
Capítulo 51 (Final)
Fin
—Vaya, hasta que te dignas a salir de ese cuarto. —dice Randy, sentado en el sofá. Su mirada me juzga, pero no digo nada mientras atravieso el salón y me siento a su lado, abrazando un cojín entre las piernas. — ¿Ya has decidido qué vas a hacer?
Sacudo la cabeza y, de nuevo, no contesto. Randy resopla, apoyando ambos pies en el suelo, con la espalda doblada y los codos apoyados en las rodillas.
—Llevas dos días vegetando en esa cama, ni siquiera estoy seguro de que comas algo cuando no estoy.
—Volveré a Nueva York. —lo informo, y su cara palidece. —Me despediré de todos y luego me iré definitivamente.
— ¿Cuando dices "todos"... eso también lo incluye a él? —asiento con lentitud.
—Debo darle una explicación.
—No tienes que hacer nada y no te tienes que ir por él a ningún sitio. Que se vaya a la mierda. Quédate, Emm, olvidemos lo que ha pasado y quédate conmigo.
—Ya lo hemos hablado, Randy, yo...
No soy capaz de terminar la frase y prefiero callar. Él se para, llevándose las manos cruzadas detrás de la cabeza mientras camina en círculos por el salón.
— ¡Sigues tan ciega que no ves lo feliz que te puedo hacer! —la garganta se me aprieta y evito sus ojos cuando se agacha frente a mí. —Yo te quiero, Emma, lo hago desde la primera vez que te vi.
—Y te agradezco por eso, Randy, pero...
—Tu agradecimiento no es lo que quiero.
Conozco esa mirada. Es la misma de aquella noche en el cumpleaños de Travis, y eso me aterra.
—Gracias por haberme ayudado. —Quito la mano de golpe cuando él intenta retenerla con la suya y me paro, fingiendo toser. —Creo que ya debo regresar a mi casa, desaparecer así no estuvo bien.
—Quédate unos días más. —pide, tomándome del brazo.
—No está bien que sigas guardando esperanza. —doy un paso atrás. —No es justo para ninguno de los dos. Te quiero mucho, pero como amigo y siempre será así.
Aun llevo puesta la camiseta que Randy me dio la segunda noche para que pudiera cambiarme. Vuelvo a la habitación y, una vez la dejo recogida, salgo sin mirar atrás, sabiendo lo que tengo que hacer, aunque eso sea un puñal auto infringido a mi propio pecho.
La imagen de mi amigo, desolado con la cabeza gacha, me parte el corazón. Me acerco a darle un abrazo que él no se inmuta en responder. Todo esto es una mierda. Siento que nada más saco la cabeza, algo viene empeñado en pasarme por arriba y volverme a hundir. Vuelvo a ponerme de pie y dejo un beso sobre los rizos oscuros con olor a naranja antes de dar vuelta en dirección a la salida, donde me detengo con la mano sujeta en la puerta.
—Todos merecemos a alguien que esté perdidamente enamorado y orgulloso de nosotros. —digo por encima del hombro en su dirección. —Sé que aún no entiendes por qué no puedo corresponderte. Te dolerá, después te dará rabia y al final terminará dándote risa. Así es como se cierran las etapas. Asegúrate de hacerlo y luego encuentra lo que mereces. Deseo que lo hagas de todo corazón.
Salgo, cerrando a mi espalda, y entro al ascensor, que me deja en el parqueo donde sigue mi auto desde el día en que llegué.
No encuentro nada capaz de rellenar el agujero profundo que carga mi pecho. Como si alguien hubiese metido una mano hasta el órgano sangrante entre mis costillas y luego cerrado con fuerza para arrancarlo como un trofeo, llevándose al barrer cada centímetro de mi alma.
No quedan lágrimas que llorar en mis ojos. No... los monstruos no lloran. Yo lo quería muerto, quería que pagara al precio que sea y, cegada por la ira, mi propia mano lo hizo pagar. Su padre. Mi cabeza repite esa horrible verdad una y otra vez. No fui mejor que Hamilton y, pese a todo, lo único en que puedo pensar es que yo le quité a su padre como mismo ellos me hicieron un día a mí.
Claudia... la garganta se me seca al pensar en mi amiga. ¿Cómo se dice algo como esto? ¿Cómo se le dice a un hijo que tú mataste a su padre, por la razón que sea? No hay justificación alguna capaz de subsanar esa verdad. Vivian... toda la familia. Cada pensamiento es un disparo al cristal que se hace añicos dentro de mí, casi deshecho por completo.
