Capítulo 5
Era casi de noche. Los últimos rayos de sol se iban escondiendo lentamente. Llevaba su habitual mochila. Anton estaba llegando a una casa en la zona donde le dijo Víctor. Allí de seguro encontraría al Dandy. Esta casa parecía más una cabaña. Al llegar a la puerta, parecía que le estuvieran esperando, ya que un señor de tez morena, de pelo liso y bigote abrió la puerta. Vestía un inusual traje de algodón rojo, con costuras rectas y mangas anchas, no perteneciente a la cultura de esa región que habitaban. Andaba esbozando una sonrisa:
-Buen día.
-Buen día. Disculpe la molestia. Ando buscando a un hombre al que le llaman El Dandy.
-Oh, El Dandy. Sí, claro. Él vendrá ahora. ¿No le quiere esperar?
-Sí, claro. Gracias.
Anton entró en la cabaña. Había toda clase de objetos raros para él. En un estante se hallaban varios muñecos hechos con jade, oro, máscaras, cuchillos y herramientas rústicas y hechos de manera rudimentaria. A la izquierda estaba la mesa de comedor, mientras que a la derecha estaba la cocina y la cama. El señor le señaló la mesa del comedor:
-Siéntese allá. El Dandy vendrá enseguida.
-Gracias.
El señor procedió a sentarse con el joven:
-¿No le gustaría una taza de café?
-No, gracias. No bebo café en el día.
-Oh, ya veo. ¿Y bien, qué le trae por aquí?
-Busco respuestas sobre el asesinato el otro día en el pueblo.
-¡Oh, sí! Fue todo tan desafortunado. Tengo entendido que hubo más muertes.
-Sí, aunque algunas de ellas diferentes a las demás. Las del cementerio no tuvieron nada que ver. También me gustaría saber la relación que tiene este hombre con Vicente, mi padrastro.
-¿Padrastro?
-Sí. Él me crió cuando era pequeño antes de morir de tétanos.
-¡Oh, que desgracia!
-¿Me puede hablar de él?
-¿De quién?
-Del Dandy. ¿Por qué le dicen así?
-Le han llamado de muchas maneras a lo largo de los años. Shiranaihito, algharib, inclusive se le consideró el avatar del dios Thot.
-¿Avatar del dios Thot?
-Un avatar es la encarnación viviente de un dios. Hubo un período en que al Dandy se le consideró eso mismo, un avatar.
-Mmm...Cuénteme más. ¿Cuántos años tiene?
-Uf, difícil recordar. Ha pasado tanto tiempo, que ya ni lo recuerda. Ha visto el ascenso de grandes imperios y gobiernos. Desafortunadamente también los ha visto caer. Cuando llegas a una edad determinada te das cuenta que tu principal enemigo es el tiempo.
-Ya veo. Ahora le pregunto, ¿de dónde conocía a mi padrastro, Dandy?
El señor no pudo evitar reírse:
-Eres muy astuto.
Anton esbozó una simple sonrisa:
-Uf...Vicente. A veces recurría a mí cuando habían cosas que no podía descifrar por su cuenta. Tú te pareces mucho a él en su juventud.
-¿Alguna vez ocurrieron cosas como las del pueblo recientemente?
-No. Nunca. ¿Por qué?
-Cuando fui a investigar en la iglesia tuve una especie de alucinación. Fue muy raro. Vicente estaba ahí, pero se convirtió en una especie de esqueleto o cadáver viviente. Y mencionó su nombre.
El Dandy se llevó la mano a la barbilla:
-No tengo ni idea de qué podría ser. ¿Qué has descubierto con relación a tu caso?
-Mi compañero y yo creemos que se trata de un demonio.
-¿Un demonio?
-Sí. Debe de estar poseyendo un cuerpo humano, solo que todavía no sabemos quién es.
-Mmm...En ese caso...
El Dandy se levantó de su lugar y fue a la estantería. Cogió un colgante con lo que parecía ser un pedazo de obsidiana:
-Este colgante te protegerá de cualquier demonio, muchacho.
Le colocó el colgante alrededor del cuello:
-Gracias, señor.
-No tienes que agradecerme, muchacho. ¿Gustas de un poco de café?
-No me molestaría, la verdad.
-¿Con azúcar o sin azúcar?
Las calles andaban casi desiertas por la noche. Una figura, de estatura mediana, paso ligero y con un vestido blanco iba caminando a través de estas. Pareciera que la gente la estuviera evitando. Andaba merodeando el teatro "Le nouveau monde". El francés Louise de la Fontaine lo había mandado a construir casi 100 años antes, pero un misterioso incendio hizo que se derrumbara. Ahora solo quedaba el vago recuerdo de lo que una vez fue.
A lo lejos pudo ver a un borracho. Andaba tambaleándose con una botella de ron en mano. Probablemente había bebido más de la cuenta. En pocos segundos, lo atrapó desprevenido, empujándolo al suelo. La figura, ahora una mujer de no más de 17 años aparentemente, clavó sus filosos colmillos en la garganta del borracho. Fue así que comenzó a chupar su sangre:
-¿Te da pena acaso?-preguntó.
