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Capítulo 2

La taberna de Ricardo era un lugar al que frecuentaban los borrachos de San Elías. Tenía precios modestos y los vinos de mejor calidad. A menudo la gente recurría para ahogar sus penas o simplemente beber hasta quedarse sin dinero. Había cinco mesas de cuatro sillas cada una, y en la parte izquierda del local, adyacente a la puerta, estaba la barra. Atrás había barriles que albergaban el vino de tan buena calidad de Ricardo.

Aquella madrugada, donde todavía estaba presente el cielo nocturno, Ricardo se encontraba acomodando las sillas, preparando el establecimiento, hasta que recibió una inusual visita. Era un hombre alto, delgado, vestido con una gabardina. Este hombre nunca había pisado un pie en la taberna:

-¡Oh, buen día! ¿Qué le trae por aquí?

El don, sonreía y contemplaba a su interrogador:

-Buen día, Ricardo. He decidido pasarme en busca de información. Me sería de mucha utilidad que usted me ayude.

-Sí, claro. Aunque es muy temprano, señor. No abro hasta dentro de una hora, pero bueno. Dígame, ¿cómo puedo ayudarle?

-Me gustaría saber el paradero de un hombre. Le llaman El Dandy. ¿Ha oído de él entre los hombres que frecuentan la taberna?-decía el don sin dejar de esbozar su sonrisa.

-No, no creo. Nunca le han mencionado.-decía Ricardo mientras fruncía el entrecejo.

-Es una lástima.-la sonrisa del don había desaparecido.-Bueno, si alguna vez oye de él, ¿me lo podría comunicar? Es una cuestión urgente.

-Sí, señor. Hoy mismo preguntaré por este hombre. En esta taberna uno se entera de todo.

-Oh, muchas gracias, Ricardo.-había vuelto a mostrar su sonrisa.-No sabe cuán agradecido le estoy.

-No hay de qué, señor. Siempre que necesite algo, puede consultarme.

-Claro, claro. Bueno, tengo que continuar mi recorrido. Discúlpeme la molestia, Ricardo. Sé que usted valora mucho su tiempo.

-No es necesario que se disculpe, señor gobernador.-decía mientras hacía un gesto de rechazo con la mano.-Aquí usted tiene un fiel confidente. Le deseo un buen día.

-Gracias, Ricardo.-dio media vuelta y empezó a caminar.- ¡Por cierto, Ricardo!-se volteó de nuevo al tabernero.-No debería estar aquí afuera a esta hora. Han ocurrido demasiados incidentes recientemente.

El tabernero trataba de disimular su miedo:

-Eso es invento de la gente, señor. Es imposible que algo así ocurriera.

-Naturalmente, pero aun así, tenga cuidado.

-Lo tendré señor. Muchas gracias.

El don continuó su camino, mientras que Ricardo se dispuso a terminar de bajar las sillas. Cuando hubo terminado su labor y se disponía a limpiar las mesas, nervioso aún por los acontecimientos de la noche anterior, una figura se paró detrás suyo. Inmediatamente se volteó. Era el mismo señor de hace un rato:

-Creo que cambié de opinión.

Ricardo fue encontrado más tarde, cuando uno de sus clientes entró al bar y vio la puerta abierta. Luego de ver el panorama, salió corriendo. El tabernero se encontraba en las mismas condiciones del viejo que había muerto la noche anterior; se encontraba con las extremidades arrancadas y la cabeza aplastada.

Víctor sintió un cambio en el aire casi de inmediato. Como vampiro tenía habilidades que le hacían único. Podía ver, sentir y oler cosas que los humanos no podían. Y como tal, tenía que alimentarse con la sangre de sus víctimas, adicción que muy recientemente Anton le estaba ayudando a tratar de superar a base de una dieta de pescado y vino. Se encontraba con Anton en la plaza del pueblo, el lugar donde habían ocurrido los incidentes. Llevaba puesta ropa de doctor de la peste, aquellas que tenían máscara de cuervo, todo para evitar sospechas.

Anton, por su parte, llevaba su habitual mochila, además de dos cuchillos caseros que hizo a partir de los huesos de un cadáver:

-¿Hueles algo?-preguntó Anton.

Víctor dirigió la mirada a la plaza e inhaló un poco de aire:

-Sí, hay varios olores, miedo, desesperación, alegría, felicidad. Mmm.

-¿Qué pasa?

Víctor apuntó hacia una mancha que estaba en el lugar donde antaño se encontraba la multitud. La mancha, de no más de 30 cm, era muy oscura:

-No te acerques ahí.

-¿Por qué?

-Es azufre, dióxido de azufre.

<<Dado que esto es algo que podemos encontrar en erupciones volcánicas, creo que...ha tenido que ser un demonio. >>

-¿Cómo puede ser posible?

-¿Tienes alguna teoría?

-Un demonio.

-Tendría que ser invocado. Según escuché, se necesita de un lugar sagrado, para invocarlo. Probablemente al usar su poder, desprendió este olor.

-¿Los demonios no evitaban los lugares sagrados?

Víctor volvió a inhalar profundamente en el aire. Esta vez en dirección a la mancha.

-Huele a maldad, maldad pura. Pero al mismo tiempo tiene un olor raro. No creo que sea un demonio común. No, esto es algo más. Algo más...

-...Siniestro.

-¿Qué propones que hagamos?

<<Un demonio que no le afectan los lugares sagrados. Crucifijos y exorcismos no serán de utilidad>>

-Ve al sanatorio abandonado. Empieza por ahí. El señor que murió la noche pasada lo frecuentaba y si está de alguna manera relacionado con este demonio, lo sabrás.

