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Capítulo 2 - Arcano XIV - La Templanza


La Templanza. Consideración cuidadosa, paciencia, moderación, adaptación, compostura, reflexión; paciencia uniendo dos opuestos, combinándolos cuidadosamente; buen matrimonio; trabajando en armonía con otros, habilidad directiva; algo se está preparando; gran talento y creatividad; luchando por trascendencia a través del trabajo; alquimia; la unión de los opuestos refinada por el fuego de la voluntad.

INVERTIDO:

Desorden, conflicto, mala combinación, peleas; posibilidad de naufragio; desarreglos.

 

Después de un par de calles había comenzado a arrepentirse de no llevar su automóvil. Aunque su destino estaba apenas a unas cuantas cuadras de su morada, el intenso calor ya lo estaba haciendo sudar. Como un insecto que se refugia bajo las piedras, él buscaba protegerse del sol bajo cualquier atisbo de sombra disponible, las cuales no abundaban, ya que el astro rey estaba casi en su cénit.

Atravesó el viejo centro de la ciudad, con sus antiguos edificios, vestigios de una época dorada, de bonanza y progreso. Todo echado a perder por la codicia e ineficacia de los mediocres gobernantes de esta ciudad (y de todo el país en general). Los otrora lujosos almacenes departamentales ahora eran vulgares tiendas de saldos, con paredes descascaradas y fachadas en ruinas. Infinidad de locales cerrados con sus puertas y ventanas tapiadas para evitar que se conviertan en nidos de malvivientes. Sólo unos pocos negocios habían logrado sobrevivir las últimas décadas.

Pasó por el callejón junto a catedral llegando a la avenida buscada, llegando por fin al lugar pactado. Respiró aliviado al entrar, sintió el aire acondicionado como una bendición del más benigno de todos los dioses. Saludó al cajero y se sentó a esperar en su mesa favorita.

Había varias razones por las cuales había escogido ese lugar para recibir a su potencial clienta.

Muy pocas personas sabían esto: sin importar cuáles sean las creencias de la gente, el hecho de que un lugar de adoración al que cientos de personas dirigieran su fe diariamente creaba una pequeña área en dicho lugar con cinco puntos alrededor que funcionaban como «zonas de gracia» en las que era muy difícil —si no imposible— que entidades negativas pudieran entrar, manifestarse o incluso hacer algún tipo de adivinación sobre lo que sucedía ahí. Por lo que no era mala idea discutir casos en los que podría haber alguna fuerza sobrenatural involucrada en uno de esos lugares. Por desgracia, el punto central y el más poderoso era el mismísimo altar de catedral, por lo que sería poco factible hablar de negocios ahí; un rincón del local (justo donde estaba su mesa favorita) estaba casi exactamente 70 metros al este del altar de la iglesia, uno de los cinco puntos mencionados; de los otros cuatro, uno estaba dentro de un banco, otro a mitad de una calle muy transitada, otro dentro de un edificio abandonado nada hospitalario, y el último en otro restaurante, pero era de mariscos, y no era buena idea comer mariscos en verano.

La segunda razón era que conocía bien a la gente que trabajaba en dicho lugar, eran personas muy agradables.

Y la tercera era que la comida ahí era muy buena.

Para este momento ya sentía el estómago pegado al espinazo, no había comido nada desde el día anterior, ordenó la comida del día y una limonada. Aún faltaban varios minutos para las dos de la tarde, así que posiblemente podría disfrutar su comida antes de que ella llegara, además tenía la impresión que no arribaría con puntualidad.

Tenía razón, terminó de comer a las dos y cuarto y aún no llegaba. No sabía cómo lo hacía, parecía ser nato en él, pero con sólo escuchar la voz de una mujer podía intuir muchas cosas sobre ella, incluso su propia apariencia física. Casi nunca se equivocaba. Esta vez al hablar con ella por teléfono, la imaginó como una mujer de cabello rubio rizado, estatura promedio, delgada, atractiva, de ojos claros y de unos veinticinco años. Por alguna extraña razón, sólo funcionaba cuando escuchaba la voz de mujeres, jamás con hombres.

«Vaya, parece que no he perdido el toque» pensó cuando la vio llegar. Era justamente como la había imaginado, lo único que no había visualizado era que además usaba anteojos. Ella entró dudosa al lugar, notablemente extrañada por su elección; de hecho, estaba considerando volver a salir a la calle para asegurarse de que ese era el restaurante más cercano a la iglesia cuando lo vio ponerse de pie y señalarle la silla vacía frente a él. Ella se acercó despacio a él frunciendo el ceño por la duda y la curiosidad.

