Capítulo 9
Ocho de la mañana. Salgo del edredón, quito las cortinas y abro el balcón. La playa frente a mí luce un precioso azul celeste que refleja los rayos del sol. Desde aquí no se ve nadie, tampoco en el jardín trasero ni en la piscina de la casa. Me doy una ducha rápida y con algo cómodo bajo luego de hacer la cama.
El salón está vacío y en la casa reina el silencio. Al parecer, todavía nadie ha despertado. Saco un jugo de la nevera y voy a curiosear la biblioteca que vi ayer. En el centro del salón hay un sofá circular de terciopelo rojo sobre una alfombra persa en tonos blancos y grises. Reviso varios estantes buscando algo que me atraiga y, voilà, encuentro una edición del mismo policiaco que leía en el avión.
Salgo a la terraza con mi jugo y el libro para leer, pero la idea de cambiar la silla de metal por la fina arena resulta tentadora. Tomo una de las toallas de la piscina y sigo por el puente de madera que vislumbro al final. Dejo las sandalias a la entrada de la playa y hundo los pies desnudos en la arena caliente. El silencio del lugar es relajante, ni siquiera las olas se atreven a romper la armonía, se mantienen con un vaivén suave, casi imperceptible desde lo lejos. Dejo mis cosas debajo de una sombrilla y abro la toalla para acostarme. <Cuánto desearía tener mi cámara aquí.> Hay demasiadas cosas lindas que merecen la inmortalidad de una foto, tal vez para luego adornar mi salón.
Leo unos tres capítulos, el sol ya se nota más fuerte, igual que el calor. Algunas gotas de sudor se escuren entre mis senos por la tela gruesa del bikini bajo la camiseta. Los hombros me escuecen por el intenso resplandor y me doy cuenta de la marca que comienza a dejarme la blusa. El agua es una invitación a refrescarse. Miro a mi alrededor y sigo estando sola, es una playa privada así que no creo que pueda entrar alguien. Me quito la camiseta y los shorts, también la pinza que me sujeta el pelo, y desanudo la parte de arriba del bikini dejando mis pechos al aire. Una leve sensación de vergüenza corroe mi estómago y me enciende el rostro, pero la disipo recordándome que no hay nadie más aquí. Cruzo los brazos y me tapo mientras camino al agua. Está helada, meto la punta de los pies y avanzo hasta que me tapa las caderas. Mi cuerpo se va acostumbrando poco a poco y comienzo a percibir la temperatura del agua más agradable. Es tan cristalina que incluso puedo ver el rosado de las uñas de mis pies. Me acuesto sobre el agua dejándome llevar por el balanceo, extiendo los brazos y cierro los ojos. Podría dormir aquí sin ningún problema.
—Bisssss. —siento un silbido desde la orilla y me incorporo. —¿Ahora eres exhibicionista?
Reconozco la voz.
<¿Qué mierda hace aquí?>
Miro por encima de mi hombro hacia atrás para asegurarme de que efectivamente mi suerte apesta. Es Hayden. Está parado en la orilla con las manos en la cintura. Lleva el pelo revuelto, unos shorts de deporte y el sudor hace resplandecer su piel.
—Para que sea exhibicionismo tiene que haber público y hace un segundo estaba completamente sola. —aprieto las manos con más fuerza, previendo que se escape algo que no deba verse. —¿Qué haces todavía parado ahí? Si eres un depravado, te sugiero que te vayas. Sé dar buenas patadas.
—Es mi playa. —acota y siento cómo va entrando al agua. —No espero tu permiso para darme un baño cuando quiera.
—¡Lárgate! —chillo. —Estoy desnuda.
—Ese es tu problema. —se lanza, hundiéndose en el agua para aparecer unos metros después delante de mí.
El tono cristalino del mar se refleja en sus ojos. Me obligo a mirar a otro lado cuando se pone de pie y el agua le corre hacia abajo. Parece un ser mitológico saliendo del mismísimo abismo para arrasar con todo.
<Dios, ¿por qué me permito pensar esas cosas?>
—¿Nadie te enseñó a respetar, verdad? —inquiero de mala manera.