«Un caos. Todos en la familia siguen consternados por lo que pasó, pero ya pasará. Él no lo merece.» —Las palabras de Steve que hace poco cobraron sentido. ¿Cómo pude ser tan estúpida para no verlo, si lo tuve delante todo el tiempo?
El auto pita con el puño que estrello rabiosa sobre el volante. El carro se desvía un tanto, pero rápidamente vuelvo a tomar el control, recibiendo las maldiciones del chofer que maneja detrás.
Todavía no sé qué diré. Llevo días pensándolo y no aparece nada. Lo único que sé es que prefiero parecer una cobarde a soportar que ese azul brille con odio para mí.
—Emma. —me aborda Harry nada más poner un pie en el viejo portal del edificio. —Al fin regresas, niña. Tus amigos han venido incontables veces preguntando por ti. Se veían preocupados y ese hombre... el de traje...
El corazón me late descarriado y siento como si escalara por mi garganta.
—Me dio muchos problemas, hasta que no tuve más opción que darle tus llaves. Entra y sale como un loco desde ayer que...
— ¿Lo has vuelto a ver? —pregunto con la voz temblorosa.
—No desde la última vez que salió. ¿Quieres que llame a la policía?
—No. —sacudo la cabeza y trato de sonreír para alivianar la tensión. —Todo está bien, solo algunos problemas familiares, es todo.
Harry frunce el ceño, y lo veo olfatearme con la nariz arrugada como un sabueso que no se fía de lo que le digo.
—Todo está bien. —reitero. —Ahora iré arriba, necesito descansar. ¿De casualidad no tendrás otra copia de mis llaves?
El portero asiente y se agacha, rebuscando en los cajones el llavero plateado con el número doce dibujado con plumón.
—Cualquier cosa, puedes llamarme a la hora que sea. —advierte, extendiendo la mano.
Asiento con un sutil movimiento de cabeza, tomando lo que pedí.
Evito el ascensor porque necesito tiempo. Cada paso de escalera se hace eco en mi cabeza y el aire comienza a abandonarme a medida que llego arriba. La mano me tiembla cuando intento ensartar la llave en la cerradura. Puedo escuchar mi corazón latir dentro de mis oídos y... la puerta se abre desde adentro. El piso se agrieta y todo dentro de mí cae desvanecido en un abismo cuando unos ojos opacos me devuelven la mirada desde el otro lado del umbral.
— ¿Estás bien? —su voz se oye rasgada, como si la hubiesen maltratado de tanto gritar.
La nariz me pica, pero aíslo el escozor y asiento en un movimiento mudo, enterrando mi vista en el suelo. Hayden aspira de forma sonora y suelta la puerta con fastidio, volviendo adentro.
—Lo primero que pensé es que alguien había entrado y te había llevado. —comienza a decir y una daga de culpabilidad me atraviesa. —Luego busqué las cámaras y te vi salir corriendo por tu propio pie en medio de la madrugada.
Silencio, un silencio hueco por el cual podría jurar que Hayden es capaz de escuchar hasta el movimiento de la sangre dentro de mis venas. Camina todavía de espaldas a mí, con una mano en la cintura y la otra en la cabeza, sin bajar la vista del techo.
— ¿Por qué te fuiste? —pregunta entonces, volteándome a ver. —Trato de buscar un motivo razonable y de verdad no lo encuentro, así que respóndeme.
—Me equivoqué. —musito, armándome de valor para mirarlo a los ojos.
—Te equivocaste. —repite con una calma igual de letal que el filo de una navaja. — ¿Con qué exactamente?
—Con esto, con nosotros. —las palabras queman mi garganta. —Todo ha ido muy rápido y creo... creo que nos equivocamos.
— ¡Decidiste eso en cuarenta y ocho horas de mierda! —se exalta y yo retrocedo.
—Necesitaba pensar.
— ¡A la mierda con eso! Puse esta ciudad patas arriba buscándote. ¿Sabes la cantidad de cosas que imaginé cuando no te encontraba en ningún lado después de saber todo lo que me contaste? ¿Sabes que casi me vuelvo loco cuando vi la cadena que te di tirada en el suelo y tú no estabas?
—Lo lamento... —siento humedad formándose detrás de mis ojos y me repito otra vez, que no puedo llorar, tengo que hacerlo y esta es la única manera. —No hice las cosas de la mejor forma, pero...