-Mmm...Eso probablemente me dure parte del día. ¿Qué pasa si me expongo al sol?

A Víctor le daba la sensación de que estaban siendo vigilados.

-Para eso tienes el traje. Si alguien te pregunta, diles que viniste a matar algunas ratas.

-... ¿Y tú a dónde irás?

-Yo iré a la iglesia. El difunto también la frecuentaba y si lo que me dices es cierto, encontraré algo ahí.

-De acuerdo. Será mejor que empiece a moverme.

Mientras se iban, una figura entre las sombras comenzó a sonreír.

Anton siguió su trayecto mientras Víctor se dirigía al sanatorio abandonado. Había que atravesar la carretera a la salida del pueblo. Tomó una bifurcación y siguió. Una vez Víctor disfrutó de buena salud como humano, hasta que un vampiro le mordió y luego hizo que se volviera uno. En aquel entonces, Vicente desconocía lo relacionado con el vampirismo. No fue sino hasta avanzado el tiempo que se dio cuenta del comportamiento de su amigo. De eso hacía casi 10 años.

Fueron años en los que pasó parte de su tiempo en Inglaterra, tiempo donde conoció a Lorena y a Rafael, dos vampiros que también buscaban su lugar en el mundo. Al cabo de un tiempo, decidió volver. Volver con aquél que creyó en que matarlo no solucionaría nada, aquél que creyó que podía seguir una vida como vampiro. Volvió solo para ver cómo moría de tétanos. Para Víctor, teniendo unos sentidos agudizados como vampiro, fue desgarrador y horrible el ver a su amigo así. Veía cómo su vida, cómo cada átomo de su cuerpo, iba desapareciendo.

A lo lejos divisó el cementerio, al que tenía que atravesar para llegar al sanatorio. Tenía casi 120 hectáreas de largo y estaba rodeado por un muro, sobre el cual se notaban todavía algunos rasgos del Renacentismo. En algún lugar de este mismo se hallaban las catacumbas, que llevaban a algunos lugares del pueblo. Al entrar, no pudo evitar sentir un poco de angustia.
Mientras caminaba entre las tumbas, divisó a un cura y tres hombres en lo que parecía ser un entierro. Víctor continuó su camino. Uno de los hombres pareció verlo.

El sol andaba radiante esa mañana y para Víctor fue una suerte el llevar puesto el traje. Sin embargo, un simple rasguño lo dejaría expuesto a las quemaduras del sol. Pasaba por los nichos cuando rápidamente salió una figura y le clavó un cuchillo de cocina en el pecho. Víctor apenas pudo verlo:

-¡Muere, espíritu del mal!

-¡Aaaaaaaagh!

Al retirar el cuchillo, una gran cantidad de sangre salió de la herida y lentamente Víctor sentía cómo se quemaba su piel. A su alrededor, llegaban tres hombres más. Pudo comprender que dos de ellos eran los del funeral. Otro de los hombres le golpeó con un pedazo de madera:

-Eres el culpable de todas las desgracias que nos han ocurrido, demonio. ¡Este será tu final!

Uno de los hombres llevaba un cuchillo de carnicero y se preparó a clavarlo en la cabeza de Víctor. En un rápido movimiento, y a pesar de su situación, el vampiro se levantó y le rajó la garganta con sus uñas. El hombre no pudo hacer más que llevarse la mano a la garganta en medio de aquella escena, mientras brotaba la sangre de su cuello y caía muerto, soltando así mismo el cuchillo.

El primer hombre le clavó el cuchillo por la espalda. Los otros dos procedieron a golpearlo. Uno de ellos le quitó la máscara. Víctor sintió cómo su piel era desgarrada por las quemaduras del sol:

-¡Aaaaaaaaaaaarggh!

Víctor se retorcía en el piso mientras los tres hombres le daban patadas. El del cuchillo no hacía más que clavarlo en su piel. En un momento, el traje de Víctor estaba lleno de rasgaduras y sangre. La pálida piel del vampiro estaba quemándose lentamente.

Desesperadamente, Víctor decidió aprovechar su única oportunidad. Agarró la pierna de uno de los hombres y clavó sus colmillos puntiaguados en ella. El hombre gritó, mientras que

Víctor no pudo evitar beber un poco de la sangre que de esta salía. Los demás le andaban golpeando y apuñalando con mucha más fuerza.
Soltó la pierna del desdichado cuando hubo terminado e inmediatamente el hombre cayó al piso. Víctor saltó inmediatamente y se encontró enfrente de los dos tipos restantes. El del cuchillo se le acercó rápidamente. Sintiendo cómo su cuerpo tenía casi quemaduras de tercer grado, Víctor se dejó apuñalar una vez más. Cuando ocurrió, aprovechó para con su manos, romperle el cuello a su oponente.

Al caer muerto su atacante y haberse sacado el cuchillo, con una nueva herida, se dispuso a cazar a su último adversario, ahora dado a la huida. Corría por los nichos desesperadamente. Sin embargo, Víctor salió de uno de estos, empujándolo contra una tumba. Su cabeza, al hacer impacto, llenó de sangre la misma. Víctor no pudo evitar llevarse un disgusto mayor cuando supo de quién era.

AQUÍ MIENTE
VICENTE CASTILLO

Mientras chorreaba la sangre en la tumba, Víctor terminó dándose cuenta de lo que le hacía el sol. Sin embargo, producto al cansancio y a las heridas, se desmaya, quedando a la intemperie del sol.

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