—¿Es usted el señor Dante Mondragón?

—Sólo Dante por favor, háblame de tú, ¿y usted es...? —preguntó mientras le extendía la mano.

—Edith Noriega, bueno, sólo Edith, tampoco me hables de usted —respondió correspondiendo el saludo. Luego ambos se sentaron, a ella le pareció un poco extraño que él se moviera rápidamente tras ella para acomodarle la silla, la caballerosidad era un fino arte en vías de extinción.

Ella seguía observando la decoración del lugar. Era un lugar familiar, casi infantil, hasta había pinturas de Blanca Nieves con todo y los enanos en las paredes.

—Es un lugar raro para un detective —expresó ella—, esperaba una especie de bar, o al menos un restaurante chino. Bueno, nunca he visto a un detective de verdad, pero he visto muchas películas. Ahora me siento un poco tonta, hasta esperaba ver a un hombre con gabardina y sombrero Fedora. ¡En pleno verano!, debe hacer como cincuenta grados allá afuera.

—Cuarenta y siete para ser exactos, lo dijeron hace un momento en la radio —contestó sonriente—, lo siento si no cumplí tus expectativas.

—¡Qué pena!, lo siento tanto, claro que no. En verdad me siento ridícula por lo que dije.

—No hay problema, tienes razón, es un lugar poco ortodoxo, pero tengo mis razones para venir aquí. ¿Deseas algo de comer antes de hablar del asunto?

—Oh no, comí antes de venir, sólo un poco de agua.

Le indicó al mesero que les llevara una jarra de agua y vasos, luego vació sus bolsillos buscando la libreta y el bolígrafo. Al hacerlo sacó también sus llaves, al verlas su rostro denotó algo de molestia.

—¿Algún problema? —preguntó ella.

—No, nada importante, parece que perdí el llavero seguramente se desprendió cuando venía hacia acá. Pero no importa, aquí quedaron todas las llaves —luego inquirió:

—Y bien, ¿cuál es el problema?

—Verás, como comenté, mi mejor amiga, de hecho, mi cuñada, era hermana de mi novio, fue asesinada en su casa hace casi un mes —sus ojos se pusieron vidriosos al recordar esto—. Hasta ahora no han averiguado nada, y sospecho que no lo harán. Su hermano quedó destrozado, la quería mucho, eran muy unidos. Fue idea de él pedir su ayuda, quería venir él mismo, pero tiene varios días sintiéndose mal de salud, así que me pidió a mí que viniera en su lugar.

—Bueno, voy a necesitar todos los detalles posibles sobre tu amiga.

Llevaba un bolso muy grande, de él sacó una carpeta y se la entregó.

—Entre Iván y yo hicimos un resumen con todos los datos personales de ella, incluso escribí todo lo que vi el día anterior. Incluyendo la descripción del sujeto de quien sospecho, aunque no creo que esto último sea de mucha ayuda, ya verás por qué. También anoté mis datos de contacto y los de Iván, teléfonos, e-mail, etc.

Abrió la carpeta y encontró un par de hojas impresas por computadora y unas fotos. Una de las hojas contenía todos los datos generales de la víctima, incluyendo su fecha de nacimiento, domicilio, trabajo y otras cosas. Otra hoja contenía un relato de los sucesos acontecidos previos a su fallecimiento. Resultaba que ambas chicas además de otras amigas habían ido a un club nocturno la noche anterior, y la última vez que la vieron con vida fue al retirarse del lugar con un hombre no identificado. «Es una verdadera lástima, que desperdicio» pensó con algo de cinismo al ver la foto de la víctima. Era en verdad muy hermosa, podría decir que aún más que la chica que tenía frente a él.

—Aquí dice que la señorita Sandra Quintero era soltera y vivía sola. Me parece algo raro teniendo un hermano, no es muy común en nuestro país que los hijos solteros dejen «el nido».

—Oh sí, verás, ella era hija de Rodolfo Quintero, —el nombre le sonó conocido— el dueño del grupo AQSA, ya sabes, uno de los empresarios más conocidos de la ciudad. Pero a ella no le gustaba esa vida, siempre en las páginas de sociales, con chofer y guardaespaldas. Así que desde muy joven se independizó, llevaba buena relación con su familia, pero no decía a nadie quien era. Llevaba una vida «normal» sin lujos y sin llamar la atención. Yo la conozco desde niña, nuestras familias son amigas desde hace años, mi padre también es socio del grupo AQSA.

—¿Y cuáles fueron los detalles inusuales en este suceso?

