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Capítulo 44

Latidos errantes, que impulsan mi cuerpo desesperado cuando se abren las puertas del pent-house. Cruzo el salón hasta el pasillo, siguiendo la estela de ese perfume familiar que llena el aire con olas de madera y cuero, como un naufragio que deja a la deriva sus tesoros más valiosos. Empujo la puerta de la habitación donde muere el rastro y... la vena en mi cuello deja de palpitar, mis latidos se asientan y las manos dejan de sudarme.

<Estoy en casa.>

—Hola. —Las palabras se pierden en la curva de su cuello donde encalla mi cara, como una adicta que encuentra el veneno y la cura en el mismo lugar.

—Hubo varias explosiones, el centro es un caos. —Toma mi cara entre sus manos, obligándome a mirarlo, y la expresión que tiñe su rostro es la más tierna que jamás le he visto. —Me preocupé cuando vi las noticias.

Se me arruga el corazón. Me prometí que le contaría la verdad, y lo haré, pero no ahora, no hoy. Cubro con mis manos las suyas; el calor que desprende irradia sobre mi piel, corroe cada rincón de mi cuerpo.

—Lo sé. Lo vi cuando venía en camino, pero estoy bien.

No me atrevo a mirarlo a los ojos al decir eso último; siento que, de algún modo, si lo hago, Hayden podría desentrañar cada parte de mí que esa noche, se rompió.

— ¿Cómo fue la reunión? —pregunto para disipar aquellos pensamientos.

Con un dedo, levanta mi barbilla y un beso profundo y audaz cubre mis labios. El cuerpo me tiembla, un recuerdo de lo que él es y lo que puede hacer con tan poco.

—Conseguí el inversor que necesitamos. —Alardea orgulloso, guiñándome un ojo. — Pero no hablemos de eso; se me ocurren mejores cosas para gastar el tiempo.

Palmeo su hombro con una indignación que no siento cuando sus dedos se cuelan sin permiso por debajo de mi vestido.

—Un vestido precioso, por cierto, aunque sigo pensando que te verías mejor sin él.

La cinta a mi espalda se abre y ambas partes de la tela violeta caen sin gracia a los lados, dejándome el busto suelto. El azul flamea y contraigo las piernas cuando capto cómo la humedad se expande entre ellas. Los ojos de Hayden se vuelven oscuros, portando esa mirada de depredador que me empequeñece, y entonces... sus manos absorben uno de mis pechos. Un pequeño gemido se me escapa al contacto. Lo aprieta... luego toma el otro. Amasa las carnes en sus manos con devoción, mis labios se entreabren expectantes y siento un hormigueo subir por mis mejillas, tiñéndome de carmín.

—Podría sepultarme en ellas. —Asegura, el tono áspero como lija. —Quedarme dentro de ellas hasta el final de mis días.

— ¿Me harás suplicarte? —Un gruñido me maltrata la garganta; mi pecho sube y baja agitado. Su boca se curva cínica hacia un costado y Hayden ladea la cabeza en un movimiento más felino que humano, como si meditara la pregunta. —Si es así, dímelo y no me tortures más.

— ¿Suplicar? —Tenso la espalda con tosquedad cuando su pulgar acaricia uno de los montículos duros como roca que adornan mi pecho. —Hoy no.

Un corrientazo me sacude de cabeza a pies cuando su lengua pasa como un látigo fugaz sobre cada lugar clamante de atención. No me doy cuenta cuando desliza fuera la liga que me sostenía el cabello, y todo el pelo cae desparramado por mi espalda. Su boca traza surcos de saliva y mordiscos desde mi cuello hasta el oído, un jugueteo maldito que hace hervir mi sangre a borbotones, volviéndola una laguna de lava por debajo de la piel febril de mi cuerpo.

Arranco la tela restante que me cubre y la tiro a un lado con la punta del pie. Hayden da un paso atrás, observando la diminuta tanga que aún conservo. Estoy casi desnuda, mientras a él lo único que parece habérsele movido de lugar son dos botones de la camisa. Me agacho, bajando la tanga con tortuosa calma, asegurándome de dejarle un buen panorama a la vista. Estrujo el trozo de encaje en mi puño y, con dos pasos cortos, lo tengo otra vez al alcance.

—Tu premio. —Meto la tanga en el bolsillo de su pantalón. —Ahora déjame desvestirte y cobrar el mío.

