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Capítulo 3 - As de Copas


As de Copas. Armonía, fertilidad, felicidad; inicio de un gran amor.

INVERTIDO:

Discordia, falso amor, inestabilidad.

Fernando estaba registrándose con mucho nerviosismo en el hotel. La razón de su inquietud no era el hecho de que la mujer que estaba aguardándolo para subir con él no era su esposa de doce años. Estaba perfectamente acostumbrado a darse sus escapadas cada y cuando. Además, se encontraba en un viaje de negocios en otra ciudad, así que era casi imposible ser descubierto.

La razón era que la mujer que había conocido apenas unos minutos antes en la recepción era la criatura más hermosa que jamás había visto en su vida. Irradiaba sensualidad por cada uno de sus poros, cada mirada, cada movimiento parecía estar intencionalmente dedicado a provocar deseo. Y su aroma. Si pudiera embotellar el olor natural de esa chica se haría millonario vendiéndolo como afrodisiaco.

No podía creer su suerte cuando él la abordó y ella correspondió de inmediato a sus insinuaciones. Casi parecía que había estado esperando por él. La recepcionista le entregó la llave y llamó al botones para que cargara su equipaje.

Subieron los tres al elevador, el botones se paró junto a la puerta dándoles la espalda. Ella lo miró directo a los ojos, sonrió y le dio un apasionado beso. Con la mano izquierda comenzó a acariciarle el paquete entre sus piernas. Él por su parte comenzó a apretarle los pechos.

La puerta del ascensor se abrió, el botones volteó para indicarles que lo siguieran. Ambos estaban parados con normalidad, como si nada hubiera sucedido. Los llevó a su habitación y les mostró las instalaciones. Él no puso nada de atención, sólo afirmaba y lo apuraba para que se largara cuanto antes. Todavía no terminaba de mostrar todo cuando Fernando puso un billete de veinte dólares en su mano y con poca sutileza lo empujó hacia el pasillo del hotel, azotó la puerta y echó cerrojo.

Apenas dio la vuelta y la chica estaba sobre él besándolo y arrancándole la ropa. El intentaba hacer lo mismo con ella con desesperación, desprenderla de ese encantador vestido blanco que tanto le había excitado ver en ella. Era demasiado bueno para ser cierto; a la mujer más sensual del mundo le gustaba vestirse justo como a él le gustaba. Parecía salida de una película de los años 60, incluso llevaba botas de bailarina gogo, cubrían hasta debajo de la rodilla, de plataforma y tacón ancho. Hasta llevaba una diadema en su cabello negro como la medianoche el cual estaba algo esponjado en la parte de arriba. Demasiado bueno para ser cierto.

En segundos estaban los dos desnudos sobre la cama. A ella parecía gustarle tomar el control, lo había empujado para que cayera de espaldas y luego se había montado sobre él. Hundió su erección dentro de ella profundamente. Ella se agachó para besarlo, introdujo lengua tan dentro de su boca que él casi sentía que se ahogaba, luego se arqueó hacia atrás apoyando las manos sobre las rodillas de él, mirando al cielo y jadeando. El espectáculo que él podía observar era sublime, exquisito, sus enormes y firmes pechos se balanceaban con cada movimiento que hacía, no pudo resistir mucho, disparó su descarga dentro de ella.

Ella parecía estar en éxtasis, de pronto lo miró con un gesto de sorpresa y decepción.

—¿Qué pasa? No los siento —dijo ella con su hermosa y seductora voz.

—¿De qué hablas? ¿Acaso no te gustó?

Ella puso sus manos sobre su vientre haciendo una mueca de desagrado.

—Tu esperma, no lo siento dentro de mí.

—¿Qué? ¿Pero cómo podrías sentir eso?

—Contesta estúpido, ¿por qué no siento tu esperma? —preguntó esta vez con ira en su voz. Su hermoso rostro notaba cierta ferocidad que lo intimidó hasta la médula.

—Pues porque no. Me hice la vasectomía hace años, después de que mi cuarto hijo naciera.

