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Roseanne había sido una niña muy sensible, le gustaban los dulces, bañarse en el lago, armar ramilletes y coronas con flores silvestres; amaba la sopa de su tía Morín, los vestidos que ella le confeccionaba y disfrutaba de los quehaceres de la casa. Pero también era responsable y valiente, le encantaba jugar a las escondidas con su hermano, y era divertido pastorear junto a Taehyung, se auto proclamaba líder por ser mayor y pobre del que se atreviera a contradecirla. Llorar no era algo típico de ella, si bien sabia contenerse a pesar de estar aterrorizada, nunca dejó salir una lagrima.
Pero ahora se encontraba llorando como un bebe en brazos de su querido primo Taehyung; incluso había considerado la muerte del muchacho y toda su familia. Estuvo de luto muchos años y eso le causo varios problemas.
Taehyung secó sus mejillas empapadas y levantó su rostro apoyando su frente en la de ella. Tenía un sinfín de preguntas para hacer, pero poco tiempo antes de que Dalia regresara.
- Roseanne escúchame. - pidió. – Primero, limpia tu rostro, hay una palangana junto al espejo. - la chica obedeció y enjuago su rostro donde se le indicó y luego él continuó: –No es muy buena idea que la gente de este palacio sepa de ti y de mí.
- ¿Por qué? Digo...- se corrigió. - Sé que algo malo cubre este lugar, pude sentirlo en cuanto toque el suelo con mis pies descalzos, pero... ¿Por qué estás aquí? - preguntó mirándolo a través del espejo.
Si bien habían pasado muchos años, Roseanne no podía creer que el chico frente a ella fuera el malcriado de Taehyung. El niño que le gustaba jugar y hacer bromas pesadas había sido reemplazado por un hombre serio, maduro y responsable; no necesitaba investigar demasiado para saber que lo era. Desde que llegó no había dejado de escuchar su nombre, y aunque en su mente no cabía la posibilidad de que él y su primo fueran la misma persona, se dejó cautivar por una pequeña llama de esperanza. El pequeño lunar en la nariz le dio la respuesta que necesitaba.
- Tengo mis razones, ahora estoy bajo las órdenes del príncipe Yoongi, el sucesor del sultán, muchos me odian por el lugar que ocupo y matarían por quitarme del medio. Aun así, no pueden tocarme, pero podrían hacerte daño para desestabilizarme.
Roseanne sonrió, definitivamente ese no era el mismo Taehyung, sin embargo, compartían el mismo ser.
- ¿Cómo es que llegaste hasta aquí? – preguntó entonces.
-Es una larga y aburrida historio. - respondió levantando los objetos que habían caído al piso. –Ahora, tú eres una de las damas de compañía de la sultana Lisa. Dalia es la dama principal. La sultana es una persona encantadora, pero ten cuidado con Dalia, es algo...arisca. - Roseanne asintió, si algo aprendió de su antigua vida era fingir obediencia para evitar problemas con las siervas con complejo de princesa. – Cuando sea el momento te buscare y hablare contigo adecuadamente.
En cuanto volvió a su lugar tras el escritorio alguien llamó a la puerta con instrucciones para Taehyung.
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Una de las muchachas del harén fue encargada de guiar a Jungkook hasta los aposentos. Los pasillos del palacio eran amplios, el decorado era tan ostentoso como el mismo presumía ser. El detalle en los arcos y columnas eran realmente una obra de arte. El azul, rojo y oro eran protagonistas y los detalles florales saturaba los vitrales de cristal, las cortinas de terciopelo y las alfombras estaban echas delicadamente a mano para constatar la riqueza del lugar.
Al llegar a destino Jungkook reparo en los detalles que rodeaban la puerta de entrada, solo los más allegados al sultán y su familia tenían la dicha de gozar ciertos lujos y el dueño de aquellos aposentos parecía haberse ganado realmente la simpatía del Príncipe Yoongi.
Aunque el cuarto en su interior era un poco más simple de lo que esperaba, aún mantenía las comodidades adecuadas para alguien de su posición. Jungkook pensó que tal vez no sería tan terrible su estadía en aquellas tierras.
-Taehyung se encuentra ocupado. -habló la joven. - Pronto estará aquí y le dará la bienvenida adecuada. -ella se retiró dándole privacidad en lo que se instalaba en su nueva habitación.
Tomó posesión de la cama que se encontraba en un rincón ciego a la izquierda de la puerta junto a una pequeña ventana y vacío la bolsa de viaje con sus escasas pertenencias.
Quince minutos después las puertas volvieron a abrirse, ingresando, en esta ocasión, un joven de su misma edad con rasgos delicados pero contrariado.
-No es necesario que desempaques, en cuanto se desocupe algún cuarto are que muden tus cosas allí. - y sin más se volvió a marchar.
-Así que ese era Taehyung. - pensó para sí, e inmediatamente sonrió; su compañero de habitación resultó encantador a primera impresión.
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Pocas veces Jimin se había sentido tan expuesto y vulnerable.
La vida lo había obligado a ser cauto ante cualquier desventura, era un completo experto en mantener las apariencias. Las personas solían caer ante sus encantos, se podría decir que era un excelente actor y un gran seductor. Sus rasgos dulces, pero definidos, le permitían ser alguien versátil, y también lo hacían ver accesible, nadie podría sospechar que sus manos estaban manchadas. Y se habría sentido culpable de no ser porque sabía que esas personas se lo merecían.
Pero ahora se encontraba temblando como un niño en la que era su habitación desde hace varios días; un cuarto pequeño que compartía con dos personas, los mismos se encontraban demasiado ocupados jugando una partida de ajedrez como para notar que algo en él no andaba bien.
