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01. El límite

Ahí estaba de nuevo luchando contra uno de sus grandes dilemas—cual corbata iba mejor con su impecable traje—. Desde hace cinco años que la joven Rebecca lo observa hacer la misma y monótona rutina antes de marcharse al trabajo. Siempre esforzándose para lucir tan pulcro e inalcanzable, pero en realidad para ella nada de eso es importante o relevante, si tan solo mostrara esa clase de dedicación a la persona que eligió como esposa y que él es tan ciego como para no notar que ella también es algo que forma parte de su vida.

—Cariño, no puedes hacer una excepción y quedarte hoy en casa— se acercó instintivamente a él y comenzó a depositar pequeños besos en su cuello.

—Becca, ahora no cariño. No puedo llegar tarde a la reunión de esta mañana— dijo sin inmutarse ante su contacto y siguió con su tarea. —Te prometo que en cuanto regrese seré solo para ti.

Intentó besarla pero antes de que pudiera realizar aquella ínfima acción la figura de su mujer salió de la habitación llena de frustración. No podía entender como en tan poco tiempo sus prioridades cambiaron y lo único que tenía para ofrecerle eran solo las migajas de aquel amor prometido. Todo lo que anhelaba se había esfumado en menos de un año después de su maravillosa boda, desde ese momento el trabajo era primordial y ella estaba en segundo plano siempre existían inconvenientes más importantes que él debía atender antes que a su propia esposa. Odiaba toda esa estúpida idea superficial siempre le planteaba "tenían una majestuosa y prospera vida" como acostumbraba a llamarle al horrible modo de sobrellevar su ya casi marchito matrimonio.

El repentino cambio en el tono de voz de Connor la hizo detenerse al borde de las escaleras y segundos después escuchó el rápido golpeteo de sus mocasines en el piso de mármol. Vio su rápida figura salir de la habitación. Con cierta esperanza esperaba que se detuviera y le ofreciera una disculpa por lo que acababa de suceder. Pero su móvil era quien tenía toda su atención y casi como si fuera una aparición pasó frente a ella sin decir una palabra. Lo observó desaparecer por la enorme entrada y como si le hubiesen succionado toda la energía del cuerpo, cayó al frio piso. Las lágrimas quemaban sus mejillas y el dolor que se incrusto en su corazón comenzó a extenderse por todo su ser. No podía creer que el único hombre al que había amado estuviera tratándola como si no existiera, como si fuera un mueble más en su enorme jaula de oro. Su vida era un desastre y solo ella podía salvarse de ese vacío al que estaba cayendo. Intento idear mil planes para pasar la tarde y olvidar el incidente pero nada la convenció por lo que se dedicó a seguir con su modesto trabajo. Era editora en jefe de una pequeña editorial de la ciudad —no era un puesto de su nivel como le repetía su esposo cada que tenía oportunidad— pero era feliz con el y la hacía sentirse un poco más útil. Claro que para Connor lo que ella debería estar haciendo era tomar en serio su deseo de tener un bebé y olvidarse de ese empleo tan mal remunerado que tenía. Agrandar su familia era lo que anhelaba sin embargo Rebecca dudaba de aquello a menudo, algo le advertía que ser padres terminaría por deshacer su ya tambaleante relación. Simplemente no estaba lista para eso.

Comió en su pequeño estudio rodeada de un agradable silencio, estaba tan acostumbrada a eso que ya no le molestaba pasar la mayoría del tiempo sin compañía. Cuando estuvo a punto de terminar, una luz parpadeante proveniente de su celular le robo la atención y al leer el mensaje una sonrisa se formó en su rostro. Esa noche cenarían juntos, a pesar de todo Connor no era tan egoísta como Rebecca pensaba. Aún existía ese hombre al que amaba y que a pesar de todo siempre estaría para ella.

Repasó en su mente todo lo que debía hacer para estar lista; tomo un relajante baño con sales y flores de lavanda, arregló su largo cabello dorado en un moño alto y se colocó una delgada capa de maquillaje resaltando sus tersos labios con un tono rojo quemado. Se decidió por ropa interior de encaje y un exquisito vestido negro que le llegaba solo un poco arriba de la rodilla sin embargo el sutil escote era lo que lo hacía resaltar. Se miró un par de veces en el espejo y adoraba la vitalidad que irradiaba. Era feliz; a pesar de todo era el ser más afortunado de la vida.

