Su pecho sube y baja, como una atracción en movimiento, se siente nefasta, mientras su corazón se mueve por puro atrevimiento.

Sus dedos tiemblan, de modo incontrolable. Sus labios entrecruzan, de manera irreparable.

Quiere callar, lo que escuchó.

Quiere nublar, lo que vio.

Sus piernas se balancean, al ritmo del mismo columpio, que hicieron que se entrechocaran, sus lágrimas provocando un diluvio.

Las palabras, que no salen de sus labios.

Las miradas, no sobrepasan de sus muros.

Le decían que callara, pero de diferentes modos, haciendo que se dañara, como dolorosos parásitos.

Un día cerró con llave, su mundo interior, que enseñaba al exterior, ocultando la luz de su ave.

Diferentes versiones, son las que se escuchan.

Distorsionando realidades, en las que nadie se percatan.

Susurros viajeros, miradas recriminatorias, sonrisas igual que torbellinos, sombras acechadoras.

Son solo la percepción de una soledad, llena de desazón y disfrazada de maldad.

Lágrimas son las que derrama, el cauce de su alma, llena de una neblina sofocante.

Dime dolor, ¿te desprenderás de la piel que te protege?

Dime dolor, ¿estarás aún presente, en las cenizas que queden del fuego propagado?

Dolor.

Tristeza.

Desgana.

Malquerencia.

Son solo síntomas, de la tormenta que me consumen.

Son solo sombras, de la niebla que extraen.

Solo quedan cuatro gotas unidas a la vida que la mantienen

El corazón, que bombea con una lentitud paralizante.

El alma, que vaga por calles desoladas de un invierno eterno.

La mente, que se enreda en cálculos invariables.

Y la voluntad, que te ata cuando no quieres derrumbarte ante los problemas.

Así que, dime dolor, ¿dónde está la aguja que me perfora y que mi voluntad destroza, la herida que borbota de la venda que tapa, para poder sanar la herida de mi alma?