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Capítulo 12 - Arcano VII - El Carro

El Carro. Triunfo, victoria, superación de obstáculos, esperanza, conquista; buena noticia inesperada; gran autocontrol, habilidad para determinar el propio destino; gran fuerza física y mental; velocidad, viaje.

INVERTIDO:

Desorden generalizado; enfermedad; peligroso descontrol; peligro de un accidente violento; malas noticias; fatiga; falta de tacto; mala conducta; actividad afiebrada y sin reposo.

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Después de la poco agradable entrevista con el padre de Edith, Dante regresó a su oficina. Aún no recibía respuesta de la amiga de Carlos. Intuía que se tomaría algo de tiempo para responder, sí lo hacía. De cualquier manera, decidió «adelantarse» un poco. Llamó una vez más a su clienta.

—Hola, Dante, ¿qué nuevas me tienes?

—Hola, Edith. Creo que voy a necesitar salir de la ciudad, haré un viaje relámpago a Las Vegas.

—Oh, ¿asunto personal o de trabajo?

—De trabajo, de hecho es sobre tu caso. Quiero visitar a un viejo amigo que puede tener un tomo que necesito.

—¡Qué bien! Por un momento pensé que querías ir a apostar.

—Sólo apuesto cuando hay una posibilidad de ganar.

—Y supongo que me llamas porque necesitas dinero para el viaje.

—No del todo. La verdad quería saber si podías acompañarme. Será rápido, sólo estaremos allá un par de horas y regresaremos.

—¡¿En serio?! —contestó muy emocionada—. No creí que me permitirías acompañarte de nuevo, mucho menos que me lo pedirías. Por supuesto que quiero ir.

—Esta vez sí estoy 100% seguro de que no habrá peligro. De hecho puede que sea algo aburrido, es un viaje largo. Pero creo que me ayudarías bastante a tener éxito en lo que necesito hacer.

—No hay problema, quiero ser útil. ¿Cuándo salimos?

—Lo más pronto que puedas.

—Podemos ir ahora mismo. Bueno, en unos minutos, en lo que me arreglo.

—¿Segura? Por mí está perfecto, pero son casi seis horas de camino, llegaríamos después de la medianoche.

—¡Claro!, podemos turnarnos para manejar. ¿Estás en tu oficina?

—Sí, aquí estoy.

—Entonces nos vemos ahí en un rato.

—O.K. Te espero.

Pasó poco más de una hora cuando Edith estaba tocando la puerta del despacho de Dante. Él abrió y la invitó a pasar. Notó con agrado que de nuevo llevaba pantalones vaqueros, además vestía una blusa blanca que se abotonaba por el frente, se ajustaba a su cintura resaltando sus generosas curvas. También llevaba su larga melena rizada sujeta tras su cabeza con una peineta y muy poco maquillaje. Edith era de esas chicas que se miraban hermosas tanto muy producidas como con total sencillez.

—No tenías que subir las escaleras, podías haberme llamado y yo bajaba.

—No hay problema, de hecho quería disculparme con tu amiga, Bertha. Ya sabes, creo que la ofendí la otra vez.

—Para nada, en serio, no la ofendiste. Pero si quieres comprobarlo la llamaré. Déjame ver si quiere venir, como te dije, es algo tímida.

Dante salió de la sala de espera por una puerta, segundos después regresó seguido de Bertha. Edith creyó recordar que llevaba exactamente la misma ropa que el día anterior, «Tal vez sea un uniforme, no sé en qué trabaja. O puede que tenga mucha ropa parecida» pensó ella.

Bertha se notaba nerviosa a más no poder, daba pasos muy cortos, frotaba las manos constantemente, incluso parecía que le temblaban los labios.

—Hola, Edith, ¿verdad? —saludó ella tropezando con sus propias palabras. Parecía tratar de forzar una sonrisa en su boca.

—Hola, Bertha. Sólo quería aclarar lo de la otra vez, nunca quise hacerte sentir mal, o incómoda.

—No te preocupes, no fue nada. Es sólo que no estoy acostumbrada a llamar la atención.

—Pues debe ser muy difícil para ti. Eres muy bella, lo digo en serio.

—Gracias, pero por lo general no me cuesta mucho trabajo pasar desapercibida. —Ahora sonreía con naturalidad, parecía haber entrado en confianza.

—Bueno, espero que podamos ser amigas. —dijo Edith, luego extendió su mano hacia ella invitándola a estrecharla. El rostro de Bertha volvió a mostrar algo parecido a miedo. Volteó a ver a Dante como suplicando.

—Discúlpala, Edith, pero tampoco le gusta el contacto físico, ya sabes, una de esas manías —aclaró Dante.

—Oh, no hay problema. De hecho tengo un par de amigas que son así —agregó Edith sonriendo de nuevo.

Bertha le devolvió el gesto, se veía tranquila de nuevo.

