La suave melodía que se escucha,
las notas que vuelan en el aire y conforman un baile por sí solos.

El aroma del placer, amor, la euforia que corre por sus venas, son las que la despiertan de su paisaje.

Ella baila como si estuviera hecha para ello,
como si sus extremidades supieran el momento exacto para alzarse,
y enseñar para lo que nació.

Cada paso que da,
cada zapateo,
deslizamiento o movimiento que marca,
son obras de arte,
su territorio.

El territorio en el que puede dominar con sus vistazos,
marcar indiferencia con esa figura angelical.

Su mirada brilla con fuego ardiente en sus irises azules oscuros.
Deslumbrantes, llenos de rebelión y fuerza en ellos.

Sus manos se mueven con convicción, haciendo un baile que por si solas conocen.

Miradas furtivas, descaradas, pervertidas, clavadas en ella no la desalientan ni intimidan sino lo contrario.

Solo provocan que su confianza florezca con mas vivacidad.
Ya que, el aroma de una mujer es encandilador.

Ella es una flor exótica.

Hermosa, confiada, rebelde, peligrosa, dulce.

Deja que la contemplen,
pero no que la toquen.

Solo deja que la rocen,
no que la acaricien.

Por mucho que quieras arrancarla de su hábitat,
se resistirá hasta que veas que has perdido.

Ella es una flor salvaje,
y sabe cuidarse sola.