Prólogo
Milán, Italia
Desde hacía un año, padre y hija vivían en un departamento en Milán por el trabajo del primero, mientras que la joven tomaba clases en la universidad de Bellas Artes de dicha ciudad.
Ernesto siempre había querido que su hija lo acompañara a presenciar algunas de las carreras para las que él trabajaba como ingeniero jefe de una de las escuderías más importantes pero la muchacha no tenía intenciones de estar en esos lugares.
Ésta vez en el comienzo de un nuevo año, no fue la excepción y el argentino volvió a insistirle a su hija que lo acompañara.
―Papá, sé que quieres que te acompañe pero sabes que yo no quiero meterme en tus asuntos y menos estorbar. Las cosas ahí son rápidas y no me gusta bloquear el paso de nadie, siempre están a contrarreloj y lo entiendo pero no me pidas que vaya ―le comentó intentando por lo menos dejar que le insistiera con algo que no pretendía ser parte del mundo de su padre.
―Aunque sea podrías ir conmigo hoy, quedarte en el hotel mientras yo estoy en el circuito y estar en la carrera del domingo y luego te dejaré tranquila. Sé muy bien que no te gusta meterte en cosas ajenas a ti o que no son de tu interés pero me gustaría que estuvieras para apoyarme ―le expresó su padre con sinceridad y sujetando sus manos con las suyas.
Sabía bien que su progenitor siempre le pedía que lo acompañara a dichos eventos pero ella no quería saber nada al respecto, solo se dedicaba a ponerle empeño en sus esbozos para practicar y en ir a las clases de modelo vivo y movimientos, nada más. Su vida personal giraba entorno a eso, ser una estudiante con una genial beca completa.
Pero su padre volvió a insistirle una vez más y mirarla como un corderito a punto de ser degollado y con un suspiro, le dijo que por esa única vez lo acompañaba.
―Parece que no dejarás de insistirme, así que iré ―le respondió casi en un aprieto―, pero solo por esta vez, sabes bien que no voy a perder clases por algo que quieres tú. Entiendo que quizá te sientas solo y que tienes que viajar pero no me metas en el medio de tu trabajo porque no me gusta, si voy contigo, es para que me dejes de insistir ―le emitió con seriedad.
―Te lo agradezco porque sé que para ti es algo nuevo y no estás acostumbrada a mi trabajo pero estoy contento de saber que vendrás aunque fuera por una sola vez ―le mencionó mientras le sonreía y besaba sus manos―. De ser así, te espero para que empaques algo de muda de ropa y algún calzado cómodo y lo necesario, debemos salir en lo posible dentro de una hora ―contestó con seguridad.
―¿Debes preparar todo para la clasificación de hoy? ―le preguntó sorprendida.
―Así es cariño ―le dijo y miró su reloj pulsera―. Son las siete dela mañana, a más tardar tengo que estar a las ocho allí, siendo viernes tienen dos prácticas de motores y todo lo que sea necesario para ajustar los detalles, mañana sábado una segunda práctica temprano y por la tarde la clasificación para las posiciones de las parrillas ―le explicó a pesar de que ella no estaba del todo en el tema.
―Me hablas de eso y casi no te entiendo nada ―le dijo casi riéndose.
―Lo sé, solo intento que por lo menos te intereses un poquito en lo que hago Fiorella. Eres una jovencita inteligente y aunque reconozco que no quieres saber sobre mi trabajo, me gustaría que lo comprendas un poco. Es agotador pero gratificante, si vieras las multitudes de personas de todo el mundo que arrastra cada competición te sorprenderías ―confesó con una gran pasión por lo que hacía.
La muchacha comprendió que no debía ser tan hermética en sus cosas y debía darle una oportunidad a su padre para que viera no que era tan reacia a lo que él se dedicaba a realizar. Entendía también que si vivían en Milán y ella tenía posibilidades en progresar con los estudios, era gracias al trabajo de su padre y replanteándose eso, no tenía porqué ser así con él, aunque casi todo el año la pasaban separados.
Su amiga y compañera de clases, era la que desde que la había conocido siempre le estaba diciendo que aprovechara en acompañar a su padre para conocer otros países, tenía esa posibilidad y debía tomarla, no para presumir sino para nutrirse de otras culturas, ver el arte en los museos que a ella tanto le encantaba y muchas cosas más. Pero la argentina no era así de superficial y pedante y, creía que si comenzaba a frecuentar aquellos lugares, todos pensarían que lo era. Lorenza sabía que Fiorella era todo mucho menos esas dos palabras y, por tal motivo siempre la animaba a que fuera con su padre para acompañarlo y de paso, conocer nuevos y hermosos lugares.
Cuando ella salió del cuarto con una mochila y un pequeño bolso de mano, ambos salieron del departamento para bajar al estacionamiento y caminar hacia el auto. Un coche que se lo había proporcionado la escudería desde que padre y hija se habían instalado en Milán. Mientras Ernesto conducía hacia Monza, ella le enviaba un mensaje a Lorenza, avisándole que aquel fin de semana se ausentaría y no podrían verse.
¿Puedo saber el porqué?
Voy a acompañar a mi padre a la carrera de inicio del año.
Nah, me jodes, ¿en serio? Al fin, nena. ¿Tuviste que pensarlo todo un año para ir?