En menos de dos segundos tengo al perfecto macho desnudo delante, un orgasmo visual en toda regla. Feroz y arrollador. Deslizo las palmas por los hombros anchos y esculpidos; la piel tersa me invita a tocar más <y lo hago.>

Sus pies comienzan a moverse enredados en los míos, obligándome a ir hacia atrás. Me niego a soltar su boca para avistar el camino y me dejo ir hasta que mi espalda choca con algo frío... el cristal del ventanal.

Un giro brusco me deja de frente a la ciudad, y un cosquilleo sube por mi estómago cuando veo el panorama frente a mis ojos.

—Manos a la pared. —Ordena con severidad.

Sin miramientos, golpea la parte interna de mis muslos, una orden silenciosa que obedezco abriendo las piernas. Gruño cuando sus dientes se cierran sobre la parte plana de mi hombro, y él me manda a callar haciéndome estremecer con el roce de su aliento.

—Sin afán, y con esmero... así es como te voy a coger hoy.

Todo se me hace agua; me vuelvo una masa temblorosa y suplicante cuando mis caderas tiran hacia atrás como si tuvieran vida propia.

Una palma firme se pasea por mi espalda, causándome escalofríos. La punta de su lengua se desliza por mi columna hacia abajo, gimoteo cuando detiene el movimiento antes de llegar donde quería.

—Por favor. —Jadeo, otra vez.

Hayden da un paso atrás, el espejo me devuelve el exquisito reflejo del hombre a mi espalda. Empino el cuerpo en un llamado por lo que quiero y sus rodillas se hincan en el suelo, a la vez que sus manos me agarran, ejerciendo presión sobre mis caderas, dejándome completamente inmóvil.

—Deberías verte desde aquí. —Volteo a verlo con la cara apoyada en el cristal y las manos todavía donde él ordenó. Es... es... no hay palabras para lo que me provoca verlo de rodillas agarrando mi trasero, como amo y señor de mi ser.

Un gemido profundo explota en mi garganta cuando su boca pasea por mis muslos hasta las carnes que muerde y palmea, volviéndolas rojas. Mi cuerpo responde al choque, a la sensación de ardor y placer que deja su mano en cada estocada para luego ser aplacada por besos suaves y húmedos.

—Cuando duermo, sueño con esto. Cuando estoy despierto, lo imagino. Cuando no estás, me vuelvo loco y cuando estás, no puedo pensar en nada más que no sea esto. Tú eres mi perdición, niña, mi dulce y deliciosa perdición. —No contengo el grito cuando se incrusta justo donde necesitaba, tomándome por sorpresa. Baila dentro de mi canal, movimientos amplios de arriba abajo que coquetean con la entrada que lo clama, y él tortura.

—Hayden...

—No, así no. —La espalda se me tensa cuando su mano estrella otra vez mi glúteo ya sonrojado, y trago grueso para no gemir con el golpe.

—Amor... —Jadeo, y él asiente, regalándome otro lametazo que deja mis piernas flojas.

—Dilo. —Ordena.

Dos dedos entran en mi interior y una ola de placer se expande por cada recoveco de mi cuerpo, como un choque eléctrico magnificado por cien. La visión se me oscurece y mis uñas arañan el cristal cuando el movimiento sobre mis paredes internas aumenta.

—Dilo. —Reitera.

—Te amo. —Gimoteo, moviéndome sobre su mano, robando para mi misma lo que mi cuerpo suplica.

—Buena chica. —Se pone de pie sin abandonar su tarea y acaricia el costado sudoroso de mi rostro, dejando un beso al final.

Rompo el agarre y doy la vuelta hacia él, estocándome sobre su pecho. Mis brazos abrazan su nuca, el espeso y sedoso negro se derrama entre mis dedos y tomo su boca en un beso cargado de miles de de emociones.

—Hoy quiero hacerte yo el amor. —susurro cerca de su boca. Mis manos bajando por el abdomen fuerte hasta la V de sus caderas.

—Vas a matarme —dice entre dientes, sacudiendo la cabeza.

—Entonces déjame morir contigo.

Me pierdo en él, mi consciencia se desconecta del resto del mundo, y en mis retinas solo está plasmada su cara, sus ojos ávidos y ambiciosos devorándome entera mientras lo monto con devoción, como si fuera un dios.

—Sin afán y con esmero —susurro en su oído, con voz sensual y complaciente. Un gruñido nos hace vibrar en conjunto, y vuelvo a encajarme sobre la virilidad que me atraviesa por completo.

Afinco las palmas en sus rodillas, arqueándome hacia atrás. Mi torso se convierte en un regalo para su lengua, que él desenvuelve sin titubear, provocando una explosión que me eleva al cielo. El sol de repente está muy cerca, el calor es abrazante, y mi cuerpo tiembla entre sus brazos, que se vuelven nubes amoldadas a mis curvas, y su aliento, un suspiro fresco de primavera, apacigua el ardor. El cuerpo se me afloja cuando el clímax roza su fin, y siento el derrame caliente que me llena por dentro un segundo después.

Hayden cae de espaldas a la cama, llevándose mi cuerpo entre sus brazos. Una risita descontrolada y nerviosa escapa de mis labios, y él la replica apartando con un movimiento de muñeca el pelo sudado de mi espalda.

—¿Qué piensas? —pregunto, apoyando la mandíbula en su tórax.

Me mira desde arriba, cruza las manos por detrás de la cabeza y la sonrisa se vuelve más pronunciada antes de responder:

—En una chica —contiene el aire y hago por bajarme de encima de él, pero me detiene, cerrándome dentro de una llave antes de dar la vuelta sobre la cama, dejándome acostada bajo su cuerpo—. Iba vestida de azul, y cuando la vi, pensé que no había visto nada más hermoso en mi vida. Si en aquel momento me hubiesen dicho en qué se convertiría... Tú eres mi mejor casualidad. Mi rubia llena de estrellas.

—No me digas esas cosas, por favor —peino con los dedos su cabello hacia atrás—. O harás que me enamore más de ti, de lo que ya estoy.

—Ese es el plan —me da un beso rápido. —¿Tienes hambre?

—Mucha.

—Prepararé algo para los dos entonces.

—¿Te ayudo?

Hayden pone los ojos en blanco y empieza a reír.

—Ni lo sueñes.

Se impulsa con las manos para ponerse de pie y sale del cuarto después de vestirse con un simple, pero cómodo, short de deporte.
Arreglo el desastre de la cama y paso al baño para enjuagarme un poco antes de ir al armario. La mitad derecha está acomodada con gran parte de mi ropa y otras cosas que he ido trayendo por comodidad. El cuarto también se ve diferente a la primera vez que desperté aquí; aunque lo único que hay de más es la fotografía que le regalé.

La playa. Nuestra playa. Tantas cosas han pasado en estos cuatro meses que se siente como un recuerdo demasiado lejano. Mi vida no es la misma desde entonces, yo no soy la misma. Me he acoplado tan fácilmente a esta nueva realidad que lo que pasaba fuera de ella parece parte de un sueño, un espejismo lejano que viene y se va, desvaneciéndose en pequeños flashes de memorias dolorosas y solitarias.

Termino de ponerme un bóxer negro que saco del cajón y una camiseta de algodón de las que Hayden usa a veces para correr. Con el recordatorio de que mi deuda está saldada, espanto el sonido del disparo de aquella arma de mi cabeza y salgo de la habitación, cerrando la puerta a mi espalda.

—Robarme tu rop... —la garganta se me cierra cuando entro a la cocina y lo veo de pie frente al televisor del salón, viendo las noticias.

—Según datos de la policía, el operativo de anoche logró desarticular una de las redes de trata de blancas más poderosas del país... —informa la comentarista. Paso saliva, las manos comienzan a sudarme y camino en silencio hasta quedar frente a la pantalla—. Personalidades muy importantes de renombre nacional e internacional fueron capturadas en mitad de las movilizaciones, entre ellas Jung Xing, presidente de la junta directiva Alcasar. Alexander Hult, alcalde del condado de Miami...

Una espiral comienza a abrirse bajo mis pies a medida que la noticia se desarrolla. Las piernas me tiemblan, el labio inferior me tiembla y un bulto pesado como piedra golpea mi caja torácica con choques secos y suspendidos que van perdiendo ritmo.

—...a continuación informamos las pérdidas mortales de los cuerpos que se han podido reconocer hasta el momento. Entre ellos, Kilian Jon, policía de la tropa alfa de fuerzas especiales. Pablo Lula, primer agente. Jessica Martínez... —dejo de respirar, el mundo da vueltas y un sabor amargo baña mi estómago—. ...veintiún años, reconocida gracias a su hermana, ambas chicas secuestradas por la mafia intentando cruzar la frontera sur de los Estados Unidos. También se encontraron los cuerpos de otras tres mujeres de las cuales todavía no se tiene identidad.

—¿Estás bien? —oigo la voz de Hayden y su mano apretando mi hombro.

—Sí —asiento con tanta naturalidad como puedo.

—Williams Hamilton —nuestras miradas se dirigen hacia la pantalla al mismo tiempo— . Empresario de renombre en la industria petrolera e hidráulica, propietario de los casinos Hamilton y presunto cabecilla de la organización.

Miro a Hayden con el brazo extendido sujetando el control. Tanta gente muerta, tanto desastre... Las imágenes son horribles. El televisor se apaga y... Hamilton. Está muerto, ya lo sabía, pero... hasta ahora es que lo veo como una irrefutable realidad. Y fui yo. Yo fui quien disparó esa pistola y, aunque debería sentir mil cosas, no siento nada. Nada... ni alivio, ni repulsión por haberlo matado, ni tampoco siento que... gané. La pesadilla acabó, sin más. Le corté la cabeza a la serpiente, pero sigo sin sentirlo como una victoria.

Salgo del trance cuando Hayden toma mi cara. Tanta muerte, una noticia así conmociona a cualquiera. La vena en su cuello palpita hinchada y nota la leve agitación en su pecho, aunque su rostro no muestra nada más que una terrible y bien entrenada tranquilidad.

—Mejor no nos arruinemos el día con esa clase de noticias.

—Claro que no —sacudo la cabeza—. Solo lo siento por todas las personas inocentes que perdieron la vida, por sus familias. Es... terrible.

—Lo es —me da un beso en la sien y sigue de largo hasta la cocina.

Me quedo unos segundos más mirando mi reflejo en la pantalla apagada y voy tras él. Almorzamos en silencio, solo el sonido del jugo al caer al vaso y los cubiertos sobre la cerámica rompen esa afonía. Hayden apenas levanta la cabeza del plato, y yo tampoco. Aunque dijimos que no lo pensaríamos, el aire está cargado con una sensación extraña, el luto por lo que está pasando lo viste todo.

—Queda helado en la nevera —señalo hacia la cocina—. ¿Te sirvo un poco?

—Estoy lleno —deja los cubiertos sobre el plato vacío y toma la servilleta para limpiarse.

—Recogeré todo entonces. Quiero ir a ver a tu hermana antes de que sea tarde. Saber cómo sigue las cosas, no hemos podido hablar.

Me paro de la mesa con los vasos y la jarra medio llena de jugo para dejarla en el refrigerador. Dejo los vasos en el fregadero y vuelvo para levantar el resto de las cosas. Hayden mantiene las manos juntas sobre la mesa, pensativo. Estiro la mano para coger su plato, y el movimiento parece despertarlo cuando toma mi muñeca deteniéndome.

—Me iré unos días de la ciudad —comienza a decir, y el corazón se me detiene.

Me separo dando un paso atrás para poder verlo a los ojos, y su ceño se frunce cuando nota la confusión en mi mirada.

—Pero... pero, acabas de llegar.

—Lo sé —recupera mi mano llevándosela a la boca en un movimiento perezoso, como quien sabe que tiene todo el tiempo del mundo—. Quiero irme contigo.

Termina de decir y suspiro aliviada, mostrando una diminuta sonrisa.

—¿Unas vacaciones? —asiente y vuelve a besarme.

—Si estar todo el día en la cama desnudos, comiendo y haciendo el amor es tu idea de unas vacaciones, pues sí.

—No estaría bien irnos sabiendo lo que está pasando con Travis y...

—No resolveremos nada aquí —se para de la mesa y en dos pasos tiene mi cintura entre sus brazos—. Ellos tienen que darse espacio el uno al otro y no es nuestro asunto resolver los problemas de los demás.

—Pero...

—Shuu —me calla con un dedo —. Solo serán unos días, después puedes volver a ser la amiga preocupada por todos.

—Está bien —termino ascendiendo porque sé que tiene razón y no resolveremos nada por quedarnos aquí—. ¿Dónde quieres ir?

Pregunto emocionada. Sus labios sonríen y se inclina hasta mi oído, donde deja un diminuto beso antes de decir:

—Será una sorpresa.

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