— ¿Pero qué, Sophia? —su voz se transforma en un rugido, en solo dos segundos lo tengo delante y sé que es el momento o no podre hacerlo después.
—No te amo. —le grito a la cara con el rostro tan seco como un árido suelo. —Me equivoqué pensando que sí y es un error alargar algo que no tiene sentido para ninguno de los dos.
—No te lo crees ni tú. —ríe sin ganas pasándose la mano por el rostro. — ¡Ahora dime la verdad!
—Esa es la verdad, aunque te cueste aceptarla. —planto los pies firmes frente a él aunque por dentro me deshago pedazo a pedazo. —Nos conocimos en uno de los momentos más solitarios de mi vida y todo lo que pasó me condicionó demasiado. Confundí lo bien que me sentía mientras teníamos sexo con... con algo más. Luego me di cuenta de que no era así y me aterré pensando que era tarde para dar marcha atrás, pero debía ser egoísta por mí... por eso me fui.
La lengua se me vuelve pastosa y la saliva difícil de tragar. Siento mis respiraciones pesadas y el pulso disparado en mi muñeca cuando levanto la vista hacia sus ojos recordándome que es mejor así, a que se enteré de la atrocidad que hice y termine odiándome para siempre.
—Me voy de la ciudad. —suelto la estocada final.
Hayden avanza un solo paso hacia mí, mi espalda estampa con la pared buscando alejarse y entonces sus manos se aferran a mis brazos cuando no me queda otra opción que inclinar la cabeza encontrando la expresión fatigada de su mirada.
—No te creo nada. —masculla sin apenas separar los labios.
Mi barbilla castañea y aprieto los dientes formando un chirrido evitando el temblor que me pueda delatar.
—Ese es tu problema, no el mío. —cruel, las palabras salen de mi boca y automáticamente sus manos me sueltan como si quemara.
— ¿Qué te pasó? —pregunta dando un paso atrás para verme mejor y ya no lo hace con rabia, si no con pena. No puedo contener la lágrima que sale rodando por mi mejilla mientras mi cuerpo paralizado sigue contra la pared y el sonido de un móvil se cuela rompiendo mi tímpano.
Hayden sacude la cabeza en negación, el espacio que nos separa nunca se había hecho tan hondo y oscuro. Mete la mano en el bolsillo buscando el teléfono que no deja de sonar y su ceño se parte en dos al mirar la pantalla.
Segundos... minutos... horas, no sé bien que tiempo trascurre mirando sin pestañear esa pantalla antes de que su rostro se transforme en el de una bestia cuando gira el móvil para que yo vea.
Dejo de respirar, mis pulmones se cierra y todo alrededor comienza a darme vuelta cuando veo mi imagen desnuda sobre una cama con Randy encima. Los pedazos del cristal explotan a mi lado acompañados de un impacto sordo y me encojo formando un nudo con mis propios brazos alrededor.
El odio que tanto temí ver, arde ahora con tanta fuerza que podría hacerme cenizas a la distancia. Las palabras se me quedan detrás de la campanilla sellando mis labios cuando Hayden se acerca tomándome la mano.
De uno de los bolsillos del pantalón saca colgando la pequeña cadena que deja caer fría en el centro de mi palma.
—Te cuidé siempre para no romperte e irónicamente, terminaste haciéndolo tú.
Sus dedos se curvan sobre mi piel cerrando mi mano en un puño y caigo de rodillas al suelo cuando su presencia se desvanece, negándole volver a sentir ese perfume a mi nariz. Entierro la cara entre las manos ahogando cada grito que desgarra mi ser como garras afiladas desde dentro.
—Emm... —siento la voz de mi amiga que se acerca y luego el sonido de un cuerpo cayendo al suelo. Sus delgados brazos me cubren y yo no puedo parar de llorar. —Emm. No llores así, por favor...
Yo elegí este camino y aunque sabía que dolería, nunca imaginé que lo hiciera tanto. Me aferro con brío al único pilar en pie a mi lado y el olor a jazmín llena mis fosas nasales.
En este juego que es la vida, hay repartidas disimiles trampas para hacernos ceder, entre ellas... que nunca sabremos en qué abrazo nos estamos despidiendo de la persona que queremos. Si lo supiéramos, seria todo más fácil. Cerraríamos los brazos con más fuerza, aspiraríamos con más ganas, guardáramos mejor esos segundos y los dejáriamos como una fotografía para siempre en nuestra mente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro