.

—Tienes veinticuatro horas para contraer matrimonio con la mayor de las hijas de mi socio. Te casaras con ella, renunciarás a toda aquella cosa inútil a a la que te dedicas y por supuesto abandonaras a todos de tus pervertidos amantes. Esa vida inmunda y promiscua se acabó para ti, Park Jimin.

Jimin boqueaba sin dar crédito a la bestial violencia que ese hombre era capaz de disparar sobre él. Sobre su propia sangre, sobre su vástago.
Sintió que era su momento de hablar. Nunca más se quedaría callado.

—¿De qué se trata esta estupidez? No caeré en tu trampa MinJun, me importa muy poco, tú, tu imperio y tu dinero...

—Debería importarte, Jimin, si no firmas y no cumples lo de la boda, tu madre quedará en la ruina.

Jimin giró donde estaba su madre que lo miraba con odio y él le devolvió el desprecio esbozando una sonrisa pérfida.

—¿Dejas en mis manos el destino económico de la mujer que más daño me ha hecho en la vida? Creo que va ser muy placentero para mí ver cómo se hunde tu imperio y con él toda la gente de mierda que te rodea.

El viejo no esperaba menos de Jimin, por eso tenía un as bajo la manga...

—Cuando hundas mi imperio, tu hermano también se irá al fondo.

—Nunca, yo tengo dinero de sobra para que él se quede conmigo y trabaje de lo que desee. No puedes conmigo, maldito. No te lo permitiré.

Definitivamente él no estaba listo para lo que se venía.
Vio una sonrisa macabra marcarse en el rostro cadavérico de su padre.

—Habla con tu hermano. Y regresa con una pluma negra a firmar el contrato. No te demores, «hijito».

Él hubiera desenchufado cada máquina para que ese ser diabólico se asfixiara frente a sus ojos. Odiaba a su padre y a todo lo que él significaba. Giró para salir disparado de allí y al ver la sonrisa de triunfo que su madre exhibía, sintió náuseas y sintió la necesidad de ladrar cerca de su cabeza para demostrarle todo su desprecio. No lo hizo. Claro que no, ella era la perra, él no. Caminó haciendo sonar fuerte sus pasos y estrelló la puerta tras su salida.

¿Qué era eso que tenía que hablar con su hermano y que su padre consideraba que era tan importante como para que él cambiara de opinión y terminara cediendo ante su obscena extorsión?

¿Qué?

Sintió miedo, pensó en Jungkook. Temió lastimarlo. Temió que aquello que su padre había pergeñado para doblegar su voluntad y su espíritu terminara reventándolo a él y por añadidura lastimando al amor de su vida.

Necesitaba de su abrazo de sus besos.
Necesitaba a alguien de su lado entre tanto enemigo.










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