—Bueno, tal vez otro día podamos conversar más. Parece que fue hace décadas cuando hablé con otra chica por última vez —declaró Bertha, ahora mucho más amistosa—. Los dejo para que se vayan a su «misión». Nos vemos pronto, Edith. —Se despidió de ambos agitando una mano y volvió a salir por la puerta que entró. No había forma de que Edith lo supiera, pero esa corta charla había dejado a Bertha bastante conmocionada. Pero había sido sincera, deseaba hablar con ella otra vez. Dante era un gran amigo, pero extrañaba hablar con otra mujer.

—Me da gusto que hayas aceptado venir, después de lo de ayer cualquier otra persona huiría de mi compañía —dijo Dante.

—¿Bromeas? La noche pasada fue lo más emocionante que he experimentado en mi vida. Por cierto, con toda la locura de ayer no te pregunté sobre algo que dijo Sabato. Creo que lo llamó «arma espiritual». Tengo mucha curiosidad sobre eso.

—Claro, déjame mostrártela, sígueme.

Pasaron a través de la puerta por la que Bertha salió, llegaron a una especie de sala. Edith dedujo que además de oficina, también era la casa de Dante. Pasaron por un angosto pasillo con otra puerta al final, la abrió con una llave que llevaba con él.

—En este lugar almaceno cosas que pueden ser peligrosas. Algunas contienen poderosas maldiciones, otras puede que las tengan, pero no he tenido tiempo de estudiarlas a todas. Las he ido adquiriendo en mis viajes y en los casos en los que he trabajado —dijo Dante mientras entraba y encendía la luz.

—¿En serio? ¡Qué interesante! —exclamó Edith al entrar, luego se llevó la mano a la frente, la vista se le nubló y sintió un repentino mareo.

—Oh disculpa, es por esto —explicó él mientras señalaba la cara interna de la puerta, ésta tenía una multitud de runas grabadas en toda su superficie—. Es un hechizo de antipatía. Si llegara a irrumpir una visita indeseable, jamás entraría a esta habitación. Lo desactivé al entrar, pero todavía quedan efectos residuales, se te pasará en un instante.

Y así fue, segundos después el mareo remitió. Edith miró todo lo que había a su alrededor. Las paredes estaban llenas de repisas con objetos de todo tipo: espejos, muñecas, espadas, cajas de música, hasta muebles. La corriente de aire causada por la puerta al cerrarse hizo que una blanca manta cayera al suelo descubriendo un cuadro que reposaba sobre un caballete.

Edith quedó fascinada por la pintura. Medía aproximadamente un metro y medio por uno veinte. Mostraba el retrato de una bella mujer desnuda, recostada de manera seductora sobre una cama con dosel. Su hermosura escapaba a cualquier descripción. Edith supuso que el artista debería ser un verdadero genio, un maestro para haber podido realizar semejante obra de arte. Su cabello era negro como noche sin luna. Tenía dos esmeraldas por ojos. Sentía como dichos ojos de apariencia felina la miraban directo al centro de su alma, notaba que la seguían cada que se movía. La ropa de cama era bastante peculiar, era roja. Pero un tono tan intenso, tan vibrante, que ella no recordaba haber visto jamás un rojo así. Las ondulaciones provocadas sobre la tela por el peso de la mujer asemejaban olas en el agua. Era como si flotara en un mar de sangre haciendo resaltar su piel trigueña.

Su vista se posó sobre la esquina inferior derecha donde pudo ver la firma del artista. Estaba garabateada de manera caótica con largos trazos verticales, de una manera que transmitía desesperación, frenesí.

«Vincent»

Edith estiró la mano hacia el cuadro y avanzó muy despacio hacia ella, quería tocar ese rojo, ese carmín irreal que irradiaba vida. ¿O más bien la absorbía?, parecía hacer ambas cosas a la vez.

—Yo en tu lugar no lo haría —aconsejó Dante. Edith se detuvo, salió de su trance y volteó a verlo sobresaltada—. Aún no compruebo si en realidad está maldita o si su fama se debe sólo a improbables y trágicas coincidencias. El autor de esa pintura enloqueció, su obsesión por la mujer del retrato lo hizo cometer actos indescriptibles. Terminó muy mal. "La Gata", ese es el nombre de la pintura, ha pasado por muchos dueños. Todos han tenido destinos igual de macabros que el autor: Muertes horrendas, locura, cárcel, miseria...

—Gracias por la advertencia, me alegro de no haberla tocado.

Dante recogió la tela y cubrió el cuadro de nuevo, luego abrió un cofre que estaba sobre el suelo, extrajo un cuchillo y se lo mostró a Edith.

—Ésta es, el «arma espiritual» de Sabato.

—¿Esa es? —desdeñó Edith—. Creo que esperaba algo más... no sé, ¿extraordinario?