Levantó la vista hacia el techo de un edificio. Pudo distinguir una silueta parecida a un hombre:
-Ven, baja. No seas tímido.
La silueta avanzó con una rápidez sobrehumana hacia donde estaba ella:
-¿Qué tal, Víctor? Ha pasado un tiempo.
-Trabajando, Lorena. Me parece increíble que estés aquí.
-Un amigo me hizo una promesa y hemos venido a cumplirla.
-¿Un jarrón?
Lorena abandonó el cadáver de su víctima:
-No es un jarrón. Es mucho más poderoso de lo que te imaginas. Hemos venido buscando la piedra de los deseos. Es una piedra que...
-Concede deseos cada mil años. Dime, Lorena, ¿hace cuánto llegaron?
-Casi una semana, ¿por qué?
-Y tu amigo Haken, ¿qué fue de él? ¿Sigue en su jarrón?
-No. Adoptó una forma humana.
Víctor se sorprendió:
-¿Forma humana?
-Sí. Encontró un señor que le brindó su cuerpo.
-¿Le brindó su cuerpo?
-Sí.
-¿Quién te lo dijo?
-Él mismo. Dijo que había sido muy generoso. Después de que lo invocara en la iglesia salió a buscarlo.
<<Es él. No hay ninguna duda>>.
-Pero, ¿a qué viene este interrogatorio?
-Hace dos días murió un señor en el pueblo. Esa misma madrugada mataron a Ricardo el tabernero. Los mataron a ambos exactamente de la misma manera: arrancándoles las extremidades y aplastándoles las cabezas por una fuerza invisible.
-Mmm...ya veo. ¿Y desde hace cuándo haces eso?
-¿Eh?
-El preocuparte por los muertos, cazar monstruos y todo lo demás.
-Desde que empecé a trabajar con Anton.
Lorena soltó una carcajada, deteniéndose enfrente de Víctor:
-¡Jajajaj! No me hagas reír. ¿Llamas a eso trabajar? ¿Matar y cazar al servicio de un humano?
-Anton es mi amigo.
-¿Tu amigo? El Víctor que conocí no tenía amigos humanos.
-He cambiado.
-Casi haces que te maten. Mírate. ¿Es este el precio que debes pagar por ello?
-Lorena...
-Olvídalo. Este borracho ha sido mi última víctima. Ahora que tengo más fuerzas estoy preparada.
-¿Preparada para qué?
-Para recuperar lo que me arrebataron. Tan solo mírate, Víctor. Hace meses que estás bebiendo solo vino. Te lo siento hasta la distancia. Y hueles a pescado. No puedes llamar a eso vida. Aún así, bebiste sangre ayer, ¿verdad?
-...Fue una ocasión desesperada.
-Me lo imagino.
Lorena desapareció con suma rapidez de enfrente de Víctor, yendo a las sombras. Víctor solo podía mirar con lástima el desolado lugar donde estaba ahora.
El tiempo había transcurrido rápido también para Anton y El Dandy. Se lo habían pasado tomando café y haciendo varias anécdotas. El Dandy contaba con gran esmero cómo había sido su vida antes del presente siglo:
-Fui una vez un conquistador, joven. Yo exploré y goberné las tierras de aquel país desconocido para ti, para la humanidad. Era mucho más joven que tú. Recuerdo el nombre como si la hubiera bautizado yo mismo: "Astithnayiyun Jazira". Era precioso. Al menos veinte miembros de mi familia gobernaron antes que yo, ya hubiera sido que renunciaran al cargo o simplemente murieran al poco tiempo. A pesar de las riñas y guerras familiares, de las conspiraciones, golpes de estado e intentos de asesinatos, traté de que mi gobierno fuera lo más tranquilo posible. Nuestra tecnología se volvió la más avanzada del planeta. Hasta que vino el Diluvio y mi hogar...el hogar de toda mi gente...quedó en el olvido. Un día me encontraron en la orilla de una playa. Los egipcios me dieron un nuevo propósito, una nueva identidad. Fue así que aprendí de ellos, su cultura, su mundo. Sin embargo, eventualmente me aventuré a ir por el mundo, impresionado por lo poco que sabía del mismo. Llegué a Japón, donde hay unos guerreros con armadura, casi parecidos a los caballeros, y portaban espadas de hoja curva. Creían en un código de honor al que llamaban Bushido. Se decían a ellos mismos samuráis. Allí conseguí la ropa esta que uso ahora, cuando volví hace unos años. Se llama yukata. Luego descubrí a los vikingos. Eran muy bravos. Exploraron y conquistaron gran parte de Europa. Andaban divididos en tres clases sociales: los esclavos, los hombres libres y los nobles o reyes. Participé junto a ellos en Galicia, pero al poco tiempo me fui. Entonces luché en Las Cruzadas. Pasé un tiempo con los romanos, pero me fui luego de la muerte de Julio César. Aún así, pude ver la construcción del Coliseo y me incorporé a las tropas de Alejandro Magno. Cuando me di cuenta me había unido a Atila el huno. Fue un hombre feroz, al cual desafortunadamente ayudé a invadir las tierras de los romanos. Ni yo mismo me había enterado de Las Cruzadas hasta que fue muy tarde. Je. Los romanos