Mientras el príncipe Yoongi se encontraba fuera del palacio él estudió el catillo en su totalidad y repasó su personaje una y otra vez. Siempre era cuidadoso por lo que en ningún momento levantó sospechas y pudo evadir por completo al hombre de confianza del príncipe, quien supo identificar inmediatamente como alguien de mucho cuidado. Solo esperaba que realmente no se convirtiera en un obstáculo.
Sin embargo, ahora dudaba llevar a cabo con éxito la misión. El príncipe Yoongi lo hacía temblar. Se había enfrentado a hombre de apariencia ruda y salvaje, hombres de poder y cero astucias como hombres sumamente vivaces y temerarios, ninguno comparado a los delicados rasgos del príncipe y la mirada penetrante exigente de respeto y sumisión. Jimin inmediatamente sintió la necesidad de someterse ante ese hombre y eso le aterró desde el primer momento en el que lo vio, oculto tras los arboles del jardín, bajar del carruaje el día que regresó.
En cuanto Azad finalmente lo llevó con él la sensación de desnudes era increíblemente abrazadora. Sus palabras eran torpes e inseguras. Quería correr y decirle a su amo que se negaba a llevar acabo la orden, pero sabía que si lo hacía sería castigado y encerrado; y tal vez ultrajado como la vez en que intento huir.
No, Jimin no quería eso, pero se sentía incapaz de actuar contra el príncipe y más aun sin su joya. Ese prendedor era una promesa a la cual se aferraba con mucho fervor y pese a que fue una promesa infantil, tenía la esperanza de no haber sido olvidado aún.
El llamado a la puerta hizo que dejara a un lado sus pensamientos.
-Atiende. - ordeno uno de sus compañeros sin quitar la mirada del tablero.
Jimin asintió mientras se ponía de pie y abría la puerta.
-Joven. - saludo una mujer arrugada. –Su majestad, el príncipe Yoongi, me ha pedido que le enseñe sus nuevos aposentos.
Jimin parpadeo confuso, giro hacia los hombres en la habitación y tembló, luego miro a la mujer nuevamente y asintió en lo que tomaba sus cosas tratando de ignorar la severa mirada de quienes hasta entonces habían sido su carcelero; ellos solo estaban allí para vigilarlo.
-Mandaremos a alguien para que mude el resto de sus cosas, ahora solo lleve lo indispensable joven. - anuncio la mujer al ver a Jimin vaciar su guardarropa.
-Claro. -susurro él, y marcho con algunas pertenencias en el saco.
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Se sentía aliviado de no ser vigilado por esos hombres. Si bien sabía que aún no le quitarían los ojos de encima al menos podría descansar adecuadamente sin preocuparse de que alguno quisiera desquitarse con él.
La habitación estaba muy bien, demasiado bien para lo que estaba acostumbrado. Aunque cualquier cosa era mil veces mejor que la habitación húmeda y el colchón sucio al que estaba confinado. Exhalo derrotado al pensar en que momentáneamente tendría que volver a ese lugar y esperar a que el señor Azad le asignara una nueva orden.
Dejo sus cosas sobre la cama, la habitación estaba demasiado oscura y a él le gustaba la luz.
Se acercó a la ventana y corrió las cortinas, le sorprendió el notar que en realidad era una puerta; esta llevaba a un balcón. La abrió y salió al exterior sintiendo como el viento lo abrazaba y le daba confort. Ahora se encontraba a gusto, relajado después de mucho tiempo. Tal vez era un presagio, algo bueno sucedería o solo era la fantasía de sentirse libre nuevamente. Frente a él, el extenso bosque se abría en el horizonte y el pueblo, que se encontraba del otro lado de la muralla, estaba más vivo que nuca, era su pueblo, lo recordaba bien.
Suspiro dejándose mimar por los suaves rayos del sol que pintaban su rostro dorado. Inclinado sobre el muro que lo separaba del vacío, apoyó sus brazos y cerró los ojos disfrutando de la cálida caricia volviéndose somnoliento al instante.
El príncipe no perdió detalle de ese momento, observo a Jimin asomarse al balcón desde el establo, se acercó logrando pasar desapercibido a pesar de estar montado sobre su caballo. Volvió a identificar la mirada triste en él, pero más relajada.
El muchacho se veía joven y apuesto, no había dudad de que un buen artista ambicionaría plasmar sus rasgos en algún lienzo. Si así fuera él guardaría celosamente cada cuadro en un cuarto especial. Era extraño, pero no podía dejar de mirar y no quería que nadie más lo contemplara como él lo estaba haciendo ahora.
-Majestad, está todo listo. - habló Jaebum.
Yoongi, aun hipnotizado, asintió. En cuanto salió del letargo tiró de las crines de su caballo y este rechinó llamando la atención del chico en el balcón. Un giño, una sonrisa y se lanzó al galope hasta la salida del palacio como el gran jinete que presumía ser. El príncipe estaba seguro de haber visto un brillo de asombro y admiración en los ojos redondos del muchacho que le llenó el pecho de ego y satisfacción.
Jimin dejó escapar un suspiro tembloroso en cuanto el príncipe desapareció de su vista, con el corazón sacudido y el rostro ardiendo volvió al cuarto cerrando las puertas y dejándose caer al suelo avergonzado. Temía bajar la mirada, pero ya sentía la molestia bajo su ropa. Corrió a la puerta, coloco traba y miró. Esa era la respuesta a todo lo que el príncipe Yoongi provocaba en él. Su miembro quería atención, mucha atención y no de cualquier tipo, puesto que sus manos no eran capaces de aliviar el calor incluso cuando fue más allá de su propia erección.
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Recuerden que acepto críticas y si tengo errores márquenmelos así los corrijo.
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