—Lo suponía —respondió Dante sonriendo. El objeto parecía un cuchillo de cocina común y corriente, un poco más grande que el promedio, pero nada sobresaliente—. Y las hay, pueden tener cualquier forma, generalmente son armas de filo: dagas, espadas, incluso hachas. Aunque también pueden ser mazos, garrotes o martillos. Cualquier cosa que sirva para realizar sacrificios de sangre. El único requisito es que debió ser consagrada a alguna deidad y ésta aceptó y otorgó su aprobación al objeto. Un sacerdote puede realizar dichos sacrificios con cualquier otra cosa, pero tiene mucho más probabilidades de agradar a su dios y ganar su favor si lo realiza con el arma consagrada.

»Y sí, existen de metales preciosos, adornadas con joyas y con diseños extravagantes. Pero Sabato comenzó su culto de una manera muy humilde, era un simple pescador cuando hizo sus primeros rituales. Cuando ganó poder y riquezas decidió mantener su cuchillo original. Pudo consagrar otra cosa, algo más digno de su estatus, pero al parecer es algo nostálgico.

—¿Quién lo iba a imaginar? Si lo viera en cualquier otra parte pensaría que no es nada especial.

—Lo sé, por eso lo guardo aquí, para que no caiga en manos inocentes. Este objeto tiene tanta maldad dentro, que provocaría los peores pensamientos hasta en el más casto de los santos.

—Sin embargo, tú lo tomas como si nada.

—Bueno, yo no soy ningún santo —agregó con una media sonrisa en el rostro.

—Un momento, hace rato hablaste sobre dioses, deidades, como si en verdad existieran muchas.

—Y existen. Hay miles de ellas, tal vez cientos de miles. Nacen y mueren todo el tiempo. Claro, algunas de ellas viven por eones, pero igual su hora les llegará. Incluso me he encontrado cara a cara con un par de ellas.

—No sé si estoy lista para saber más sobre eso. Creo que podría hacer añicos todo en lo que he creído durante mi vida.

—No te preocupes, no hablaré más sobre el tema si lo prefieres. ¿Te parece si nos vamos ya?

—¡Por supuesto!

—Ese es mi automóvil —indicó Dante al llegar a la calle.

—Creo que iríamos más cómodos en el mío —sugirió Edith, señalando su Jeep Cherokee negro que estaba aparcado en la acera de enfrente—. Como dijiste, será un viaje largo. El mío es mucho más espacioso. Si quieres yo manejo la primera parte del camino.

—Perfecto, por mí está bien.

Se disponían a cruzar la calle para llegar a su Jeep cuando una vocecita muy conocida por Dante, que denotaba el inminente paso de los años y la falta de toda su dentadura llamó su atención.

—Dante, Danny, ¿Cómo estás?

—Muy bien doña Úrsula, ¿y usted? —le contestó a una venerable anciana que se había acercado a él. Pequeña y frágil, su encorvadísima espalda parecía haber situado su cabecita cubierta de cabellos de plata a la altura del pecho. Caminaba con pasitos pequeños e irregulares.

—Pues cómo voy a estar, vieja y enferma, ¿de qué otra manera?

—Eso dirá usted, pero yo la veo muy sana y guapa.

—Adulador como siempre. ¿Y quién es la linda señorita que te acompaña?, no andarás de viejo verde ¿o sí?

—Claro que no, es una clienta, estamos trabajando.

—Hola señora, me llamo Edith.

—Buenas tardes muchacha, mucho gusto —saludó la anciana, luego volvió a dirigirse a Dante—. Ya sabrás a que vengo.

—Lo sé Úrsula —contestó apesadumbrado—, no he hablado con ella al respecto, pero en cuanto vuelva le preguntaré.

—Por favor, pregúntele de nuevo —Su voz y semblante se entristecieron—. Necesito que me perdone, ya no me queda mucho tiempo. No sé si sean días o semanas, pero si de algo estoy segura es que me iré pronto, cosas que se sienten en el alma. No quiero dejar este mundo sin saber si me ha perdonado. Dígale que lo siento tanto, me arrepiento cada día de mi vida.

—Se lo haré saber, se lo prometo.

—Gracias, muchas gracias, volveré en unos días si el Señor me da vida suficiente —dijo con los ojos llenos de lágrimas y se alejó a paso muy lento.

—Linda ancianita, ¿una clienta tuya?

—En realidad no, es la hermana de Bertha.

—¡Eso no es posible! ¡Debe tener como novena años!

—Noventa y cuatro si recuerdo bien. Creo que no me corresponde contarte su historia, pero tal vez Bertha lo quiera hacer, ahora que son amigas.

«Y si supieras que Úrsula es la hermana menor» pensó Dante.

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Gracias por seguir acompañándome.

¿Quisieran saber más sobre el cuadro que impresionó tanto a Edith?

Entonces conozcan su historia. Lean el relato «Rojo Carmín»

https://www.wattpad.com/story/59138291

De la genial autora: @Wanda_V

Una querida amiga y talentosa escritora. Eso sí, les advierto que sus relatos son muy intensos y no aptos para personas sensibles. ;)

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