Prólogo
Siglo XVIII, San Elías
Era una noche de fiesta en el tranquilo poblado de San Elías. La gente bailaba, cantaba, disfrutando del Festival de la Buena Música, un evento que hacía que sus pobladores se divirtieran mientras tocaba una banda musical con el propósito de rendirle tributo a la cultura de su pueblo.
Estaba un señor, aparentemente muy nervioso, entre la multitud. Vestía con trapos, una simple ropa sucia acompañada de un abrigo mugriento que llevaba hace tiempo. Su cara reflejaba la desesperación total, miedo podría decirse. La gente que no estaba al pendiente de la fiesta, que no eran muchos, se fijaba en este señor de aspecto misterioso, parado justo al lado de la plaza del pueblo, observando la danza.
De pronto, una brisa de frío atravesó el lugar, cosa muy rara, ya que era pleno verano. El señor, más aterrado de lo que ya estaba, comenzó a levitar como si fuera una pluma en medio de esa situación. Se detuvo al alcanzar casi los 5 metros en el aire. Acto seguido, extendió sus extremidades como el Hombre de Vitruvio de Da Vinci.
En medio de la confusión y sus escandalosos gritos, sus brazos y piernas fueron arrancados, como si fuera un muñeco. La sangre salpicó por toda la plaza y cayó un poco cerca de los atónitos espectadores. La cabeza del malafortunado, todavía en su lugar y gritando a todo pulmón, estaba deformándose, como si se estuviera aplastando. Ahora el señor era completamente irreconocible.
Habiendo quedado nada más que el cadáver de ese señor, este acabó cayendo en la plaza, impactando en el pavimento y salpicando su sangre a los presentes. El frío ambiente desvaneció. Dos mujeres se desmayaron, ocho ancianos murieron infartados y cuatro niños perdieron el conocimiento.
Entre la multitud, un malvado rostro sonreía diabólicamente.
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