—Bueno, fueron varios: el principal fue el hecho de que los peritos del caso dictaminaron que ella estaba embarazada al momento de su muerte, y no sólo eso, sino que estaba casi al final de la gestación. Eso no es posible, ella no me hubiera guardado un secreto así. Además, mira esa foto, la del vestido azul. Esa fue una selfie que se tomó en el espejo de su casa el día anterior a su muerte. Yo estaba ahí cuando la hizo, fue justo antes de ir al bar. ¿Te parece una mujer a punto de dar a luz?

—Definitivamente no —contestó él mirando, o más bien dicho admirando la fotografía, dicho vestido era muy ajustado, dejaba ver unas generosas curvas. No había ninguna posibilidad de que una mujer con una cintura tan breve pudiera estar en la última fase de un embarazo.

—La policía sugirió que el asesino se llevó el «producto», ya que la forma en que la mataron fue... espantosa, le abrieron el estómago con un cuchillo y la dejaron desangrarse. —Se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar— Era tan buena, jamás le hizo daño a nadie, no merecía nada así... Y no encontraron ningún rastro de ningún bebé en la escena.

—Lo siento mucho, esta vida es demasiado injusta. Generalmente la gente más buena, decente y productiva es la que más sufre.

—Ahora lo sé bien. Otra cosa rara, es que cuando hablamos al respecto, mis amigas y yo parecemos no recordar bien la apariencia del hombre con el que se fue. Todas estamos de acuerdo en que era muy atractivo y varonil, de cabello negro y ojos grises. Pero fuera de eso se nos escapan detalles. Incluso discrepamos en la forma en que iba vestido, yo recuerdo haberlo visto con unos pantalones caquis y una camisa azul, pero una amiga asegura que llevaba toda su ropa negra y cabello largo, y otra que traía una camisa a cuadros y botas vaqueras. Y te aseguro que no estábamos ebrias ni usamos drogas.

—Pues tienes razón, no es algo muy común, pero créeme que he escuchado y visto cosas similares, no es imposible.

—¿En serio?, gracias, es un gran alivio. Eres la primera persona que no dice que estamos locas. Y hay algo más, verás, yo tengo ciertas habilidades desde niña. No sé por qué las tengo, pero también veo cosas y... —No pudo evitar notar una leve sonrisa y una expresión de incredulidad en él. Él ya había perdido la cuenta de cuántas veces había escuchado esa historia. Todo el tiempo se cruzaba con personas que creían tener habilidades psíquicas sólo porque juraban haber soñado algo que luego había sucedido (obviamente no recordaban el sueño hasta después de que el hecho ya hubiera pasado), o que creían poder adivinar el futuro sólo porque pensaban en una persona y en ese momento llamaba por teléfono—. ¿No me crees verdad?

—No digo eso, es sólo que he escuchado eso muchas veces.

—¿Recuerdas ese llavero que perdiste?, piensa en él —dijo tomando su mano. Cerró los ojos un par de segundos y los abrió de repente, sus irises verdes parecían tener un halo dorado alrededor. Lo miraba fijo sin pestañar, pero sintió que no lo miraba a él, parecía estar viendo algo situado varios metros a su espalda. Lo traspasaba con la mirada. Sintió una descarga eléctrica recorrer su cuello y espalda.

»Es una espada. Con empuñadura azul —dijo con su propia voz, pero que de alguna manera parecía otra, no sabía por qué—. Está en el suelo. En el callejón al lado de catedral. Cerca del segundo poste de luz... Nadie lo ha visto aún. Se ha estacionado una camioneta negra en ese lugar —En verdad no esperaba eso, la sorpresa lo hizo pensar en otra cosa sin querer.

»Dime un número del uno al trece... Bien, tenemos los enamorados, el as de espadas, la muerte y el diablo... Espera un momento, déjame recordar... —al escuchar la palabra «recordar» su mente se fue a un momento especial de su vida, un momento que lo cambiaría para siempre.

»NO, Daphne, mírame, no te vayas. Esto es mi culpa, maldita sea, si tan sólo lo trajera conmigo, juré que te cuidaría, que nada te pasaría, te fallé. Quédate Daphne, mi amor...

Dante alejó su mano rompiendo el contacto con ella. Ella parpadeó un par de veces y sus ojos volvieron a ser como antes. Miró en todas direcciones, los comensales habían volteado a verlos extrañados.

—Soy su maestro de teatro. Estamos ensayando, disculpen la molestia —explicó Dante.