Pero todo eso quedó reducido a nada cuando los minutos avanzaron después de la hora acordada y Connor no aparecía en casa. Le llamo infinidad de veces y en ninguna tuvo la decencia de contestar. La situación la supero, no podía con todo eso. Se sentía patética e ingenua. ¿Cómo podía creer que él simplemente había cambiado en un abrir y cerrar de ojos? Lo odiaba por dejarla plantada, lo odiaba porque le estaba robando su vida con sus estúpidas promesas. Evitando que las lágrimas amenazaran con destruir su maquillaje, tomo las llaves de su auto y salió de esa maldita casa.

Condujo por las iluminadas calles con rumbo al centro de la ciudad. Necesitaba deshacerse de todo eso que la estaba consumiendo y ella conocía el lugar exacto en donde cualquier problema se reducía a nada en cuestión de segundos. Al llegar al conocido bar se colocó en uno de los taburetes frente a la barra, por un momento se había olvidado cambiarse de atuendo pero al echar un vistazo a su alrededor noto que no desentonaba en medio de esa masa de personas. Ordeno un Whiskey con hielo y cuando tuvo su liquido ambarino frente a ella lo termino de un trago. El alcohol le quemo la garganta por un instante, era una sensación que no le repudiaba al contrario le complacía por completo. Entre cada vaso que bebía paseaba un poco la mirada por todo el lugar, quería animarse a bailar sin embargo su atención se desvió al notar que la joven que se encontraba a su lado estaba poniéndose de pie rápidamente dispuesta a alejarse de aquel bullicio que había aumentado mediante la noche avanzaba y sin darse cuenta estaba dejando atrás un pequeño brazalete que reposaba al filo de la fina madera. Lo tomo y al girarse para entregárselo a su dueña, pero ya había desaparecido entre toda la gente que la rodeaba. No le gustaba husmear en los asuntos de los demás, pero quizás podía encontrar alguna forma de poderle regresar aquel costoso accesorio. Lo inspecciono con la ayuda de una tenue luz que se reflejaba en la pieza y logro descifrar un diminuto grabado en finas letras doradas:

Le ciel "où vos désirs se réalisent"

609 Thames St

Jugueteo en sus dedos por un par de segundos en lo que intentaba imaginar porque tenía impreso una frase tan extraña "el cielo; donde tus deseos se hacen realidad" y de igual manera con qué fin colocarle una dirección. Tal vez aquello era un regalo por su aniversario y el lugar donde la joven había conocido al remitente de un detalle tan sofisticado. La historia no estaba nada mal y hasta se sintió celosa por su suposición. Anhelaba que Connor tuviera ese tipo de atenciones con ella mínimo para demostrarle que aun creía en lo que tenían. Quiso seguir fantaseando con la vida de alguien más pero tenía que entregarle la joya a algún encargado para que fuera regresado a donde pertenecía. Dispuesta a ser una ciudadana ejemplar comenzó a buscar a alguno de los meseros y casi como si algo estuviese en contra suyo nadie de los empleados aparecía por ningún lado. Su nula tolerancia ala alcohol comenzó a hacer pequeños estragos en su sistema, la cabeza le retumbaba y estaba segura que en pocos segundos su estómago la traicionaría si no salía inmediatamente de ahí. Se prometió regresar para entregar aquello que no le pertenecía y cuando estuvo un poco más estable arranco su auto. Por alguna razón su cerebro recordaba la dirección y ella misma estaba dirigiéndose a ese lugar casi como si algo la incitara a hacerlo.

El majestuoso edificio que apareció ante ella era inmenso y de una arquitectura exquisita. La calle lucia completamente en paz y flanqueando la enorme puerta de cristal se encontraban un par de hombres bien vestidos con trajes de un azul cobalto. Por un instante imagino que aquello eran simples oficinas o un complejo de departamentos pero su idea fue destrozada al visualizar a un hombre que mostraba su muñeca y un reflejo la hizo reconocer el objeto que llevaba en ella. Era un pase de entrada hacia lo desconocido. Algo dentro de ella le decía a gritos que se arriesgara y se internara en aquel extraño lugar. Dio un gran respiro para llenar sus pulmones para alejar todo el nerviosismo que se estaba apoderando de ella y se colocó su pase de entrada.

—Bienvenida, señorita —el saludo que emitió ese imponente hombre cohibió un poco a Rebecca, parecía una especie de guardaespaldas y su rostro cuadrado daba un poco de miedo.