eran huesos duros de roer. Puedes estar seguro de ello. Aún así, me tomaron prisionero en Jerusalén y mientras me llevaban preso en una embarcación española, unos piratas invadieron el navío y me ofrecieron unirme a ellos. El capitán era un hombre llamado Elías de la Compostela. Sus descendientes conquistaron esta tierra en su nombre. Al unirme a ellos, me sentí como cuando era joven. Ya no me importaba el hecho de que la gente me dijera que nunca envejecía. Simplemente recordé la época en la que era conquistador. Nos enfrentamos incluso, al Kraken, una feroz bestia con tentáculos de hasta 50 metros. Jej. Por poco no salimos vivos de esa. A pesar de que casi no se les ve en los mares y parecen meros cuentos de los navegantes, yo creo que se esconden en las profundidades. En fin, que al morir Elías en la Invasión a La Solitaria, me uní a los mongoles. Genghis Khan conquistó gran parte de Europa Oriental. Me quedé allí en Mongolia hasta el mandato de Tamerlán. En España me incorporé más tarde a las filas de Hernán Cortés. Después de que viajáramos al Nuevo Mundo, quedé impresionado por lo verde y hermoso que era. Al cabo de un tiempo, me cansé de conquistar, de ver las civilizaciones del mundo. Así que vine aquí, a San Elías. He permanecido aquí durante 30 años. Y durante todo este tiempo, en mis peripecias supe de de objetos, artefactos místicos, capaces de hacer cosas inimaginables.
Anton lo escuchaba con sumo interés:
-¿Y cómo es posible que usted no haya envejecido?
-Ni yo mismo lo sé. Es extraño, ¿sabe?-miró hacia afuera de la ventana.-Dios mío, que tarde se ha hecho. ¿No debería volver a su casa?
-Sí, claro. Mi compañero me debe estar esperando.
En ese momento, alguien tocó la puerta:
-¿Espera a alguien?
-No. Iré a ver quién es. A esta hora...
El Dandy se levantó de la mesa e inmediatamente fue a abrir la puerta:
-¡Oh, es usted! Señor gobernador.
-¿Es el gobernador?
El gobernador y el Dandy esbozaron una sonrisa:
-Buenas noches, caballeros. ¿Interrrumpo acaso?
-No, claro que no. Pase.-dijo El Dandy.
El gobernador entró en la casa, llegando al comedor:
-Yo ya me iba, de hecho.-anunció Anton mientras se levantaba.
-Oh, no. No hace falta, señor Anton. Tan solo venía a ver si el señor Dandy me podía ayudar a encontrar algo.
-Claro, encantado de ayudar. ¿Qué necesita?
-La piedra de los deseos.
La sonrisa del Dandy desapareció completamente. Anton notó esto:
-¿Piedra de los deseos?
-Eso dije. Cada mil años concede un deseo a una persona.
-No, me temo que no sé de lo que habla.
La puerta de la casa, que había estado abierta, se cerró forzosamente. Tanto Anton como El Dandy se sorprendieron. Luego El Dandy comenzó a levitar. Su suerte estaba echada:
-¡Nooooo!-gritó Anton.
Sus extremidades fueron arrancadas como si lo hiciera una fuerza invisible. Su cabeza se deformó a tal punto que acabó estallando en pedazos. Al final, el cadáver cayó en el suelo, impactando inmediatamente. De un momento a otro, tanto el gobernador como Anton como el interior de la casa entera acabó cubierto de sangre. La cara del gobernador cambió inmediatamente. Ahora parecía asustado, aterrado:
-¡Oh, dios mío! ¡Le mató! ¡Ayudaaa!
La puerta se abrió de la misma manera que se cerró. Anton estaba atónito. De la puerta salieron tres lugareños. Uno de ellos, el más forzudo, se acercó rápidamente a Anton antes de que pudiera reaccionar y le asestó un golpe en la cara. Al caer Anton, los otros dos lo agarraron por los brazos y lo arrastraron afuera.
El lugar estaba completamente rodeado por la gente del pueblo, que traía en su manos antorchas con las que alumbrarse. En el interior de la casa, al lado de lo que quedaba del cadáver del Dandy, se materializaba un rubí. Satisfecho, el gobernador lo tomó. Acto seguido, salió con la multitud que contemplaba a Anton:
-¡Este hombre y su gente son los que han traído esta maldad a nuestro pueblo! ¡Ellos han dado su alma al diablo, invocándolo y trayéndolo a nuestros hogares! ¡Han sido éste hombre y el otro vestido de doctor de la peste, el que hace días mató a cuatro hombres a plena luz del día! ¡Son ambos una amenaza para nosotros!
La multitud afirmaba a gritos:
-Ustedes juzgarán, mi pueblo, ¿deberíamos perdonarle la vida a este hombre perturbado...-señalaba a Anton.-...O deberíamos quemarlo como castigo por sus crímenes?
-¡Quémenlo!
-¡A la hoguera!
El gobernador dirigió su mirada a Anton, a lo que éste hizo lo mismo. El gobernador esbozó una sonrisa.
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