Siempre me insistió y nunca fui con él. Solo voy para que deje de atosigarme, ya le avisé que esta será la única vez que vaya a la carrera, por ser la primera.
Mira... si te lo piensas mejor, ni siquiera coinciden los días que tenemos clases con los fines de semana que se realizan las carreras. No sería malo que las presenciaras.
Jummm... no lo sé, no quiero estar entre tantos hombres.
¿No quisieras cambiar los puestos? Tú te quedas en Milán y yo acompaño a tu padre, solo por ver a los pilotos ―escribió y agregó un emoji cayéndole la baba.
Que bruta Lorenza... ―texteó con otro emoji con los ojos hacia arriba.
¿Acaso a ti no te gusta ninguno? ¿Eres de madera, mujer? ―preguntó poniéndole un emoji espantado.
No soy de madera pero no babeo por los pilotos, ni siquiera sé quienes son.
Vives en un tapper ―texteó volviendo a adicionarle el emoji con la mano sobre la cara.
En fin... te volveré a mensajear cuando llegue al hotel.
¿Puedes hacerme un favor? ―interrogó poniendo una carita sonriente.
Dime que necesitas. Ya me la veo venir ―escribió con caritas que se les saltaban las lágrimas de la risa.
Como me conoces... ―agregó una carita revoleando los ojos y otra riéndose―. Estaría necesitando un autógrafo.
¿¡Qué!? ¿Un autógrafo? ¿De quién? ―apostilló junto con la carita de ojos abiertos y una línea sin expresión en sus labios.
De Luka Cassiragghi.
¿Quién es ese? ―formuló con el emoji que arqueaba una ceja y tenía su mano sobre la barbilla.
Es el piloto de la escudería donde trabaja tu padre, Escudería Mercurio. Por Dios, Fiorella, definitivamente, vives dentro de un termo. ¿No ves las carreras?
No, no soy cholula como tú.
¿Qué es esa palabra? ―formuló con una carita de ojos muy abiertos.
Lo siento, se me fue la palabrita coloquial de mi país... ―texteó con una carita cerrando los ojos y sacando la lengua―, es la persona muy fanática desmedida de algún artista o persona pública. O sea, esa eres tú, no yo ―redactó con un emoji con la boca en una línea recta.
Ay por favor... ―escribió agregando la carita con una lluvia de lágrimas en los ojos.
Bueno... veré lo que puedo hacer, no te aseguro nada, de todas maneras... siendo la primera vez que vaya a una carrera, ¿no te parece muy chocante que se lo pida? Digo...
No... no te acobardes porque te conozco y sé cómo eres y cómo reaccionarías, te lo suplico, haz lo posible por obtener su autógrafo ―agregó el ícono del tipito con las manos juntas.
Veré lo que puedo hacer, de pedírselo será en alguna foto o algo más porque sabes que no firman sobre papeles blancos.
Eso lo sé bien. Te dejo, gracias de antemano. Diviértete y ya me contarás al regreso. Disfrútalo. Un beso ―le escribió con un emoji tirando un beso en forma de corazón y guiñando un ojo.
Fiorella le envió dos corazoncitos y guardó el móvil dentro de su cartera.
Cinco minutos después habían llegado al hotel en Monza y hecho el registro de su hija, puesto que compartirían la suite que se había reservado con anticipación para el ingeniero.
La muchacha quedó encantada con el interior del hotel y caminó detrás de su padre para entrar al elevador. Apenas subieron al piso correspondiente y entrado a la lujosa habitación, el hombre le habló;
―Cielo, debo irme, cualquier cosa me llamas, disfruta del hotel, si quieres ve a dar un paseo por el centro de la ciudad, te encantará.
―De acuerdo, veré lo que hago ―le contestó con una sonrisa.
―¿Necesitas más dinero? ―preguntó.
―No papá, no te preocupes, traje dinero encima ―respondió sonriéndole de nuevo.
―Está bien, me iré antes de que llegue sobre la hora. Nos vemos a la tarde. Mañana y el domingo vendrás conmigo ―le afirmó.
―Lo sé. Hasta pronto ―le dijo.
Ambos rieron, se saludaron con la mano y él se retiró de la habitación. Ella se tiró sobre la cama individual y sin querer se quedó dormida. Cuando despertó después de tres horas, le envió un mensaje a su amiga y luego se dedicó a dibujar un poco.
Para la hora de la cena, bajó con su padre al restaurante del hotel y apenas terminaron de comer posterior a una hora y media, ella le dijo que se quedaría a ver las tiendas que tenía el hotel mientras que él se fue a dormir.
Fiorella se detuvo en una vitrina que estaba en la entrada de una tienda de adornitos, cada recuerdo era precioso y quedó maravillada con los detalles que tenían los mismos. Fue cuando levantó la vista que lo vio, no sabía desde hacía cuánto tiempo la estaba observando. La luz tenue de la vitrina hacía rarezas en su color de ojos y quedó más intrigada con aquel hombre. Tragó saliva cuando se dio cuenta que no iba a desviar la mirada y en un acto reflejo él le sonrió y ella terminó por caer en la tentación de su sonrisa. Le devolvió el gesto y girándose en sus talones caminó hacia el elevador sin mirar atrás.
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