La joven le devolvió el saludo; con toda la naturalidad que su voz le regalo logró mostrar aquella inusual y ajena invitación. Ambos hombres asintieron y el que no había emitido ningún sonido abrió la puerta para ella. El corazón le latía tan rápido que podía sentir que se le salía del pecho, no entendía la facilidad con la que se había escabullido a ese lugar que parecía demasiado exclusivo y sobre todo lujoso. La recepción era gigantesca y con una tenue iluminación. Todo el lugar estaba tranquilo y no había ni rastro de persona alguna. Un par de sofás de cuero negro estaban distribuidos de maneras estratégicas para intentar reflejar un ambiente de comodidad pero lo que más llamo su atención fueron las poco convencionales imágenes que resaltaban en las pulcras paredes. La mayoría, por no decir todas; insinuaban escenas de desnudos pero con cierto toque de elegancia. No entendía que era aquello o porque la rodeaba una atmosfera en cierto punto placentera y aunque algo le decía que quizás era lo que se imaginaba, sabía que tenía que descubrirlo ella misma.

—Bienvenida a "Le ciel" —el suave acento francés lleno el espacio y se quedó de piedra ante la imponente mujer con la que se encontró al girarse. El cabello rojizo resaltaba su blanca piel y sus destellantes ojos azules. El conjunto cobalto parecido al de los hombres que flanqueaban la entrada le ceñía a la perfección la hacía lucir regia y sofisticada. —Por lo que puedo darme cuenta eres nueva por aquí, mi nombre es Delphine Signoret.

—De verdad es un error, yo no debí irrumpir aquí sin ser invitada —escupió las palabras tan rápido como su boca se lo permitió y se dio media vuelta dispuesta a marcharse.

—Creo que en eso te equivocas, querida. Nadie llega aquí sin ser invitado— su mirada se posó en el metal que sujetaba su muñeca.

El tono que tenía aquella mujer le erizaba la piel sin razón. Debía ser la que estaba a cargo de este espectáculo.

—Solo encontré la tarjeta e intentaba regresársela a la mujer que la olvido —intentó convencerse de esa mentira pero sabía que sería inútil.

—Voy a imaginar que no me mentiste en la cara y que estas ansiosa por descubrir lo que hacemos en este lugar —La guió hacia el lado norte del recinto y se detuvieron frente a una imponente puerta de roble oscuro— Al ser tu primera vez intuyo que solo quieres ser espectadora quizás después te animes a participar.

Rebecca no entendía nada de lo que ese mujer estaba diciéndole y le causaba escalofríos a lo que fuera que ella se estuviera refiriendo con aquellas palabras. Cuando descubrió el enorme pasillo que se abría paso frente a ella se quedó pasmada. Todas las paredes eran de color merlot y a los costados de cada puerta había un pequeño recipiente que contenía peculiares objetos. Logro reconocer algunos cuantos como antifaces, plumas, unas cuantas especies de varas de cuero y un seleccionado grupo de juguetes sexuales.

—No sé qué clase de actos extraños hacen aquí pero no quiero ser parte de ello —su voz temblaba y estaba dispuesta a largarse de ahí hasta que la mujer volvió a tomar la palabra.

—Antes de marcharte deberías observar lo que hay detrás de alguna de esas puertas, tal vez te cautives por lo que puedas encontrar. Además todo lo que sucede aquí es totalmente consentido y legal. Y por si la duda ronda en tu cabeza, si, la discreción también está incluida. Nuestros invitados son libres de mantener o no su identidad personal en privado, es cuestión de gustos.

Antes de volver a su posición anterior las manos de la mujer le pasaron por encima de la cabeza y con delicadeza le coloco un antifaz negro de encaje. El tener aquello cubriéndole el rostro la hizo adquirir un poco de seguridad y confianza. No sabía con qué tipo de personas se toparía en ese lugar y no quería dar alguna explicación si alguien llegaba a reconocerla. Delphine la guio hasta una de las habitaciones y la ayudo a girar la manija para después dejarla a solas. El espacio tenía muy poca iluminación, sin embargo logro reconocer un poco de lo que ahí se encontraba; contaba con un modesto sofá de cuero y una mesa alta en la que reposaban un par de botellas y copas de cristal. Todo eso no tenía nada de escandaloso hasta que su mirada se encontró con algo que la descoloco, una luz frente a ella comenzó a aumentar gradualmente el brillo la cegó un segundo y al estar acostumbrada al resplandor logro visualizar lo que había del otro lado del cristal que la separaba de aquel extraño cuarto.

Logro divisar el cuerpo de un hombre con la camisa desabotonada y los pantalones en sus tobillos estaba recostado en una enorme cama con dosel. A la altura de su entrepierna una cabellera castaña se movía con tanto frenesí de arriba abajo que no puedo evitar soltar un pequeño grito de sorpresa. El hombre quito la diminuta prenda que impedía alcanzar su objetivo y sin pensarlo ya tenía tres de sus dedos embistiéndola con tanta fuerza que la doblaba del placer. Rebecca estaba tan atónita que solo sintió un calor subir por sus mejillas, no podía creer que estuviera presenciando tal escena. Quería huir de ese lugar y olvidar por completo que había estado ahí pero no podía retirar la mirada de esa pareja. Algo en su interior se encendió y por más que lo negara le gustaba observarlos, en como ambos solo estaban disfrutando el momento olvidándose incluso que existía una extraña espiándolos. Siempre imagino el sinfín de cosas eróticas que podía hacer pero aquello iba más allá de sus fantasías.