—No soy yo quien anda enseñando las tetas. —baja la mirada a mis manos cruzadas sobre el pecho que hacen un esfuerzo por taparlos y la vergüenza me sonroja.
—Bien. —asiento, molesta. —Ya que no sabes respetar el espacio de los demás, me voy yo.
Date la vuelta al menos para salir por la toalla.
Enarca una ceja con diversión y se pasa las manos por la cara, hundiéndose hasta quedar a mi altura.
—Ya te vi desnuda, Rubia. —se burla. —Darme la vuelta sería un desperdicio.
—¿A qué juegas, idiota? —espeto, furiosa. —¿Al imbécil depravado que te lleva a su apartamento, te mete en su cama, dice que no te tocaría ni con la punta del dedo? Se porta medianamente bien antes de transformarse en un estúpido engreído que se cree con el derecho a darme órdenes, a acorralarme y tirarme pullitas cuando se le venga en gana.
—Nunca te dije que no te tocaría ni con la punta del dedo. —niega vacilante.
—Cariño. —la voz de Susana se siente desde la orilla. —No me dijiste que vendrías a nadar.
La mujer sigue hablando mientras yo lo liquido con mis ojos. Él tiene el poder de magnificar todo en mí y en estos momentos puedo sentir cómo la cien me late por el enojo.
—Vete al demonio. —suelto un bufido y doy la vuelta para marcharme, ya no me importa que me vea el culo, solo quiero salir de aquí.
La morena en la orilla me mira con ojos asesinos cuando me ve salir cubriéndome el pecho desnudo. No dice una palabra, pero las ganas que tiene de saltarme encima y ahorcarme no necesitan explicación.
—Buenos días. —saludo cuando paso por su lado.
—No tardaste mucho en trepártele encima otra vez, ¿verdad? —bostica, obviando mi saludo.
—No sé de qué hablas. —niego y sigo de largo hasta la sombrilla, no pienso caer en provocaciones, pero Susana me sigue buscando guerra.
—Entiendo que ser tan fácil le provoque cierto morbo. —me agarra por el brazo, obligándome a mirarla. —Aléjate de él. Te lo advierto.
Sacudo la mano con fuerza y me zafó de su agarre, dándome la vuelta para encararla.
—Mejor ocúpate de lo que hace. —señalo con la cabeza hacia el agua. —Anda, ve y reclámale a tu noviecito. ¡Ah, no, verdad! Que solo dice que eres su amiga.
—No juegues conmigo, niña. —advierte furiosa. —Le doy mil vueltas a una mojigata como tú.
—Me alegro por ti. Y ahora, si me disculpas. —recojo las cosas de la arena y me envuelvo la toalla. —Tengo mejores cosas que hacer.
Me visto cuando llego al puente y recupero mis zapatos. Dejo la toalla sobre las sillas de la piscina y entro en la casa. Están sentados desayunando. Bea trae unas gafas oscuras y mastica un sándwich con las piernas encima de Jack que no deja de remover algo en un vaso. Travis lleva un delantal puesto, se acerca a la mesa con dos platos y le da un beso a Claudia en la cabeza antes de que esta se incline para darle otro en los labios.
Me aclaro la garganta y el sonido sobresalta a la rubia, que suelta de inmediato el cuello de su novio para mirar aterrada hacia la puerta.
—Te odio. —me lanza una servilleta y se lleva la mano al pecho. —Pensé que era mi hermano.
—Podría haber sido. —Tomo asiento y cojo uno de los sándwiches que quedan.
—¿Chapuzón matutino? —pregunta Bea bajando sus lentes.
—Hace calor. —me encojo de hombros y le doy una mordida al pan.
¡Está delicioso!
—Parecen muertos de hambre. —Travis echa una mirada a los platos vacíos en el centro de la mesa. —Devoran todo lo que pongo.
—Buenos días. —Randy entra estirándose, todavía parece bastante dormido. Se acerca a donde estoy y me estruja los hombros antes de darme un beso en la coronilla. —¿Cómo dormiste anoche, princesa?