—Wow, eso fue intenso, nunca había tenido las visiones tan vívidas, supongo que es porque tú estás muy conectado con estas cosas. Disculpa si te hice recordar un momento desagradable.

—No hay problema, fue hace mucho tiempo —mintió, la verdad le dolía igual o más que el día que había sucedido.

—Y bien, ¿ahora me crees?

—Puedes apostarlo. —Ahora sus ojos eran los que estaban vidriosos.

—Bueno, pues también a veces presiento cosas. Cuando vi al sujeto con el que Sandra se fue, a pesar de lo atractivo que me pareció, tuve un muy mal presentimiento. Traté de convencerla de que no se fuera, pero no me hizo caso. Luego, cuando pude entrar a su casa después de que se llevaron su cuerpo, sentí una presencia muy intensa ahí. Asfixiante, diabólica, pero a la vez insinuante, voluptuosa, atrayente. Fue muy confuso, quería salir corriendo de ahí, pero a la vez me sentía, bueno, me da mucha pena decir esto... apenas te conozco, pero podría ser un detalle importante; incluso creí sentir algo de excitación del tipo... erótica. —Se le fue el color a la cara al decir esto.

—En definitiva, valdrá la pena investigar esto.

—Oh, no hemos hablado de tus honorarios, no tengo idea de cuánto cobra una persona como tú.

Tomó una de sus tarjetas de presentación y anotó algo al reverso.

—Esta es mi tarifa semanal, más gastos por supuesto.

—¿En serio? De verdad creía que sería más costoso.

A Dante le gustaba mucho lo que hacía, cuando los casos involucraban cosas sobrenaturales le gustaría investigarlos hasta sin cobrar. Sin embargo, tenía muchas cuentas que pagar, y por desgracia la vida real no era como los videojuegos, en los que al destruir a un monstruo o demonio éste dejaba caer monedas de oro.

—Ya me lo habían dicho, no soy codicioso.

—Bueno, quisiera pedir una cosa más, me gustaría acompañarte en esta investigación, creo que con mis habilidades podría ser de utilidad.

—¡NO!, definitivamente no, ¿en serio quieres hacer algo así? Estamos tratando con un asesino despiadado, no puedo permitirme arriesgarte de esa manera —exclamó él de manera tajante.

—Estoy dispuesta a hacer todo lo posible por ayudar a que el culpable pague lo que hizo, no me importan los riesgos, podría pagar el doble, el triple.

—No es cuestión de dinero, no puedo permitirme una responsabilidad así.

—Está bien —asintió desanimada—, pero si cambias de idea o crees que puedo servir en algo no dudes en llamarme, en verdad me gustaría hacer más. Siento que estas habilidades que tengo deberían usarse en algo provechoso, y no dedicarme a encontrar llaves y carteras perdidas.

Su punto era muy válido, él pensaba de la misma manera sobre sus propias habilidades.

Ella sacó su chequera y le giró un documento a su nombre.

—Aquí tienes, es lo de dos semanas. Si necesitas algo más no dudes en llamarme.

—Gracias, comenzaré de inmediato.

Se levantó de la mesa, él también lo hizo para despedirse de ella.

—Ah, casi lo olvidaba, ¿una Master Sword? ¬—indagó ella.

—Sí, es de colección, además es muy útil para destapar botellas. Conoces de juegos.

—Un poco, a mi novio le encanta Legend of Zelda.

—Ya me cayó bien, parece ser un gran tipo.

—¡Sí que lo es! —dijo con una gran sonrisa y su rostro se iluminó—, hasta luego y mucho gusto, estaremos en contacto.

—El gusto fue todo mío, Edith.

Ella dio media vuelta y salió, él no pudo evitar admirar su figura al alejarse. «Por dios, que bonito trasero —pensó—. Si tan sólo fuera yo al menos 10 años más joven.»

Tomó su cuaderno y anotó un resumen de todo lo que ella le había contado. Pagó la cuenta, tomó sus cosas y salió de nuevo al calor abrasador.

Al pasar por el callejón, ahí estaba la camioneta negra estacionada junto al segundo poste. Se agachó junto a ella y, bajo la sombra del auto, ahí estaba su llavero. Lo recogió y lo enganchó de nuevo al anillo. «Sí que me serían útiles esas habilidades, pero no. El riesgo es demasiado grande, no puedo permitir que suceda de nuevo.»

Se encaminó de nuevo a su departamento, pensaba dormir de nuevo, comenzaría a investigar más tarde, posiblemente hasta el siguiente día. En el camino sendas lágrimas corrieron por sus mejillas mientras recordaba de nuevo.

«Daphne...»

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