Capítulo 1
El día andaba soleado. Había muy poca gente en la calle, muy probablemente por los acontecimientos que habían tomado lugar la noche anterior en la plaza. Los únicos que habían afuera eran dos sacerdotes bendiciendo el lugar, algunos mercaderes y pueblerinos, el gobernador. No había ningún niño en la calle. El cadáver del difunto había sido recogido y llevado a la morgue para su posterior investigación.
En la morgue se encontraba Anton. Tenía cerca de 30 años, moreno, pálido, con ojos claros y notables ojeras. Llevaba consigo una bolsa donde guardaba un cuaderno de notas improvisado y algunos libros. Había acudido por petición del gobernador de San Elías. Delante de él se hallaba, postrado en una camilla, el cuerpo inerte.
-¿Han encontrado las extremidades?-preguntó.
-Todavía. Algunos dicen que salieron volando por los aires y...la gente está demasiado asustada como para salir. Hasta lo adultos.-le respondió el tanatopractor, que se veía muy pálido y no dejaba de tocarse las manos, como si se tratara de una perversa manía.-Yo estuve allí, ¿sabe? Bailando con mi esposa cuando ocurrió todo. Fue...horrible. Nunca vi en mi vida semejante...monstruosidad.
-¿Alguien lo conocía? ¿Tenía familia?
-No, señor. Aunque acostumbraba ir a la iglesia y...
-¿Y?
-Corre el rumor que merodeaba por el sanatorio.
-¿El sanatorio abandonado?
-Sí, señor.
Anton miró al fallecido. <<Dios mío. Le han aplastado la cabeza como si fuera una calabaza>>
-¿Quién cree que pudo haberlo hecho? ¿Tiene alguna teoría?
-Ninguna que esté dispuesto a compartir.
-Todavía falta hacerle la autopsia. Le haré llegar los resultados lo más pronto posible.
-Sí. Hágalo.
-De acuerdo, señor. Ahora, si me disculpa, debo empezar mi labor.
-Claro.
Anton se marchó del local mientras era invadido por una serie de pensamientos. <<Tendré que buscar en los libros que me dejó Vicente. Descarto que haya sido un hombre lobo o un duende. Tengo la sensación de que esto se trata de algo más...oscuro. Diabólico>>
La Cordillera de San Elías todavía tenía un poco de arquitectura renacentista, pero ya venía incorporando elementos del barroco en sus establecimientos. La iglesia, casi apartada de este, estaba presente como la primera edificación en tener este estilo arquitectónico. Anton compró pescado y algunas verduras en una de las calles del pueblo. En la taberna consiguió una botella de vino bastante barata, mientras todos a su alrededor le seguían con los ojos.
El trabajo del joven lo consumía tanto de día como de noche. Continuaba la labor de Vicente Castillo, hijo de inmigrantes españoles y quien cuidó a Anton durante su infancia y adolescencia. Se dedicó en vida, igual que Anton en el presente, a perseguir bestias, monstruos, entidades que amenazaran la vida de la gente. Ambos eventualmente se volvieron adictos al café. Tenía una casa llena de libros de todas las especialidades, mayormente alquimia, ocultismo, anatomía, medicina, filosofía, y muchos más. Había pasado casi toda su vida leyendo esos libros, estudiando para su labor. De no ser porque debía mantenerse, no saldría de su casa nada más que por su trabajo. Mantenerse a él y a su...huésped.
Su casa quedaba un poco lejos del pueblo. Había que atravesar un bosque para llegar a ella. A Anton siempre le gustaba ir caminando, así tenía tiempo para refrescar la mente y "coger un poco el sol", como le decía Vicente.
A lo lejos ya divisaba su casa, una edificación a la salida de un pantano, de dos pisos y casi cubierta por las enredaderas. Parecía, para algunos, un lugar abandonado. Anton y su huésped habían tratado de llevar flores o algo en un intento de alegrar el lugar, pero nada sirvió, ya que no sobrevivían en semejante ambiente de trabajo.
Anton había llegado ya a su casa, exhausto y cansado, como todos los días. Enfrente suyo estaba el comedor y a la derecha la cocina. Pegado a la pared estaba una escalera que llevaba al segundo piso, donde estaba el dormitorio, con un ataúd al lado de la cama, la cual tenía debajo un cubo tapado, con agua bendita, cercano al escaparate y las ventanas cubiertas con cortinas negras. En las paredes se hallaban estantes repletos de libros, todos casi descascarados y cubiertos del polvo de los años.
Se dispuso a cocinar. Sacó el pescado, los alimentos y sus materiales de la bolsa. Al terminar su almuerzo y preparar la ración de su compañero, se pondría a investigar qué ocurrió en la plaza del pueblo. Pero para eso necesitaría su ayuda. Por lo tanto, esperaría al anochecer.
Debía ser casi media tarde cuando le entró el sueño. Había estado leyendo La Ilíada de Homero. Dejó el libro encima de la mesa del comedor. Se volteó hacia la cocina, contemplando un diente de ajo que había comprado. Nueve años y unos pocos meses antes, tenía la costumbre de rociarse con eso para espantar a su compañero. Sin embargo, lo había dejado en las últimas semanas. Le estaba dando un voto de confianza.
Se acostó en su cama. No era tan cómoda como hubiera querido, pero ya se había acostumbrado. Le gustaba dormir boca abajo, según él, para dormir más cómodo.
Ya era de noche. El ataúd de su cuarto yacía abierto ahora y una sombra se deslizaba sigilosamente encima de él. Luego procedió a dar una voltereta en el aire que no causó absolutamente ningún ruido, como si fuera el objeto más liviano del mundo. Tenía puesta una gabardina y por debajo un conjunto negro de ropa. La figura, de piel blanca como la nieve, mostrando sus manos huesudas y con uñas largas, abrió la boca y procedió a acercarse a su cuello, mostrando unos largos y puntiagudos colmillos.
En última instancia, la figura retrocedió. Anton se levantó con calma, como si estuviera acostumbrado a estos acontecimientos.
-Lo estás haciendo bien, Víctor. Hay vino en la mesa y te traje un poco de pescado. Come, tenemos trabajo que hacer. Ponte el traje cuando acabes.
La figura cabizbaja, ahora revelada, era Víctor, el huésped vampiro desde hacía años de Anton y amigo de Vicente cuando era humano todavía.
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