—Bien. —asiento y él se sienta a mi lado.
—¡Creo que ya estamos todos! —dice Jack. —Deberíamos salir a dar una vuelta por el lugar.
—Cariño. —Bea le acaricia la mandíbula. —El dolor de cabeza me está matando.
—Siempre está la opción que te quedes aquí. —los ojos verdes de Bea se entrecierran sobre Randy como una advertencia que él ignora olímpicamente.
—Yo tampoco me siento muy bien. —interviene Claudia.
—Hagamos algo en la casa entonces. —Travis vuelve a besar a su novia, que lo mira idiotizada. —Barbacoa y piscina suena bien.
—Me apunto. —Jack da un toque en la mesa con emoción. —Yo me encargo de comprar las cosas.
Randy y Jack salen por provisiones mientras nosotras nos quedamos a organizar todo el reguero que Travis dejó en la cocina. Bea se toma una pastilla y sube a su habitación a descansar, escaqueándose del trabajo como siempre. Saco lo último que queda del lavaplatos y lo coloco en la encimera mientras Claudia lo va acomodando.
—Listo. —Claudia cierra la puerta del estante. —Prepararé limonada, estoy muriendo de sed.
—Te ayudo. —saco lo que necesita de la nevera y me siento en la barra mientras ella la prepara.
—Me encanta este lugar. —dice mientras remueve el líquido. —No tengo muchos recuerdos de aquí, pero mamá decía que siempre veníamos en familia a pasar los veranos.
—Sí. Es fantástico.
—Nunca me has hablado de tus padres, ni nada parecido, ¿sabes? —toma dos vasos para servirnos y me tiende uno. —Eres como una habitación hermética que nunca deja entrar.
—No hay mucho que contar. —me encojo de hombros mirando el suelo; ese tema me pone triste y no me gusta hablarlo con nadie.
—Siempre hay alguna historia divertida, pero si no quieres no hay problema. Cambiando de tema. —repiquetea los dedos. —Bea me contó lo que pasó ayer en la discoteca.
—Sí, un borracho se puso latoso cuando bajamos. —digo sin más detalles.
—¿Un borracho nada más? —enarca una ceja. —Ya sé la historia, no tiene sentido que finjas amnesia.
—Bien, entonces no tengo que repetirla. —me dejo caer con fastidio en el respaldo.
—Hablando del rey de Roma. —murmura entre dientes y giro involuntariamente viendo lo mismo que ella. —¡Estaban los dos en la playa! Está mojado igual que tú.
—No. —niego rotundamente.
Hayden entra a la cocina sin prestarnos atención y saca una botella de agua de la nevera. Susana no viene con él. ¿La habrá ahogado en la playa? Para seguir sumando cosas a su lista: depravado, engreído, altanero, feminicida...
—¿Dónde dejaste a tu novia? —le pregunta Claudia.
—No tengo tal cosa. —contesta con desinterés y coge una manzana del frutero para marcharse.
—¿Qué haces mojado? —vuelve a preguntar Claudia y yo me hundo en mi asiento rezando para que no conteste y se largue.
—Fui a correr. —dice mientras camina. —En el camino encontré una sirena y tuve que darme un baño con ella.
Que se abra un hueco en la tierra y me trague es lo que necesito. ¡Idiota! Siento el ardor en mis mejillas completamente tintadas bajo la mirada acusadora de mi amiga, y finjo que no oí su respuesta, intentando cambiar de tema. Por primera vez creo que me alegro al ver llegar a Susana, que corre directo hasta donde está él.
Vuelvo a mi habitación y me quedo leyendo algunos capítulos de la novela hasta que los chicos llegan con las cosas que necesitábamos. Bea enciende el estéreo de la piscina y Travis comienza a preparar los cócteles, mientras Jack envuelve piezas de carne en aluminio y las rocía con algo que preparó antes de meterlas a cocinar. De Hayden y Susana no hay ni rastro y a eso se debe toda esta tranquilidad. El sol va cayendo; la piscina infinita tiene una vista panorámica del atardecer envidiable. Travis rodea a Claudia por detrás y Bea se sube a la espalda de Jack contemplando el romántico espectáculo de ocres y dorados que adorna el horizonte.
—Te amo, enana. —le susurra Travis al oído y mi amiga sonríe.
Me gusta verla feliz. Ellos son pura miel y, aunque a veces sea demasiado, creo que todos deseamos tener a alguien que nos quiera con esa misma intensidad.
—Vamos a comer. —nos llama Randy y todos salimos de la piscina.
La mesa del jardín está preparada. Me envuelvo en una toalla y voy a sentarme con el grupo. Asado, macarrones con queso, ensalada César... los chicos prepararon un bufet y todo luce delicioso. Soy horrible cocinando, pero si algo se me da bien es comer.
Subo a bañarme después de recoger. Hoy no haremos nada y tomaremos la noche de descanso. Cierro el grifo del agua y salgo envuelta en una toalla. No encuentro nada cómodo en la maleta; el único pijama que hay es demasiado revelador incluso para llamarse pijama. La camiseta de Hayden sigue aquí. La tomo y me la llevo a la nariz. Sigue oliendo a él a pesar de haberla usado yo; su perfume está prendido a la tela. Dudo, pero termino pasándomela por la cabeza y dejo que caiga hasta la mitad de mis muslos.
Salgo al pasillo vacío en dirección a las escaleras cuando siento unos gemidos. Una mala sensación se me asienta en la boca del estómago, pero sacudo la cabeza diseminando cualquier pensamiento y bajo hasta la terraza.
El aire está fresco. La noche estrellada y una luna llena gigante brilla inmersa en la oscuridad. El sonido de las olas y algunos insectos hacen la música de fondo que me acompaña mientras leo. Siento unos pasos a mis espaldas pero no volteo a ver, simplemente dejo la vista en el libro.
—¿Qué haces aquí sola? —las letras se me unen cuando reconozco su voz. Una rabia me inunda y, aunque no encuentro explicación, la sensación acrecienta por segundos.
—Lo mismo que tú. —contesto cortante.
—Yo bajé a fumar. —arrastra la silla a mi lado y se sienta. —No te veo haciendo lo mismo.
Su boca se curva en una sonrisa mal disimulada cuando reconoce su camiseta y eso me irrita más.
—Deberías dejarlo. —digo mientras finjo seguir leyendo.
—Debería. —da una calada y suelta el humo que rápidamente se dispersa. —Pero no lo haré. Me relaja.
—Sobre todo después de un polvo, ¿verdad? —Abro los ojos perpleja dándome cuenta de lo que acabo de decir y me arrepiento de inmediato considerando el tono de reproche que llevaban mis palabras.
—Sí. —asiente. —Sobre todo después de un polvo.
<No estás celosa. No estás celosa y tampoco estás molesta por eso.>
Sigo en silencio con los pies sobre la silla y el libro en las rodillas. Repitiendo eso en mi cabeza para contener la rabia que me corre por el cuerpo. Soy estúpida. No tengo ningún derecho a sentir celos por alguien que no es nada mío y prácticamente no conozco. Pero ¿de qué manera le doy la orden a mi subconsciente cuando él hace lo que le da la gana sin mostrar una pizca de sentido común? Cierro el libro cuando el silencio se torna demasiado incómodo.
—Voy a dormir. —me paro para irme. —Buenas noches.
Doy la vuelta y siento el sonido de su silla un segundo antes de que su mano rodee mi cintura y me dé la vuelta obligándome a mirarlo de frente.
—¿Qué haces? —me remuevo pero no me suelta.
Tira con más fuerza haciendo que mis pechos choquen contra él. El libro cae al suelo y siento como la excitación dentro de mí aumenta asediada por el delicioso olor que impregna su piel. Hayden se inclina. Me sujeta la nuca, el aliento mentolado acaricia mi oído que capta como inhala profundo sobre la base de mi cuello y un escalofrío delicioso me estremece.
—Si estás celosa. —susurra en mi oído. —Solo tienes que decirlo.