—Al parecer no soy el único que se limitó a observar —su aterciopelada y masculina voz lleno el lugar.

Rebecca se quedó de piedra al escucharlo, no sabía cuánto tiempo llevaba embelesada y muchísimo menos cuanto tiempo llevaba ese hombre observándola ante tal escena. Estaba totalmente apenada por ser descubierta en esa situación, intentó no moverse pero todas sus fuerzas colapsaron cuando sintió un firme cuerpo que se pegaba cada vez más hasta el punto de aprisionarla contra la división de cristal. El aroma especiado que emanaba la envolvió y redujo toda sensatez que quedaba en ella.

— ¿Entonces prefieres esconderte en el anonimato? —su cálido aliento rozo su oreja causando desastres en su interior.

—No es eso, es solo que estoy aquí por equivocación. Estaba por irme —respondió conteniendo el aliento y estuvo por girarse para irse pero él se lo impidió y la acerco más al cristal.

—Por la manera en la que los mirabas puedo jurar que estas aquí por decisión propia.

—De verdad me encantaría contarte la peculiar historia de cómo llegue hasta aquí pero creo que debo irme, ya es muy tarde —de nueva cuenta intento salir de ese lugar pero él era más fuerte y alto que ella.

—Tenemos tiempo, querida. Qué tal si me la cuentas mientras nos divertimos —sus palabras quedaron en el aire y sus tibios labios chocaron en la sensible piel de su cuello. Ese repentino movimiento altero todos sus sentidos y se contrajo pegándose más a él.

—E...e... ella dijo que por esta ocasión solo sería espectadora no puedo participar —tartamudeo.

—Linda, aquí podemos hacer lo que nos plazca. Solo déjate llevar.

Siguió depositando besos en aquel lugar y en instantes comenzó a bajar con delicadeza la cremallera del ceñido vestido. Rebecca intento parar todo eso, pero estaba disfrutando ser acariciada de esa manera por lo cual le ayudo a desnudarse el hombro derecho el cual recibió un ardiente camino de besos que subía hasta llegar a su barbilla. No lo conocía pero ansiaba probar sus labios pero antes de que se aventurara a eso la imagen de un Connor preocupado por ella la obligo a frenar todo eso.

—Estoy casada —logró articular con un poco de firmeza esperando que ante tal revelación se alejara. Pero eso no sucedió. Aquel hombre no tenía intención de mover ningún musculo.

—Por mi parte olvidare lo que acabas de decir —sus dedos se deslizaron por el brazo derecho de Rebecca, tomo su mano y con sutileza la elevo a la altura de su boca— Y si tú te deshaces de tan preciada sortija por algunas horas, quizás también puedas hacer ese sacrificio —se llevó el delgado dedo anular y antes de llegar a su objetivo enredo su lengua saboreando aquella dulce piel que estaba enloqueciéndolo. Ese inesperado movimiento hizo que un sutil gemido escapara de la boca de Rebecca. El pedazo de oro blanco hizo un eco al caer al piso y en ese instante él la había liberado de su matrimonio aunque fuera por una sola noche.

Sus besos fueron abriéndose paso contra todo y cuando ya no soportaba más se giró para conocer el rostro de aquel desconocido. Al igual que ella un antifaz negro le cubría la mitad del rostro sin embargo pudo apreciar un par de sus rasgos; una mirada verde olivo, mandíbula cuadrada y una perfecta sonrisa de lado que en instantes la derritió. Era tan perfecto que dolía. Y sin poder soportarlo más se acercó a él y lo beso. Las infinitas sensaciones que ocurrieron en ese instante superaban cualquier cosa, el sabor de su boca y como los suaves movimientos de sus lenguas los llenaban de un sutil placer. Estuvieron a nada de verse obligados a separarse por la falta de aire pero ni siquiera eso fue capaz de hacerlo. Necesitaba tocarlo, lo deseaba solo para ella. Sin separarse ni un centímetro de él comenzó a desabotonarle el costoso saco, que en segundos se deslizo hasta el piso y cuando estuvo a punto de continuar con el siguiente objetivo la detuvo en seco.

—Por más que anhele que tomes la iniciativa, no es propio de un caballero dejar que eso suceda.