—¿Hiciste qué? Pedazo de imbécil

—¡La vasectomía! Disparo balas de salva con un demonio, ¿Qué mierdas te pasa? Eres una puta loca.

Ella puso ambas manos a los lados de su cabeza, acercó su rostro a unos cuantos centímetros del suyo. Horrorizado vio que sus bellos ojos grises ahora eran amarillos como los de un perro salvaje. Sintió su respiración sobre su boca, no podía creer que lo que antes era un aliento fresco mentolado ahora le llegaba como una espantosa fetidez que le revolvía el estómago. Su cabello parecía haber cobrado vida, podía verlo moverse por su cuenta ya que no había ninguna corriente de aire que lo hiciera.

—Odio perder mi tiempo. —Ahora su voz era profunda y cavernosa— Me llevaré tu esperma por las malas, lástima, hubiera preferido la otra forma.

Aterrado comenzó a gritar pidiendo auxilio. Ella puso una mano, más bien una garra sobre su cara, presionando su quijada y manteniéndola cerrada, reduciendo sus gritos a meros pujidos. Sus uñas afiladas se clavaban en su cuello y mejillas. Él tomó su antebrazo con ambas manos y trató de remover la garra de su rostro, pero le era imposible, tenía una fuerza descomunal.

Aun cuando era obvio que nada podría hacer contra su gran fuerza, a ella pareció molestarla que la tomara de esa manera, así que con su mano libre tomó uno de sus antebrazos y apretó. No se detuvo hasta que ambos huesos crujieron bajo la presión, él se convulsionaba de dolor, pero nada podía hacer. Para su horror, repitió la acción con el otro brazo.

Ella se desmontó, su pene estaba aún erecto a causa de la adrenalina y algo más. Sin soltar la cabeza de Fernando, con la mano libre apretó fuertemente la base del miembro. Acercó su cabeza a la punta y sacó la lengua, larga delgada y bifurcada como de serpiente. La introdujo por el orificio de la uretra y penetró profundamente por ella. Él pataleaba y trataba de gritar sin poder hacerlo mientras lágrimas de dolor y desesperación manaban de sus ojos. Ella dobló su cuerpo en una forma grotesca y levantó una pierna. Su pie parecía una enorme mano. Sus dedos estaban exageradamente alargados y sus uñas igualmente largas y afiladas. Con esa extremidad tomó ambos tobillos y los inmovilizó sobre la cama para que dejara de patear.

El insoportable ardor llegó hasta sus testículos cuando la larga lengua los alcanzó. Podía sentir como los lamía desde dentro del escroto. Los enrollaba y apretaba fuertemente a cada uno. Su corazón comenzó a latir erráticamente. Ya ni siquiera podía intentar gritar más. Estaba paralizado del dolor.

Una vez obtenido lo que deseaba, sacó la lengua de su interior. Se volvió a montar sobre él. Su miembro seguía duro como roca. Soltó su quijada. Él abrió la boca, pero ni siquiera podía emitir ya sonido alguno. Sólo parecía tragar bocados de aire como un pez sacado del agua mientras la miraba horrorizado. Toda su piel estaba cubierta de un fino vello grisáceo. Su nariz achatada mostraba unas enormes fosas nasales que se agrandaban y reducían con cada respiración. Sus orejas se habían vuelto enormes y puntiagudas, membranosas, casi transparentes.

—¿Qué te pasa, ya no te gusto? —preguntó mientras volvía a moverse arriba y abajo, sonriendo mostrando un juego de dientes afilados como puntas de cuchillos.

Con sus manos velludas comenzó a acariciar el torso de él, y de pronto, hundió sus garras en su estómago. Él sólo apretó los puños hasta clavarse sus propias uñas en sus palmas manchando las sábanas con su propia sangre. Ella sacó poco a poco las vísceras y las frotó contra su cuerpo extasiada, bañándose de rojo. Casi al mismo tiempo que él exhalaba su último aliento, ella tuvo un intenso orgasmo emitiendo un chillido que hizo estallar las ventanas.

«Era demasiado bueno para ser cierto.»

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