¿Esto es lo que hace? Jugar conmigo como si fuera su estúpido conejillo de indias. Me remuevo con fuerza y logro quitármelo de encima mientras él ríe.
—¿Qué mierda te pasa? —rujo fuera de mí. —¿Tienes problemas de personalidad o te piensas que esto es un puto juego?
—¿Lo dice la que despertó gritándome en mi apartamento o la que se mojó en la discoteca cuando le dije lo que quería escuchar? —levanta las manos en el aire. —Me parece que tienes que aclarar tus ideas.
—Escúchame bien, idiota. —camino hacia él y lo apunto con el dedo. —Yo no pienso ser una de tus amiguitas que follas y desechas. No vuelvas a tocarme y aléjate de mí. Te lo dije en el bar. Conozco a los tipos como tú y reitero, no me interesa.
Avanza hacia mí y me toma la cara con fuerza, obligándome a mirarlo.
—¿No te interesa?
—No. —contesto segura.
—Mentirosa. —murmura a milímetros de mi boca.
—¡Serás puta! —brama Susana llena de ira.
Le doy un golpe a Hayden en el pecho alejándolo de mí. Esto era lo que me faltaba ahora, tener que lidiar con los celos de la garrapata con mirada psicópata. ¿A quién habré matado en otra vida para tener tan mala suerte?
—Me voy. —recojo el libro del piso. —No tengo nada que hacer aquí.
—Nooo. —me toma por el hombro y me detiene. —Tú no vas a ningún lado. Te lo advertí esta mañana.
—Tú a mí no me adviertes nada. —la encaro.
—¿Susana, qué carajos haces? —Hayden la toma del brazo, molesto, alejándola de mí, pero ella se suelta y vuelve a donde estoy.
—No puedes mantener las piernas cerradas, ¿te lo quieres follar hasta después de acostarse conmigo?
Me lleno de ira. Me cuesta no soltarle ahora mismo un bofetón, pero no pienso ceder. Viro la espalda para marcharme, pero su mano se enreda en mi pelo y me tira al piso.
—No he terminado, sinvergüenza. —le meto una patada cuando se viene encima de mí y ella retrocede, apretándose el puente de la nariz que le comienza a sangrar.
—Ubícate. —chillo poniéndome de pie. —Yo no ando detrás de nadie. Abre los ojos y quiérete un poco más.
—Susana, ya basta. —Hayden la sujeta.
—¿Qué pasa aquí? —preguntan Claudia y Bea, que seguro bajaron al escuchar los gritos.
—Me has reventado la nariz, hija de puta. —grita desquiciada.
—¿Le rompiste la nariz? —Claudia mira la escena sin dar crédito.
—No pienso aguantar los ataques de celos de una histérica trastornada. Y que no se te ocurra volver a ponerme una mano encima porque no respondo.
—¿Te atreviste a golpearla? —Bea se abalanza sobre Susana, pero Claudia se interpone y la arrastra hacia atrás. —Sácate el palo del culo y folla bien para que no tengas que estar celando hombres. Nos avergüenzas a las mujeres.
—Ven aquí. —la incita mientras sigue forcejeando con Hayden. —Ven aquí y dímelo en la cara si te crees muy valiente.
—Ya basta, Susana. —ruge él sacudiéndola con fuerza. —Ya basta. Suficiente con el espectáculo que has montado. Mañana te quiero fuera de aquí.
—¿Me vas a echar de la casa por ella? —la voz se le quiebra y se lleva la mano al pecho.
—No. No te vas de la casa. Mañana vuelves a Las Vegas y desapareces.
—Pero...
—Pero nada. —la interrumpe. —Lo dejamos claro desde un principio y estuviste de acuerdo. Tú y yo no somos nada. Estoy harto de tus berrinches.
Susana comienza a llorar y Hayden sale de la terraza dando un portazo. Levanta la barbilla y se limpia las lágrimas de un manotazo cuando se da cuenta de que seguimos ahí.
—¿Qué miran, estúpidas? —rebufa y Bea intenta irle arriba una vez más pero no se lo permito.
—No vale la pena. —le digo. —Vámonos.
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