Rebecca no entendía a que se refería hasta que de un tirón le quito el vestido dejando al descubierto el sensual conjunto de encaje que llevaba puesto. Era la mujer más exquisita que jamás hubiera conocido, la giro para que le diera la espalda y dio el juego por iniciado. La rodeo con los brazos y comenzó a acariciar uno de sus firmes pechos. Los entrecortados gemidos que salían de su boca comenzaron a llenar la habitación y sabía que eso le indicaba que podía continuar con su tarea. Trazo círculos en su terso abdomen y con lentitud continuo bajando. Al llegar al lugar deseado su mano comenzó a acariciarla, sentirla palpitar bajo la delicada tela que se interponía con su objetivo lo incito a frotarla con más velocidad. Con suavidad y sin dejar lo que estaba haciendo la recostó en el amplio sofá. Su mirada le suplicaba que continuara, que estaba ahí tendida solo para él. Le quito las bragas e introdujo dos de sus dedos. Comenzó a moverlos en círculos alrededor de su clítoris, la vio morderse el labio y aumento la intensidad. No podía contener los gemidos y su espalda se arqueo por el exquisito placer que estaba recibiendo.

Y todo en ella exploto cuando sintió la humedad de una lengua adentrándose en ella, lo estaba haciendo maravilloso. En segundos un grito de absoluto placer escapó de su boca, nunca en su vida se había sentido tan excitada. Intento atraerlo hacia ella pero él tenía algo más para ofrecerle. Dejando un húmedo trazo subió hasta su estómago, al estar a la altura de sus pechos se deshizo de eso que los aprisionaba la prenda cayo y comenzó a lamerlos con frenesí el sabor de su piel era exquisito. Los jadeos entrecortados que salían de la garganta de Rebecca eran una armoniosa melodía para él, le fascinaba estarle causando todo eso. Finalmente llego hasta su boca y volvieron a fundirse en un largo beso. Las habilidosas manos de ella maniobraron hasta llegar a la pretina del pantalón de aquel desconocido, quería demostrarle que también podía ofrecerle algo de placer. Sin embargo la detuvo y una sonrisa traviesa apareció en su rostro.

—Me encantaría que continuáramos con todo esto pero acabo de recordar un pequeño detalle, tú no estabas lista para participar.

Aquel comentario cargado de una amarga verdad la golpeo tan fuerte en el rostro que no pudo evitar romper en llanto. Se sentía asqueada y llena de vergüenza. Una mujer como ella no podía hacerle eso a su matrimonio y mucho menos a Connor.

— ¡Dios, que estúpido! Por favor discúlpame, no quise insinuar nada de lo que estás pensando — en segundos la rodeo en un abrazo para intentar enmendar su terrible error.

—Nada de esto es culpa tuya, nunca debí entrar aquí en primer lugar —terminó con aquella escena y con la poca dignidad que aún quedaba en ella se vistió con una increíble rapidez.

Ma belle, fue un terrible malentendido —con delicadeza tomo su rostro y lo levanto con suavidad para que lo mirara a los ojos— no fue mi intención hacerte sentir de esta manera.

—Lo sé, pero tengo que irme —se alejó para evitar caer de nuevo ante su maldito encanto.

—De verdad lo lamento mucho. Fue un placer conocerte.

Al escucharlo decir aquella frase ansiaba regresar a su lado y terminar con lo que habían comenzado pero su lado racional la empujo fuera de aquel sitio, alejándola de la que puede titular la mayor tontería que hubiese cometido nunca.

Aun con todas las emociones latentes en todo su cuerpo logro llegar a lo que aun imaginaba, era su hogar. La mayoría de las luces estaban encendidas y logro divisar la imagen de su marido que se ponía de pie en un salto cuando la vio estacionar el automóvil. Nunca en la vida pensó que desearía que él no estuviese ahí, no después de lo que había hecho hace unas pocas horas con un completo desconocido.

— ¡Por dios, Becca! Me tenías preocupado —la sujeto en un delicado abrazo pero ella no respondió — ¿En dónde te has metido? Te llame por horas

—Estuve con mamá. Llamo preguntándome si podía pasar la noche con ella y como no apareciste a la hora acordada acepte su invitación —respondió lo más relajada que pudo aunque por dentro moría de nervios.

—Lo siento por eso, cariño. Prometo que te lo compensare.

—No es necesario, se lo ocupado que estas. No hay nada que deba perdonarte —le dolió la manera en la que estaba respondiéndole pero no quería discutir con él y menos después de lo que había hecho. Lo dejo con las palabras en la boca y se refugió en una de las habitaciones de huéspedes.

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